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Huellas N.4, Abril 2003

PRIMER PLANO

Pertenencia 2. El ejército de los insatisfechos

Marco Biscella

La dedicación total al trabajo corre el riesgo de convertirse en la respuesta más adecuada al deseo de felicidad. Pero, en realidad, tanto el vago como el ambicioso sin escrúpulos son dos caras de la misma moneda: ambos dejan a un lado un aspecto de la realidad. Nos habla de ello Mario Sala


Tenemos que hacer que surja el orgullo de pertenecer a esta empresa, a esta marca». ¿Cuántas veces se escuchan palabras como éstas en una reunión con el jefe de la oficina, charlando con algún colega “eficiente” o en un seminario interno sobre los nuevos objetivos societarios? Una de las avanzadillas de la vida en la que la palabra “pertenencia” juega un papel decisivo es la del trabajo, la de la profesión. Para Hannah Arendt el trabajo tenía dos caras: por una parte era sufrido como una constricción, y por otra era vivido como obra. Y hoy, a menudo, parece que prevalece sólo el primer aspecto.En el puesto de trabajo se pasan muchas horas del día, y para trabajar se firma un contrato de prestación de servicios. ¿Es justo que uno “pertenezca” a la empresa en la que trabaja? En EEUU han llegado a inventar una palabra - workalcoholism, dependencia patológica del trabajo - para describir la pulverización y el desmoronamiento de la persona cuando no está implicada con la propia tarea laboral. Un “yo” cuya consistencia está sólo en las cosas que otro le ha ordenado hacer (ya sea el jefe de departamento, el responsable de la oficina o el plan integral de negocio absorbido pasivamente por el ambiente de trabajo). Y en EEUU la nueva frontera parece ser precisamente ésta: el trabajo lo es todo.

Carrera bestial
« Cada vez con mayor evidencia - habla Mario Sala, socio de Praxis Management, sociedad de consultoría de dirección - se impone hoy en día la idea de que se pertenece al trabajo como, en el pasado, se pertenecía a alguna asociación. En las grandes empresas multinacionales no hay declaración de principios corporativos que no contemple el sentido de pertenencia al mismo nivel que otras palabras como calidad, satisfacción del cliente o trabajo en equipo. De esta forma no se hace sino proyectar en el trabajo todas las expectativas de realización de uno mismo como si el trabajo pudiese, en cuanto tal, ser la respuesta más adecuada al deseo de felicidad».
¿Las consecuencias prácticas? Sala no duda en enumerarlas: «De esto deriva una idea brutal de lo que supone hacer carrera. La gente se vuelve loca por subir de rango. Una dependencia, una dedicación total dictada sólo por el deseo de oír decir: “Eres estupendo, te aprecio de verdad”. Pero ser apreciado de verdad por una capacidad de llevar a cabo algo es el fin. La persona queda reducida a recurso humano».
Como se deduce de una investigación llevada a cabo por Manpower, sociedad americana que actúa en el campo del trabajo temporal, en Italia está en alza el apego a la empresa, porque la fidelidad profesional de los trabajadores se considera un elemento de éxito.
Esta metamorfosis se capta sobre todo en los jóvenes, en los que buscan trabajo. Su verdadera obsesión hoy en día, su verdadera manía, es el progreso profesional. «Si no tienes un trabajo que te haga crecer profesionalmente, si no tienes la aspiración de trabajar en una gran empresa, es decir, en una gran organización - subraya Sala -, eres considerado un perdedor. De esta forma la búsqueda de trabajo se vuelve un drama».

Falta de aptitudes básicas
Si se hace la prueba de darse una vuelta por las páginas web que se ocupan del desarrollo de recursos humanos, se descubre que el leitmotiv es una especie de felicidad que uno tiene que alcanzar: «Tú [dirigido al que busca trabajo] eres infeliz porque no consigues trabajo. Y no lo consigues porque no eres hábil, te faltan las aptitudes básicas (la capacidad de escuchar, de dialogar, de comunicar, de motivar, etc...). Ven a nosotros, te harás más hábil y serás más feliz». Sencillo, ¿no? Sin embargo, según una encuesta realizada por la International Survey Research, los italianos se declaran poco implicados, desmotivados y estresados en el puesto de trabajo. Un ejército de insatisfechos (por si fuera poco más numeroso que en Turquía, un puesto más arriba que Italia en el ranking europeo) que se presenta cada día, puntualmente, en su trabajo, pero que deja en la calle su corazón.
«Pero el holgazán y el enfermo de trabajo - añade Sala - son dos caras de la misma moneda. El trabajo es nada, dice el primero. El trabajo es todo, rebate el segundo. Pero ambos se ven obligados a seccionar una parte de la realidad, a eliminar la pregunta acerca del significado de sí mismos y del trabajo».
El trabajo, como nos recuerda Giussani en El yo, el poder, las obras, es una necesidad. Implica el corazón, es decir, las exigencias constitutivas de la persona. Y los deseos que parten del corazón, precisamente porque son constitutivos, se abren hacia el infinito, buscan la realización de toda la persona. En resumen, como dice Sala, «hoy necesitamos la silla de Péguy. Necesitamos la idea de trabajo como expresión de la persona, como expresión de una civilización».

La silla de Péguy
Esto es lo que dice Charles Péguy: «Hubo un tiempo en que los obreros no eran siervos. Trabajaban. Cultivaban un honor, absoluto, como corresponde a un honor. La pata de una silla debía estar bien hecha. Era natural, se entendía. Era un primado. No hacía falta que estuviese bien hecha por el salario o de forma proporcional al salario. No debía estar bien hecha para el jefe ni para los entendidos ni para los clientes del jefe. Debía estar bien hecha para sí, en sí misma, en su misma naturaleza. Exigían que esa pata estuviese bien hecha. Y cada parte de la silla que no se veía era trabajada con la misma perfección que las partes que se veían. Según el mismo principio con el que construían las catedrales».