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Huellas N.8, Septiembre 2003

BREVES

Cartas

a cargo de María Rosa de Cárdenas

La armonía posible
El Gran Teatro de Córdoba está lleno a rebosar. En el escenario, la historia de Lucia di Lammermoor, en el castillo de Ravenswood, Escocia. Su madre ha muerto, y su ambicioso hermano se empeña en casarla con el príncipe Arturo para salir airoso de sus derrotas en el campo de batalla, mientras que ésta ama al enemigo de la familia, Edgardo, que ha huido a Francia. Se suceden los lamentos de los enamorados y los gritos de venganza a través de las notas que Gaetano Donizetti escribió en 1935. Finalmente, Enrico celebra la boda de su hermana, gracias a una estratagema que hace creer a Lucía que Edgardo ama a otra mujer… Va surgiendo el cansancio en el espectador, que se siente lejano de esta trama folletinesca, donde se apuran los últimos resortes de la indignación y la compasión. De pronto, algo ocurre: mientras todos celebran las bodas, alguien anuncia que Lucia, presa de la locura, ha matado a Arturo y llama a su amado. Ante el horror de los presentes, aparece la figura fantasmal de Lucía, fuera de sí, envuelta en ropajes blancos: «¡He oído el dulce sonido de su voz! ¡ah, esa voz que me ha entrado aquí, en el corazón!... ¡Edgardo! soy tuya...» canta el alma de Lucía, en la que el engaño y la mentira no han conseguido borrar la pertenencia a su verdadero amor, amor que encuentra su única expresión posible anegando su mente y desbordando su razón en medio de la locura. Se identifica así con el hombre moderno, en quien el reiterado prejuicio de que su deseo infinito no tiene respuesta ni sentido ha producido el mismo tipo de locura y enajenación; al igual que Lucía, su alma canta: «¡Ay de mí! ¡aparece el tremendo fantasma y nos separa! ¡ay de mí!...». El amor de la criatura ante su verdadero amado se expresa así en esta mujer que se arrastra sobre la escena gritando cuál es el rostro que espera su alma. «Los más gratos placeres compartiré contigo, ¡una sonrisa del clemente cielo la vida para nosotros será!». Sobre los sollozos de la orquesta se eleva la voz de Lucía engarzada con la flauta, escuchándose y dialogando entre sí en una maravillosa unidad ante la que el corazón no puede sino rendirse estupefacto. Con esta inesperada aliada, Lucía anuncia la armonía posible y deseada para todo hombre. La belleza inunda el escenario despertando al alma de su habitual sopor y trasladándola a lugares insospechados y desconocidos, donde el corazón se origina.
Cecilia, Córdoba (España)


El nombre de Ángel
A mi compañera de trabajo que estaba embarazada de gemelos le dijeron que uno de ellos iba a vivir probablemente tan sólo unas horas, ya que nacería sin cráneo por malformación congénita. Esto la dejó destrozada hasta el punto de que empezó a negar que estaba embarazada de dos niños y decía que sólo esperaba un hijo. Un día, comiendo juntos, algunos compañeros le comentaron que lo que tenía que hacer era pensar en el que venía bien y en que el parto fuese correctamente. Yo la miré y le dije: «Yo tampoco entiendo, pero sé que el hijo que esperas y que va a morir es un misterio; que es tuyo; que es para siempre y que cuando nazca va a ser un ángel que nos va a cuidar a todos». Hace unos días fuimos a verla, pues había dado a luz hacía una semana y me dijo: «Al final ha durado dos días; le he visto: era precioso y es verdad que es mi hijo. Le hemos bautizado y le hemos puesto de nombre Ángel porque nos hemos acordado de lo que nos dijiste». Estoy realmente agradecida por reconocer que el Misterio es algo existente y que sin Él el hombre no puede tener una mirada razonable sobre la realidad. Veo que cuando las cosas no tienen significado las censuramos y tratamos de negarlas; pero si se nos anuncia su significado, podemos partir de la realidad y abrazarla tal y como es. Estoy cada día más segura de que la vocación que hemos recibido es para manifestar esto mismo al mundo entero.
Merche, Murcia (España)


