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Huellas N.4, Abril 2004

IGLESIA Santa Sede/Israel

¿En qué punto están los acuerdos?

a cargo de Luigi Amicone

Hace diez años se firmó el Acuerdo Fundamental entre el Vaticano e Israel, primer paso hacia el pleno reconocimiento recíproco. Sin embargo ahora, inexplicablemente, el gobierno israelí ha cancelado todas las reuniones para proseguir el diálogo. Hablamos con el portavoz de la Custodia Franciscana en Tierra Santa y miembro de la Comisión bilateral permanente

El pasado 10 de marzo se cumplía el décimo aniversario del histórico Acuerdo Fundamental que selló la normalización de las relaciones entre la Santa Sede y el Estado de Israel. Desde el 10 de marzo de 1994 está en funcionamiento una Comisión bilateral permanente cuya tarea es regular todos los aspectos jurídicos y normativos relativos a la presencia de la Iglesia en Israel. El objetivo fundamental de las negociaciones es encontrar un acuerdo concordatario que siga el modelo vigente hoy en Italia. En junio se cumplirá también el décimo aniversario de la normalización de las relaciones diplomáticas entre Israel y el Vaticano. Como hemos recordado en otras ocasiones, nuestro interlocutor, David Jaeger, es un sacerdote del que la prensa israelí ha dicho que «representa la encarnación misma de los acuerdos entre Israel y el Vaticano». Jaeger, ciudadano israelí, es miembro de la Comisión permanente bilateral, pero advierte que en esta entrevista habla exclusivamente en calidad del portavoz de la Custodia Franciscana de Tierra Santa.

Padre Jaeger, ¿qué balance se puede hacer a los diez años del acuerdo entre Israel y la Santa Sede?
El acuerdo del 31 de diciembre de 1993, que entró en vigor el 10 de marzo de 1994, pretendía normalizar las relaciones entre el Estado y la Iglesia y también servir de ejemplo para las naciones cercanas. Es decir, debía impulsar la transformación desde un sistema otomano de tolerancia circunscrita hacia un régimen de reconocimiento recíproco y de libertad de la Iglesia basado en el reconocimiento mutuo de la Iglesia católica y del Estado israelí como dos sociedades libres y soberanas, cada una según su propio orden, como también proclama el acuerdo para la modificación del concordato con Italia. En concreto, el Estado de Israel se comprometió a mantener la libertad de religión y de conciencia, a reconocer a la Iglesia como autoridad pública, a reconocer la personalidad jurídica de las entes eclesiásticos y a negociar un acuerdo ulterior que conduciría a consolidar las exenciones fiscales para la Iglesia y a garantizar las propiedades eclesiásticas. El acuerdo se firmó en un clima de gran esperanza y de mutua satisfacción. Posteriormente, en 1997, se firmó el segundo acuerdo sobre el reconocimiento civil de las personas jurídicas eclesiásticas.

Eso significa que el acuerdo del 93-94 no resolvió definitivamente los problemas entre ambas partes. ¿Por qué?
Porque a partir de 1994 los acuerdos se negocian dentro de una Comisión de trabajo bilateral permanente, que se encarga de redactar concretamente un concordato por etapas. El Acuerdo Fundamental describe las grandes normas, los grandes principios, mientras que los acuerdos posteriores deberían traducir esos principios en detalles concretos.

¿Cómo han proseguido a partir de entonces los trabajos de vuestra Comisión durante estos años?
En 1999 comenzaron las negociaciones sobre el tercer acuerdo, que en cierto sentido es el más importante, concretamente porque debía garantizar las exenciones fiscales de la Iglesia y el derecho de la Iglesia a tener propiedades. Estas negociaciones podrían haber concluido a lo largo del pasado año. Y por ello las dos delegaciones se habían propuesto hacer todos los esfuerzos para finalizar las conversaciones dentro del 2003, tanto para celebrar adecuadamente el décimo aniversario de la firma del Acuerdo Fundamental, como porque la eficacia del Acuerdo Fundamental dependía especialmente de este acuerdo sobre las propiedades y los derechos de la Iglesia. Pero, en una maniobra sorprendente, el 28 de agosto del año pasado el gobierno de Israel canceló todas las reuniones fijadas para las negociaciones y desde entonces ya no acepta mantener contactos en la Comisión bilateral.

