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Huellas N.6, Junio 2004

PRIMER PLANO 30 de junio. Iraq y nosotros

Escenarios

Maurizio Crippa

Carrera hacia la Casa Blanca
El principal imputado por este desastre es hoy el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, auténtico arquitecto de la guerra y el hombre de mayor influencia sobre el presidente George W. Bush. No sólo los pacifistas piden su cabeza: también quieren eliminarlo sus ex amigos “neocons”, los militares que «por culpa de sus descuidos» hoy se encuentran atrapados en un pantano con mala pinta, y hasta el líder de su partido en el Congreso. Incluso Bush lo despediría con gusto. Porque en noviembre hay que votar, y si hace un año Bush estaba seguro de que saldría reelegido, ahora su rival demócrata John Kerry le pisa los talones, y ciertamente los ataúdes que llegan del Golfo no son de gran ayuda. Es difícil saber cómo acabará todo. Sin duda, aunque gane Kerry, la guerra continuará (él ya lo ha dicho), quizás un poco menos “unilateralmente”. Pero todos están de acuerdo en un punto: aunque gane Bush, la era de la ideología “neocons” ha terminado; el segundo mandato llevará el sello de una vuelta al realismo político y al diálogo con la ONU y con Europa.

Good morning, Bagdad
¿Cómo están los iraquíes? Podemos decir autorizadamente con el arzobispo Fernando Filón, nuncio apostólico en Bagdad, que «a un año de distancia, el envilecimiento del tejido moral y civil de la población sigue siendo gravísimo». Dicho esto, hay que aclarar algunos puntos: los terroristas que están llenando el país de sangre no son la mayoría de los iraquíes, que, por el contrario, desean paz y libertad. También es innegable que detrás de las diferentes milicias islámicas está la mano de países y organizaciones extranjeras, a quienes les interesa que se mantenga alta la inestabilidad en Iraq. Por último, el trabajo político y diplomático que está llevando a cabo el enviado de la ONU, Lakhdar Brahimi, con el objetivo de alcanzar un acuerdo entre los componentes étnicos, religiosos y políticos locales y de formar un gobierno autónomo, es la única oportunidad realista sobre la mesa. Marcharse ahora de Iraq, como muchos piden, significaría sólo condenar al fracaso los intentos de Brahimi y sumergir toda el área en el caos. Esta es exactamente la línea de la Iglesia.
Al mismo tiempo, a EEUU le toca la (dolorosa) tarea de revisar su propia estrategia. No hay que olvidar que entre los objetivos de la guerra no declarados por Washington también estaba el proyecto de desplazar los límites de su influencia político-militar hasta el centro del Golfo, apartando así a Rusia, la ex potencia protectora de Bagdad y, de paso, también a la petrolera Francia. Según los analistas más desengañados, será difícil que se encuentre un marco de solución en el ámbito de la ONU sin que se vuelva a admitir entre los actores del área a Moscú y a París. A mediados de mayo el rey Abdalá de Jordania lanzó un llamamiento alertando del peligro de que, abandonado a sí mismo, Iraq se convierta en el epicentro de una guerra civil que se extienda por toda la región. Dicho por uno de los líderes más prudentes y moderados del mundo árabe, es un llamamiento que conviene no olvidar.

Tierra Santa: muros, apuestas y tragedias
Durante mucho tiempo se propagó la idea de que la caída de Sadam haría más fácil la paz entre israelíes y palestinos. Pero la administración de EEUU fue quizás demasiado optimista al proponer la hoja de ruta para alcanzar acuerdos de paz. Muy al contrario, durante el pasado año, por un lado, creció la obstinación terrorista de los palestinos (y desaparecieron casi por completo sus representantes moderados), y por otro, se agudizó la respuesta de los israelíes en clave exclusivamente bélica (con la construcción del Muro y los asesinatos selectivos de palestinos), hasta la propuesta unilateral del “plan Sharon” para la retirada de Gaza. Un plan valiente según sus defensores, un acto de fuerza dirigido a debilitar aún más a los palestinos según otros. En todo caso, el mismo partido del primer ministro Ariel Sharon, el Likud, lo ha rechazado. Resultado: ahora Sharon está políticamente debilitado, y entre los palestinos el resentimiento ha aumentado todavía más. Una situación que la diplomacia vaticana mira también con clara preocupación. Los expertos en Oriente Medio suelen decir, con un cinismo levantino, que en un año de elecciones americanas no puede suceder nada decisivo en Jerusalén. Quizás este año sea también así. Quizás, sin embargo, se esté haciendo demasiado tarde.

Europa, pocas ideas y el balancín de la responsabilidad
El primero de mayo se ha celebrado la ampliación a 25 miembros y el acuerdo sobre la Constitución parece (casi) alcanzado. La vieja Europa sigue dispuesta a convertirse en un gigante económico y demográfico. Pero sigue siendo un enano político: su unidad pende de un hilo, y bastaría un resultado negativo en cualquiera de los referendums nacionales de ratificación de la Constitución, que ya están anunciados, para arruinar la Unión. Pero sobre todo es en el gran Risk internacional donde la UE se esconde. No sólo por culpa de José Luis Rodríguez Zapatero. El recién elegido presidente socialista ha ganado las elecciones españolas con un programa –la retirada militar de Iraq– que los electores conocían bien y que, evidentemente, han considerado mejor que el de José María Aznar: ¡así es la democracia, chaval!, como dirían los americanos. Tampoco es sólo por culpa del presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, que se desenvuelve como un político consumado y con gran cinismo en su personal conflicto de intereses: ora invitando a unirse bajo la insignia de la ONU a la Europa de la que es jefe, ora apoyando con resolución las tesis de retirada unilateral de “su” lista italiana, de cara al voto europeo. Pero aunque las actitudes de Zapatero y Prodi (demasiada precipitación y poca pulcritud) corren el riesgo de causar serios daños al sentido político de conjunto de Europa, negándole el espacio de la responsabilidad, también hay que decir que todas las opiniones públicas europeas están divididas y rebeldes. El propio Tony Blair ha perdido tanto prestigio y consenso que está pensándoselo seriamente (según fuentes de la prensa británica), para no exponerse a futuros castigos electorales.
Pero las razones electoralistas o una mal entendida idea de Europa “de responsabilidad limitada” no pueden ser el criterio último de decisión. También hay que decir que la insistencia de Europa –todo lo quejosa e hipócrita que se quiera– en que el mando sobre Iraq pase a manos de la ONU tiene más de una razón de ser. El mismo Bush ha tomado la iniciativa de retomar el diálogo con el Palacio de Cristal. Volviendo a citar al poco sospechoso Panebianco: «Para los europeos ha llegado el momento de proponer a los americanos una nueva definición del pacto histórico que une las dos orillas del Atlántico... la derrota de Rumsfeld es la derrota de la idea de que la superpotencia no necesita de nadie».