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Huellas N.6, Junio 2003

CULTURA

Música. Peter Gabriel

Pierluca Mancuso

La confusión ante el mundo en llamas, la necesidad de dirigirse a algo que sea «más que esto». Y, de nuevo, el 11 de septiembre, el afecto perdido y el afecto buscado. Up, el último trabajo de Peter Gabriel, y The Rising, de Bruce Springsteen

Peter Gabriel
Pierluca Mancuso
El nuevo disco de Peter Gabriel, después de un trabajo ininterrumpido de continuo replanteamiento que ha durado diez años, parece ser el balance de su propia carrera. La música es una síntesis de todos los sonidos elaborados en estos años, troceados y mezclados como en un calidoscopio. Los textos están atravesados por la mirada de quien hace una parada y mira hacia atrás, examinando el camino recorrido hasta el momento. El miedo hacia lo desconocido, el estupor ante el misterio, la impotencia frente a la pérdida de los seres queridos, el mundo en llamas, la confusión, el fracaso de nuestros intentos de construir con nuestras manos un sentido a todo esto y la espera de algo hacia lo que dirigirse: temas y música muy down para un disco que se titula Up.
Si el miedo parece ser el sentimiento de los hombres de nuestro tiempo, Darkness, el primer tema de fuertes claroscuros, dicta el clima de toda la obra, afrontando a cara descubierta el miedo ante lo desconocido. El segundo, Growin’ Up, relata la experiencia del nacimiento y de la búsqueda entusiasta de un lugar en el que vivir. Pero en un momento «el aliento se detiene, no sé cuando. Me encuentro otra vez en transición. Es un esfuerzo tremendo sobrevivir a estos cambios, y parece tan absurdo volar como un pájaro cuando me parece no haber aterrizado verdaderamente aquí». Es caer en la cuenta de la conciencia frustrada de la propia identidad en una vida que se desliza sin pertenecer a nada.

Escuchar para creer
Es como si, de forma imperceptible, la tierra faltase bajo los pies. Corramos. En el tercer tema, Sky Blue, nos encontramos el asombro frente al cielo azul que nos sobrepasa y un coro que se consume en la nostalgia.
Las siguientes cuatro canciones son un paseo por el infierno: la impotencia ante la pérdida de los seres queridos, el museo de los horrores televisivos y la desconsolada confusión del “yo” cuando todas las direcciones han sido inútilmente exploradas. Todo esto acompañado por una música que, como un siervo fiel, se adhiere a la delicada evolución del estado de ánimo presentado: escuchar para creer. Agotados nuestros intentos de dar consistencia a lo que tenemos entre manos, descubrimos algo que no podemos hallar entre nuestros recursos: More than This, «Mucho más que esto, hay algo allá, cuando todo lo que tienes se ha ido, mucho más que esto, yo estoy aquí muy unido a ti. Estamos ocupados en nuestros proyectos, construimos sobre cimientos para que perdure, pero nada se desvanece tan rápidamente como el futuro, y nada se agarra como el pasado, hasta que podamos ver. Más que esto. Mucho más que esto. Cada día que pasa hace caer otro pedazo, pero va bien, y, al igual que las palabras, unidos podemos tener algún sentido». Desde la soledad el hombre trata de huir a través de la imaginación. Aquí Gabriel parece intuir que no se puede dar la salvación a sí mismo, que es necesario algo inimaginable, más allá de lo que conocemos: «Más que esto, mucho más allá de la imaginación, más que esto, más allá de las estrellas, con mi cabeza tan llena, tan llena de imágenes fragmentadas. Más que esto, más que esto, más que esto».

Hasta tocar el suelo
La penúltima canción muestra la participación de todo el mundo en el dolor por el desorden de la vida, representado por el cada vez más intenso crescendo de los arcos, que hacia el final parecen envolver y tragar la voz del individuo, que se ahoga con una petición en los labios, sumergido por las olas del mar de sufrimiento orquestal.
El último tema, acompañado por leves acordes impresionistas del piano, confía su esperanza contra toda esperanza a una gota (The Drop), que cae desde el fuselaje del avión en el que viaja el protagonista. Una a una, todas las gotas caen entre las nubes sin saber su destino, pero la exigencia de que cualquier pequeño detalle de la existencia no sea inútil es tan humana que llega a representar la portada del disco, en donde un rostro desenfocado mira las gotas caer como mensajes en una botella lanzada en el mar del Ser. Es curioso cómo un disco tan grave, perteneciente a un género que se obstina en definirse como ligero, haya sido titulado Up. Pero es como cuando se quiere tirar una piedra: cuanto más alto se quiera lanzar, más hacia abajo hay que agacharse, hasta tocar el suelo, para dirigirse después con decisión hacia lo que no nos podemos dar por nosotros mismos, algo más allá de la imaginación, más allá de las estrellas. Según las palabras del Salmo: «Vueltos están nuestros ojos a lo alto»: Up.

