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Huellas N.7, Julio/Agosto 2003

IGLESIA

Uganda. La noble contienda del doctor Corti

Chiara Pierotti

En África desde 1961, donde fundó un hospital misionero: el St. Mary’s Lacor Hospital, un milagro en medio de la pobreza de la región ugandesa de Gulu

«La estrella resplandeciente de Lacor se desvanece». Con este titular anunciaba uno de los periódicos ugandeses más importantes, The New Vision, el fallecimiento del doctor Piero Corti, misionero italiano de 78 años (los cuarenta últimos transcurridos en África) ocurrido unos días antes. El doctor Corti estaba considerado (todavía sigue estándolo) un héroe nacional. El lunes de Pascua, al día siguiente de su muerte, todos los medios de comunicación ugandeses comunicaban la triste noticia. Sus restos mortales llegaron a Entebbe procedentes de Italia el 23 de abril y durante tres días fueron velados por familiares, amigos, médicos, conocidos, máximas autoridades eclesiásticas y civiles, representantes de Italia y, sobre todo, su querido pueblo Acholi, que lo veló durante todo un día y una noche antes de recibir sepultura en el mismo hospital que fundaran los combonianos y que él convertiría en el actual St. Mary’s Hospital. Descansa ya junto a su mujer Lucille Teasdale (cirujano canadiense, fallecida en 1996 tras contraer el SIDA durante una de sus miles de intervenciones quirúrgicas realizadas en el Lacor Hospital durante los años de la guerrilla) y junto al doctor Matthew Lukwiya, subdirector del hospital (fallecido en el 2000 a causa del Ébola). El funeral fue muy emotivo entre ceremonias oficiales, oraciones, vigilias, bailes y cantos locales, pero sobre todo por la masiva participación de miles de personas. Para tal ocasión, un grupo de danza bailó el Mill-liel a ritmo de tambor, un ritual reservado sólo a los jefes de la etnia Acholi. Durante la homilía del oficio fúnebre en la catedral del Gulu, el obispo recordó cómo el doctor Corti, a pesar de su carácter estricto, actuaba como Cristo dice en el evangelio: lo que hagáis al más pequeño de mis hermanos es como si me lo hicierais a mí (Mt 25, 40). Un hombre así impele a preguntarse por qué un médico de familia acomodada de Brianza decide pasar su vida lejos de su amada tierra, aceptar la lejanía de su hija que desde muy pequeña regresa a Italia y llorar en África la muerte de su amadísima esposa, Lucille. Una educación cristiana como apertura al mundo y una (probablemente innata) pasión por África llevaron al doctor Corti, especializado en pediatría, neuropsiquiatría y radiología a decidir en 1961 irse a África, acompañado por su futura mujer, Lucille Teasdale, y establecerse en Gulu para trabajar en un pequeño dispensario gestionado por monjas combonianas. De este modo, año tras año, con muchos sacrificios, la ayuda de amigos y familiares italianos y al final sostenidos económicamente por la propia Fundación Lucille y Piero Corti, lograron construir un hospital misionero, el St Mary’s Lacor Hospital. El centro cuenta con unas 570 camas, unas 200.000 visitas ambulatorias y unos 25.000 ingresos hospitalarios al año, y está ubicado en una zona rural al norte de Uganda, territorio de Acholis y rebeldes, atormentada por el SIDA y la ya famosa epidemia de Ébola. Lo que llama la atención del Lacor Hospital, aparte de la pulcritud y la eficiencia del personal sanitario, es la entrega que todos muestran hacia sus enfermos. Es como si la frase «nuestra vocación es salvar vidas», tan repetida por el doctor Matthew durante el duro trabajo de contener la epidemia de Ébola, hubiera penetrado profundamente en muchos de ellos. Esta dedicación que manifestaba el doctor Matthew al afrontar su trabajo de médico en estos confines perdidos de África se la había transmitido el doctor Corti. Así lo subrayaba The New Vision citando una frase del obispo de Gulu: «Amó profundamente a la gente, como podía verse en la manera de ejercer su profesión de médico. Quiso a Uganda hasta el punto de negarse a abandonar el país durante el difícil período de la dictadura de Amin y las recientes guerras rebeldes». Incluso en los momentos más duros de la guerra, cuando la embajada italiana solicitó la repatriación de todos los italianos, que habría conllevado la clausura del hospital, el doctor Corti se negó a irse y permaneció entre los que ya eran para él su gente, los Acholi, y por ello ahora le consideran uno de los suyos: «Ahora somos huérfanos también de padre. Primero murió Lucille, después Matthew y ahora Piero» - son las conmovedoras palabras de una de las enfermeras -. Esta sensación de tristeza y orfandad se respira en el aire, aunque para todos resulta evidente que la obra y el trabajo pueden y deben continuar. El gran desafío que se nos plantea a todos los que trabajamos en el Hospital, sea de manera temporal o definitiva, es el de seguir la obra empezada por su fundador, manteniendo el espíritu original de misión, dimensión esencial de la experiencia cristiana. Decía san Pablo, «aunque reparta todos mis bienes y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada soy», porque sin caridad, el trabajo del “misionero laico” corre el riesgo de convertirse en un fin en sí mismo y no en instrumento de la acción de Dios. Como reza el cartel que notificaba su muerte (en Italia se acostumbra a dar aviso de las defunciones poniendo un cartel en las parroquias y edificios públicos, ndt.), el doctor Corti «ha competido en una noble contienda, ha llegado a la meta en la carrera y ha conservado la fe» (2Tim 4, 7)