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Huellas N.8, Septiembre 2003

CULTURA

Mariano José de Larra. La tragedia del nihilismo

Isabel Almería

«El día 24 me es fatal: si tuviera que probarlo diría que en día 24 nací». Así comienza el artículo que Fígaro publicó en El redactor general, el 26 de diciembre de 1836 y ya estas primeras líneas marcarán la pauta de un texto cargado de tristeza, angustia y necesidad

Trabajando sobre La nochebuena de 1836 (artículo publicado por Larra el 26 de diciembre de ese año), me sorprendía profundamente la trágica vida de nuestro romántico autor. No su drama pasional, ni su agitada vida política abocada al fracaso y la incomprensión, ni siquiera su fatídica muerte, sino el trágico nihilismo que dominó su vida y le condujo a este tremendo final. Un nihilismo presente también hoy, en lo cotidiano de la vida, aunque el nuestro ni siquiera merece llamarse trágico, sino más bien, superficial, porque el hombre del siglo XXI, antes aún de negar una respuesta, enmudece la pregunta, censura sus deseos.

Gran talento
Larra tenía un gran talento, era joven, admirado y rico. Firmemente comprometido con la causa liberal, trató de crear, desde sus artículos, una nueva sociedad más próspera y libre. «Si alguna cosa hay que no me canse es el vivir», escribía en enero de 1836... y sin embargo se cansó, quizás porque veía cómo todo aquello por lo que había vivido se esfumaba con el viento. Llegó la decepción política y el inevitable fracaso de su relación amorosa con Dolores Armijo y poco a poco, tres sentimientos fueron invadiendo su vida y sus escritos: la injusticia ante un hombre que ha entregado todo y no ha recibido sino desilusión y abandono, el dolor de ver que todo se vuelve contra él y el deseo irrefrenable de morir al que todo esto conduce. Y es que, su obstinada búsqueda de la verdad y la felicidad no le llevaron más que al desengaño de la vida. Y el mundo se vuelve mentira: «el corazón del hombre (...) cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer».

Cansado de luchar
La vida va cayendo lentamente como una pesada losa en el alma de Larra. Él, que siempre fue un luchador, cargado de deseos y pretensiones; él, conocido y respetado entre los más brillantes, descubre en su propio corazón la impotencia, como dice su criado: «Yo estoy ebrio de vino (...); pero tú lo estás de deseos y de impotencia»; o como escribe en otro artículo: «Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos. ¡Santo cielo! También otro cementerio!». Se había cansado de luchar, de ser la «imagen fiel del hombre corriendo siempre tras la felicidad sin encontrarla en ninguna parte», se siente cada vez más solo y lo mejor es no pensar, no actuar. Poco a poco, la mejor solución va siendo la huida: «Aquí yace la esperanza». Pero ¿cómo huir? Fígaro ya había escapado otras veces, sin embargo ahora se impone una necesidad mayor, quiere huir del mundo, del amor, de la vida. «¿Llegará ese mañana fatídico?», él sabía que iba a llegar, quizás Dolores sólo le alargó la mano para dar ese paso, tal vez sus últimos artículos fueran una llamada de socorro que nadie escuchó, tal vez... Lo cierto es que Larra se miró al espejo y leyó «en su propia cara una especie de extraña sentencia», entonces se escuchó el disparo que ponía fin a su vida y a toda su preocupación.

Una triste enseñanza
¿ Es posible tanta tristeza en la vida de un hombre que lo ha tenido casi todo? Acaso parece injusto que la trayectoria de un luchador acabe tan trágicamente y su deseo se vuelva impotencia y muerte. Pero también a través de su suicidio, Larra parece enseñarnos algo. Sus deseos fueron los nuestros, tan justos que nos constituyen. «¿Hay alguien que desee días de felicidad?»: Fígaro deseaba los días felices, pero su búsqueda falló; buscó en sí mismo y no halló nada, ni siquiera en los demás: «Tú buscas la felicidad en el corazón humano...». «Tú lees día y noche buscando la verdad en los libros hoja por hoja, y sufres de no encontrarla ni escrita», dirá el criado en el artículo.

Pasar por la vida de puntillas
La tragedia de Larra fue vivir en una sociedad hija del racionalismo y rebelde ante él, que exaltaba el sentimiento para luchar contra la razón y sufría la impotencia de esta y la evanescencia de aquel. Y en esta lucha infinita, la felicidad y la verdad se alejaban cada vez más de la experiencia, para habitar en el mundo de la abstracción. La tragedia de nuestra sociedad, dos siglos después, es la misma. Sin embargo, el hombre del siglo XXI no se implica, como Fígaro, en la búsqueda, más bien, trata de pasar por la vida de puntillas, no sea que despierte el deseo de su corazón. Y sería comprensible hablar de la «inútil búsqueda de la felicidad», si no supiéramos que la felicidad se hizo carne y acampó entre nosotros.