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Huellas N.5, Mayo 2003

BREVES

CARTAS

a cargo de María Pérez

Un abrazo de paz
El pasado 14 de marzo, Angélica Livné Calò y Samar Sahhar tuvieron la oportunidad de contar su experiencia en el instituto en el que el padre Angelo da clases de Religión, y yo de Historia y Filosofía. En el aula magna, abarrotada de oyentes expectantes, no tuvo lugar el habitual debate sobre Oriente Medio o una lección teórica de multiculturalismo, sino un acontecimiento presente de amistad y libertad sólo posible gracias al valor y la penetrante humanidad de Angélica y a la demoledora sencillez de la fe de Samar (cfr. Huellas, 9 de 2002), una cristiana palestina que dirige un orfanato en Betania (en el que nuestra escuela sostiene, a través de AVSI, una adopción a distancia desde hace dos años). Antes de venir a Italia, cada una de ellas se despidió de sus alumnos. Uno de ellos le dijo a Angélica: «Vas a ver a una amiga palestina en Italia, ¿y te fías?». «Sí. Mira, me regaló este broche con la paloma de la paz». Otro niño de seis años de la escuela de Samar comentó: «Nosotros somos palestinos y necesitamos vivir, y también los judíos tienen que vivir. Entonces, ¿por qué no podemos vivir juntos?». Angelica, especialista en teatro, animó a seis jóvenes a realizar una elocuente puesta en escena sobre el tema de la guerra. Representaban un homicidio. La víctima decía que estaba muerta y los asesinos que se sentían culpables. Angélica explicó que esto es lo que experimentan muchos jóvenes que son obligados a vestirse de soldados. Pero, ¿cómo no defenderse? Se emociona al acordarse de sus hijos, el mayor de veinte años ya en el ejército y el segundo, preparándose para ser piloto. Al abrirse el debate, uno de los jóvenes preguntó qué podían hacer en el día a día para construir la paz sin caer en falsas utopías. Angélica respondió: «No os dejéis influenciar por prejuicios. Nunca digáis, éste tiene razón y éste se equivoca. En todas las posturas hay algo de verdad. Buscadla y favorecedla». Otro alumno preguntó cómo era posible que los judíos, que han sido víctimas de la Shoà, se hubieran convertido ellos mismos en asesinos de los palestinos. Samar le respondió que la actitud de Israel hacia ellos no podía reducirse a lo que vemos en la televisión, y les habló de las ayudas que reciben de la administración judía. Al final del encuentro aprendimos un canto de paz en hebreo y en árabe: Od yavo shalom aleinu, Shalom aleinu veal kol olam (La paz vendrá sobre nosotros). «Estamos ante algo extraordinario que está sucediendo precisamente aquí, en nuestra escuela. ¡Es la historia, y también vosotros formáis parte de la historia en este momento!», dijo con emoción el director, al que, por cierto, agradezco su total colaboración en la realización de esta iniciativa. En el terreno educativo, se hizo evidente que sólo una implicación personal puede poner en movimiento la libertad; y así la razón, en cuanto dependiente de la experiencia, se realiza con más facilidad como apertura a la totalidad de los factores que están en juego. De hecho, el clima humano a lo largo de todo el encuentro fue de cálida simpatía y aprecio, y algún que otro tono más forzadamente ideológico se templó con la conmovedora y vibrante humanidad de Angélica y Samar, que nos «ayudaron a ensimismarnos con la situación en la que viven, mucho más que la televisión, a pesar de la abundancia de noticias», como me decía una alumna al concluir el encuentro. Por la tarde, en la Facultad de Filosofía y Letras de nuestra universidad, 500 personas asistieron al encuentro promovido por el Centro Cultural. Impresionados y fascinados, muchos de los oyentes de la mañana volvieron, algunos incluso con sus padres. El relato de Samar se convierte súbitamente en una oración de dolor: «Y Tú, Dios, estoy segura de que estás llorando, porque nos hemos convertido en hombres sin humanidad, orgullosos de nuestras armas, contentos de ser enemigos, cuando Tú querrías que fuéramos hermanos. Dios, Tú ves cómo construimos tumbas en vez de jardines y escuelas. Hemos causado la destrucción de familias, viudas, niños muertos, refugiados y prisioneros, en vez de trabajar juntos por un futuro mejor. Señor, te pedimos con urgencia el perdón y la salvación: seremos juzgados como responsables de las acciones que hemos llevado a cabo. Nuestros hijos y nietos nos maldecirán y nos preguntarán cómo, habiendo sido ubicados en una misma tierra, ha sido imposible que viviéramos juntos». También vimos una película, Flowers of hope, rodada en 1995, sobre un proyecto educativo llevado a cabo por profesores judíos y palestinos con sus respectivos alumnos. Durante todo un año se juntaron para sembrar y cultivar la tierra, esa tierra común sobre la que Dios les ha llamado a vivir. «Para nosotros esto es todavía un sueño - dice Angélica - , aunque es lo que deseamos». Pero, ¿es suficiente una historia de amistad, un trabajo en el terreno educativo como camino para alcanzar la convivencia entre judíos y palestinos? ¿Cómo influye todo esto en las decisiones políticas? Son las estúpidas y escépticas preguntas que surgen al compararse con quien testimonia que la paz es posible y que pertenece a la responsabilidad personal de cada uno.
Michela, Bari

