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COLOMBIA

El gran engaño del "poliamor"

Federico Picchetto
16/06/2017 - Legalizado por primera vez en Colombia lo que se ha denominado como poliamor. Es posible estar casados tres o más. Lo que cuenta es amarse y tener acceso al reconocimiento de derechos.

Se le ha dado el nombre de poliamor.
Por primera vez en Colombia un escriba público ha legalizado un acta que manifiesta las intenciones matrimoniales de tres varones para formar una unión que los medios de comunicación colombianos han apodado “trieja”, destrozando la palabra pareja. Por lo tanto, es posible casarse tres –los tres tienen los mismos derechos que una familia–, compartir el mismo techo, poseer los mismos activos, poder adoptar a los hijos biológicos de uno de los tres. Pero hay más. De hecho, la trieja es solo una de las variantes poliamorosas (que inclusive podría llegar a ser el amor de cuatro o cinco). Importa poco: lo importante es amarse y acceder a los derechos.

Y ahí está el gran engaño. Nadie se mete con los sentimientos, nadie cuestiona la necesidad de sentirse reconocido. Son cosas humanas y uno entiende cuán importantes pueden ser. Lo que es necesario pensar, sin embargo, es que una familia no puede estar basada en el amor o en los derechos. Un adagio latino nos recuerda bien que nuptias consenso fecit, es la elección la que sostiene el matrimonio. Nos casamos cuando nos elegimos. El amor es la señal más potente que una persona puede experimentar para comprender a quién elegir, pero es simplemente eso: un signo. Gracias al amor nosotros logramos entender hacia dónde nos está llamando el Misterio a realizar nuestra elección. La elección no es, como en las películas yanquis, algo que se puede dar por descontado unidireccionalmente: por eso el amor puede llevarnos a elegir construir algo bello y positivo con otra persona, puede empujarnos a custodiar el rostro tan deseado del otro dentro del respeto y el desapego de uno mismo; el amor –finalmente– que puede movernos a elegir servir a la humanidad y al mundo a través de la intimidad con una determinada persona, conscientes de que nadie ama inmotivadamente.

El motivo del amor es la vocación, es entender por qué existe este sentimiento en mi vida. Y la mayor vocación es el servicio, la disponibilidad a que la propia vida "sirva" –se vuelva útil– sirviendo a los demás. Pues el amor es solo el primer paso de una elección más grande aún: no se ama a otro para quedar satisfechos, sino para ser fecundos, libres, con mayor disponibilidad para la vida.
El culmen del amor, por tanto, no son los derechos, ni las ventajas económicas o el estatus social alcanzado: el culmen del amor es la capacidad de sacrificio. La entrega de sí, de mi propio cuerpo, de mi propia vida, de mi amor propio, para que a través de uno –a través de nosotros– el mundo crezca y mi humanidad florezca. Si el grano de trigo no muere, dice Jesús, se queda solo. La soledad no termina con el enamoramiento, sino con la entrega de sí mismo, con la pobreza del corazón y del espíritu para que la vida sea aquello a lo que está destinada.

Hasta podría alguien enamorarse de dos, de tres, de cuatro personas diferentes, y se podría llegar a conseguir la aprobación de todos los derechos que se pudieran pensar en este mundo, pero nada podrá eliminar la exigencia de que aquello que yo siento tenga un sentido para mí y para las personas que quiero. Y este sentido no tiene como resultado las facultades que la ley me otorga, sino la trabajosa entrega de conjugar juntos el "nosotros" dentro de los múltiples dramas y contradicciones de nuestra convivencia humana.
Amar es algo serio porque nos pone en el punto de salida de un camino, el de la realización del renovado autodescubrimiento de uno mismo por el que nos vemos llamados a elegir y a vivir una determinada vida que –porque es plena y fecunda, precisamente– podrá resistir las oscuridades de la noche y a ese raro día en que al levantarnos por la mañana caigamos en la cuenta de que ya no nos siguen acompañando los antiguos sentimientos que nos llevaron a contraer matrimonio, a estar casados. Estos habrán dejado su lugar a la certeza y a la gratitud que provienen de haber descubierto que hemos recorrido el camino acertado. Para nuestro bien y el de todos.