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Huellas N.3, Marzo 2004

CL Tailandia

En la arena blanca, la semilla de una amistad nueva

Malou Samson

Del 17 al 24 de enero tuvieron lugar las primeras vacaciones de la comunidad asiática. Cincuenta y dos personas, niños incluidos, procedentes de nueve países asiáticos, rezaron, jugaron y realizaron excursiones. En nombre de Cristo

Llegó como una chispa de inspiración, como un sueño demasiado hermoso para no intentarse. Si podíamos ir a La Thuile o a Rímini para estrechar y renovar cada año los vínculos con los amigos del movimiento, ¿por qué no llevar ese mismo acontecimiento hasta Asia, en donde la mayoría de nosotros vive y trabaja?
Y esto es lo que sucedió. Ante la noticia de que don Ambrogio vendría a Burma a mediados de enero para los Ejercicios espirituales de los sacerdotes, pensamos que sería el momento perfecto para organizar unas breves vacaciones, y así podría acompañarnos en nuestro primer intento de reunirnos. No pudimos resistirnos a la hora de elegir el sitio: Phuket, Tailandia, conocido en todo el mundo por sus arenas blancas y su sol radiante. No sabíamos al principio el trabajo ingente que sería reunir, planificar y coordinar juntos fechas distintas de vacaciones, cambiar constantemente los horarios de los vuelos y los hoteles ya reservados (nos hallábamos en pleno Año nuevo chino, el evento más frenético y esperado en la mayoría de las naciones asiáticas), así como conseguir que cincuenta personas (treinta y siete adultos y quince niños de entre uno y diecisiete años) de distinto tipo, condición y orientación (teníamos cuatro sacerdotes, dos Memores Domini, una monja, dos abuelos, un soltero, muchos matrimonios y hasta una embarazada) pudiesen reunirse.

Lugar ideal de vacaciones
El trabajo de coordinar todo recayó sobre las espaldas y sobre las hábiles manos del P. Mauro Bazzi, que infatigablemente y casi en solitario organizó todo: desde los vuelos a las reservas hoteleras, los traslados y las comidas. Es un misionero capuchino que vive en Tailandia desde hace casi ocho años y habla tailandés estupendamente, cosa que resultó muy útil cuando tuvimos que negociar los mejores precios y servicios según nuestro presupuesto. El hotel que había elegido era perfecto: el Kata Beach Resort, a tres cuartos de hora del aeropuerto y con arenas blancas hasta la puerta de las habitaciones, respondía totalmente a nuestra idea de lugar de vacaciones tranquilo y reposado.
Y todo salió bien. ¡Más que bien! Muchos de nosotros no nos conocíamos (procedíamos de nueve países distintos: Tailandia, Filipinas, Malasia, Singapur, Hong Kong, Taiwán, Shangai / China, Corea del Sur y Japón). Algunos trajeron consigo nuevos amigos del movimiento (Bird y Reiko de Shangai), mientras que otros hacía años que no se veían. Como Carlo y Pina, establecidos ahora en Corea, y Malou, que se habían conocido durante su breve estancia en Manila, en 1999, cuando Pina oyó hablar por primera vez de la amistad de CL. Otros habían traído a sus familias: Paolo e Iris y Hermes y Diana habían traído a sus hijos, mientras que el grupo de Shangai, encabezado por Francesco, Alessandro, Massimo y Omar, formaba la más grande y formidable delegación con veintiséis participantes. Otros, en cambio, habían venido solos (en esta circunstancia estaban Germana, Anna y Lucio y Lara, que esperan su primer hijo). También teníamos misioneros (el padre Giuseppe y la hermana Giovanna), que llegaron desde sus destinos perdidos en Filipinas. Pero había un hilo común que empujaba a este grupo heterogéneo de personas a encontrarse y a vislumbrar en cada rostro alegre una cierta pero innegable sensación de conocerse con anterioridad. Era el rostro de la auténtica amistad del movimiento, vivida y gozada en compañía de personas que sabíamos eran nuestros compañeros de viaje en la vida. Significaba entrar en una unidad más grande en la que cada uno formaba parte del otro.

Los amigos budistas
Cada momento vivido juntos, tanto en la oración (empezábamos cada día rezando y lo terminábamos con la celebración de la misa) como en la diversión (interminables baños en el mar, paseos a lomos de elefantes, excursiones a las islas, visitas turísticas, cenas a base de marisco y cantos) brillaba con una plenitud que no se experimenta habitualmente en unas vacaciones normales. Quizá derivaba del calor de una amistad totalmente viva, que palpitaba con el ritmo asiático, y sin embargo auténtica y maravillosamente de CL, una amistad abierta, sin límites ni fronteras. O quizá de la disponibilidad de cada uno a descubrir, aceptar y estrechar nuevas amistades o a reavivar otras, como demostró la presencia de Wakako y de Yasuhiko, nuestros amigos budistas de Nagoya, en Japón, que, a pesar de sus frenéticos compromisos laborales, decidieron venir desde tan lejos, aunque solo pudiesen quedarse dos días. Estaban constantemente impresionados por la calurosa acogida que cada uno les dispensaba y por el sentido de “familia” que percibieron desde el principio.

Pertenecer a la misma historia
Meditando sobre la carta de Giussani al Santo Padre (con ocasión del vigésimo quinto aniversario de su pontificado) y sobre su editorial en Avvenire («Una alegría racional y posible: nuestra indestructible compañía») encontramos una hermosa coincidencia con la razón que nos había empujado a juntarnos, a estar “en compañía de Cristo”. Mientras escuchábamos a don Ambrogio que nos recordaba que «Dios no se ha cansado de nosotros», nos venía a la mente el hecho de que muchos de nosotros habían osado viajar, alejarse de su tierra miles de kilómetros y llegar hasta Asia para cumplir nuestro destino y descubrir que no estábamos solos. Después de apresurados intercambios de direcciones de e-mail, números de teléfono y promesas de escribirse y seguir en contacto, nos detuvimos en la entrada del hotel para despedirnos de nuestros amigos, saboreando los últimos momentos juntos. Todos los adioses conmovidos y los apasionados abrazos nos daban la certeza de pertenecer todos a la misma historia, la que había comenzado con Jesús y sus apóstoles hacía dos mil años y que se revelaba ahora a cada uno de nosotros, en este maravilloso acontecimiento, en esta experiencia de novedad.
Al final todos volvimos a casa morenos, sonrientes, y con una alegría en el corazón resultante de unas vacaciones distintas de las demás. Por eso todos estuvimos de acuerdo en repetirlas una vez al año y ya esperamos las próximas con impaciencia. Mientras, el movimiento en Asia sigue creciendo, no solo en dimensiones y numéricamente, sino también en profundidad y comprensión de lo que significa ser verdaderamente humanos, ¡verdaderamente cristianos!