Bruce Springsteen
Marco Giani
Una verdadera reacción, una reacción no solo emotiva, ante la tragedia del 11 de septiembre: este es el clamoroso contenido del último disco del Boss, Bruce Springsteen, que empieza con la persuasiva Lonesome Day. Los bomberos y sus viudas, los parientes de las víctimas, incluso los kamikazes, encuentran un lugar en el vasto panorama de una humanidad variada. El título, The Rising, puede ser traducido como “la resurrección”, e indica a todos una clara dirección. Into the fire, segundo tema, es un diálogo entre la viuda de un bombero y su marido, el relato del sacrificio de un hombre cuyo mismo amor, entregado en primer lugar a la amada, es entregado también al deber de su tarea. Y el estribillo es una verdadera invocación: «Que tu fuerza nos dé fuerza, que tu fe nos dé fe, que tu esperanza nos dé esperanza, que tu amor nos traiga amor», para que no se pierda todo «en la oscuridad de tu tumba de humo». Y más adelante: «Necesito un beso tuyo, pero el amor y el deber te han llamado más alto, arriba de la escalera, dentro del fuego». El afecto domina en todo el disco, el afecto perdido y el afecto buscado, como si los protagonistas encontraran en él el único asidero en una realidad que se vuelve cada vez más caótica. Pero es un afecto que no puede más que gritar ante la ausencia del ser amado, arrancado de su lado repentinamente.

¿Esperanzas?
Entonces, ¿dónde puede renacer la esperanza, cuando la dramaticidad de la vida humana se vuelve trágica delante de un mal que hace impotente incluso el mejor amor? ¿Qué puede renacer cuando «Dios va a la deriva en el cielo, el diablo está en el buzón, tengo polvo en los zapatos, y no hay más que lágrimas»(You’re missing)? Esta es la pregunta que aglutina el verdadero núcleo del disco, constituido por las tres últimas canciones. La que lleva el nombre del disco, The Rising, es un rock de gran fuerza, que relata el paso de la vida a la muerte de uno de tantos bomberos muertos en el intento de salvar vidas en el infierno del World Trade Center. La tranquila rutina matutina rota por el imprevisto de un trabajo que exige «llevar la cruz de mi vocación», el intento de actuar y, en el momento de la muerte, unos versos de gran belleza, «Hay espíritus por encima y detrás de mí, caras que se han ido, ojos negros que arden y resplandecen. Que su sangre preciosa me sostenga, Señor, cuando me encuentre ante tu luz ardiente».
Pero la desesperación sigue luchando con esta esperanza, con esta brizna de fe, sobre todo por los supervivientes que tienen que soportar el peso de la lejanía. Una desesperación que desborda en Paradise, espléndida canción llena de un dolor y de una Nada heladora. El protagonista habla a su amor, irremediablemente lejano, repitiendo sin cesar que está a la espera del paraíso: pero es un paraíso que transforma todas las cosas a su alrededor en un sueño, y que además no es suficiente («Escruto tus ojos para buscar la paz, pero están vacíos como el paraíso»). Tanto en el texto como en la música parecen destruirse las esperanzas formuladas en las trece canciones precedentes, y el nihilismo, o una utopía que tiene el sabor de la Nada, arrastra todo.

Con estas manos pido
Pero hay un último y casi esperado cambio de escena. Con un escenario espectral de destrucción se abre My City of Ruins (escrita antes del 11 de septiembre, por lo que está exenta de posibles acusaciones de shock emocional post-trauma): «Los jóvenes en la esquina como hojas dispersas, las ventanas cerradas, las calles vacías, mientras mi hermano cae de rodillas, mi ciudad en ruinas, mi ciudad en ruinas». En la segunda estrofa sale a la luz de forma explícita la gran pregunta que recorre todo el álbum, planteada no por casualidad a la amada: «Querida, te has llevado mi corazón al irte. Sin tu beso dulce mi alma está perdida. Amiga mía, dime, ¿cómo puedo volver a empezar?». ¿Cómo se puede volver a empezar? ¿Dónde poner la esperanza en un momento en el que ésta parece una ilusión, un esfuerzo, y la muerte la única realidad verdadera?
Y aquí encontramos lo inesperado: todo cabría esperarse de Springsteen menos una oración. No es un tipo que inserte fácilmente la palabra “Dios” en sus canciones. Pero cuando el artista es sincero consigo mismo, no puede hacer trampas en un momento así. Todas las ilusiones y los esquemas caen. De esta forma se “pliega” a reconocer y a decir, con el soporte vocal progresivo de toda la banda: «Y con estas manos yo pido, Señor, tener fuerza, pido tener fe, pedimos tu amor, Señor». Y en el estribillo toda la música estalla con las últimas fuerzas que quedan cantando, ahora no en vano: «¡Vamos, vamos, vamos, levántate!».