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Huellas N.2, Febrero 2003

PRIMER PLANO

Forum 1/Profesores. La joven esperanza

A cargo de Davide Rondoni y Paola Ronconi

Bombardeados por la propaganda, aparentemente omnipotentes para satisfacer cualquier capricho, arrastrados por el remolino de los sentimientos, pero sobre todo solos e inseguros respecto al hoy y el mañana. Algunos profesores de Secundaria y una profesora universitaria de Psicología hablan de todo ello en torno a una mesa


Davide Rondoni: Planteo tres puntos para la discusión. El primero proviene de una observación de un intelectual, Marcello Veneziani, quien hace poco decía: «Mirando a los jóvenes no me viene a la mente nada». Don Giussani respondía a esto diciendo: «A mí, en cambio, me viene a la mente todo». Aludo a ello porque al hablar de los jóvenes, o de quien sea, según se consideren como individuos o, provisionalmente, como categorías paradigmáticas, existe una diferencia en la mirada, que parte de la apreciación de una plenitud o un vacío en la humanidad del otro, y esto precede a cualquier otra consideración.

El segundo es una frase del poeta Milosz, que decía más o menos: «Nos han cortado las piernas y los brazos y después nos han dejado libres para caminar». Quiero decir con esto que existe la impresión de que hay una posibilidad absoluta de caminar, es decir, de tratar de hacer lo que se quiere para que la vida nos sonría, para ser felices, pero es como si nos hubieran amputado los instrumentos para recorrer este camino o para emprender esta búsqueda de verdad.

El tercero es la observación del pensador francés Alain Finkielkraut cuando definía nuestra época como “la época del feeling”, esto es, la época en la que el pensamiento se ha terminado y se procede “a golpe de feeling”; todo se juega en la inmediatez de las reacciones epidérmicas. Una consecuencia muy evidente de este dominio del feeling es la enorme presión “mercantil” que pesa sobre los jóvenes. Estos conforman uno de los segmentos más bombardeados del mercado: se piensa en ellos como un objetivo a exprimir a costa de venderles de todo, incluso la nada y la recurrencia de las modas, hermana de la muerte, como decía Leopardi. Bueno, esto es todo por mi parte. Os toca.

Eugenia Scabini (decana de la facultad de Psicología de la Universidad Católica de Milán): Antes que nada, quiero precisar que la condición juvenil no se puede definir como homogénea, sino que existen experiencias que permiten diferenciar unos grupos de otros, mucho más que hace unos años, cuando existía una garantía de normas morales o de estilos de vida que se ceñían más a la progresión de las edades; algunas cosas se podían hacer a los 14 años, otras se podían hacer sólo a los 18, y existía una mayor homogeneidad.

Sin embargo, hay algunas condiciones generales a las que se ven sometidos todos los jóvenes y yo diría que son precisamente las ligadas a la sociedad de consumo. El joven vive en una sociedad de consumo: la presión a la que se ve sometido desde lo social es muy fuerte y, desde este punto de vista, la familia ha visto reducida su cuota de influencia. El aspecto de la necesidad prevalece sobre el aspecto del deseo, entendiendo el deseo como demanda de absoluto, que se propone más allá de la satisfacción inmediata. Prevalece el elemento de saturación de la necesidad y los objetos que satisfacen las necesidades cambian constantemente: está este objeto, luego aquel otro, después el de más allá, que es mejor que el primero... Esta dinámica de tipo consumista efectivamente contagia a todos los jóvenes. “Todo enseguida”, lo cual, como enseñan los psicólogos, expresa el principio del placer, que como tal es infantil. Así, en cambio, se extingue el deseo, que es una demanda de sentido más general, que precisa una condición de apertura y también un poco de “pobreza”.

