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Huellas N.4, Abril 2003

PRIMER PLANO

La guerra en Iraq. Bagdad: asolados, pero no desesperados

Marcello Raimondi

Tres Consejeros de la Región de Lombardía fueron enviados por Formigoni a Iraq en febrero. En una Bagdad entonces al borde de la guerra mantuvieron contactos con las autoridades políticas y la Iglesia local. Especialmente significativos fueron los testimonios que recabaron del Secretario de los obispos católicos iraquíes y del Nuncio vaticano


El presidente de EEUU, Bush, empleó desacertadamente la palabra “cruzada” tras el 11 de septiembre y ello nos creó algunos problemas, pero por fortuna rectificó». Monseñor Jean Sleiman, arzobispo latino de Bagdad, te mira intensamente cuando habla y tiene siempre una expresión sencilla, serena. No recrimina, no se lamenta, sólo piensa en su pueblo. Durante mi viaje a Iraq en compañía de mis colegas Massimo Guarischi y Humberto Gay a finales de febrero, el encuentro con la Iglesia local ha representado el episodio más intenso. Acudimos con el aval de Berlusconi y Formigoni para dar una muestra de la cercanía de Italia hacia una nación con la que nuestro país siempre ha tenido relaciones recíprocas de amistad y para insistir en la necesidad absoluta de que el régimen colaborase con la ONU. Tuvimos encuentros oficiales y oficiosos. Como signo de disponibilidad hacia Italia, Tarek Azíz anticipó a nuestra delegación el comienzo del desarme que permitió retrasar unos días el ataque. Sin embargo, el juicio de la Iglesia que vive en la tierra de Abrahán desde la era apostólica es sin duda lo que más se ha grabado en nuestra conciencia.

Bajo el manto de las palabras
Los dos arzobispos que hemos conocido, el nuncio, monseñor Fernando Filón y monseñor Sleiman, Secretario de la Conferencia Episcopal católica iraquí, nos han introducido de inmediato en el corazón de la realidad, escarbando con libertad bajo el manto de las palabras del régimen y bajo las impresiones de quien ha podido conocer el devenir de aquella nación sólo a través de la prensa occidental y las polémicas locales.
EEUU se siente amenazado por un país al que considera hostil y potencialmente terrorista; el régimen iraquí da muestras de seguridad en sí mismo y denuncia la arbitrariedad del agresor. En todos los diálogos oficiales que hemos entablado estos días me ha impresionado que el enfoque de nuestros interlocutores ha sido siempre “geopolítico”: prolijas reconstrucciones de las razones históricas y económicas que empujan a EEUU e Inglaterra a codiciar el dominio del Golfo, y reafirmación del orgullo milenario de Iraq, que hoy se presenta como el único baluarte contra el imperio de las barras y estrellas. Al final, te queda una sensación de abstracción, como si el régimen no quisiera darse cuenta de los más de 200.000 soldados acampados a las puertas de sus fronteras.
El punto de partida de la Iglesia es profundamente distinto. Mira la realidad identificándose con el hombre común y su descripción de la situación muestra toda su crudeza. Por ejemplo, partiendo de la condición económica de la gente. Para no dar una impresión de debilidad, el gobierno ha mantenido oficialmente el viejo cambio para el dinar iraquí (un dinar=3 dólares), pero hoy con la devaluación la moneda vale seis mil veces menos (casi una de las viejas liras italianas): con dos mil dinares se compra un kilo de naranjas. Lo cierto es que en nombre del cambio oficial un profesor, por ejemplo, gana menos de cuatro mil dinares al mes, es decir, menos de dos dólares. Obviamente, con esa cantidad no se puede sobrevivir, de modo que si un niño quiere ir a la escuela, si quiere clases, debe pagar de su bolsillo.