En la distracción cotidiana
Hace ya 11 años que mi vida y la de mi familia tomó unos derroteros completamente diferentes de los previstos. En primer lugar, por el encuentro con la experiencia de Familias para la Acogida y nuestros acogimientos familiares; y después por mi segunda licenciatura en Servicio Social que, a los cuarenta años, podría parecer como una especie de degeneración, pero que en realidad marcó este imprevisible viraje. Y el año pasado, otro imprevisto más: me llamaron para un importante proyecto de investigación que acepté enseguida sin dudar. Me convencí de que se trataba de una oportunidad que no podía dejar escapar, a pesar de que la idea de trabajar con ancianos no me atrajera, pero acepté pensando que mientras yo me dedicaba a la investigación, serían otros los que trataran a los ancianos. Durante una conversación, mi coordinador, a punto de salir para América, me pidió que fuera al departamento de Rehabilitación Geriátrica para dar mi opinión como asistente social. Ya hace un año de eso, y ese “sí” interesado se ha transformado en un brinco en el corazón, en un anhelo misterioso por estar con esas personas tan marcadas por el sufrimiento. Al entrar allí, encuentras miradas perdidas en el vacío, ojos abiertos hacia quién sabe qué, sonrisas que a menudo no tienen nada que ver con una expresión de alegría, casi un Via Crucis que desentona con la belleza de los objetos circundantes. Durante estos meses, frente a la evidente impotencia (porque con frecuencia no son suficientes los programas, los tratamientos de rehabilitación o los proyectos para paliar todo ese sufrimiento) de esas miradas y de esos cuerpos tan marcados, brota, a menudo entre el cinismo y la indiferencia de quienes trabajan conmigo, una inexorable positividad, una incesante pregunta: ¿era necesario que Tú, Cristo, te revelaras a mí de un modo tan dramático pero al mismo tiempo tan inequívoco y terriblemente humano? Y vuelve a mi memoria una poesía de Testori que se refiere a esa humanidad, a esa carne marcada por la enfermedad: «Te he amado con piedad/ con furia te he adorado/ te he violado, avergonzado,/ blasfemado./ Puedes decir cualquier cosa de mí/ menos que te he evitado». ¿De qué sirve todo esto si no es para que perciba que Tú te has hecho compañía viviente? Es una presencia a la que no puedo esquivar. No hago grandes proyectos, pero estoy ahí, y estoy convencida de que mi presencia allí y mi quehacer tienen valor sólo porque Su Presencia es inevitable. Mientras subo las escaleras o voy por los pasillos, un nudo de conmoción me oprime la garganta durante ese instante de conciencia vertiginosa en medio de la distracción de cada día.
Elisabetta, Bagno a Ripoli

