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Huellas N.3, Marzo 2003

CL EN EL MUNDO

Chicago. Educación y misión

Francis George

Dirigiéndose a la Diaconía de CL de Norteamérica, el arzobispo de Chicago resaltó en su homilía la profunda relación entre fe y cultura, más concretamente, entre fe católica y libertad americana. «Dios actúa, pero hay que educarse para verlo y escucharlo. Vosotros educáis en este sentido, y por ello, la Iglesia y yo os estamos agradecidos»


Quiero daros las gracias por vuestra vida dentro de la Iglesia, por el testimonio que dáis del Señor y por permitirme estar aquí con vosotros. Durante el período en que residí en Roma en la sede central de mi congregación misionera, el movimiento pasó a formar parte de mi manera de comprender la Gracia que el Señor suscita de tanto en tanto dentro de la Iglesia para responder a las exigencias de la misión. En aquella época no tenía mucho que ver directamente con CL, pero cuando vine a Boston tuve la oportunidad de conocerlo un poco mejor.
Después de leer algunas obras de monseñor Giussani, empecé a comprender el carisma y se me hizo evidente que dentro de la Iglesia y dentro de este movimiento había una dinámica y una cierta preocupación que debía recoger. En aquel momento yo era responsable de la dirección de una orden misionera internacional y viajaba con frecuencia de un continente a otro. Las conversaciones vespertinas entre los misioneros, los sacerdotes y los hermanos que trabajaban en tierra de misión, muchos de los cuales provenían de otros países, a menudo se centraban sobre la unidad de la Iglesia y sobre la diversidad de las culturas, los distintos tipos de fe y la manera en que siempre se encarna la fe, sin reducirse nunca a una cultura determinada, ni siquiera a la del misionero que se aproxima a la otra cultura para atraer a las personas hacia Cristo.

Apoyo recíproco
Por mi parte, a medida que profundizaba en la reflexión de estos temas, intentaba hacer una aportación personal al debate y encontraba muchos argumentos en el esfuerzo del actual Pontífice por dejar clara la relación entre fe y cultura (de hecho es el que más ha escrito sobre el tema de la cultura). El Papa es profundamente consciente del hecho de que si la fe y la cultura se apoyan recíprocamente, aunque la Iglesia sea institucionalmente débil, la misión progresará; por el contrario, si la fe y la cultura no se apoyan recíprocamente, como viene ocurriendo en nuestro país, incluso con instituciones fuertes como las que hemos construido en el último siglo (o mejor, en los últimos dos siglos) para salvaguardar nuestra fe en un ambiente a veces hostil, peligra la fe y la misión es débil.
Al volver a este país, encontré la dinámica del diálogo entre fe y cultura en mi experiencia con Comunión y Liberación, y os estoy agradecido por introducir este diálogo en la comunión de la Iglesia de América. Vuestro nombre, de hecho, se me antoja ya un desafío que, más que alejarlas, despierta las preguntas del corazón: la relación entre estas dos palabras sugiere que vuestra comunión es lo que hace libre a la persona. Naturalmente esta afirmación es rebatida a menudo en un ambiente extremadamente individualista como el nuestro, en el que la persona viene definida en términos de autonomía, y las relaciones no se consideran precisamente liberadoras de la persona sino, más bien, algo que hay que eliminar para liberarse. La intuición profundamente católica de que es precisamente esta relación lo que nos hace verdaderamente libres está contenida en el nombre que os habéis dado y viene testimoniada también por vuestra vida y por vuestras acciones; pero ello no le resta controversia, y acarrea incomprensión y a menudo persecución. Sin embargo, uno de los puntos centrales del diálogo entre fe y cultura en cualquier parte del mundo es el hecho de que una relación nueva que transforma la vida de la persona que encuentra al Señor es una liberación, en primer lugar, del pecado, pero también de todo aquello que limita su participación en la sociedad; y en este sentido aprecio mucho lo que señalaba antes monseñor Albacete (siempre valoro lo que dice, ¡incluso cuando no me interesa que lo sepa!).

