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Huellas N.3, Marzo 2004

SOCIEDAD AVSI

Rumanía. Alina. Nadie educa si no es educado

Alina Boanca

En 1991 fue por primera vez a Italia, de vacaciones con otros niños rumanos. Después recibió una ayuda para estudiar y aquella compañía continúa hoy. Más aún, se ha transformado en un trabajo para ayudar a quienes no conocen la esperanza

Me llamo Alina, tengo 27 años. Vivo en Rumania. Soy licenciada en Teología y Filología y trabajo en Cojasca, un pueblo de rom (cíngaros), muy pobre, a 40 km. de Bucarest desde hace más de tres años. Desde 1997, CESAL y FDPSR, socios de AVSI Internacional respectivamente en España y en Rumania, desarrollan un proyecto de “Apoyo a la escolarización y atención social y sanitaria para niños gitanos de la barriada marginal de Iazu”. Trabajo fundamentalmente con chicos de enseñanza secundaria. AVSI me invitó a Italia para contar mi experiencia en la Campaña de Navidad dedicada a la educación como factor de desarrollo.
Mientras pensaba qué iba a decir y qué foto iba a enseñar en los encuentros, tenía presentes a mis niños, sus rostros abiertos y su deseo de vivir, y me decía: «¡Cómo han cambiado! ¿Qué mayores se han hecho! ¿Qué será de ellos?».
Preguntas y afirmaciones referidas a mi vida que ya había escuchado hace diez años de los labios de un amigo, que es como un padre para mí y que me decía: «¿Qué será de ti, hija mía?». No puedo hablar de mi actual trabajo sin hablar de mi encuentro con el movimiento hace años, porque sin este encuentro no sé dónde estaría hoy y muy probablemente no llevaría a cabo el trabajo que hago ni lo haría así.

Acogida y familiaridad
Estuve en Italia por primera vez en 1991, durante aquellas “famosas” vacaciones de niños y adolescentes rumanos que organizó Familias para la Acogida. Esto nos permitió salir de Rumanía, cosa impensable durante el comunismo. Lo que tengo muy presente ahora, después de 13 años, es la sincera y calurosa acogida de la familia que me hospedó y de sus amigos (aunque yo era una extraña). Fue una familiaridad inmediata y percibí una mirada... que no lograba explicarme (no sé si por una dificultad inducida por el comunismo o por qué). Mi única preocupación era conocer a estas personas y aprender italiano para poderme comunicar mejor con ellos... ¡porque intuía que era algo que no me podía perder! Después fui conociendo a otros que venían a vernos a Rumanía y cada vez veía más claro que había algo distinto en ellos, que hacía que yo también me sintiera a gusto, ¡hasta el punto de que quise dejar otra compañía para entrar en ésta! Cuando les conocí no pensé: «He encontrado a Cristo presente aquí y ahora a través de estos rostros». Sencillamente, había encontrado una humanidad especial, a la cual ahora puedo dar Su nombre.
Es un camino que ha ido adelante durante años, jalonado de relaciones y personas concretos, con altibajos, incomprensiones y gratitudes, que ha marcado mi vida hasta llegar a juzgar las decisiones que tomo y que marca también el trabajo. Yo quiero que sea para siempre.

Ayuda para estudiar
Antes de empezar a trabajar, cuando hace tres años fui por primera vez al pueblo rom de Cojasca, me impresionó la gran miseria: cabañas de tierra y barro, sin agua corriente o servicio, muchas sin electricidad, etc. Pero, me llamaron la atención las personas, en cuyos rostros sólo se leía una profunda tristeza. Vivían “al día”, sin esperanza o deseos para el mañana, gente embrutecida y envejecida prematuramente. Y un montón de niños por doquier, trabajando junto a sus padres con las manos y los pies enfangados, o jugando con un hacha de madera a modo de raqueta o con una goma vieja atada con dos cuerdas a la rama de un árbol a modo de columpio.
En semejante contexto de pobreza era evidente que había que llevar comida y ropa, pero hubiera sido insuficiente para llevarles un poco de felicidad y dignidad. La única esperanza de una ayuda real y de un cambio podía venir sólo de una educación, no en términos genéricos, con bellos discursos, sino ayudando concretamente a los niños y jóvenes a ir al colegio.
Si bien al principio los padres mandaban al colegio a sus hijos sólo por lo que podían recibir de AVSI (alimentos, ropa, zapatos, material escolar), poco a poco los chicos fueron descubriendo que podían aprender a estudiar y descubrir una realidad más bella e interesante (cuánta alegría cuando les llevamos de excursión, al ver por primera vez un teatro, una empresa, el mar o al comer en Mc Donald’s).

