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PERÚ

«No queda más que seguirle»

11/10/2016

El fin. Era la tarde del jueves 1 de septiembre, una tarde diferente. El viento frío chiclayano advertía una noche común de invierno. Era una tarde blanca con olor a esperanza, una tarde especial. Todo andaba en calma; el día recorrió el cauce diario de la vida de muchos; pero llegada la tarde, algo ya no era común, había algo especial.
Las puertas del seminario se abrieron de par en par para recibir a todo afortunado, que de una manera u otra es guiado por caminos del Amor, los caminos del Señor, los que don Luigi recorrió. Yo era el portero aquella tarde, esperé cordialmente para recibir y atender a personas que necesitasen algo, quizá orientación para pasar al auditorio, poder adquirir el libro que se iba a presentar o simplemente para saber si habían llegado tarde a la presentación. Pero el desorientado, a final de cuentas, era yo.

Mi ingenuidad. Sin saber dónde estar parado, recorrí el pabellón izquierdo de la entrada para sentarme en una de las últimas filas para escuchar a los ponentes; aunque con ligereza de atención por la exigencia de mi labor. Todo empezó según el protocolo, se pronunció el moderador para presentar a los ponentes, y todo siguió el curso esperado.
La belleza de la analogía que empleó el profesor Martín Cabrejos obligó a mi intelecto a reconocer nuevos horizontes nunca antes vistos. Fue claro, una luz blanca que señala un horizonte. Su inquietante testimonio resonó fuertemente por la alta y sincera emotividad puesta en sus palabras finales: «Aunque no haya terminado todo el libro, puedo decir que su vida ha impactado tanto en mí que no me queda más que seguirle». Y los siguientes instantes revelaron en mí un misterio; los aplausos se convirtieron en voces que susurraban preguntando por el nombre Luigi, trataba de calmar mi alma confundida, pues ya no sabía si se trataba de un hombre común o un santo. ¿Quién fue don Luigi Giussani?

Mi soberbia. El moderador, viendo el momento justo para presentar al nuevo ponente, invitó a escuchar al magistrado Luis Rivas, persona de años y con rigor de pensamiento, de posición católica manifiestamente fuerte e incuestionable: vivía con razones por las que moriría sin desfallecimientos. Sorprendentemente, empezó un discurso sin guía personal. Su ronca voz y tiesa postura me hicieron creer que pararía rápidamente en manos de Dionisio, aunque pasaron las primeras y las segundas palabras y yo aún seguía atento: una apertura humilde y un enlace directo hacia el tema central bastaron para arrebatarnos a todos los presentes 32 minutos de nuestra vida en favor de la construcción del reino de los cielos. Y lo mejor: solo hubo anécdotas suyas y de don Luigi.

El encuentro. Enseguida se pronunció el último ponente, el doctor Paolo Bidinost. Irónicamente, con tanta ciencia y docta vida, quiso transmitirnos una idea simple y clara de don Luigi: la importancia del encuentro, del diálogo, la sencilla apertura, el amor al otro por el otro, el cubrir a Cristo en mantos de amistad, sin compromisos ni obligaciones, con total libertad porque ¿qué es el hombre sino un ser de diálogo? –preguntaría Buber. A lo que don Luigi respondería: ¿quién eres, hombre? Ven, dialoguemos.
Bidinost, que fue alumno de don Luigi, nos presentó a alguien maravilloso, alguien que llena de esperanzas el nuevo mundo, alguien que puede dar sentido a la vida con la sencilla razón del fin personal de la vida. Alguien que te da pie a la pregunta, que te da el conflicto del alma, el conflicto del corazón. Y de esto me di cuenta yo; que mi alma solucionaba un conflicto que callaba mi corazón.

El comienzo. Lo que presencié aquel día no fue la presentación de un libro, fue un encuentro. Creo que quienes entramos con los oídos del corazón abiertos pudimos escuchar un saludo peculiar, amable y lleno de comprensión; un saludo de don Luigi. Creo que quienes estuvimos allí pudimos sentir una presencia peculiar, una presencia debajo de la cruz, una presencia de luz, pero dificultosa para el alma llena de ruidosas andadas, dificultosa para aquel que tiene ceguera de corazón. Quizá la ceremonia debió terminar con un acto de especial agradecimiento a Dios por ese encuentro, pues lo único que sé; es que conocer a don Luigi es conocer a Dios. Y así como la tarde comenzó, la noche terminó; me paré y supe de inmediato que ya no podía sentarme ni un minuto más, ya nada era igual, ahora empezaba una vida especial.
Álvaro Jara, Chiclayo (Perú)

Desde que recibí, junto con mis amigos, el reto de la presentación del libro Luigi Guissani. Su vida, todo para mí ha sido una experiencia nueva. Ha sido un trabajo fuerte y tenso pero al mismo tiempo lleno de alegría y esperanza, sobre todo me sentí contagiada por mi esposo, que a pesar del cansancio propio de su trabajo diario repartía invitaciones por todo Chiclayo, y lo hacía con entusiasmo, con agrado.

En un primer momento estaba convencida de que trabajaba para mostrar a los demás a un “hombre diferente”, a un hombre sencillo que entregó todo por ayudar a los hombres y mujeres a acrecentar su fe desde la propia experiencia; pero al término de este gesto pude constatar que fui yo la que más había ganado, pues soy yo la que aún sigue descubriendo cómo Él se manifiesta en toda circunstancia y en todo momento. Al escuchar a los invitados sobre el impacto provocado en ellos, pude mirar mi propia historia y revalorar lo que Dios siempre hace por mí.

En la ciudad de Chiclayo, es muy poco conocido el movimiento Comunión y Liberación así como la vida de su fundador, por eso este gesto nos ha permitido llegar a muchas personas para mostrar que hay un carisma diferente dentro de nuestra Iglesia católica que sale al encuentro de todos, creyentes y no creyentes, para comunicar el gran acontecimiento de Dios en la vida del hombre.

Tuvimos dos presentaciones del libro, la primera en el Seminario Mayor Santo Toribio de Mogrovejo y la segunda en la Universidad Católica del mismo nombre, en ambas con una asistencia de más de cien personas; contamos con la presencia de Monseñor Robert Prevost OSA, obispo de la Diócesis de Chiclayo, Mons. Jesús Moliné Labarta, obispo emérito de la Diócesis de Chiclayo, y muchas personalidades que han podido conocer y sentirse cuestionados ante un sacerdote que no solo en su tiempo y su contexto socio cultural enseñaba un camino por el que se pudiera comprobar si era verdad o no lo que defendía, sino que después de once años de retorno a la casa del Padre sigue ayudando a muchos de nosotros a volver nuestra mirada a Él.
Jenny Sánchez, Chiclayo (Perú)