Continuidad con el pasado
En la comunión eclesial, católica, el papel del obispo no es precisamente ser un dirigente, aunque esto forme parte de su trabajo (sobre todo en una sociedad burocratizada como la nuestra, donde es necesario asociarse para ser visibles). El papel central del obispo es sobre todo la relación con el pasado, para que exista una continuidad visible con la Iglesia apostólica y, como consecuencia, una comunión universal en el presente de modo que, a través de la comunión visible entre los obispos, los católicos de todo el mundo estén unidos.
Cuando se debilita este papel, como ocurre actualmente en nuestro país (por nuestra culpa, además de por otras razones), entonces la Iglesia está en grave peligro porque las relaciones son frágiles y corren el riesgo de disgregarse. Esto lo comprenden bien los defensores del secularismo y cuantos no aman la Iglesia: si se debilita el episcopado, se destruye la Iglesia católica. Por esta razón al principio de toda la controversia actual, surgida por el gran escándalo de esos vergonzosos actos que nos han llevado a la situación en la que nos encontramos, en los principales periódicos, como el New York Times, se dijo que el quid de la cuestión no era el hecho de que determinados sacerdotes hubieran pecado - sin duda algo terrible - sino la negligencia de los obispos, por lo que los obispos a la larga deberían asumir las consecuencias. Pero no sólo los obispos locales, sino en particular el obispo de Roma. De hecho los católicos norteamericanos están ligados a Roma desde principios del siglo XIX, vínculo que fundamentalmente les diferencia de los demás cristianos, y esto es lo que atacan los otros cristianos y los secularistas.
Para nosotros, lo que hace libre es la comunión, y es lo que de alguna manera se hace más evidente en los obispos y en los movimientos como el vuestro, a los que el Espíritu llama a responder a un problema determinado en una época concreta: en este ambiente y en este tiempo creo que sois un don del Espíritu para todos nosotros.

Una cuestión de educación
Si las relaciones nos hacen libres, entonces la tarea de la vida de cada uno es crecer dentro de las relaciones que Dios le da; la amistad se escoge, pero existen relaciones más profundas que la amistad - se dan en la familia, a través del bautismo, etc.-, que vamos comprendiendo poco a poco a lo largo de nuestra vida, aunque no terminemos nunca de hacerlo. Para ello, debemos ver y escuchar: se trata de una cuestión de educación, de hacer percibir cosas que de otro modo la gente no vería, no sería capaz de oír si alguien no hubiera reclamado su atención. Lo primero que entendí de Comunión y Liberación (primero en Italia y después en Boston) es que la educación es algo fundamental en vuestra concepción de misión. Me alegra mucho que la exigencia de educación no sea algo exclusivo de vuestra vida sino que hoy en la Iglesia sea de nuevo posible llevar esta exigencia a la universidad y a las parroquias; estoy verdaderamente agradecido porque creo que el Espíritu Santo os ha traído aquí por el bien de la Iglesia.
Durante treinta años hemos estado persuadidos de que la educación religiosa y el catecismo estaban superados. Las diócesis estaban convencidas de que todo lo que databa de antes del Concilio carecía de importancia, hasta el punto de quemar la mayor parte de los textos catequéticos - textos muy válidos que había estudiado de joven y que todavía recuerdo, creados para hacer surgir el diálogo entre fe y libertad, especialmente en Chicago -. El catolicismo del Medio Oeste es diferente respecto al de la Costa Este: allí, los católicos llegaron dos siglos después, a una sociedad protestante muy organizada. En cambio, nosotros fuimos los primeros: las primeras personas en llegar después de los nativos fueron los misioneros franceses y los exploradores Marquette y Jolliet, y el primero en asentarse en Chicago fue un católico, Jean Baptiste Point du Sable, procedente de Santo Domingo.

