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Huellas N.10, Noviembre 2003

CULTURA

Weiler. El cristianismo no es una cuestión privada

Andrea Simoncini y Marta Cartabia

J.H.H. Weiler, profesor en la New York University, desde hace más de veinticinco años estudia el proceso de integración europea. Un juicio sobre la Europa que se está diseñando lúcido y provocativo. Contra la pretensión de neutralidad de la nueva Constitución, la defensa del valor público de la fe

Profesor Weiler, en su libro Una Europa Cristiana, Ud. Habla del gueto cristiano europeo. ¿Un gueto cristiano? ¿Lo dice seriamente?
Naturalmente se trata de una provocación, y el término es usado en sentido metafórico, pero es una provocación que brota de una realidad triste y frustrante, y la metáfora es necesaria para mover a la gente de su actitud satisfecha de sí. Las paredes externas de este gueto son bastante evidentes y recientemente han suscitado un gran debate: me refiero al rechazo de incluir en el Preámbulo de la Carta de derechos de la Unión Europea ni siquiera una mínima referencia al patrimonio cristiano de Europa. En el reciente proyecto de Constitución no hay, una vez más, ninguna referencia al patrimonio cristiano, salvo una anémica y genérica alusión a una herencia religiosa junto a la cultural y humanística. Naturalmente este hecho se ha notado y ha sido motivo de indignación a varios niveles. Pero, ¿es realmente una sorpresa? ¿Es realmente tan escandaloso? Y la comunidad de fieles cristianos ¿está verdaderamente exenta de culpa en todo este asunto?

Es difícil ver cuál podría ser la culpa de los fieles cristianos. ¿Quién, por qué, dónde? ¿Y no sorprende el hecho de que haya habido una petición explícita del Santo Padre?
Déjeme primero explicar qué es lo que entiendo por muros internos del gueto cristiano europeo. Son los muros creados por los propios cristianos. Es un dato que para mí es mucho más sorprendente que el rechazo de la Convención de hacer una referencia explícita al cristianismo. Desde hace más de veinticinco años estoy estudiando el proceso de integración europea. A pesar de la explícita orientación católica de los padres fundadores de la constitución europea, no conozco una sola obra de relieve que explore en profundidad la herencia cristiana y el significado cristiano de la integración europea. Escribiendo mi próximo libro sobre Una Europa cristiana he sacado de la biblioteca de mi Universidad, setenta y nueve libros, publicados en los últimos tres años, sobre el fenómeno de la integración europea en general, muchos de ellos escritos por estudiosos que sé que son católicos practicantes. Ninguno de ellos –¡ninguno!– contenía en el índice una mínima alusión al cristianismo. ¿Por qué debería sorprendernos el hecho de que la Convención haya omitido el hacer referencia a la herencia cristiana de la integración europea, si esa herencia cristiana no ha sido proclamada, examinada, discutida y hecha parte integrante del debate sobre la integración por parte de los estudiosos cristianos?

¿ Sabría dar alguna explicación de esta falta?
Puedo sólo apuntar alguna hipótesis. He interrogado a este propósito a muchos amigos y colegas católicos en varios países europeos y he extraído tres posibles explicaciones.
La primera es una extraña interiorización de la falsa premisa filosófica y constitucional de las formas más extremas del laicismo tal como se encuentran, por ejemplo, en Francia. La libertad de religión es libertad de practicar la propia fe religiosa y también libertad de toda forma de imposición religiosa. Pero en el vértice de tal concepción está la firme convicción de que no puede existir ninguna alusión o referencia a la religión en el ámbito público del Estado, porque sería una transgresión... pero ¿de qué? Rige la ingenua convicción de que el Estado, para poder ser religiosamente neutral, deba ejercitar un riguroso laicismo. Pero eso es falso por dos motivos: en primer lugar, no existe una posición neutral en una elección binaria. Para el Estado, abstenerse de cualquier simbolismo religioso no es más neutral que el adoptar cualquier forma de simbolismo religioso. La religiosidad de vastos segmentos de la población y la dimensión religiosa de la cultura son datos objetivos. Negar estos datos significa simplemente privilegiar una visión del mundo sobre otra, enmascarándolo como neutralidad.

Decía que es falso por dos motivos.
Aceptar esa visión de la relación entre Estado y religión significa también aceptar una definición laica (del siglo XVIII) de lo que significa la religión en general y el cristianismo en particular. Es una visión que deriva de la cultura de los derechos que trata la religión como una cuestión privada, equiparando la libertad de religión a la libertad de pensamiento, de conciencia y de asociación. Pero ¿se puede aceptar que el cristianismo sea relegado al ámbito de lo privado por parte de la autoridades laicas del Estado? No nos malinterpretemos: yo creo en el ordenamiento constitucional liberal con sus garantías de democracia y libertad. Pero creo también en una expresión y en una visión religiosa enérgica en los espacios públicos garantizados por nuestras democracias constitucionales.
Me parece que muchos estudiosos católicos han confundido la disciplina pública de la democracia constitucional con una disciplina privada del silencio religioso en la esfera pública. Y todavía peor: los estudiosos cristianos han interiorizado el concepto de que integrar el pensamiento y la doctrina cristianos en sus reflexiones sobre el derecho constitucional, sobre la teoría política y la sociología, sea una traición de su posición académica, de su objetividad y de sus credenciales científicas.

