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Huellas N.7, Julio/Agosto 2003

VIDA DE CL

Misión. Pequeñas semillas en tierra bohemia

Pilo Rodari

La Iglesia en la actual República Checa, tras años de comunismo y persecuciones, está recobrando lentamente sus fuerzas, a través de los encuentros diarios y también gracias a la presencia del p. Stefano, que el pasado 21 de junio recibió la ordenación sacerdotal junto con otros compañeros de seminario


Cualquiera puede visitar Praga como un simple turista y todo resulta hermoso, casi un museo. Es como si se entrara en un cuento y, al salir, uno se siente como un niño después de pasar una hora en un parque de atracciones: queda la sensación de haberse trasladado a un mundo irreal donde no se puede tocar nada. Sin embargo, si se observa atentamente, la ciudad, aparte de su gran belleza, habla de otra realidad.
Sabido es que cuando Hitler la invade en el 38, gran parte de la intelectualidad judía es exterminada en los campos de concentración. Los años posteriores, incluidos los del régimen soviético hasta el no lejano 89, no fueron suficientes para llenar este vacío: significó la trágica desaparición de un mundo cultural que desde hacía siglos había irradiado investigación y creatividad.
El pueblo checo, superviviente del genocidio alemán y las deportaciones soviéticas, tuvo que convivir durante años con la continua amenaza de un régimen duro y severo y, al final, el resultado fue un sentimiento generalizado de terror e inseguridad.

Como pioneros en camino
É sta sería probablemente la situación que se presentara ante los ojos de los primeros universitarios milaneses de CL que, entre los años 60 y 70, igual que pioneros en busca de un mundo desconocido y lejano, fueron a llevar esperanza a la humillada Iglesia checoslovaca. Muchos, entre ellos algunos sacerdotes mayores, recuerdan con especial precisión unas vacaciones de principios de los 70 en Hungría, en las que algunos jóvenes ciellini se juntaron con católicos checos. Quedaron muy impresionados por su silencio, una mezcla de miedo y discreción de sus personas, signo indeleble de una realidad muy distinta a la de Occidente: un diferencia abismal entre dos mundos. Por un lado estaban los chicos italianos que el movimiento había enviado para llevar la alegría de su fe, renovada y reforzada en el encuentro con don Giussani; por otro, un pueblo cuyos orígenes y tradiciones eran censurados constantemente, para el cual la fe era el último baluarte secreto contra el intervencionismo del poder, una fe vivida en silencio, con el permanente temor a la delación y la traición.
Prácticamente desde el 38 hasta el 89, la Iglesia checa no tuvo derecho a existir. Durante los años del régimen comunista, dos terceras partes de los sacerdotes fueron forzados a inscribirse en la “Pacem in terris”, una asociación creada desde el sistema comunista con el fin de controlar a todo el clero. Quien no entraba a formar parte de ella se veía obligado a huir, a vivir en la clandestinidad o a trabajar aceptando las duras limitaciones impuestas por el régimen a la libertad. El padre Vladimir Vyhlidka, por ejemplo, uno de los primeros “contactos” seguros de los chicos del movimiento durante los años 70, estaba entre estos últimos. Aprovechando un permiso de diez días, huyó del país a través de Austria y se refugió en Roma, donde se prepararía para ser sacerdote en el colegio Nepomuceno. Al ser ordenado quiso volver a su país (elección, por otro lado, poco común en aquellos tiempos). A pesar de obtener el permiso para regresar, no se le autorizó a ejercer su ministerio. Estuvo trabajando durante tres años en un hospital de la ciudad hasta que finalmente el régimen le concedió vivir “como sacerdote”, aunque bajo estrictas restricciones. A partir de ese momento se convierte en secretario del cardenal Tomacek, quien, semirecluido en el palacio episcopal que valientemente había defendido de ser confiscado, se había convertido en la “voz” de la resistencia católica frente a la barbarie comunista.