Traduciendo a Giussani al chino
Querido don Giussani: Somos dos sacerdotes y un diácono de la Fraternidad de San Carlo. Hace un año que Yao, un chino católico, empezó a traducir El Sentido Religioso. Nos reunimos todos los meses para aclarar las preguntas y dificultades que va encontrando en la traducción. Durante los primeros encuentros, la relación con él había sido bastante formal. Cuando llegó a la traducción del capítulo décimo, en concreto al apartado de “El yo dependiente”, su postura cambió radicalmente: empezaba a comprender a dónde querías llevarlo. Decía que detrás de esas frases se escondía un significado importante, una vida. Nosotros le escuchábamos con la boca abierta mientras nos contaba su historia: «Este libro es precisamente lo que buscaba, era lo que necesitaba. Hace diez años recibí el Bautismo, pero cuando tenía que hablar acerca de mi fe, me encontraba con la dificultad de no disponer de los instrumentos adecuados. Además, la educación que he recibido me hacía censurar los sentimientos que experimentaba, como si fueran un obstáculo para la fe. Me llama muchísimo la atención el hecho de que don Giussani parta precisamente del hombre tal y como es, con todos sus deseos y sentimientos, haciéndonos comprender su importancia en el camino hacia el Señor. Creo que este libro es muy necesario aquí en Taiwán». Después empezó a preguntarnos por la Escuela de comunidad y desde hace cuatro semanas viene con nosotros. El jueves pasado, Vincenzo (un amigo taiwanés) planteó una pregunta que no supimos comprender muy bien (hablaba muy deprisa). Al final, Yao dijo que la parte de El Sentido Religioso que habla de la desproporción estructural era lo que Vincenzo intentaba expresar con su intervención y su pregunta. Además, lo relacionó con una cita de Confucio. A Vincenzo se le encendían los ojos mientras Yao hablaba y nos quedamos maravillados de lo bien que esta persona conoce El Sentido Religioso y cómo lo expresa valorando la cultura del hombre chino.
El sábado pasado fuimos con Vincenzo, Roberta, Eleonora y Vito (son los nombres italianos de nuestros amigos chinos, de los que ninguno es católico) a un lugar llamado Bali, no lejos de Taipei, a un hospital católico donde son recogidos enfermos de diversa índole. Eleonora fue la que propuso esta visita porque ya había estado allí en más ocasiones. Al llegar al hospital, nos detuvimos ante un espectáculo que nos dejó a todos muy impresionados: había unos 25 chicos con algún tipo de discapacidad importante. Después de enseñarnos el centro, estuvimos con ellos y ayudamos a las enfermeras a darles de comer. Muchos reconocieron a Eleonora y la llamaban gritando y agitando los brazos. Impresionaba verla en acción y el afecto con el que trataba a estos niños. En la Escuela de comunidad no se habló prácticamente más que de esto, y del deseo creciente de volver allí para empezar una acción caritativa. Es sorprendente la autenticidad y la profundidad de Eleonora: está haciendo un curso hospitalario en el que atiende a enfermos terminales. Un día nos habló de la muerte como un momento misterioso que provocaba muchas preguntas sobre la vida. El jueves por la noche, nos contaba que cada vez que le preguntaban los motivos por los que hacía este curso, por qué quería atender a enfermos terminales, no sabía qué responder, no había encontrado respuesta a esta pregunta y la estaba buscando. No le ha pasado desapercibida la diferencia de posición que existe entre los enfermos que tienen fe y aquellos que no la tienen y esto la hace cuestionarse muchas cosas. Le hemos fotocopiado El sentido de la acción caritativa y hemos propuesto leerlo juntos.
Don Paolo Cumin, don Paolo Desandrè y don Paolo Costa

