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Huellas N.9, Octubre 2003

IGLESIA

Junípero Serra. Desde Mallorca hasta California, por el camino de la misión

Ricardo Olvera y Damian Bacich

Desde la lectura de las vidas de los santos hasta el ingreso en la orden franciscana, el ímpetu misionero no le abandonó nunca. Empujado por el deseo de visitar las lejanas “Indias”, zarpó desde España hacia Méjico y California, en donde fundó una serie innumerable de misiones. Su lema: «Siempre adelante». Su objetivo: la difusión de una educación cristiana


Miguel José Serra nació y fue bautizado el 24 de noviembre de 1713 en la pequeña ciudad de Petra, en la isla de Mallorca. Aunque era de naturaleza un poco enfermiza, desde niño estuvo animado por grandes aspiraciones: apasionado por las vidas de los santos, le fascinó especialmente la figura de san Francisco de Asís. A los quince años dejó su familia para entrar en la Universidad Franciscana de la vecina Palma, en donde se inscribió en la Facultad de Filosofía. Con tan solo diecisiete años su madurez era tal que fue admitido en la orden franciscana, a pesar de la preocupación de una parte de sus superiores a causa de su salud precaria. Al vestir el hábito franciscano tomó el nombre de Junípero (que significa “juglar de Dios”, apelativo usado por el mismo san Francisco). En 1737 fue ordenado sacerdote, y pasó a enseñar teología durante siete años en la Universidad Luliana de Mallorca. Aun siendo muy apreciado como profesor, fray Junípero no se contentaba con una buena carrera académica. Estaba ansioso por visitar otros países, cosa común para los habitantes de Mallorca, durante siglos navegantes y cartógrafos, y hecho corriente para muchos españoles de la época, que deseaban zarpar para las lejanas “Indias” (como se llamaban en aquella época las tierras de América). Además tenía siempre en la mente los relatos heroicos de los santos que había leído de niño. Su sueño no estaba inspirado por el ansia de descubrir nuevos tesoros o de ganar glorias militares, sino sobre todo por el deseo de anunciar el acontecimiento cristiano a aquellos que todavía no lo conocían. Pero Serra sabía que los primeros discípulos habían sido enviados por Cristo a predicar de dos en dos, y pidió a Dios durante meses que le enviara un compañero.

Viaje hacia tierras desconocidas
En 1749 su sueño se hizo realidad. Encontró a otro franciscano, de su mismo pueblo natal, que deseaba partir como misionero para América. Se trataba de Francisco Palou, que acompañará al padre Serra en muchos de sus viajes, y que será el autor de su biografía póstuma.
El viaje hacia las tierras españolas de ultramar era muy penoso. Al desembarcar en Veracruz, acompañado por una veintena de frailes, el padre Serra decidió llegar hasta la ciudad de Méjico a pie para iniciar su obra, mientras que sus compañeros viajaban en mulas. Por una picadura de insecto mal curada tendrá que convivir hasta su muerte con una herida en la pierna que hará que camine siempre con dificultad.
Al llegar a la Ciudad de Méjico pasó un periodo de estudio en el colegio de San Fernando para prepararse para el servicio misionero. Poco tiempo después empezó su obra misionera con otros frailes franciscanos en los montes de Sierra Gorda, en donde predicaba a los nativos, y fundó nuevas misiones en territorios que antes habían sido extremadamente hostiles a la fe cristiana. Durante su estancia se ganó el respeto de sus superiores y fue nombrado responsable de las misiones. En 1758 fray Junípero volvía al colegio San Fernando, en donde se dedicaría durante nueve años a la enseñanza de la filosofía, hasta que fuera nuevamente llamado a la misión en la que entonces se consideraba la tierra más perdida del mundo: la Baja California.

Fundador de misiones
Durante los primeros cien años de evangelización en California, especialmente a partir de 1697, año de la fundación de la Misión de Nuestra Señora de Loreto al sur de la Baja California, los jesuitas habían instituido diecisiete misiones en toda la península. Cuando en 1767 fueron expulsados los jesuitas de todos los dominios españoles como efecto de las intrigas masónicas en la corte, los franciscanos llevaron adelante la obra por ellos iniciada. Con el padre Serra como responsable de todo el sistema de las misiones, asumieron el control de las viejas misiones jesuíticas que habían quedado vacantes en la península, y desde allí prepararon la gran empresa misionera de la Nueva California. El punto de partida fue Loreto, en la Baja California meridional, pero, como puente entre el norte y el sur, los misioneros fundaron en 1768 San Fernando de Vellicatá, en la parte septentrional de la península, instaurando sólidos vínculos con los habitantes de aquella región. Desde San Fernando, con el apoyo de la Vieja California (hoy Baja California, en Méjico) y junto a colonos, militares, provisiones, semillas y ganado, Serra y sus compañeros se dirigieron al norte hasta alcanzar, el 1 de julio de 1769, la primera misión de la Nueva California (el actual estado de California): San Diego de Alcalá. El lema de Serra, «Siempre adelante», encontraría confirmación en los años sucesivos gracias a la fundación de muchas otras misiones.

