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Huellas N.3, Marzo 2003

SOCIEDAD

Banderas, himnos e insignias

Alessandro Banfi

Durante siglos la cultura moderna ha defendido como fuente de verdadera libertad el prescindir de toda clase de pertenencia . Hoy prima la exigencia de alinearse bajo una etiqueta o una bandera, se redescubren las raíces históricas, étnicas y religiosas; pero resulta ser un deseo“secuestrado” por el poder. Sólo descubriendo la dependencia del Misterio que lo hace todo se puede construir un pueblo


La pertenencia? Se ha puesto de moda. Se ve incluso en las cosas pequeñas, como el artículo sobre las tribus urbanas juveniles publicado en el Corriere della Sera el pasado 28 de enero. En este artículo la periodista, hablando de las distintas tribus, comenta: «Está clara la tendencia: en el planeta joven está de moda tener una bandera». No sólo en el “planeta joven”, sino en el planeta en general. Por ejemplo, en la ciudad de Nueva York, herida desde el 11 de septiembre, pueden verse banderas por todas partes. Quien la haya visitado en el aniversario del ataque a las torres gemelas la habrá encontrado aferrada a su Old glory. Con algo más que unas pocas buenas razones. Uno de los terroristas árabes, Mohammed Atta había a su vez reivindicado, de forma diametralmente opuesta, su pertenencia al islam y a Alá para matar a casi tres mil seres humanos, si nos atenemos a las palabras de la alucinante “oración” encontrada en el coche que había dejado en un aparcamiento antes del terrible atentado terrorista.
Banderas, himnos e insignias sobresalen en un clima de guerra y de enfrentamientos étnicos que sumerge a nuestra civilización en la era de las ideologías moribundas. Y aquí encontramos la primera paradoja: precisamente esa cultura moderna, marcada durante siglos por el acento puesto en la no pertenencia, vendida como libertad y auto determinación, redescubre hoy, en una especie de espasmo final, incluso contradictorio, la importancia de la etiqueta, de la bandera, incluso de la pertenencia meramente étnico-geográfica. Falsa autonomía
¿Cuántas guerras, actos de terrorismo, facciones y partidos han nacido en el clima de finales de siglo gracias a estos sentimientos?
El poder ya no domina al hombre contemporáneo (o al menos no sólo), vendiendo la ilusión de una (falsa) autonomía del individuo, sino que lo hace encasillándolo en su condición, ligándolo para siempre a su condición histórica de nacimiento o, como se dice hoy, de civilización. Incluso la relación con los padres o con la propia religión es valorada desde esta dimensión, porque asigna al individuo una función útil en un momento de enfrentamiento entre banderas y patrias, entre naciones y culturas.
¿Quiere ésto decir que ha aumentado el sentimiento auténtico de pertenencia a un pueblo? Por desgracia, los himnos (el himno italiano ha tenido un boom increíble) y las banderas, ya sean nacionales o autonómicas no son suficientes para crear un verdadero pueblo. Y la etiqueta religiosa, aunque sirve para alinearse, no garantiza la verdadera religiosidad.
El hombre depende, es verdad. Por su propia naturaleza. Desde el momento en el que nace es lanzado a la comparación con el cosmos y con el tiempo. Pero existen dos posibilidades, como dice don Luigi Giussani: «O depende del flujo de sus antecedentes biológicos e históricos, y entonces será esclavo del poder, o depende de Aquello que está en el origen del dinamismo de toda la realidad, es decir, de Dios».
Pero la palabra “Dios”, lo hemos dicho antes al hablar de Atta, puede utilizarse también de forma equivocada. Quizá ahora más que nunca. Lo que cuenta es su sinónimo, el Misterio «que está en el origen del dinamismo de toda la realidad». Es impresionante, desde este punto de vista, releer la primera parte de la entrevista a don Giussani publicada en Libero el pasado mes de agosto. En ella la palabra “Dios” es sustituida muchas veces por las palabras “Misterio”, “Amor” o “Ser”. «Y la experiencia es experiencia del amor o no es nada. Además, el Ser es Caridad. El Misterio que nos hace existir, que nos rodea, que suscita nuestras preguntas y nuestros deseos, y que se nos propone desde todas partes, es Caridad. Dios se soporta por esto... ( ...) Precisamente éste es el problema: es como si ya no se esperara nada. (...) Uno no se salva él solo, por los propósitos que hace. Es Otro quien le salva a uno y al mundo a través de algo nuevo que ha nacido dentro de la historia. ¡El Ser! ¡Todo brota del flujo del Ser!». Petición total
La relación con aquello de lo que todo hombre depende se define en la Escuela de comunidad como “religiosidad”. En esta relación la posición de la persona (reconocida como tal solo gracias a esta relación) es una posición de petición, de espera, de oración. Es la posición que libera a la misma libertad del hombre, aunque esté herida por el pecado original, por el mal. «De hecho, la evidencia de nuestra dependencia última y total no puede traducirse existencialmente más que en súplica» (L. Giussani, Los orígenes de la pretensión cristiana, p. 114).
Personas así, unidas por «una novedad que ha entrado en la historia», forman verdaderamente un pueblo. Pertenecen a un pueblo sui generis. «Este Misterio - dice en la entrevista a Libero - ha penetrado y penetra hic et nunc (¡aquí, ahora!) en un pueblo que a veces ya no tiene ni siquiera jefes que se den cuenta de ello...».
¿Existe acaso una forma de pertenecer que nos libere más del intento por parte del poder de alinearnos en uno u otro bando? Me parece que no.