¿Existen otras razones?
Otra razón es el miedo: sí, el miedo. Miedo de que, en un ambiente académico dominado por una clase intelectual a menudo tendente a la izquierda o al centro-izquierda, la asimilación de una visión cristiana (diferente de un estudio de corte científico sobre el fenómeno religioso) pueda marcar al estudioso con un sello de escasa objetividad científica, de no ser un “libre pensador”. Y en tercer lugar –lamento decirlo– por ignorancia. Sí, la pura y simple ignorancia es otro factor. ¿Cuántos pertenecientes a la clase intelectual han leído, estudiado, reflexionado, por ejemplo, sobre las enseñanzas del actual pontificado, con un Papa de pensamiento extraordinariamente profundo, sobre las encíclicas, las cartas apostólicas etc. con la misma asiduidad con la que estudian las más recientes contribuciones que proporcionan los modelos intelectuales laicos de nuestra generación? Sí, es sorprendente el hecho de que la explícita petición del Santo Padre haya sido relegada de la Convención; pero para mí, es todavía más sorprendente el hecho de que el reclamo de este Pontífice para que los laicos sean los mensajeros de la doctrina cristiana en su vida privada y profesional pase en muchos casos igualmente inadvertido. La vida de los que han sido tocados por la fe no puede, una vez que salen del ámbito doméstico y familiar, ser idéntica de la que aquellos que no han sido tocados por la fe. Esto es verdad para el bodeguero del mercado, para el conductor de tren, para un ministro de la República e incluso, sí, para aquellos cuyo trabajo es, de una forma u otra una reflexión sobre la política oficial de las autoridades públicas.

¿Cuál es entonces, en su opinión, la relevancia del cristianismo y de la doctrina cristiana en el debate de la integración europea?
En primer lugar está el problema de la identidad. Es sencillamente ridículo no reconocer que el cristianismo es un elemento enormemente importante para la definición de lo que nosotros entendemos por identidad europea, para bien y para mal. En el arte y en la literatura, en la música y en la escultura, incluso en nuestra cultura política, el cristianismo ha sido siempre una constante, una inspiración y un motivo de rebelión. No existe un juicio valorativo al afirmar este hecho empírico. Existe un juicio de valor sólo al negarlo.

Pero en este sentido Ud. Trata el cristianismo como un fenómeno sociológico, no como una fe viva basada en una verdad revelada.
El cristianismo también es esto, un fenómeno sociológico e histórico. Pero también una fe viva, la verdad revelada a los ojos de los que a ella se adhieren. Y es aquí donde la doctrina cristiana se convierte en relevante.

Pero, ¿qué tiene que ver esto con la integración europea?
Pues, bastante. Los hechos históricos, como también la historia de la integración europea, no tienen un significado intrínseco. Tienen el significado que nosotros les hemos atribuido. La puesta en juego es el significado que queremos darles. Una Europa cristiana no es una Europa que apoyará el cristianismo. No es una llamada a la evangelización. Una Europa cristiana es aquella que puede aprender de la doctrina cristiana. Reflexionar, discutir, debatir y en última instancia atribuir un significado a la integración europea sin una referencia a una fuente tan importante significa empobrecer a Europa. Para los laicos y para los no cristianos esta se convierte en un desafío que afrontar. El cristianismo hoy ofrece interesantes referencias sobre los problemas centrales, los problemas fundamentales, los desafíos más profundos de la auto-comprensión misma de qué es Europa. He aquí algunos breves ejemplos, algunos entremeses para abrir el apetito.
La relación con el otro –dentro de nuestra sociedad, además de nuestras fronteras dentro de Europa, y más allá de las fronteras europeas– es probablemente el desafío más importante al que la integración europea trata de responder. La Redemptoris missio es una profunda exposición de cómo pensar, cómo conceptuar una relación respetuosa con el otro. Por una parte, con valentía, evita el relativismo epistemológico y moralista de la posmodernidad, afirmando lo que considera que es la verdad. En realidad es su Verdad. No se puede respetar verdaderamente al otro si no se tiene respeto por el propio yo, individual y colectivo. Este tipo de acercamiento puede dar muchos frutos en los distintos debates que se desarrollan en Europa sobre estos problemas. El mercado es otra cuestión fundamental de la Unión Europea. Alguno diría incluso que es “la” cuestión fundamental. La Centesimus annus ofrece una de las reflexiones más profundas sobre las ventajas del libre mercado, pero también sobre sus riesgos para la dignidad humana. Es una reflexión que va mucho más allá del mantra de la “solidaridad” que recorre incesantemente el debate sobre la integración europea. La Europa no debe necesariamente unirse a la doctrina de la Iglesia en este argumento. Pero ¿porqué excluirla del debate? Y habría muchos otros ejemplos que serán desarrollados en el libro.

¿Cómo reaccionarían los no cristianos, como los judíos o musulmanes a la idea de una Europa cristiana? ¿Está Ud. a favor de la exclusión de Turquía?
Una Europa cristiana no significa una Europa para los cristianos. No significa una aprobación oficial o una llamada a la evangelización. No es esta la función de la Unión Europea. Significa, como ya he explicado, una Europa que no niega su herencia cristiana y la riqueza que el debate público puede obtener de la implicación con la doctrina cristiana. Hay algo cómico (o mejor dicho, trágico) al ver los que más se oponen a toda referencia a la religión o al cristianismo en el borrador de Constitución posicionados en la primera línea del frente de oposición al ingreso de Turquía en la Unión Europea. A mi modesto entender, es un insulto al cristianismo y a su enseñanza de clemencia y tolerancia el afirmar que no hay lugar en Europa para una nación no cristiana. Por lo que respecta a los judíos –yo soy judía observante, hijo e un rabino de familia europea desde hace varias generaciones–, en estos años hemos sido a menudo víctima, así es, de los cristianos y del cristianismo. ¿Porqué deberíamos temer el reconocimiento de la cultura dominante, precisamente, como dominante? Si temo algo es esto: negar la relevancia de la herencia cristiana en la simbología pública europea, en el ámbito público europeo significa también negar la relevancia de mi religiosidad en ese mismo ámbito público.