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Huellas N.6, Junio 2003

IGLESIA

Ecclesia de Eucharistia. Una Presencia real, no un devoto recuerdo

Stefano Alberto

La lectura atenta y apasionada de un profesor de teología.
«La Eucaristía es Cristo que nos restituye una humanidad verdadera»



«Cristianos, ni siquiera vosotros conocéis vuestra felicidad; vuestra felicidad presente». Péguy describe la experiencia que compartimos todos los hombres: el deseo de ser libres, es decir, completos, verdaderamente felices. Pero, como todos, fácilmente nos olvidamos a causa de las contradicciones y desilusiones, contentándonos con instantes de alegría efímera o con el lamento de lo que falta.
Sin embargo, cada uno de nosotros, como Zaqueo, el publicano que se encaramó a un árbol para ver pasar a Jesús, querría ser arrancado de sus proyectos y escuchar a alguien que le dijera: «Baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa» (Lc 19, 5ss.). Esto es la Eucaristía: Cristo nos restituye una humanidad y una vida verdaderas, y lo hace viniendo a nuestra casa.

Don por excelencia
En las páginas de la reciente encíclica de Juan Pablo II Ecclesia de Eucharistia aparece insistentemente el “asombro” ante la realidad del “don por excelencia” del Señor, «don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad» (n. 11). La encíclica evoca con fuerza el acontecer físico y carnal del único sacrificio de Cristo, una realidad sobrecogedora para la religiosidad actual a menudo individualista, confusa, hueca y hecha de buenos sentimientos. Resuenan las palabras de Péguy ante el misterio eucarístico: «Él está aquí. Está aquí como el primer día... El mismo sacrificio sacrifica la misma carne y la misma sangre...».
Se ofrece a nuestra libertad poder experimentar algo inconcebible para el hombre: la familiaridad con el Misterio de Cristo, que se entrega totalmente como alimento y bebida para el hambre y la sed de vida que tiene el hombre: «La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo movido por la fe, sino también mediante un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado» (n. 12).
En el Mensaje para la XVII Jornada Mundial de la Juventud, el Papa defiendió con fuerza que el cristianismo «no es una opinión y no consiste en palabras vanas. ¡El cristianismo es Cristo! Es una Persona». Es una Presencia real, el Hijo de Dios nacido de María «incluso en la verdad física de su cuerpo y su sangre» (n. 55). Así, la Iglesia, Cuerpo de Cristo, no es el producto de los análisis y de las actividades humanas: es una vida que se comunica, se encuentra y se recibe como un don gratuito. La Iglesia es el misterio visible de Cristo presente en el mundo: es Cristo que sigue viviendo y actuando para la salvación del hombre. Esa unidad y esa paz, que en las sucesivas tentativas históricas de los hombres, marcadas por la herida del pecado original, parecen ideales inalcanzables, en Cristo suceden como primicias que se ofrecen a la libertad y a la responsabilidad de quien las acoge: «A los gérmenes de disgregación entre los hombres, que la experiencia cotidiana muestra tan arraigada en la humanidad a causa del pecado, se contrapone la fuerza generadora de unidad del cuerpo de Cristo. La Eucaristía, construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comunidad entre los hombres» (n. 24).
Cristo vive y obra en el mundo, y está presente en la unidad de los que Él penetra con la energía de Su Espíritu y une a Sí, a través del Bautismo y la Eucaristía, como miembros de Su Cuerpo. En la Eucaristía, «no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros» (n. 22). Su Presencia abraza nuestra humanidad en las circunstancias alegres y tristes, en los intereses y los afectos; se ofrece como compañía a nuestro camino «poniendo una semilla de viva esperanza en la entraga cotidiana de cada uno a sus propias tareas».