El porqué de tu presencia
Publicamos la carta que Alejandro recibió de su esposa, en la que relata el madurar de su vocación junto a su marido.
Me conmueve sobremanera lo que hemos vivido en los últimos meses. Hace casi tres nació nuestra tercera hija, Isabel, que ha sido como un regalo del cielo y, a la vez, una de las pruebas más duras que me ha tocado abrazar. Hoy recuerdo cómo pensaba que no podía, que no tenía fuerzas para luchar con todo lo que había que hacer en casa, que las gemelas no me respetaban como antes, que mi cuerpo estaba cansado de tanto estar en cama; a la vez, me encontraba incapaz de responder a las exigencias del día a día, viendo siempre lo que falta y no lo que hay. ¡Qué bueno que estuviste allí! Concreto, palpable, para enseñarme a no “luchar” con las cosas de la vida sino a quererlas como vienen, dejando – como decía Leonardo en una de sus homilías citando a Giussani –, que Dios sea Dios y aceptando su libertad. Casi me muero dando a luz a Isabel. Sin embargo, tú estuviste allí llorando y rezando conmigo y agradeciendo a Dios la oportunidad que nos estaba dando para entender que esta vida es finita, pero que es paso necesario para alcanzar la plenitud y hay que vivirla con todos los retos que presenta. Así también estuvimos juntos cuando falleció tu madre: ¡qué experiencia tan dura! todos esperábamos que pasara en cualquier momento ya que su enfermedad había sido muy larga, pero la muerte siempre nos agarra desprevenidos y no estamos acostumbrados a vivir estas experiencias. Hoy pido a Dios que nos dé más fe que nos permita tener certeza sobre Su promesa. Estamos en camino, pero ante estas circunstancias me doy cuenta de lo poco que he navegado en algunos temas y lo necesitada que estoy de Padre. Reconozco que, a pesar de mis quejas por tus obligaciones y tus quehaceres, a través de ti Cristo se concreta en mi vida, que tú eres ese amigo fraterno que me ayuda a hacer memoria sobre lo que realmente importa, y que sé lo que vale estar a tu lado y respetar lo que Dios nos concede vivir. Gracias a tu fidelidad yo puedo ser más fiel al camino que hemos escogido juntos. Una última cosa: no dejes de “molestarme” para que haga las cosas que debo hacer. Sé que puedo ser rebelde sin causa, pero tú, la realidad, eres camino a lo más verdadero para mi vida: yo decidí “dormir con el enemigo” y ahora entiendo más profundamente el por qué de tu presencia.
Alexandra, San Antonio de los Altos (Venezuela)

Lo único propio
Queridos padrinos: Les vuelvo a escribir luego de un tiempo en el que por diversos motivos no me podía sentar ni cinco minutos para escribirles. Cuando recibí el dinero pensamos (mis compañeras de trabajo y los papás de sus ahijados) que lo primero a comprar tendría que ser una frazada para cada nene, ya que el invierno se vino con todo su frío por estos lados. Así fue que averigüé que en un hipermercado de Córdoba estaban de oferta. Una tarde fuimos con una compañera a comprarlas; iba a ser cosa de minutos... eso creíamos. Por diversas razones nos demoramos unas dos o tres horitas. Ya de noche, cuando guardábamos las frazadas en el baúl del coche y ante el silencio de mi compañera (a quien le había dicho que en un ratito nos desocuparíamos) comenté: «Circunstancias como éstas me sirven para volver a recordar porqué hago lo que hago». De regreso, ¡inmediatamente a repartir! Los chicos la recibían muy contentos y los papás muy agradecidos. A los pocos días, luego de comprarles medias y poleras para cada uno comencé el recorrido nuevamente, convencida de que estos chicos ya estarían a salvo del frío. Pero a medida que me alejaba de cada casa me invadía un poquito más la impotencia, la rabia y también la tristeza. Cuando les preguntaba si usaban la frazada, la mayoría de las mamás me decían que, ya sea por frío o por no tener más camas, duermen con algún hermano, y los ahijados no la quieren compartir, no quieren que sus hermanos se tapen, prefieren dejarla arriba del ropero porque son de ellos y nada más. Otros hermanitos se estaban preparando solitos para ir a la escuela, otros me pedían un pantalón, otros decían que en la escuela les cuesta atender. ¿Para qué hago esto? ¿Qué cambió? Los chicos siguen pasando frío, si les llevo la frazada me piden el pantalón, si les llevo el pantalón, me piden zapatillas, si les llevo zapatillas quieren la campera y así sucesivamente: es la historia sin fin. ¿Qué tiene de distinto esta experiencia de padrinazgos de tantas otras que están dando vuelta por allí o en las que he participado? ¿Para qué tanto tiempo dedicado a buscar precios, a ir a Córdoba, volver a las mil y quinientas si después no usan las frazadas, si siguen siendo pobres, si siguen teniendo frío? Estas y otra larga lista de preguntas me dieron vueltas por la cabeza por varios días. Creo haber descubierto mi error: no soy yo quien les va a cambiar la vida, ni una frazada, ni dos ni un par de zapatillas; es esta historia de sentirse amado por alguien, alguien que piensa en mí. Por eso la frazada para ellos es más que algo para no tener frío: es el recuerdo de alguien que los quiere, es algo propio, quizás lo único propio en su historia. No soy yo quien les va a solucionar la vida, ni mi esfuerzo, ni mi buena voluntad. Y así la historia mía es igual a la de ellos, porque lo que nos tiene que determinar no son las circunstancias, sino el deseo y la búsqueda de Alguien que nos ama en estas circunstancias para nuestra felicidad. Como verán, son ustedes los que colaboran para que los chicos, mi familia y yo caminemos de este modo, por eso se lo agradezco a cada uno. Esta vez quise compartir algo mío, pero les prometo que la próxima les contaré algo de cada uno de sus ahijados, que cuando ven mi auto por el barrio, a lo lejos, corren a sus casas para recibir los regalos. Muchos quieren conocer más cosas de ustedes. Mi hijo, que tiene cinco años y siempre me acompaña a repartir sus regalos, le explicaba a su prima: «¿Sabes por qué les traemos regalos? porque hay gente que tiene y comparte con ellos, que son tan pobres. Mi mamá les ayuda a repartir». (Para información sobre la adopción a distancia, consultar la página de Internet www.avsi.org)
María Belén, Despeñaderos (Argentina)