¿Y por qué motivos la diplomacia israelí ha cancelado todas esas reuniones?
No lo sabemos. No se nos ha dado ninguna explicación de todo esto. Para nosotros ha supuesto una sorpresa enorme. Porque además, en julio de 2003 el Ministro de Exteriores israelí dijo a los periodistas durante una visita al Vaticano que su diplomacia volvería sin duda a la mesa de negociación, que en tres meses se firmaría el nuevo acuerdo, que las dos delegaciones se habían citado durante dos semanas enteras de septiembre para poder completar el borrador del acuerdo. A pesar de estas declaraciones, el 28 de agosto de 2003 el gobierno de Israel anuncia que su delegación no se presentará a esas reuniones y que no está en condiciones de hablar de nuevas fechas.

¿Qué consecuencias podría acarrear esta especie de “congelación” de los trabajos de la Comisión bilateral?
Puede tener consecuencias desde el punto de vista jurídico y desde el práctico. Israel podría incurrir en incumplimiento desde el punto de vista jurídico. Mientras que desde el punto de vista práctico sigue sin resolverse, por ejemplo, el problema fiscal de la Iglesia en Israel. Hasta hoy la Iglesia ha confiado en las exenciones que existían en el momento de la creación del Estado de Israel. Pero hay que entender que necesitamos certeza jurídica. Por eso es indispensable alcanzar un acuerdo.

¿Y si no?
Si no, puesto que Israel no reconoce estas exenciones consuetudinarias, a falta de un nuevo acuerdo toda la cuestión se regulará por vías discrecionales.

¿Por ejemplo?
Por ejemplo, se pueden emprender medidas judiciales contra las entidades eclesiásticas. Algo que ya está sucediendo. En efecto, a algunas entidades, como el hospital católico San José de Jerusalén, ya les han llevado a los tribunales, cuando el Acuerdo Fundamental preveía que no se dieran este tipo de pasos por parte del Estado, y por tanto de manera unilateral, mientras se estaba negociando el acuerdo. Y en cambio, sucede algo completamente kafkiano: por una parte, las autoridades estatales ya han comenzado a llevar a las entidades ante los tribunales, y por otra parte, el Estado se niega a comparecer ante los tribunales para confirmar su compromiso de no realizar acciones de enforcement unilateral, compromiso que firmó en el Acuerdo Fundamental. En resumen, la ausencia de negociaciones está creando situaciones de gran inquietud para algunas entidades eclesiásticas. Puede temerse que esta situación se agrave en el futuro.

¿Hay otros signos de enfriamiento o empeoramiento de las relaciones entre la Iglesia e Israel?
Está el famoso problema de la denegación de visados al personal eclesiástico y religioso. Desde hace un par de años muchos miembros del clero encuentran graves dificultades para obtener los visados de entrada y de estancia. Una situación peor que la que había existido durante décadas. Y lo preocupante es que no recibimos ninguna explicación de las autoridades israelíes. Este problema pertenece también a la esfera del Acuerdo Fundamental, que reconoce en su artículo 3 párrafo 2 el derecho de la Iglesia a desplegar su personal y sus instituciones. Sobre este punto también se tenía que alcanzar un acuerdo detallado sobre los procedimientos para la solicitud y la concesión de estos permisos de estancia. Al acuerdo sobre los impuestos y las propiedades debía seguir, según el orden establecido hace una década, la negociación sobre este punto. Desgraciadamente, hoy está todo en suspenso.

Perdone la insistencia: las autoridades israelíes no dan explicaciones, pero ustedes por su parte tendrán alguna hipótesis sobre las razones de esta repentina rigidez…
Mire, se lo digo con toda franqueza: nadie logra entender esta política, porque Israel tiene todo que ganar con la fidelidad a sus propios compromisos con respecto a Iglesia católica. He hablado con muchas personas en Israel, pero realmente nadie consigue entenderlo. Todas las cuestiones se pueden resolver, son problemas prácticos relativos al tejido de la relación Iglesia-Estado y los principios para su resolución están ya recogidos en el Acuerdo Fundamental. Pero para resolver los problemas hay que sentarse en la mesa de negociación. Con su interrupción nos falta el foro adecuado para establecer acuerdos sobre todas las cuestiones que quedan por resolver. Repito, no hay ningún problema que no pueda resolverse mediante el diálogo y las conversaciones. Pero ¿cómo puede hacerse, si no retomamos el camino de las negociaciones?