Monterrey: un modelo a seguir
Después de haber fundado la primera misión de California del Norte, Serra y sus hermanos franciscanos deseaban establecer una base en el legendario puerto de Monterrey, al sur de la Bahía de San Francisco. Aunque la existencia de la Bahía de Monterrey se conocía ya por las exploraciones españolas de comienzos del siglo XVII, algún tiempo después los navegantes no fueron capaces de encontrarla. Sin embargo fray Junípero emprendió el viaje a bordo del “San Antonio” en búsqueda de la legendaria bahía, y después de un mes de dura navegación desde el puerto de San Diego, llegó finalmente a la que definió como «una gran franja de tierra». Aquí, en Monterrey, fundó su segunda misión, San Carlos Borromeo del Río Carmelo. Entre las siete misiones que fray Junípero fundó durante su vida, ésta se convirtió en el cuartel general de todas las misiones de California, en la que él mismo residía cuando no estaba de viaje. Todas las demás misiones fundadas a lo largo de la costa californiana tendrán como modelo la misión de Monterrey.

Una educación en la totalidad
Las misiones que fundó fueron puntos de referencia esencial para la difusión de una educación cristiana entre los nativos. En el centro estaba siempre la iglesia, en torno a la cual se desarrollaba toda la vida de la comunidad. La enseñanza cristiana no se limitaba al aprendizaje de una doctrina. La iglesia estaba rodeada de aulas, establos, forjas, molinos para el grano, tiendas y almacenes artesanales en los que se desarrollaban los oficios de la época: herreros, fabricantes de ladrillos, curtidores; había también almazaras y prensas para hacer vino. En torno a estos centros se desarrollaba una floreciente agricultura, que arrancaba a las poblaciones de su pobreza ancestral, mientras que la domesticación de animales dio origen a los famosos ranchos californianos. Todas las semillas traídas desde el mundo mediterráneo se adaptaron estupendamente en aquellas tierras, en muchos casos con resultados sorprendentes, permitiendo el crecimiento de frondosos frutales. Las misiones eran empresas basadas completamente en el autoabastecimiento, epicentro de una nueva civilización.
Los principales protagonistas de esta obra civilizadora fueron los mismos indios. Ellos, ayudados por miles de colonos llegados desde la Baja California y desde Sonora, construyeron caminos, fuertes, puertos y las misiones mismas. Las bellas catedrales de ladrillo, que han hecho el “estilo de las misiones californianas” tan famoso en el mundo, son fruto del trabajo de todo un pueblo. Al construir, los nativos aprendían de la arquitectura más moderna de la época, mejorándola con su innata sensibilidad artística. La experiencia del templo, «signo de la cercanía de Dios al hombre», desveló a los habitantes de California un nuevo horizonte en su relación con Dios. Los nativos que habitaban en las misiones aprendieron de los frailes incluso a tocar instrumentos, a leer música y a cantar, creando originales composiciones que combinaban melodías europeas con su peculiar y antiquísima tradición musical.

Pasión por lo humano
Junípero Serra murió de tuberculosis en 1784 en la Misión de San Carlos, a la edad de 71 años. Su sepulcro está desde entonces en el altar mayor de la basílica de la Misión de San Carlos. Durante generaciones después de su muerte, los nativos de la zona de Monterrey siguieron recogiendo las bellotas - de las que era habitual alimentarse - que caían de forma anómala de la encina junto a la que fray Junípero celebró su primera misa.
Los compañeros del p. Serra continuaron la obra que les había confiado, elevando el número de las misiones en California a veintitrés en 1823, año de la fundación de la última misión. El éxito de la empresa misionera fue un prodigio a los ojos del mundo, y suscitó inevitablemente envidias en determinados ambientes. En 1834 el gobierno mejicano, independizado de España, secularizó todas las misiones, expulsó a los franciscanos y asignó los terrenos a ricos latifundistas. En los años siguientes los edificios de las misiones sufrieron una rápida decadencia, terminando a menudo en ruina. En 1850, sin embargo, Méjico perdió los territorios del norte de California, que pasaron a EEUU, y durante el siglo XIX algunos edificios de las misiones fueron restituidos a la Iglesia Católica. Algunas funcionan hoy como parroquias con culto, mientras que otras se hallan en manos del gobierno, y actualmente están bajo la tutela y conservación del California Department of Parks and Recreation, como monumentos históricos, todavía espléndidos a la vista, como testimonio del estupor y del entusiasmo que la fe es capaz de transmitir.
En los últimos años de su vida, conversando con Francisco Palou, su amigo de siempre, Junípero Serra dijo estas palabras recordando el entusiasmo que le invadió en sus primeros años como profesor en Mallorca, un entusiasmo que le daría el ímpetu para poner en pie el gran sistema de las misiones en California: «No he trabajado más que para volver a encender en mi corazón aquellos grandes deseos que sentía desde el noviciado leyendo las vidas de los santos... pero demos siempre gracias a Dios que está empezando a atender mis deseos y pidámosle que todo suceda para Su mayor gloria y para la conversión de las almas».