Fiestas de cumpleaños
Lo que nuestros chicos han empezado a entender es que hay alguien que piensa en ellos y quiere su bien (pienso también en todos los benefactores italianos que escriben a sus apadrinados y con amor y discreción les ayudan a crecer), y que ellos valen y no son “un caso”. Por ejemplo, me acuerdo de las primeras fiestas que organizamos por sus cumpleaños, porque muchos de ellos con 12 ó 13 años no sabían su fecha de nacimiento. El fin de estas fiestas no era sólo ayudarles a aprender el día de su nacimiento, sino decirles: «¡Es un bien que tú existas!». Lo que necesitan los niños de Cojasca es sentirse queridos y valorados por lo que son, y sobre todo, sentirse acompañados... ¡como todos!
Cada vez veo más claro que no estamos en Cojasca para resolver los problemas de la gente (¿quiénes somos para ello?), sino para sostener su esperanza, conscientes de que lo que hacemos es sólo una frágil semilla enterrada. ¡Sólo Dios sabe quién, como y cuándo se recogerán los frutos! Esto permite que Dumitru, un chico de Secundaria diga: «Cómo me alegro de que existáis y penséis en mí, y me ayudéis en lo que necesito. De mayor quisiera ser médico para ayudar a los enfermos. Vuestro apoyo me da la esperanza de lograrlo. ¡Sois mis mejores amigos!”.

Mirela, Cristina y todos los demás
Mirela, una chica que hace 1º de bachillerato escribía a sus benefactores italianos: «Aunque no os conozco, sé que tenéis un gran corazón y queréis hacer de nuestra juventud personas con la cabeza sobre los hombros. Por esto quiero dar las gracias por haber entrado en nuestras vidas. Habéis hecho realidad mi sueño de ir al instituto. Quiero que sepáis que cuando sea mayor y trabaje, yo también ayudaré a los jóvenes, igual que vosotros». Y Cristina: «Gracias a vosotros puedo comprarme los libros y pagarme el autobús para ir al instituto y puedo seguir estudiando para ser sastre. ¡Os prometo que me voy a dedicar a mi oficio en cuerpo y alma por la estima que os tengo!
¡Qué verdad tan grande! También fue así para mí. Cuando estaba en segundo de carrera estuve a punto de dejarlo para ponerme a trabajar: la pensión de mi padre no bastaba y mi madre había muerto hacía años. Mi gran amigo (al que me referí antes), me dijo que siguiera estudiando, que él me ayudaría. Aunque no fue fácil aceptarlo, lo hice por la estima que tenía –y tengo– hacia él y porque me hizo entender que estaba dentro de una relación humana mucho más grande, que me ayudaba a crecer, y no se reducía a una cuestión de dinero. Nunca había experimentado una estima así hacia mi vida; me daba confianza en el futuro, al tiempo que me hacía estar contenta. Así, el 30 de junio de 2000, cuando me licencié, mis amigos italianos, que me habían acompañado durante todo este tiempo, me dieron una tarjeta en la que ponía: «Enhorabuena por los resultados que has obtenido. Te deseamos que permanezcas en esta compañía, porque el mundo no necesita sólo buenas licenciadas, sino sobre todo mujeres auténticas».

Campaña de Navidad
En las dos semanas que he estado en Italia he tratado de decir estas cosas y de reconocer lo afortunada que soy por haber encontrado una compañía así, «con estima recíproca, con una esperanza compartida, con amor el uno hacia el otro, algo que era inconcebible antes». Aquí tengo la posibilidad continua de ser educada, porque, si bien es cierto lo que dice don Gius de que «nadie genera si no es generado», ¡también es cierto que nadie educa si no es educado!