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Huellas N.3, Marzo 2003

PRIMER PLANO

La guerra vista desde Washington

Melanie Danner

Un nuevo temor serpentea entre los norteamericanos y para tranquilizarse apelan a los ideales que hicieron grande este país, pero que parecen haber quedado reducidos a ideología


In un país como EEUU, donde la mayor parte de la población percibe el mundo a través de las noticias o de las extensas entrevistas de la televisión, no sorprende que el debate sobre la inminente guerra contra Saddam Hussein les deje sin criterios válidos con los que juzgar las circunstancias. Los reportajes de la CNN sobre Irak durante 24 horas al día, seguidos con atención por la Casa Blanca y el Pentágono, son el símbolo de esta confusión de palabras e imágenes abstractas que bombardean a los espectadores americanos, acompañadas, además, de una banda sonora digna de un largometraje hollywoodiense. Respecto a la posibilidad de entrar en guerra contra Saddam, los medios de comunicación estadounidenses distorsionan y manipulan la realidad, reduciéndola o eliminando las cuestiones de fondo que tienen que ver con Irak y con Oriente Medio.
Mientras los políticos y los invitados de las tertulias de la radio y la televisión atacan alegremente a los “viles” franceses por haber osado disentir con la administración Bush, los norteamericanos permanecen aparentemente ignorantes del papel que juega ese puñado de hombres que rodea al presidente, que ha forjado la nueva estrategia de seguridad nacional de EEUU, una estrategia que pone en duda el histórico compromiso americano con los derechos civiles dentro de la patria y las reglas del orden internacional.
La cuestión de por qué EEUU es tan odiado en todo el mundo árabe y en el amplio mundo islámico, y de por qué la violenta ideología de los fundamentalistas islámicos tiene tanta resonancia se explica jactándose de que los enemigos de Norteamérica están simplemente envidiosos de nuestra libertad y de nuestro bienestar económico. Mientras tanto, sigue ignorándose en gran parte la condición de las minorías cristinas en todo el mundo islámico y nadie, excepto los obispos católicos, se pone en guardia contra las peligrosas consecuencias que una guerra contra Irak podría tener sobre aquellas comunidades, desde Palestina hasta Indonesia.

El espectro de un nuevo ataque
Sin embargo, a diferencia de la primera guerra del Golfo de 1991, cuando los estadounidenses seguían cómodamente desde sus cocinas las imágenes televisivas de muerte y destrucción en Irak que parecían un videojuego, hoy los norteamericanos están preocupados y asustados como nunca antes lo habían estado. El espectro de otro ataque como el sufrido el 11 de septiembre persigue a esta nación. Un miedo angustioso se ha apoderado de los responsables de la seguridad americana, un miedo que ha impulsado la convicción, indudablemente sincera, del presidente Bush de que es un deber moral atacar a Saddam antes de que éste tenga la oportunidad de atacar América. Y puesto que, como muchos sostienen, “Dios ayuda a quien se ayuda”, este país aplica la terrorífica potencialidad de las avanzadas tecnologías y de la ley para procurar garantizar a su propio pueblo una seguridad difícil de conseguir.
Nos ofrecen, de este modo, cantidades ingentes de personal de seguridad en los aeropuertos y códigos de alarma de diferentes colores para indicar el nivel de amenaza con el fin de no ser cogidos por sorpresa cuando el ataque ocurra. En estos momentos nos encontramos ante el “código naranja”, la amenaza seria de un ataque terrorista, probablemente con armas químicas, biológicas o radiológicas, ocultadas en el país por terroristas de Al Qaeda que - según la advertencia del Presidente - podría actuar en colaboración con Saddam. Se empareja, por tanto, una amenaza muy real con otra de naturaleza muy discutible. La gente se ha lanzado a comprar lonas de plástico y cinta adhesiva para proteger las ventanas de los gases tóxicos y las armerías se han atestado de personas a la busca de algo que les “proteja” de estos terroristas escondidos.

“Religión” nacional
Este miedo atenazante se agudiza ahora que millones de estadounidenses tienen algún pariente, amigo o colega en primera línea de la inminente guerra contra Saddam. La posibilidad de que empiece la batalla en las calles del centro de Bagdad, o de ataques contra soldados del ejército de EEUU con armas de destrucción masiva, tiene profundamente preocupada a esta nación. Para tranquilizarse, los norteamericanos se han vuelto hacia su “religión” nacional - un ferviente y sincero patriotismo - como toda respuesta. Por todo el país ondean banderas con barras y estrellas sobre los parachoques de los coches y en las puertas de las casas, y las imágenes del águila penden de las paredes de las oficinas y de los comercios. Son los símbolos de la convicción americana de que nuestra libertad y el respeto por la persona individual han forjado un gran país cuyos ideales son un don para el mundo entero. Pocos se preguntan si estos ideales no se han reducido a un proyecto y a una ideología construidos por el hombre. Sin embargo, el miedo persiste y, a pesar de todo el esfuerzo, ni siquiera la que es la más grande superpotencia de la historia consigue garantizar a su pueblo una paz y una seguridad duraderas. De todas maneras, en el corazón de los estadounidenses quedan el deseo grande y la apertura que pueden llevarles a reconocer la verdadera fuente de estos ideales y a encontrar una Respuesta que abra el camino al significado bueno de la realidad.