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ECUADOR

Carta desde Portoviejo, Ecuador. Dos días después del terremoto

Rosa Fernández*
20/04/2016
Rosa Fernández.
Rosa Fernández.

Queridos compañeros:
El terremoto me sorprendió en el aeropuerto de Guayaquil, camino hacia Portoviejo. Horas de angustia porque las comunicaciones estaban cortadas. No había forma de contactar con nadie y el avión no despegaba.

Finalmente me encuentro en Portoviejo. Esto es un caos, aunque estoy tranquila e intento mirar hacia delante de manera positiva. Ponerme manos a la obra de forma inmediata. Al llegar a casa por la noche comenzamos a recoger las cosas rotas que nos hemos encontrado por el suelo y valorar los desperfectos (no han sido muchos).

En la calle hay montañas de escombros en solares donde los edificios han caído totalmente. Bajo los escombros hay personas fallecidas; empieza a oler mal. Aún no se sabe la cifra. En todo el país se cuentan más de 400 personas. No hay datos oficiales.

La mayoría de las familias se han refugiado en los zaguanes de las casas, el clima de Portoviejo lo permite. Se han ayudado por grupos. Los que no logran estar en las casas, se están alojando en el aeropuerto, bajo carpas. Estuve por la tarde noche allí, y había llegado ya un contingente mínimo de tiendas de campaña.

Hay mucho nerviosismo por las posibles réplicas. La tierra sigue temblando. Se vive la angustia de buscar el mejor lugar para dormir con tus seres queridos; el famoso triángulo de la vida. Toca recordar que la vida de los que queremos no depende de nosotros, en última instancia, para encontrar un poco de paz.

He conseguido hablar con los Jorges y con Rita (miembros del equipo de CESAL), todos están bien. De nuestro equipo, todo el mundo está bien, también sus familias. Es un milagro viendo la destrucción que hay a mi alrededor.

De lo que he podido ver, la zona más dañada ha sido el centro histórico, la peor construida, donde vive mucha gente humilde. También en las laderas, las de San Pablo y Cimarrón, algunas casas han caído. Frente a Picoazá, unas viviendas construidas pegadas al río también han desaparecido, así como en La Loma.

Se han derrumbado hoteles, la Clínica San Antonio, el edificio del IES de 9 plantas…; han caído o se han resquebrajado y tuvieron que evacuar a todo el mundo. Caminando, delante de mis ojos, he visto cómo se derrumbaba un edificio.

Las personas del centro de Portoviejo duermen en las calles, o en los soportales de sus casas. Allí es donde más daños ha habido, un 75% diría que tienen la estructura dañada. Además, el centro es muy popular, lo que hace que haya más escasez. También comienza el pillaje ahora; desde luego la percepción de inseguridad ha aumentado.

Caminando por las calles, me doy cuenta de que, más que al terremoto, la destrucción se debe a las deficiencias en la construcción. Han caído edificios que todo el mundo estaba convencido de que no resistirían un sismo. Así ha sido.

Es una evidencia la necesidad de hacer construcciones sólidas. En ese sentido, casas bien construidas, incluso las de caña, han aguantado. Las nuestras de Picoazá (proyecto de reasentamiento en el que CESAL empezó a trabajar en 2007), por lo que dice Jorge, están bien, aunque tenemos que hacer una verificación más exhaustiva. Me pregunto: ¿qué hubiera pasado con la gente que allí reubicamos si no hubiéramos podido hacerlo?

Seguimos viviendo de lo que venden en las tiendas de barrio. Pero se va a acabar y si no llegan nuevos suministros la situación puede empeorar. Ahora mismo estamos muy preocupados por el abastecimiento de agua. El servicio ya no funcionaba bien los días previos al terremoto y este ha acabado de complicar la situación. El agua comienza a escasear y las dos fábricas embotelladoras de la zona parece que sufrieron desperfectos. El agua ahora tiene que llegar desde Quito o Guayaquil, si es por tierra. Pedernales en cambio lo ha de recibir desde Quito, porque la carretera que une Portoviejo con Pedernales está destrozada.

Las autoridades locales dicen que ropa no necesitan, pero que necesitan colchones, mantas y sábanas, picos y palas, ollas donde cocinar, cerillas, y añado yo que también van a necesitar, aunque no lo piden, bolsas donde depositar los cadáveres.

Por otro lado, seguimos sin luz en algunas zonas de la ciudad y muchas carreteras han quedado inservibles. Vamos a tardar días en poder acceder a algunas comunidades y poder ver el verdadero alcance de esta catástrofe. Puentes y carreteras dañadas, deslizamientos en los márgenes del río con alguna desgracia en las casas de uno de los barrios residenciales principales. Aunque según te alejas del centro, la gravedad de los daños disminuye.

Sé que ahora en España necesitáis datos, pero estos llegan con cuentagotas. La población sigue en shock. Las cifras de fallecidos son estimativas. Se calcula que solo en Portoviejo puede haber más de 200 víctimas, pero la cifra va subiendo a medida que se consiguen retirar los escombros. El número de víctimas va a crecer, sin duda.

Ahora es urgente que nos apoyéis desde allí (España), necesitamos recursos. Lo más efectivo será canalizar todos los esfuerzos a través del Municipio. Hay un equipo de gente joven muy entregada y preparada que puede ayudar para hacer un buen trabajo.

No dejo de darle vueltas a todo lo positivo que hemos hecho durante estos años con la gente de Picoazá, y cómo el trabajo realizado ha podido ser clave para salvar sus vidas. ¡Ojalá podamos aprovechar toda nuestra experiencia para conseguir reubicar a las 2.000 familias que aún se encuentran viviendo en las colinas!

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Dos días más tarde, Rosa publicaba esto:
Poco a poco, nos vamos encontrando y saludando con un abrazo afectuoso o una mirada de reconocimiento. Hay dolor en algunos rostros, pero es una gran ocasión para darnos cuenta los unos de los otros. A veces asalta una duda, ante el desconcierto inicial. Parecería más útil estar en otro sitio. En este momento, un compañero del municipio, se dirige a mí y me desafía: “¿Por qué está usted aquí? Si yo hubiera podido me habría ido corriendo a España”. Le he sonreído: “Yo quiero estar aquí”. Se ha ido pensativo; yo me he quedado agradecida por entender que la presencia de los unos para los otros es más grande que nuestras limitadas acciones.

*Rosa Fernández, voluntaria y ex directora de CESAL Ecuador, en la actualidad residiendo en Portoviejo