Por otra parte, la saturación de estas necesidades adviene en un contexto de ausencia de vínculos, un contexto en el que el vínculo humano es débil, por lo que la confianza se apoya más en el tener, el poseer, que en la fiabilidad del vínculo. Esto hace que en general los jóvenes se vuelvan más inseguros. Pensemos en el tema afectivo, con la posibilidad de que el lazo afectivo pueda estar sujeto a una crisis... En este aspecto las generaciones pasadas estaban más protegidas en cierto sentido. Hoy día los jóvenes tienen un grado de libertad y oportunidades que las generaciones precedentes no tenían. Ciertamente hay más oportunidades (para las mujeres, por ejemplo), pero en un contexto de inseguridad de las relaciones...

Laura Cioni: Soy profesora y, por tanto, veo a los jóvenes sobre todo desde la perspectiva escolar, desde la hora de clase.

Por lo que se refiere al “consumo”, me parece que se refleja en el colegio en el aspecto de la evaluación. Esto es: la evaluación, la nota, es la finalidad por la que el joven estudia o no, por la que va al colegio, y es también lo que le da confianza desde el punto de vista de su propia consistencia, lo que le da o le quita autoestima. Así pues, hacer percibir al chaval que es justo que tenga su reconocimiento y su nota, pero que el estudio crea además un vínculo entre él y el profesor, entre él y la materia, es muy difícil justamente porque se confunden los medios con los fines. Este aspecto de la evaluación ha sido central en la formación del profesorado en estos años: ya no se insiste en las disciplinas ni en las grandes coordenadas, sino en el modo de medir al estudiante.

Yo doy clase de Lengua y Literatura, así que trabajo con las palabras. Este año me he dado cuenta enseñando poesía, leyéndola con los chavales, de que mi comprensión previa de un poema es siempre a través de las palabras, de las palabras que otros han usado; pero detrás de las palabras que leemos en clase los chicos identifican imágenes.

Por ejemplo, en una poesía muy breve Caproni le dice a su mujer: «Sin ti un árbol ya no sería un árbol, nada sin ti sería lo que es»; cosa que yo encuentro magnífica. Al leerla, una alumna comentó que para ella aquella poesía era igual que los mensajes publicitarios de Baci Perugina (los famosos bombones que van acompañados de un mensaje, ndt.).

Rondoni: Bueno, a decir verdad también yo funciono un poco así, a partir de imágenes, y no quiero culpar a mi querido y gran Caprone, pero hay que tener en cuenta que la publicidad hoy se presenta a menudo con la máscara de la poesía...

Cioni: En otra ocasión, comentando la leyenda de Orfeo y Eurídice, llegando obviamente a hablar de Dante, uno de mis mejores alumnos me sugirió la película Al di là dei sogni porque decía: «Me vino a la cabeza esa película que había visto y he vuelto a verla: ¿usted la ha visto, “profe”?», «No», y me la trajo. La he visto y efectivamente contiene muchas imágenes propias de Dante.

Scabini: Pero lo más bonito es que él le haya dicho esto y usted haya ido a ver la película. ¿Cómo supera esta diferencia generacional? La diferencia se supera a través de un vínculo, una relación, una pertenencia...

Cioni: Hay otra cuestión que quiero plantear: ¿tener más oportunidades significa tener más libertad? Y oportunidades, ¿en qué sentido? Hoy todos estudian y, como dice Quirino Príncipe, «el colegio se ha convertido en la escuela de la vileza» (precisamente porque estudiar no es un mérito, ya no es una conquista: es algo que uno debe hacer y hace, nosotros les pastoreamos durante cinco años y después les mandamos a la universidad). En esta situación de vileza o ruindad tenemos un deber primario: ayudarles a afrontar la vida con coraje, es decir, sabiendo que la vida implica un riesgo, el empeño de las propias fuerzas y la fatiga - no sé como decirlo - para conquistar, para ir a la conquista de algo, sea lo que sea. Por tanto, en realidad también la oportunidad debe ser reconquistada en cierto modo, porque si uno es ruin ni siquiera aprovecha las oportunidades.