Taipei En Tánger
Estuvimos visitando a nuestros amigos “los Robertos” que están en Marruecos de misión para colaborar con el Arzobispo de Tánger, mons. Antonio Peteiro. Lo primero que nos llamó la atención fue el cambio tan brusco que experimentamos al llegar: cambio cultural, social, político, religioso, en el modo de concebir a la persona… Al día siguiente celebramos en la catedral de Tánger (curiosamente junto a una de las mayores mezquitas de África) el XXI aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación. No podíamos empezar el viaje de mejor modo. Dio la coincidencia de que al poco de llegar se celebraba la fiesta del cordero (la pascua del cordero), una de las principales fiestas musulmanas: cada familia mata a un cordero y durante esos días se lo van comiendo. Las calles están llenas de signos de estas matanzas: sangre, pieles de cordero secándose al sol, cabezas de cordero asadas… Estuvimos celebrando esta fiesta con nuestros amigos Omar, Rachid y Moncef, todos ellos musulmanes; la celebración consistió en un curioso desayuno a base de té marroquí, pan y pinchitos de cordero picantes. Después, para bajar el copioso banquete fuimos a jugar un partido de fútbol al que se nos unieron otros amigos: Hermes, un estudiante de Guinea Ecuatorial, Giovanni, un estudiante italiano, Abdellatif y Achraf, dos profesores de informática y Abraham, un judío amigo de Giovanni. ¡Qué espectáculo para el mundo ver a judíos, musulmanes y cristianos jugando amistosamente al fútbol! A la mañana siguiente nos fuimos a Rabat, la capital de Marruecos. Fue un día lleno de encuentros: por la mañana desayunamos con el Nuncio Apostólico en Marruecos, don Domenico de Luca, con el que charlamos a cerca de la postura de la Iglesia y del Papa en la guerra contra Iraq. Más tarde comimos con cuatro amigas italianas de los Memores Domini, Fausta, Rosella, Milena y Luisa, que trabajan haciendo el servicio doméstico de la Nunciatura. Es un trabajo duro, casi no salen de casa ni tienen relaciones con los marroquíes. Nos impresionó su disponibilidad para hacer este tipo de trabajo y su alegría, reflejada en una sonrisa preciosa en sus rostros. Esta alegría no nace de lo bien que se lo pasan trabajando en un país exótico, sino del reconocimiento que hacen juntas de la dulce presencia del Señor en lo cotidiano y de la memoria de esta presencia. Y, para rematar el día, nos fuimos de turismo con Gabrielle, un profesor de italiano en la Universidad de Rabat. Aunque llegamos bastante cansados, esa noche estábamos inmensamente agradecidos por las relaciones que habían jalonado nuestro día. Todos volvimos a experimentar y reconocer Su dulce presencia ¡Cuánta gracia! Antes de volver a España hicimos una obligada visita al lujoso casino de Tánger para disfrutar de la gastronomía y de las danzas típicas marroquíes. Nos volvimos a Madrid cargados de la certeza de que el corazón del hombre es el mismo independientemente de su religión, cultura y raza; todos deseamos lo mismo y estamos hechos para la misma plenitud. Nosotros, inmerecida y gratuitamente, hemos encontrado la respuesta a estos deseos a través del encuentro con una realidad humana diferente. El punto de partida para un diálogo con nuestros amigos musulmanes no es otro que la aventura de descubrir lo humano. La pertenencia a Cristo a través de su Iglesia y la experiencia del Movimiento es lo que, lejos de rechazarlo, nos hace acoger y abrazar lo mucho o poco de verdadero que encontramos en los otros; no conocemos otro método más que el que usaron con nosotros: ser testigos de una presencia que corresponde como ninguna otra cosa al corazón del hombre, y... jugar al fútbol.
Piza y Santi, Vallecas (Madrid)

La favorita
Una de las cosas que más ha marcado mi vida desde pequeña ha sido la conciencia de ser preferida por Dios. Muchos hechos - sobre todo personas, que son el hecho vital más bello - han fortalecido esta certeza en el tiempo. Ni siquiera en el momento más árido y doloroso de mi vida que pasé hace unos años dejé de saberme radicalmente favorita; de hecho, solía decir que me sentía abofeteada una y otra vez, pero por un padre bueno. El jueves pasado, al volver a casa después de una reunión, tuve un accidente gravísimo. El coche se me fue en una curva muy peligrosa y me estrellé. Yo no recuerdo lo siguiente, pero por lo que me contaron, hubo de todo: di vueltas de campana, salí despedida por el cristal de delante y me quedé tumbada en medio de la M-30. Sólo recuerdo que, al abrir los ojos, me vi rodeada de gente que, al ver que me levantaba, exclamaba: «¡Se levanta, se levanta!». Y yo, alucinada, pensé: «He sido yo la del accidente...». Los que lo vieron, la policía y los de la Asistencia del SAMUR no se explicaban cómo podía seguir viva. Bueno, viva es poco: insultantemente bien. «¡Menudo ángel de la guarda tienes!», me decían al examinar si tenía algo roto. Cuando les conté que era la tercera vez que me libraba de morir, entre asombro y risas me dijeron: «Pues eso es que haces falta aquí». Quique, un chico joven que evitó el atropellarme, y tenía el coche hecho un asco, no paraba de preguntar por mí. Cuando supe lo que había pasado, llorando por la emoción de que a nadie le había pasado absolutamente nada - ni un rasguño -, me acerqué a pedirle perdón y me dijo: «Pero si ¡tú estás viva! Eso es lo único importante». Me conmovió ver la naturalidad con que, en una situación extrema, se reconoce el valor infinito de una persona, que tan desapercibido nos pasa con frecuencia en la vida cotidiana de mil afanes. ¿Me entendéis cuando digo que no dejo de ser afirmada una y otra vez? Un día después, estaba jugando en el parque con los niños, y hoy, domingo, vamos a rezar un rosario a la Virgen con los amigos para dar gracias.
Al darme cuenta de la potencia con que el Señor ha vuelto a afirmar mi existencia - ¡quiere que exista, que siga viva para Él! -, he pensado que realmente eso es lo que hace con nosotros cada segundo en que prolonga nuestra vida. Es como si, cada minuto, nos estuviera diciendo: «Tú eres un bien precioso, yo te quiero vivo en el mundo, tu existencia es algo muy querido para mí», y así, nos sostiene en el ser. Y, como somos tan cabezotas que apenas nos sorprendemos de existir, de ser infinitamente amados, se hace hombre y en Jesús, a través de todos los que prolongan hoy su mirada penetrante, nos devuelve la conciencia del misterio enorme que somos. ¡Cuántas llamadas he recibido estos días que me han dicho que mi persona, mi existencia, es preciosa! Realmente, toda la energía de la persona procede de esta afirmación que Otro hace de su existencia. Toda la fuerza para afrontar la vida con gusto y seriedad nace de esta especie de amistad que Otro entabla contigo. ¡Qué vocación tan grande la nuestra de prolongar esta mirada apasionada por tu existencia concreta en el mundo! ¡Qué belleza poder mirarnos así entre nosotros, mirar así a los que encontramos, a cada iraquí que sufre en estos días terribles, a tanta gente desconcertada y confusa que ha perdido la esperanza, las ganas de vivir! Doy gracias al Señor de la vida por permitirme participar un poquito de su ternura para con nosotros los hombres y le pido, por intercesión de María, que siga multiplicando los hechos, los signos, las personas que despiertan en nosotros, pobres hombres, la conciencia de que Él es todo.
Ana, Madrid