Catolicismo “blando”
La historiografía oficial censuró, en cierto modo, su presencia y se fijó sobre todo en nombres más anglosajones y protestantes, aunque lentamente se va recuperando el hecho de que la Iglesia católica lleva presente aquí desde que existe sociedad organizada. Esto dio lugar a un catolicismo muy blando y quizás un poco menos defensivo, lo que ha supuesto un bien, porque hemos crecido con la idea de que no existe conflicto entre fe católica y libertad americana. Esto se percibía también en el título de nuestros libros del colegio. Leíamos un libro de historia titulado Fe y libertad: esta certeza natural que teníamos en los años 40 y 50 es ahora mucho menos sólida, porque la libertad americana está disuelta en una autonomía basada en elecciones individuales. A pesar de ello, creció una Iglesia que en cierto sentido es una casa en la sociedad, en la que por un lado existe el peligro de sentirse demasiado a gusto, pero por otro lado está la expectativa, reconocida incluso por los de fuera, de formar parte de la vida pública. La Iglesia ya no es tan activa como lo fuera antaño, precisamente porque la educación católica está muy deteriorada. Aquellos libros se destruyeron como signo de una nueva era y de un nuevo momento histórico, y ese entusiasmo de dejar atrás lo viejo no se correspondía con una preocupación hacia lo nuevo que nacía. De hecho, fue la falta de libros y de textos, incluso en el seminario, lo que provocó que la fe no progresara según su tradición, sino sólo como una experiencia subjetiva. Si uno sigue sólo su experiencia individual, por su cuenta, nunca llega a descubrir que Dios es uno en tres personas, que Jesucristo resucitó de entre los muertos y que la Virgen María dio a luz un hijo, que es el eterno Hijo de Dios. Hay que aprender todo esto y hay que aprenderlo dentro de una comunidad.

Los últimos treinta años
La fe está debilitada y, en cierta medida, en una ciudad como Chicago en los últimos treinta años hemos visto desaparecer la presencia de un catolicismo visible. Los movimientos que actuaban en las parroquias antes del Concilio siguen existiendo todavía, y las parroquias son fuertes en muchos aspectos, pero los movimientos no están presentes de la misma manera. Los nuevos movimientos, los movimientos laicales como el vuestro, que la iglesia ve crecer bajo la inspiración del Espíritu Santo, no son muy visibles; unas veces por su naturaleza, más anónima, otras porque no son comprendidos y no gozan de la confianza de los pastores. Ésta es en cierto sentido la debilidad de la Iglesia local en este momento y por ésta razón recomiendo a los movimientos post-conciliares que se den a conocer entre los sacerdotes para que estos puedan confiar en ellos y esta enorme Gracia que el Espíritu concede a la Iglesia pueda florecer también en la Iglesia local con su historia y con su particular modo de proceder.
Ver y escuchar forma parte de la educación, es necesario para una vida de fe. Vivimos en una sociedad muy conservadora, donde cuando algo va mal, alguien debe pagar; nada puede ir desencaminado, no estamos abiertos a las acciones no planificadas, falta la capacidad de reconocer la sorpresa frente a la novedad que el Espíritu Santo siempre conlleva, todo debe permanecer siempre igual. Ésta es la causa por la que cuando sucede un desastre todos se aseguran de que no haya de qué preocuparse, volviendo a colocar todo en su sitio, y por esto los que gobiernan la sociedad son aseguradores y abogados; hemos de verificarlo todo con cada responsable, porque si algo no se ha planificado quiere decir que alguien es culpable y debe pagar. Este discurso es válido también para Dios. Existe un gran resentimiento hacia el hecho de que Dios sea protagonista: se puede hablar de Dios como la gran meta de nuestra experiencia particular, se puede hablar de Dios como lo mejor de la naturaleza humana o de la experiencia humana, pero es inadmisible hablar de un Dios que irrumpe en la historia por sorpresa, que renueva y cambia todas las cosas. Este Dios es en última instancia radicalmente rechazado.
Estando con un grupo de jóvenes profesionales, en su mayoría recién licenciados, tuve la suerte de tomar parte en una conversación muy interesante. Me preguntaron que por qué había que ser católico. No era algo fácil de aceptar en nuestros días y era complicado vivirlo en la experiencia profesional. Les respondí: «Porque Dios quiere que tú seas católico». Me rebatieron: «¿Cómo te atreves a decir eso? ¿Qué sabes tú de lo que quiere Dios?».
Dios actúa, pero hay que educarse para verlo y escucharlo. Vosotros formáis parte de esta educación dentro de la Iglesia, y por ello os estoy agradecido. Gracias por estar aquí, porque este modo de vivir y de estar juntos, este modo de vivir la relación con el Señor es evangelización. Todo puede ser utilizado en función de la evangelización, todo lo que hagamos, no importa en qué circunstancias; estáis evangelizando de verdad porque el corazón de la evangelización es conducir a las personas a la relación y a la comunión con Cristo. A través de Él se da la unidad con los otros y esto les hace libres. Os doy infinitas gracias y espero que crezcáis en número aquí en Chicago. Dios os bendiga.