Cristina Rossi: Doy clase en un Instituto de Formación Profesional. Lo que yo advierto es que los jóvenes, por el contrario, tienden a impregnar de una exigencia de totalidad incluso las banalidades cotidianas. Por poner un ejemplo: una clase de gramática sobre el uso del subjuntivo. Los chavales suelen rechazar el empleo del subjuntivo y en un instituto como el mío obviamente parece aún más algo opcional. Doy la clase, hacemos ejercicios, observaciones, etc. Y termino diciendo: «¿Os dais cuenta de las oportunidades que nos ofrece, de cómo se multiplican las posibilidades de expresión del propio “yo”?», y en cuanto digo la palabra “yo”, un chico salta de la silla diciendo: «Profesora, yo, yo, yo: usted siempre utiliza esta palabra, pero en definitiva, ¿qué es este “yo”?, ¿qué significa este “yo”?». Episodios de este tipo se dan constantemente. Incluso las necesidades más banales que persiguen se ven impregnadas - al menos un instante - de una prepotente exigencia de significado. Y esto llega a crear en algunos momentos una expectativa que va mucho más allá de lo que la realidad parece ofrecer en ese momento, y te embisten a ti - adulto - con una exigencia que en ciertos momentos te deja descolocado, consternado. En ese momento tú no tienes presente que el “yo” de la gramática puede convertirse en el “yo” de este chico que lo percibe acuciante, existencial. Sin embargo, es como si estuviera a flor de piel: en cuanto se mencionan ciertas cosas, salta como un resorte.

Rondoni: Es como si el alma estuviera a flor de piel... Estoy de acuerdo. Se aprecia muy bien, incluso en muchas películas y libros que contienen historias de jóvenes.

Rossi: Si bien, - y concluyo - el otro aspecto que resulta evidente es la fragmentación. Es como si cada instante no tuviera nada que ver con el anterior, y se desconociera qué hay entre medias.

Scabini: ... el “yo”, precisamente...

Gianni Mereghetti: Quería hacer una observación partiendo de un par de episodios que me han sucedido: en mi instituto tuvimos el famoso caso de meningitis que supuso la muerte de un chico. Me impresionó mucho la reacción emotiva de los chicos (tanto los que le conocían como los que no), que a pesar de las garantías del director, de la ASL y del pediatra, en algunas clases llegaron a enarbolar el eslogan televisivo: “Tenemos derecho a la gestión de nuestras emociones”. Sustancialmente, la reacción emotiva desencadenó el pánico.

El segundo episodio: murió la prima de una de mis alumnas en un accidente. Mi alumna es una militante anti-globalización muy comprometida. Desde entonces se quedó en casa y no volvió a clase. Esta mañana llego, la veo fuera y me detengo con ella antes de entrar en clase. Resultado: el mismo tipo de reacción, una fuerte emoción, pero como incapacidad de captar algo que te pueda reconducir a una relación con la realidad; y una soledad profunda e inaccesible, porque es como si la razón cediera totalmente ante las emociones y, por tanto, la emoción dejara de ser el camino a la razón...

Todo esto, por una parte muestra la debilidad de quien va por ahí diciendo que el problema es gestionar bien las emociones (en mi instituto es tarea del psicólogo, cuya fisonomía dentro del colegio está definida por esto, pero frente a las situaciones radicales huye porque es incapaz de afrontarlas); y por otra, desvela, si bien inexpresada y no plenamente consciente, una fuerte demanda o exigencia. Por el modo en que hablaba, esta chica necesitaba que alguien la mirara, estuviera con ella y le ayudara a afrontar la cuestión.