El príncipe en el almacén
Pensábamos que lo que más nos impactaría sería escuchar las conferencias, ver las exposiciones, ver el pueblo de CL reunido en Italia, poder ver a todas esas personas de las que muchas veces hemos leído en Huellas y que nos parecen tan geniales, oír a Cesana, ¡oír a Giussani! Pero nuestra sorpresa fue el trabajo en el almacén. Llegamos de Barcelona cansados de las catorce horas de viaje en coche. Teníamos ganas de ver tranquilamente todo lo que el Meeting nos podía ofrecer, pero nos esperaban para trabajar. A pesar de las asambleas en las que se nos ayudaba, realmente no fue posible cambiar nuestra forma de estar en el almacén hasta que estuvimos con Piero, jefe del almacén. «La mirada expresa un deseo, la espera de una correspondencia», nos dijo. Con esta frase se sintetiza la mirada que Piero tenía hacia los trabajadores. No nos miraba con superioridad, sino esperando una correspondencia, llegando hasta el fondo de nuestro deseo de felicidad que él también comparte. Piero se sentía correspondido y quería ofrecernos su forma de trabajar para que pudiésemos ver que había un modo distinto de estar en un almacén. Lo grande del Meeting es que se cuida cada instante con un valor infinito. ¿Quién nos iba a decir que vendría Emilia, la presidenta del Meeting, a preocuparse por los chicos del almacén? Al concluir la visita de Emilia, Piero se acercó a nosotros y nos abrazó sin decir nada, haciéndonos entender que nuestra simple presencia era parte de su felicidad. Después de estos días podemos decir que nos hemos sentido invitados a unas bodas de príncipe, y que tenemos muchas ganas de poder vivir cotidianamente con esta conciencia aquí en Barcelona.
Josep y Àlex, Barcelona (España)