El secreto de una petición diaria
Tras los últimos acontecimientos y antes de mi regreso a Italia después de unos años trabajando aquí, siento la necesidad de expresar mi gratitud por estos cinco años en Córdoba. Por temperamento me cuesta mucho hablar, pero ahora callar me parece un pecado, como cuando acontece un milagro y, por “respeto humano”, uno evita dar testimonio de lo que Otro ha permitido. Cuando Carlo durante los Ejercicios del ’98 me dijo: «Vete a presentarte al Obispo», mi primera preocupación fue aclararle que hasta aquel momento yo había dado clase de Historia y Filosofía y que de bibliotecas no tenía ni idea. Imagina cuál fue mi sorpresa cuando me contestó: «No te preocupes, yo sólo sé que estamos llamados a construir la Iglesia juntos». Pues bien, ésta es la descripción exacta de lo que he aprendido en estos años en Córdoba. Acompañando a monseñor Martínez en algunos actos públicos y en varias relaciones personales, he visto surgir un pueblo que se reconoce perteneciente a la Iglesia y está dispuesto a luchar por Cristo, poniendo en juego su dinero, su familia, su trabajo, con una pasión y una entrega que yo hasta ahora desconocía. Me he sorprendido al ver de qué modo nacían de esta entrega las obras, entre ellas la Biblioteca, - estoy segura de que Jesús lo ha permitido para responder a mi petición diaria: «Permíteme servir a este hombre tuyo» - o Foro Vital, que ahora es un interlocutor político de la Junta de Andalucía en defensa de una Ley que proteja la familia y la vida. Estoy muy agradecida por haber podido vivir la realidad de los Memores Domini en España; ha sido una experiencia de libertad que escapa a cualquier esquema, en la que me he sentido querida, así como soy. Ahora al volverme, el sacrificio que mis circunstancias me piden está inscrito en la certeza de una pertenencia y de una obediencia dentro de la cual reconozco la presencia de Cristo y su designio bueno sobre mí.
Donatella, Córdoba

Una isla preciosa
Querido don Giussani: Estoy de visita con los misioneros Javerianos. Tienen aquí una misión difícil, en un pueblo musulmán subdesarrollado y pobre. En medio de un islam agresivo, la misión es un testimonio de vida cristiana, oración, caridad y ayuda al desarrollo. En un lugar como éste es fácil comprender que ¡la misión depende del Espíritu Santo! Es una isla preciosa y este pueblo pobre empieza a dar sus primeros pasos hacia el desarrollo. Gracias a lo que usted hace, también aquí he conocido a sacerdotes que han recibido ayuda espiritual de usted y del movimiento.
Padre Piero Gheddo, Sumatra