Scabini: Te referías al slogan: “gestionar las emociones”. El drama no está en la palabra “emociones”, sino en la palabra “gestionar”, porque es como decir que tú solo das vueltas en balde a tus emociones. La cuestión, entonces, no es gestionar las emociones, sino expresarlas en un vínculo. Está claro que uno se queda impresionado ante la muerte, y hoy día los jóvenes son más vulnerables ante la muerte porque está censurada de la vida normal. Podemos entender también que puedan existir emociones más intensas porque socialmente se comparten muy poco, mientras que en otros tiempos sí se compartían. En los tiempos que corren debes sugerir a los padres, si eres un buen psicólogo, que si se muere el abuelo, sus hijos pueden ir al funeral porque no les traumatiza. Lo que sí es un trauma para los hijos es ver que los adultos no saben soportar la idea de la muerte.

La emoción es un camino hacia el vínculo, que, además, da consistencia al “yo” y permite así recuperar también la razón.

Elena Ugolini: ... Pero debe tratarse de un vínculo significativo.

Scabini: Gianni, ¿ Tú qué has hecho? La has esperado, le has hablado y le has ofrecido un vínculo fiable, seguro. A este vínculo fiable pueden confiar sus emociones...

Ugolini: Hoy los jóvenes viven relaciones “fortísimas”, en grupitos pequeños, con su madre, con algunas personas. El problema es que, en el fondo, son vínculos absolutamente débiles. Son “fuertes” porque les llenan mucho, por lo que resultan intensísimos, pero débiles porque no conducen a lo que sirve para vivir.

Pongo tres ejemplos. A lo largo de estos años he visto surgir esta pregunta sobre el sentido de la vida de forma violenta ante muertes imprevistas. Y he visto que todos se quedaban impresionados porque yo no estuviera aterrorizada. De este modo ha ido renaciendo el vínculo entre nosotros, sobre todo dentro del instituto, porque he abierto un camino al afirmar que «la última palabra sobre la vida no es la muerte».

Otro ejemplo. Me ha llegado una carta de un chico que estudia en un instituto público y lleva dos años yendo con la gente de GS. Después de dos años me ha contado el tipo de experiencia y de relación que mantenía con sus compañeros de clase en los años de enseñanza Media. Era de una violencia absoluta, porque entre ellos (por ejemplo, en la relación chico-chica) se vivían las relaciones humanas con mucha ligereza. Después, me decía: «Sólo después de conocer esta compañía han empezado a tener sentido determinadas palabras como esperanza, amistad, felicidad y amor». Lo normal es esta ligereza en las relaciones que después se convierte en violencia cotidiana, constante, que probablemente los adultos o no ven o hacen como que no ven.

La otra cuestión: al comienzo de este curso, después del enésimo reportaje de La Repubblica, con palabrería de este tipo (los jóvenes, los problemas, etc.), los chavales dijeron: «Pero nosotros no somos un problema... siempre que se habla de los jóvenes se habla como si fuéramos un problema», y añadían, en positivo: «Nosotros hemos conocido adultos que son maestros, es decir, personas que nos están ayudando a dar un paso en la respuesta a nuestras preguntas».

Cioni: Quisiera volver al término “vínculo”, porque está ligado al término “tradición”, y no podemos dejar de apreciarlo en cuanto profesores. El profesor renuncia con frecuencia a hacer de intelectual porque se debe ocupar muy a menudo de cosas más sencillas. Pero tener claro cuáles son los puntos fundamentales que decimos y transmitimos nos hace tener también una idea integral de la enseñanza. Por esto creo que todos nosotros, por instinto, estamos contra el experimentalismo salvaje y más a favor de una escuela que sea tradicional, que pase de verdad de una generación a otra.

No quisiera que la palabra “vínculo” se redujera sólo al lazo que une a los chicos entre sí y a ellos con los profesores, sino al que une con lo que nos precede y lo que está a nuestro alrededor (por ejemplo, la naturaleza, por no hacer sólo un discurso humanista).