La solicitud para hacerse amar
A mediados de curso me llamó a la oficina una chica que hace cuatro años trabajó como secretaria en el despacho donde yo estuve unos meses, y a la que había perdido el rastro totalmente. Me comentó que me estuvo intentando localizar a través del listín del Colegio de Abogados de Madrid (donde somos más de 40.000 Letrados) sin encontrarme, pues no se acordaba bien de mi apellido. Luego se le ocurrió llamar a CESAL, donde también estuve trabajando en aquella época, para que le dieran mi número de teléfono. Cuando la vi, le pregunté por qué me había vuelto a llamar después de cuatro años. Dijo que intuía que no fue casual haberme conocido, sino que conllevaba algo excepcional (¡ y apenas coincidí con ella unos pocos meses!). Le invité a las vacaciones de Jaca y respondió que sí sin dudarlo. Cinco minutos después me devolvió la llamada preguntándome si podía venir con una amiga suya. Volviendo de Formigal, tras escuchar a Peppino Zola y Adriana Mascagni, ambas me dijeron, en el coche: «¡Da envidia ver a un hombre y a una mujer que después de tantos años viven así su vida y su matrimonio!». También vino a Jaca la hermana de una querida amiga mía que se había separado de su marido hacía apenas un mes, tras tres o cuatro años de matrimonio y un hijo de tres. Al final de las vacaciones me comentó: «Me he dado cuenta de que durante los treinta y cinco años de mi vida no he hecho nada» y a continuación rompió a llorar conmovida por lo que había visto en esos días. Otro amigo se trajo consigo a las vacaciones a un conocido (un hermano de un amigo suyo, que apenas había visto unas cuantas veces) que quería venir porque el tema de Jaca y de la montaña le sonaban muy bien para rellenar los últimos días de vacaciones. Al final de la semana se acerca y tímidamente me pregunta: «Oye, perdona ¿sabes si queda por ahí algún texto de ese tal Giussani?». O un hombre, que estaba tirado en los bajos de AZCA, alcohólico y cirrótico perdido, que no se separa de la gente de Bocatas desde que los conoció y que viene repitiendo vacaciones por tercer año consecutivo. Ser espectador de estos hechos es realmente conmovedor, porque uno ve claramente cómo muestra Dios, mediante su “coextensión”, la paternidad que tiene hacia el hombre, respetando hasta límites insospechados su libertad. Una ternura y una dulzura que rayan lo exquisito para mostrar su inconmensurable amor hacia la criatura que Él mismo crea. Por ello, uno entiende que la virginidad no es una cualidad de unos cuantos “puros” (Dios nos libre) o algo raro que no se sabe muy bien por dónde agarrar, sino que es lo que sostiene continuamente al mundo y a cada uno de nosotros.
Dani, Madrid


“Inicio”
En la última semana de agosto acompañé a la pequeña comunidad de Mendoza en la presentación de la exposición itinerante «De la tierra a las Gentes». Para los amigos mendocinos, en su mayoría jóvenes profesionales y docentes de bachillerato, fue el primer gesto público en un lugar céntrico y muy concurrido, el recinto central de la Bolsa de Comercio de la ciudad. Al final de la semana, Silvia me escribió esta carta:
Querido Quique: la semana de la muestra terminó con mucha alegría por parte de todos nosotros por la hermosa experiencia que fue y todas las relaciones que hicimos. Conocimos a los dos fotógrafos que nos dijeron que viajaron con vos al venir aquí y a quienes vos invitaste. Creo que fue clave el acercamiento que tuvimos con la gente de la Bolsa a raíz de que nosotros fuéramos a hablar con ellos cuando vos estabas. ¡No sabes el cambio de actitud que eso generó! A tal punto que después nos ayudaron a preparar un cartel con una flecha que decía “inicio” para señalar por dónde empezaba el recorrido de la exposición y se empezaron a interesar por nosotros. El último día un guardia de seguridad se acercó a comprarnos el catálogo. Después de desmontar la muestra y hacer una oración, cantamos juntos Non nobis. Cuando ya no quedaba nadie en la Bolsa, escuchamos que el guardia que cerró con llave se alejaba silbando el Non nobis. Es como si en ese lugar hubieran quedado sembradas semillas de Cristo. Es impresionante lo que pasó en esa semana, primero en nosotros y luego en todos aquellos que se acercaron. Ayer a la Escuela de comunidad fueron tres personas nuevas, dos de las guías y una amiga de una de ellas. Sería interminable contar todas las anécdotas y de hecho este próximo viernes nos vamos a reunir con los guías para compartir la experiencia y la amistad.
P. Enrique Serra, Mendoza (Argentina)


Ciampi y la acogida
Querido don Giussani: En nombre de Familias para la Acogida renuevo mi profundo agradecimiento por tu paternidad y tu guía a lo largo de tantos años, que se recoge en el libro El milagro de la hospitalidad (próxima publicación en lengua castellana en Ed. Encuentro, ndr.). Estamos celebrando numerosos actos para presentar el libro en toda Italia. El 24 de junio acudí al Quirinale, como representante de la asociación en el Forum de las Familias, para participar en un encuentro con el Presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi. Tras su intervención, que expresaba su particular preocupación por los jóvenes faltos de propuestas verdaderas y sumidos en una situación precaria, no podía dejar de proponerle la riqueza que vivo. Cuando se acercó a mí le regalé tu libro y le dije: «Presidente, quisiera ofrecerle este libro, porque de aquí ha nacido nuestra historia de familias que viven la hospitalidad y la acogida. En este texto se recogen muchas respuestas a las preocupaciones que usted ha planteado». Mientras me lo agradecía de corazón, sonó el clic del fotógrafo.
Marco Mazzi, Sommacampagna (Italia)