Por amor a Jesús
En nuestra familia vive una joven albanesa que el mes pasado recibió el Bautismo. Al preguntarle el motivo por el que se había hecho cristiana nos contestó que el odio y la venganza constituían la manera de vivir de su gente. La había cautivado el amor de los cristianos. «Incluso vosotros - nos dijo - no me ayudáis porque seáis buena gente, sino porque amáis a Jesús». Esta es la oración que escribió en el hospital cuando decidió pedir el Bautismo: «Señor, te abro mi corazón; ábreme tus brazos, sé el padre verdadero que necesito. Quiero ser hija tuya, quiero ser una cristiana que perdone, ame a los enfermos y, sobre todo, no odie. Perdona todos mis pecados. Quiero empezar una nueva vida con la confianza puesta en Ti y en mí misma, fiándome de las personas que tengo cerca, dándome cuenta de lo que hacen por mí y comprendiendo que lo hacen por mi bien».
Carta firmada, Sasso Morelli

El mejor amigo
Querido don Giussani: Tengo nueve años. Un día, jugando a profesoras, mi hermana Anna me dijo que hiciera una redacción sobre mi mejor amigo. Esto es lo que escribí: «Quiero describir a mi amigo del corazón que se llama Jesús. No sé cómo es físicamente, ni siquiera conozco su carácter, pero me parece muy bueno. Tengo una relación muy bonita con Jesús, porque todo lo que le pido lo hace. Cuando por la noche en mi cama le rezo, me lo imagino delante de mí en carne y hueso y algunas veces lloro mientras rezo. Jesús está siempre cerca de mí, en cada instante. Claro, porque es Jesús».
Elisa, Casalpusterlengo

El más cercano
Querido don Gius: Durante este último mes, me he acordado a menudo de ti, sobre todo por una breve pero significativa poesía que un buen amigo me dedicó y que te escribo a continuación: «Tú,/ del cielo/ proximidad». Me emocioné muchísimo cuando la recibí y me emociono cada vez que vuelvo a leerla porque me parece la expresión más hermosa de lo que somos los unos para los otros, en casa o en el movimiento, «¡en lo bueno y en lo malo!». ¡Es la proximidad última y cercanísima del mismo Jesús, del Cielo que hace todas las cosas de la Tierra! Con la certeza de que tú eres el más cercano de todos, sigo pidiéndole a la Virgen que te permita ver en persona esta tierra, ¡y a nosotros verte a ti!
Bernardetta, Novosibirsk

Como a hijos
Por fin hemos vuelto a vernos para preparar el campamento de este verano. Hace unos años, en una reunión de la Oca hablábamos de Peguerinos. Allí se vio que no podíamos pensar que siempre habría algún cura que llevase a nuestros hijos de campamento, pues cada vez eran más niños y no era justo dejarles solos con esa responsabilidad. Marta nos sugirió acompañar a los amigos que lo preparaban y, aunque posteriormente las circunstancias personales no nos permitieran ir, al menos, hacer ese recorrido con ellos (lo cual ya supuso un bien para nosotras). Ese primer año fue Inma. La verdad es que se nos hacía muy raro pensar en ir de campamento. Unas por no encajar en absoluto en la idea que teníamos sobre lo que debería ser un monitor: alguien con experiencia de montaña, cercano a los chicos, que no se asustara de nada campestre, que no se cansara nunca, que fuera capaz de grandes heroicidades - como bajar corriendo al pueblo para traer una inmensa caja de galletas para el desayuno -, que no le importara dormir en cualquier sitio y, por supuesto, que no fuera una madre. Elena porque ya había “superado” esa etapa hacía años y ahora les tocaba a “otros” asumir la responsabilidad y porque “las madres no pueden permitirse ir de campamento”. Poco a poco se disiparon las dudas. El atractivo de lo que se nos ponía delante a través de la cercanía con estos amigos era más verdadero que todas esas razones: primero fue Inma, luego Carmenchu, después Elena... Ahora entendemos por qué no era necesario encajar en el patrón de monitor de campamento, ya que Peguerinos no se parece a ningún campamento al uso. No se trata de entretener a los niños, ni de tenerlos siempre ocupados para que no les de tiempo a hacer ninguna barrabasada. La diferencia fundamental es que allí a los niños se les cuida como a hijos. Hoy agradecemos esta ocasión que el Señor nos vuelve a poner delante, porque aprendemos a querer a nuestros hijos y porque esta amistad nos acompaña y nos educa durante todo el año ayudándonos a mirar a Cristo.
Inma, Carmenchu y Elena, Madrid