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JUAN PABLO II
Jerusalén, antes de que fuera la ciudad de Jesús Redentor, fue el lugar histórico de la revelación bíblica de Dios, donde más que en cualquier otro lugar se establece el diálogo entre Dios y los hombres, como si fuese el punto de encuentro entre el cielo y la tierra.
Los cristianos miran a Jerusalén con religioso y solícito afecto, ya que allí resonó muchas veces la palabra de Cristo, allí tuvieron lugar los grandes acontecimientos de la redención, esto es, la pasión, muerte y resurrección del Señor. En Jerusalén surgió la primera comunidad cristiana y allí se mantuvo durante siglos, incluso en medio de dificultades, una presencia eclesial continua. (…)
Todas las gentes del Medio Oriente, cada una con su propio patrimonio de valores espirituales, no podrán superar las trágicas circunstancias en las que están envueltos si no saben descubrir el verdadero sentido de su historia, que a través de la fe en el único Dios les llama a una convivencia pacífica de entendimiento y mutua colaboración.
(de la Carta Apostólica Redemptionis anno, 20 de abril de 1984)

***

Mi viaje es, por tanto, una peregrinación, en espíritu de humilde gratitud y esperanza, a los orígenes de nuestra historia religiosa. Es un tributo a las tradiciones religiosas que coexisten en esta tierra. Desde hace tiempo quería encontrarme con los fieles de las comunidades católicas en su rica variedad y con los miembros de las diferentes Iglesias y comunidades cristianas presentes en Tierra Santa. Rezo para que mi visita contribuya a hacer crecer el diálogo interreligioso que llevará a hebreos, cristianos y musulmanes a encontrar, en las respectivas creencias y en la fraternidad universal que une a todos los miembros de la familia humana, la motivación y la perseverancia para trabajar a favor de esa paz y de esa justicia que los pueblos de Tierra Santa todavía no poseen y a las que anhelamos tan profundamente. El salmista nos recuerda que la paz es un don de Dios: «Escucharé qué es lo que dice Dios, el Señor: él anuncia la paz para su pueblo, para sus fieles, para quien regresa a él con todo el corazón» (Sal 85, 8). ¡Que la paz sea el don de Dios a la tierra que él escogió!
(del discurso a la llegada al aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv, 21 de marzo de 2001)

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PABLO VI
Esta tierra bendita llegó a ser, por tanto, en cierto modo, el patrimonio espiritual de los cristianos de todo el mundo, los cuales claman poderla visitar, en piadosa peregrinación, al menos una vez durante la vida, para saciar su devoción y expresar su amor a Dios hecho niño en Belén. (…)
Pero es también, no obstante, la tierra en la que, junto a los santuarios y lugares santos, existe y actúa una Iglesia viva, una comunidad de creyentes en Cristo. Es una comunidad que, a lo largo de la historia, ha sufrido innumerables pruebas y se ha visto sometida a dolorosas circunstancias. (…)
Estos hermanos nuestros, “que viven donde vivió Jesús, y que, en torno a los lugares santos, son los sucesores de la antiquísima primera Iglesia, que dio origen a todas las Iglesias”, (…) participan, de un modo especial y cotidiano, de los sufrimientos de Cristo, responden al nombre de cristianos con la manifestación de una fe viva, de un amor sincero y de una pobreza auténtica, según el espíritu del Evangelio. Si su presencia fuera a menos, se apagaría en los santuarios el calor de un testimonio vivo, y los lugares santos cristianos de Jerusalén y de la tierra santa se volverían semejantes a museos (…).
Es digno de destacarse el hecho de que, durante el Concilio Vaticano II, fueron muchos los padres que acudieron en peregrinación a los lugares santos. Estas peregrinaciones favorecieron el encuentro con pueblos de distintas creencias, dado que a aquella tierra bendita, y especialmente a Jerusalén, miran y confluyen como a su centro espiritual no sólo las comunidades cristianas, incluidas las no católicas, sino también las judías y musulmanas.
Nosotros auspiciamos vivamente que se intensifiquen estos contactos, contribuyendo al conocimiento mutuo los unos de los otros, al respeto mutuo, al acercamiento de los hermanos, hijos del mismo Padre, así como a una comprensión más profunda de la necesidad primaria de la paz entre los pueblos (…).
En este proceso de convergencia, la presencia cristiana en Tierra Santa, junto con la judía y musulmana, puede ser un factor de concordia y de paz: y esto tiene para nosotros los católicos una especial importancia, pues confiamos en que “el futuro está en manos de los que son capaces de transmitir a las generaciones del mañana razones para vivir y para esperar”.
(de la Exhortación Apostólica Nobis in animo, 25 de marzo de 1974)

