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Huellas N.3, Marzo 2004

IGLESIA España. Don Francisco Golfín

Padre y maestro

Javier de Haro

En vísperas de la celebración del miércoles de ceniza, fallecía repentinamente en su casa don Francisco, obispo de Getafe. Para muchos de nosotros, sacerdotes y laicos, fue “el portador del estandarte”, el que enseña a Cristo

«¡Qué ganas tengo de irme a la vida eterna!». Pero, ¿quién es este hombre que habla de este modo? Don Francisco, el párroco de Alpedrete y San Jorge, el director espiritual del seminario de Madrid, el vicario y posterior obispo auxiliar de Madrid, el primer obispo de la diócesis de Getafe. Daba lo mismo la edad, el cargo, el lugar: lo que quería era irse “a la vida eterna”. Y así ha sido.

Portador de humanidad
Ese deseo de vida eterna no era otra cosa que la pasión por la persona de Jesús. Su amor a Jesucristo, a través del sacerdocio, le permitía ser portador de una humanidad excepcional. Nadie quedaba indiferente ante él: por sus gestos y miradas, por su memoria fotográfica para recordar tu rostro y tu nombre, por su finura al intuir los problemas y sugerir las soluciones, por su sencillez para ser niño entre los adultos y adulto entre los niños, por la confianza que daba estar con él. Su persona no pasaba desapercibida.
«Todos estos muebles que ves aquí, los he arreglado yo», decía con orgullo. Con su trabajo expresaba la unidad de su persona: ser de Cristo, al servicio de los hombres, en lo concreto y lo cotidiano. Fácilmente pasaba de la estola morada del confesionario al batín gris del bricolage; podía arrodillarse del mismo modo para venerar al santísimo sacramento como para plantar aquel árbol alicaído que, con el tiempo, reverdecía; con las mismas manos consagraba y, al tiempo, forraba de madera toda una capilla. Y si de improviso te presentabas, paraba el tiempo y te lo dedicaba a ti para que te dieses cuenta de que lo más importante eras tú.

Una Nueva Tierra
La historia del CL en España no se entendería sin el encuentro con Nueva Tierra, a mediados de los años 80. De la amistad de un grupo de sacerdotes que primero educaron a sus jóvenes en las parroquias y posteriormente los acompañaron en sus ambientes de la universidad, trabajo y familia surgió la comunidad llamada Nueva Tierra.
¿Quiénes son esos jóvenes capaces de estar tres días de Ejercicios espirituales en silencio, o diez días en verano estudiando escritura, eclesiología, sacramentos, o quince días de campamentos en Picos de Europa, organizados por ellos mismos? ¿Quiénes son los curas que están con ellos? Los “golfines”. Se referían a los “hijos”, “bien nacidos” de la paternidad de don Francisco.
Cuando uno tiene delante de sí varias semillas, si es profano en la materia, no sabe a qué arbusto, planta o árbol pertenecen; solamente, el tiempo y la historia desvelan su verdadera naturaleza. Del mismo modo, el fruto de Nueva Tierra no se entiende sin la paternidad educativa de don Francisco con sus hijos sacerdotes. La obra desbordaba el inicio (“cosas aun mayores haréis”, decía Jesús a sus discípulos), incluso fue algo imprevisto, pero no hay obra sin un comienzo, sin un hombre, sin un yo, sin un padre.

Su paternidad
Desde el primer momento, don Francisco te introducía, por medio de la oración y los sacramentos, en una relación personal con Jesucristo, como el tesoro más grande de la vida. Y, al mismo tiempo, favorecía una unidad entre los sacerdotes para que la humanidad fascinante de los más adultos contagiase a los más jóvenes. De este modo iban brotando pequeños grupos y comunidades en diferentes barrios de Madrid, con una conciencia común de pertenencia a la vida de la Iglesia diocesana. De la primera generación de sacerdotes, que monseñor Golfín educó en el seminario de Madrid como director espiritual, nacería una segunda generación de jóvenes con vocación al sacerdocio –llamada afectuosamente “los curables”, por no ser aún seminaristas– junto a todo un florecimiento de vocaciones a la vida consagrada contemplativa, y de matrimonios que querían vivir la fe en familia y en sus ambientes de trabajo con la misma intensidad del primer encuentro.

Obispo de Getafe, pastor de todos
En el año 1991 se crea la diócesis de Getafe, siendo don Francisco su primer obispo. Ya no se trata de un pueblo de la sierra, o de una parroquia en la zona de Chamartín, un barrio bien de Madrid. Es “el mundo” con toda su complejidad: más de un millón de habitantes, con grandes zonas industriales, familias desarraigadas a causa de la inmigración, un ambiente secularizado y laicista, grandes diferencias sociales y culturales. Pero que guarda un tesoro, casi olvidado por prejuicios del pasado: el santuario del Cerro de los Ángeles, centro geográfico de España, donde la estatua del Sagrado Corazón de Jesús mira a todos. Allí mismo establecerá su residencia y creará su verdadera obra, el seminario diocesano de Getafe.
«La iglesia se renueva por sus sacerdotes», solía responder a quien se le ocurría alabar su trabajo de haber educado, desde su llegada a Getafe, a más de 60 sacerdotes jóvenes y 70 seminaristas en la actualidad.

El lema episcopal
Fue un espectáculo celebrar el vigésimo aniversario de la Fraternidad de CL, presente en la diócesis de Getafe, con don Francisco en abril del año 2002 en el Cerro de los Angeles. Aquella tarde fue “padre de todos”, niños, bachilleres y universitarios, los padres, los sacerdotes diocesanos que pertenecen al Studium Christi, los Memores Domini presentes en Parla, la Fraternidad Sacerdotal Misionera de San Carlos Borromeo, las familias de Villanueva de la Cañada, Parla, Getafe, Móstoles, Fuenlabrada y Alcorcón. Era el fruto maduro de años de convivencia y confianza creciente entre don Francisco y el movimiento. Sin él no habría sido posible una presencia estable y significativa de CL en las parroquias y en los ambientes.
Su lema episcopal, «Muy a gusto me gastaré y desgastaré por vosotros y por el evangelio», resume a la perfección la vida de don Francisco, una vida que, según su deseo, ya es eterna.