Don Giorgio Pontiggia: Estoy completamente de acuerdo con esta observación, porque uno de los mayores equívocos que hoy imperan tiene que ver precisamente con el vínculo. Los jóvenes no usan la palabra “vínculo”, sino “amistad”: el gran mito de hoy es la amistad. Incluso los que se drogan empiezan por amistad, no empiezan por la droga; me parece que es una forma de “participación en”. Por tanto, su observación es justa. Yo iría aún más al fondo: ¿cuándo se comunica esta tradición (porque en nombre de la tradición también se pueden comunicar abstracciones)? Cuando el otro la percibe como esperanza: o es una esperanza para la vida o de lo contrario es una tradición realmente tradicionalista. A mí me parece que estos chicos no tienen esperanza. No les atribuyo toda la culpa de esto a los adultos, ¡Dios me libre!, porque existe la libertad de la persona. Pero, objetivamente, ¿cuál es la esperanza de un joven? Sólo la experiencia de un adulto. Porque la esperanza de un hijo es la experiencia del padre. A mí me parece que hoy falta esto, incluso a menudo en la gente de Iglesia, cuando comunica una tradición en sentido tradicionalista, que no tiene que ver con la vida.

Scabini: Pero en la expresión “vínculo fiable”, en el sentido de la confianza, que da confianza, entra en juego precisamente una esperanza. Lo que falta es la fiabilidad; en esas amistades de las que habla falta la fiabilidad...

Pontiggia: Cierto, estoy de acuerdo.

Hay que estar atentos cuando hablamos de amistad, de relación... Porque estos chicos son amigos ¡y de qué manera!: están juntos de la mañana a la tarde, no hacen más que eso, quedan hasta para ir a pegar a los otros... son amiguísimos. El problema es que, después, frente a la vida, están completamente solos, ¿no? Me parece que la palabra que hoy falta es precisamente la palabra “esperanza”, que se ve sustituida por la palabra “sueño”: es el sueño lo que les llena la mente. Me viene a la cabeza la frase de Oriana Fallaci, aquello de que negar el destino es la mayor presunción... Es de Oriana Fallaci, no de san José... Sin destino, el hombre no tiene un término de comparación. La palabra “esperanza” implica esto. Lo que el hombre desea, y por tanto también los jóvenes (porque no son diferentes de los demás hombres), es algo seguro, que exista y que unifique la vida. Tan cierto es esto que ellos no se mueven, incluso respecto al estudio, por un interés, sino que se mueven - aunque sea mínimamente, como una chispa en una noche oscura - en cuanto entreven algo de esa naturaleza, algo unificador, totalizador y presente. Es verdad que esto puede suceder en la enseñanza que se imparte en la escuela, pero no estoy de acuerdo con que el interés por el estudio nazca dentro del estudio. Nace donde nace, y nace siempre como un atractivo hacia aquella certeza, porque el hombre ha sido hecho para esto. Sabemos que la escuela, desde este punto de vista, es “instrumental”, mientras la concepción que tiende a ser hegemónica es que la escuela es el lugar del conocimiento. El conocimiento es mucho más grande que la escuela y la escuela es un instrumento. El conocimiento es precisamente este nexo entre un significado global y el aspecto particular. No es que sea necesario hablar del significado global y después del aspecto particular, sino que hay que hacer ver el significado unitario dentro de lo particular. Cuando un chaval, incluso el más desastroso, atisba una presencia así y no tiene una posición prefijada, inmediatamente se recupera.

Rondoni: Hay dos aspectos que me han impresionado, como conclusión provisional del diálogo que espero sirva para poner a otros en movimiento...

Estamos en una situación pagana y salvaje, esto es, bárbara y salvaje. Los elementos que se decían dibujan acentos y rasgos de una especie de hombre salvaje. Los hechos que habéis contado no son la excepción, porque están dentro de este panorama que llamo “bárbaro y salvaje” para entendernos. Asistimos a una especie de embrutecimiento.

El otro aspecto es que efectivamente «hace falta un hombre», como escribía Betocchi. Es decir, hace falta no tanto una postura dialéctica respecto a esta situación - entre otras cosas porque no existe el marco preciso para un diálogo - como una presencia que suponga un vínculo fiable. Y esto es algo imprescindible, porque es lo que introduce la esperanza.