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Huellas N.2, Febrero 2004

PRIMER PLANO El hecho que vence a todas las increencias y las dudas de los hombres

La nueva creación obrada por Cristo

Padre Mauro Lepori

Padre Mauro Lepori, abad del monasterio cisterciense de Hauterive (Suiza)

El precioso artículo de don Giussani sobre la Navidad hace resonar en mí un versículo del Prólogo del Evangelio según san Juan: «Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella» (Jn 1,10). Todo lo que existe existe por medio de Jesucristo, todo ha sido creado por Cristo y en Cristo, y no existe significado para la última estrella de la última galaxia ni para la partícula infinitesimal de materia fuera de Jesucristo. Entre lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, Dios ha querido que existiese una criatura, el hombre, capaz de conocer el sentido de todo, es decir, capaz de conocer a Jesucristo, el Verbo de Dios. El corazón del hombre es por naturaleza el punto del universo desde el que toda criatura, tácitamente, hace brotar la pregunta sobre su significado, y desde el que toda criatura espera y acoge la respuesta. Toda la creación gime con dolores de parto (cfr. Rm 8,22) anhelando el encuentro del hombre, del corazón del hombre, con el Significado de todo, que es Jesucristo.
«La Palabra estaba en el mundo, y el mundo se hizo por medio de ella». Los Reyes Magos vinieron desde Oriente para expresar en su deseo la exigencia de las estrellas. Y la respuesta resultó ser un Niño en brazos de su Madre, porque Aquél por el cual el mundo se hizo eligió entrar en el mundo así, en la naturaleza cotidiana de un niño pegado a su madre. Encontrándose con aquel Niño el corazón del hombre, interpelado por cada criatura, encuentra respuesta al sentido de todas las cosas.
Pienso que los regalos de los Magos, tan poco apropiados para la vida práctica de la Sagrada Familia, expresan en realidad las preguntas fundamentales que el hombre, cuando es sabio, lleva dentro de sí para depositarlas a los pies de una respuesta que el hombre no se puede dar por sí mismo, si es sabio, si es veraz consigo mismo, verdadero con relación a las estrellas o a la «más pequeña hoja de álamo». Darse uno mismo la respuesta es una injuria a la exigencia del universo, una ofensa a la naturaleza de todas las cosas. La pregunta acerca del valor y de la belleza de las cosas (oro), la pregunta acerca de la existencia y del rostro de Dios (el incienso), la pregunta por el misterio de la muerte, y por tanto por el sentido de la vida mortal (la mirra), vagan por la humanidad, por la historia, por la cultura, hasta que lleguan a reposar en presencia de Dios hecho hombre, en presencia de aquel que ha hecho todas las cosas y que está aquí, dentro del mundo.
Cuando el hombre, como los Reyes, se encuentra con el Verbo hecho carne, puede partir otra vez hacia la belleza y hacia los valores, hacia la sed de Dios en cada hombre, hacia la vida y hacia la muerte; puede marchar de nuevo hacia la propia familia, los amigos, el trabajo; puede partir hacia sí mismo y hacia el misterio de su corazón lleno de respuesta, de sentido, del Sentido de todo y de todos: Jesucristo, Dios con nosotros, presente en los brazos de María, llevado y mostrado al mundo por la compañía de la Iglesia.
Entonces acoger a ese Niño, acoger a ese Hombre, es todo. La acogida de Cristo es la victoria y la certeza, es la paz, la alegría para mí, para todos, la alegría de toda la creación que gime. Acoger a Cristo es la victoria del ser sobre la nada, del significado sobre la ausencia de significado. Acoger a Jesús hace que todo se vuelva positivo. Juan escribe: «A cuantos la recibieron, les da el poder para ser Hijos de Dios» (Jn 1,12). Todo se vuelve positivo para aquel que acoge a Cristo en todo y en todos. Aunque tuvo que huir a Egipto, víctima de la mentira y de la arrogancia del poder de Herodes, José vivía una plenitud con María, porque a través de aquella circunstancia se le pedía y se le daba la posibilidad de acoger todavía más profundamente la presencia de Jesús en su vida, y por tanto de recibir de Él el poder hacerse más realmente hijo de Dios, justamente como Él. ¿Y qué puede haber más positivo para el hombre mortal que hacerse hijo de Dios como Jesucristo, en la cotidianidad dramática de su existencia?