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Huellas N.4, Abril 2003

IGLESIA

Un solo Señor

Javier Martínez Fernández

Hace siete años se anunciaba su nombramiento para presidir la Iglesia de Córdoba. Ahora la Iglesia le encomienda la Diócesisde Granada. Monseñor Javier Martínez Fernández responde a algunas preguntas. Ningún comentario puede ser más eficaz para el pueblo cristiano que el testimonio que reproducimos a continuación


¿Qué es lo primero que se le pasa por la cabeza en estos momentos?
Que mi vida pertenece a Otro, pertenece a Cristo, lo cual es lo mejor que a uno le puede pasar en la vida. Esa es la verdad de todo cristiano, pero es la verdad de una manera singular y propia de un sacerdote. Hay una palabra en la Tradición cristiana para expresar eso, que es la palabra “obediencia”. La palabra obediencia es una palabra “maldita” en el vocabulario del entorno cultural contemporáneo, quizá porque el hombre contemporáneo tiene experiencia de muchos malos señores, de muchas pretensiones del poder sobre la vida del hombre. Pero la obediencia a Dios, la obediencia a Cristo, es lo mejor que a uno le puede pasar en la vida, a cualquiera. Y, si algo ha habido de bueno en mi ministerio en estos años, tiene que ver con el hecho de que la vida sea de Cristo. Que la vida sea de Cristo es una Gracia, porque es una garantía de fecundidad, de alegría, de esperanza, de libertad, de muchas cosas que el hombre busca. Y es una condición hasta para que un hombre y una mujer se puedan querer, para que los hijos quieran a los padres y los padres a los hijos. Y yo no he querido enseñar en Córdoba otra cosa. Por lo tanto, esto me da la ocasión de testimoniar, una vez más, lo que ha sido el contenido constante de mi predicación. Yo puedo decir que soy sacerdote obedeciendo los signos de una llamada del Señor. En esta clave, por obediencia fui obispo. Por obediencia he venido a Córdoba y, por obediencia a mi Señor y al Señor de la Iglesia, a la que amo con toda mi alma, me pide otro ministerio y pongo mi vida en juego sin más. En ese sentido no cambia nada.

En estos años ha sido muy estrecha la relación con las personas de la Diócesis. ¿Cuál es el sentimiento que domina al tener que dejar a este pueblo?
Sería injusto negarlo. Yo quiero a la Iglesia que el Señor me ha confiado, a esta Diócesis concreta, a su pueblo, a su gente, a sus sacerdotes, con un amor humano. Desde que supe que era Obispo de Córdoba, le he pedido al Señor, creo que casi todos los días, que mi vida pudiera servir como instrumento para que este grupo de hombres, que forma el pueblo cordobés, pudiera conocer a través de mí algo del amor de Dios, del amor que Jesucristo tiene por ellos. Y en ese sentido he puesto mi vida en juego muy claramente.
¿Qué significa eso? Que en este momento hay un aspecto de desgarro humano porque, gracias a Dios, no soy una máquina. Pero también, al mismo tiempo, tengo la certeza de que la única fecundidad, el único gozo y la única libertad posible para la vida está en Cristo. Y eso significa dos cosas. En primer lugar, para dar testimonio, en este momento de mi vida, exactamente de lo mismo que he querido dar testimonio a lo largo de todos estos años: que Cristo es lo más querido y lo más necesario para el hombre, para mí como persona y para cualquiera. Y, en segundo lugar, significa la certeza de que todo lo que es verdadero - y hemos vivido muchas cosas muy bellas y muy verdaderas - tiene su fundamento en Jesucristo, y ni el tiempo ni la muerte tienen el poder de destruirlo. Quien no tiene Fe piensa que las cosas son efímeras, que todo desaparece con el instante, y que las cosas se suceden unas a otras sin continuidad, pero, para quienes tenemos Fe, nada se pierde. Yo seguiré trabajando en la Iglesia en otra partecita del Cuerpo del Señor, y en la Eucaristía todos estaremos unidos por los lazos de la comunión. Eso ni la distancia ni la muerte tienen el poder de destruirlo. Si no lo destruye la muerte, mucho menos un destino nuevo.

Vd. ha dicho últimamente que la Gracia tiene ojos y manos. Para mucha gente de Córdoba esos ojos y esas manos han sido Vd., en el sentido de que ha sido esa carne por la que ha pasado la Gracia de Cristo. A esa gente que siente el desgarro de que se le va un padre...
Si he sido un poquito Pastor según el designio del Señor, yo no soy más que un icono suyo. Y el Señor sigue, el Señor no se va. Uno da gracias por las personas que te han acercado a Cristo. En ese sentido, yo he deseado que, a pesar del corazón humano, mi relación con el pueblo cristiano de Córdoba, y con la gente, con los sacerdotes, con todos, no sea una relación sentimental, sino una relación verdadera, que tiene como fundamento justo la obediencia a Cristo, la obediencia al amor que Cristo les tiene. Con la ayuda de la Gracia y la oración de ese Pueblo, se hace presente el amor de Cristo. Pero ese amor no se va. Y no se va por esa razón, porque no es una relación sentimental. Como decía Péguy: «Cuando uno es padre, lo es para siempre». Todo lo que hay de verdadero en nuestra vida participa del Ser de Dios, y el Ser de Dios permanece para siempre.

Y, ¿cómo cuidar esta Gracia que se hace carne en el Pueblo cristiano de Córdoba?
En una sociedad en la que las relaciones humanas parecen siempre regidas por intereses, aun nobles y legítimos, creo que el camino emprendido, aunque parezca muy elemental, es el de recrear (y yo creo que eso sólo se recrea a luz de la Gracia de Cristo y de la Iglesia) y sostener unas relaciones humanas basadas en la gratuidad, una gratuidad que permita recuperar nociones como la de bien común, como la de pueblo. Pero no recuperar las nociones en abstracto, sino recuperar la experiencia que hace que esas nociones tengan sentido. Eso es posible, y tiene un camino muy sencillo, muy paciente, de cuidar las relaciones y de suplicar, de pedir a Cristo el don de la comunión. El Papa recordaba la espiritualidad de la comunión, en el camino del tercer milenio, como una condición previa para cualquier planteamiento pastoral. Sin la comunión, la Fe en Jesucristo y la moral cristiana terminan siendo una cosa abstracta, incapaz de sostener la vida de nadie y de llenarla de alegría. En este sentido la última Visita Pastoral a la Parroquia de San Rafael ha sido una experiencia bellísima, y siempre sorprendente, de esa realidad, porque Cristo está presente, bendice la vida y hace fructificar una alegría que no es fabricada, porque está llena de gusto por la vida, de paz, de amor a las personas y al bien de las personas. Lo que a mí me ha ayudado a permanecer junto a Cristo, en medio de mi fragilidad, es que la Iglesia no es una organización: es una comunión de personas, es una familia.

¿Qué lugar empieza a ocupar ya el Pueblo cristiano de Granada?
Acaba de hacerse público mi nombramiento. Hasta este momento mi corazón y mi tarea han estado en Córdoba, y hasta que tome posesión de Granada, están en Córdoba. Sólo puedo decir que, como mi vida es de Cristo, trataré de que en Granada mi vida pueda servir para lo único que cuenta: que sea transparencia de Cristo, que a través de mi ministerio los hombres puedan encontrar a Cristo.