Al investigar el misterio de la Iglesia, este Sagrado Concilio recuerda los vínculos con que el Pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de Abrahán. Pues la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y los Profetas, conforme al misterio salvífico de Dios. Reconoce que todos los cristianos, hijos de Abrahán según la fe, están incluidos en la vocación del mismo Patriarca y que la salvación de la Iglesia está místicamente prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de esclavitud. Por lo cual, la Iglesia no puede olvidar que ha recibido la Revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo con quien Dios, por su inefable misericordia, se dignó establecer la Antigua Alianza, ni puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles. Cree, pues, la Iglesia que Cristo, nuestra paz, reconcilió por la cruz a judíos y gentiles y que de ambos hizo una sola cosa en sí mismo.
(de la Declaración Nostra aetate, 28 de octubre de 1965)

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Constructores de paz
Querido Director:
¡Me he despertado al alba con estos pensamientos y quisiera regalárselos a tus lectores!
Después de unos días llenos de inquietudes he llegado a Italia para dirigir un taller e impartir unas conferencias en la Universidad de Bolonia sobre el tema “El Teatro, un gesto de paz”.
Ya durante el viaje en tren desde Roma una mujer a la que nunca había visto se me ha acercado para invitarme a un café. Me había escuchado mientras hablaba por teléfono y relataba las dificultades y los éxitos de mi teatro en Galilea, Israel, formado por chicos árabes y judíos. Después, deambulando por las calles de la ciudad de los pórticos con dos encantadoras guías de la Compagnia degli Scalpellini [compañía de teatro nacida en la Universidad de Bolonia, ndt], otra mujer me quiso regalar una preciosa inscripción escrita a mano donde se leía Bereshit, “en el principio”. Habíamos entrado por casualidad en su pequeña tienda de la calle De’ Giudei [De los Judíos, ndt], en el barrio judío de Bolonia, y las chicas le dijeron que ese era el nombre de la Fundación que estoy creando justamente en estos días para educar en la paz y aunar los corazones a través del arte. El propietario de otra tienda de juguetes envolvió con cuidado un pequeño regalo para mi hijo y me dijo con una sonrisa: “¡Que pueda jugar en paz!”. Y fue una bendición ver la acogida sorprendida y entusiasta que tuvo en la Universidad de Roma mi idea de trabajar el tema de la paz en la obra de Pirandello.
Cualquiera puede ser constructor de paz: incluso el taxista que te escucha mirándote conmovido por el retrovisor y que te dice, después de escuchar tus esfuerzos por educar en el diálogo: «Continúe, señora… ¡¡que D–s la bendiga!!». O una pareja joven que te acoge en su casa durante unos días para que tú puedas encontrarte con el mayor número de gente posible para contarles tu necesidad de paz; o una profesora de instituto que te regala su hora de química para que sus alumnos puedan escuchar en directo lo terrible que es la guerra y cuánto hay que luchar para entender las razones de los otros; o, también, una joven estudiante que escribe una poesía después de haber visto una foto en la que tus hijos se ríen de corazón.
¡Constructor de paz es quien te implora que “no abandones” porque tienes el cometido de aportar bien al mundo, y constructor de paz es un periódico que te permite decir a todos que se puede seguir esperando!
Vuelvo a mi casa, en Israel, allá en Galilea, con muchos regalos: una velada con los amigos de un grupo de vuestra Fraternidad, que son el ejemplo más puro de amistad y de sostenimiento de unos a otros incluso en los momentos más trágicos; con una tarta que mis amigas Memores compraron a propósito para mí en una pequeña tienda Casher en el corazón del ghetto de Roma; y con la sensación tangible de que somos muchos, muchísimos, una inimaginable multitud la que quiere que el bien prevalezca.
«¡Y naufragar me es dulce en este mar!».
Angelica Calò Livnè, Kibbuz Sasa, Israel