Los mayores perjuicios
Y no digamos nada de todo lo demás, en especial la sanidad. Hay que tener presente que Bagdad es la ciudad mejor preservada. Al sur, en Basora, donde la guerra con Irán y la Operación “Tormenta del desierto” de 1991 provocaron mayores perjuicios, la situación es indescriptible. Falta el agua. La del río no se puede utilizar porque está contaminado y no puede importarse cloro al encontrarse entre los productos prohibidos por el embargo (puede utilizarse para fines militares). El obispo del lugar hace traer el agua desde el extranjero para distribuirla entre la gente.
En las ciudades, las tareas pre-bélicas más intensas no eran la construcción de búnkeres o de trincheras, sino la excavación de pozos fuera de las casas para extraer el agua y Cáritas estaba implicada activamente en enseñar a la gente a hacerlo. «Doce años de embargo han postrado económica, psicológica y moralmente a la población - nos explicaba monseñor Filoni -. ¿Cómo se puede hacer la guerra a un país así? Es como disparar contra un enfermo grave».
La tasa de desempleo está por las nubes y la gente abandona el país, más por la pobreza que por la guerra. Y se van también los cristianos. Tras la guerra del 91 y el embargo, un tercio de los cristianos se han marchado. En todo el país han quedado unos setecientos u ochocientos mil (de una población de 22 millones), de los cuales el 80% son católicos de rito caldeo. En el Kurdistán había pueblos completamente cristianos que hoy se han vaciado, sobre todo en la diócesis de Al Amadiyah.

Embargo y democracia
También hay que contemplar los aspectos psicológicos y culturales. «Hay un sentimiento de frustración entre los islámicos - nos contaba monseñor Sleiman -. El fanatismo está creciendo, se resquebraja la posibilidad de la convivencia. El embargo humilla, deja a todo un pueblo al margen de las naciones. Estaba pensado para empujar a la gente a hacer la revolución, pero ha fracasado estrepitosamente».
« Los americanos deberían entender que la democracia es una cultura, un proceso que no se puede crear ni por ley ni con la guerra», nos decían. Es preciso comprender la cultura local, el sentido de pertenencia al clan, a la tribu: el respeto hacia el jefe, el comandante, el rais es muy fuerte. En el mundo árabe la idea de la responsabilidad individual apenas se ha desarrollado y no es casual que casi no existan democracias pluralistas como las occidentales. «Es un sistema que no cambiará velozmente - nos confirmaban los obispos - los que vengan después tendrán una vida durísima». En definitiva, una atenuación del embargo acompañada de una fuerte actividad diplomática europea hubiera podido evitar el atrincheramiento iraquí y tal vez hubiera desactivado la radicalización de los últimos meses. Pero la vida de la Iglesia no se detiene, todo lo contrario. Son comunidades vivas, muy participativas.
« Tenemos una facultad de Teología - decía monseñor Sleiman - damos catequesis y disponemos nuestros locales para encuentros con los jóvenes». Las iglesias ya no son sólo un lugar de culto, sino uno de los pocos espacios públicos donde se puede hablar con libertad. Se desarrollan conferencias, no sobre temas políticos, sino, por ejemplo, sobre ética, y ello permite llevar a cabo una actividad educativa esencial. Así, sucede que acuden muchos que no son cristianos, a veces sólo para ver a las chicas. La obra educativa de la Iglesia no se limita a los encuentros. No hay escuelas privadas, pero la enseñanza de la religión es posible en un lugar en que el 25 por ciento de los alumnos son cristianos.

Nosotros nos quedaremos aquí
La guerra sería una masacre, sobre todo para los cristianos. «Estamos preocupados - señalaba monseñor Sleiman - porque siempre que hay cambios aquí, en Iraq, hay pogromos y genocidios. Los cristianos serían las principales víctimas». Unos días antes de nuestra llegada a Bagdad, hubo una manifestación ante la sede de la ONU con la presencia de sacerdotes y mullah. Se gritaron algunos eslóganes contra los cristianos y el viceministro de asuntos religiosos intervino para censurar este comportamiento. «La gente es consciente del papel del Papa en esta crisis - nos explicaban -; aunque en los periódicos y la televisión se le concedió poquísimo espacio, muchas personas estaban enteradas de la visita del cardenal Echegaray. Las personas razonables se dieron cuenta de que es falso que el Occidente cristiano quiera hacerles la guerra».
En cualquier caso, se preparan para lo peor. Se dispondrán 8 centros de ayuda en las ciudades, 44 en todo el país, se dará asistencia sanitaria, se distribuirá comida y se ayudará a los desplazados. En todas las iglesias habrá un centro de acogida. «Nosotros nos quedaremos aquí - nos comunicó con una sonrisa monseñor Sleiman - aquí la Iglesia no tiene intereses comerciales que salvar. Rezamos y trabajamos por la paz, el final del embargo y la reconstrucción de nuestro pueblo».