Años de sufrimiento y persecución
También el actual cardenal Vlk en persona pasó años de sufrimiento y persecución. Las continuas amenazas del régimen le obligaron a vivir en la clandestinidad. Durante años, trabajó como limpia cristales en las calles de Praga y, mientras limpiaba los escaparates de las tiendas del centro, confesaba y ayudaba a la gente.
« La fe me acompañó con su paz, incluso durante mi nuevo trabajo de limpia cristales por las calles de Praga», contó durante una intervención en el Meeting de Rímini en 1997. «Durante casi diez años recorrí esas calles, con frío o con calor, sostenido por la fe y el amor».
La situación cambió radicalmente cuando en enero del 93 Praga se convirtió en capital de la República Checa. La democracia entró en el país y la recuperada libertad trajo consigo un bienestar. Gracias a los recursos económicos extranjeros, al boom del turismo y a una sólida base industrial, el país vive hoy prometedores horizontes de desarrollo y crecimiento. La tasa de paro es muy baja, los comercios están llenos y ya se han restaurado muchas de sus ciudades. Es verdad que tampoco faltan los aspectos negativos, como la escasez de vivienda a precios asequibles, el vertiginoso aumento de la criminalidad o el deterioro del sistema sanitario; pero en general, la joven democracia y su radical transformación económica parecen funcionar e impulsar a la pequeña República hacia su ingreso en la Unión Europea.

Por la Europa atea y nihilista
El cardenal Vlk ve en el ingreso en la Unión una gran posibilidad de que su Iglesia pueda ser testimonio ante una Europa atea y nihilista. En el discurso de despedida de la presidencia de la CCEE (Consejo de Conferencias Episcopales Europeas) afirmó que la tarea de la Iglesia católica será demostrar que en la noche de Europa ya está presente el alba, el alba del espíritu.
La presencia actual de CL en la República Checa quiere precisamente ser parte de este alba.
¿ Cómo contribuir a que el pueblo católico vuelva a reencontrarse a sí mismo, a redescubrir su propia tradición católica y su ímpetu misionero?
La Escuela de comunidad que un grupo de personas hace todas las semanas con Marco Annoni, arquitecto italiano instalado en Praga después de casarse, es una primera respuesta. Otro pequeño signo son los jóvenes checos de Brno que se reúnen para leer juntos a don Giussani después de haber acudido a unas vacaciones organizadas por Beppe Meroni y que reciben mensualmente la visita de los universitarios de Viena.

Pequeñas semillas que crecen
Desde hace un año, se encuentra también en Praga un misionero de Turín de la Fraternidad de San Carlos licenciado en arquitectura, Stefano Pasquero. Una de sus principales preocupaciones, aparte del estudio de la lengua checa, era la de establecer relaciones con los católicos de Praga. Muchas veces es suficiente con poco, una llamada o un café en un bar del centro, para que surjan nuevas relaciones o que un pequeño pueblo católico redescubra su identidad. Es el caso de un grupito de jóvenes que han conocido en la universidad después de leer una hoja del tablón de anuncios, firmada Voz estudiantil por Cristo, invitando a participar en una lectura de la Biblia, o la amistad con el coro de la universidad con los que tras los ensayos semanales suelen quedar en una cervecería.
Son pequeñas semillas de una experiencia destinada a continuar. Al menos éste es el deseo del cardenal de Praga que ha nombrado a Stefano capellán del Campus Universitario de Suchdol, a las puertas de la ciudad, donde viven y estudian cinco mil estudiantes. En septiembre estará en Praga con Stefano otro italiano de Turín, Andrea Barbero, con quien empezará a tomar forma la primera casa de la San Carlos en tierra bohemia.
Hoy más que nunca, Europa tiene necesidad de testimonios de fe, de gente que dedique su vida a dar testimonio de Cristo dentro de la existencia cotidiana. En ciertos aspectos parece como si hubiéramos vuelto a los tiempos de Pedro y Pablo en Roma, cuando en un mundo totalmente pagano grupúsculos de auténticos cristianos vivían su vida cotidiana por Cristo.
De estos testimonios es de lo que tiene necesidad la Europa de hoy.