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Huellas N.11, Diciembre 2002

PRIMER PLANO

Juan Pablo II en el Parlamento italiano

Juan Pablo II

Ya durante mis años de estudio en Roma, y después en las visitas periódicas que realicé a Italia como obispo, especialmente durante el Concilio Ecuménico Vaticano II, fue creciendo en mí la admiración por un país en el que el anuncio evangélico, que llegó aquí desde los tiempos apostólicos, ha suscitado una civilización rica en valores universales y un florecimiento de admirables obras de arte, en las que los misterios de la fe se han expresado en imágenes de incomparable belleza. ¡Cuántas veces he palpado, por decirlo así, las huellas gloriosas que la religión cristiana ha impreso en las costumbres y en la cultura del pueblo italiano, concretándose también en numerosas figuras de santos y santas, cuyo carisma ha ejercido una influencia extraordinaria en las poblaciones de Europa y del mundo! Basta pensar en san Francisco de Asís y en santa Catalina de Siena, patronos de Italia. (...).

Tratando de contemplar con una mirada sintética la historia de los siglos pasados, podríamos decir que la identidad social y cultural de Italia y la misión de civilización que ha cumplido y cumple en Europa y en el mundo muy difícilmente se podrían comprender sin la savia vital que constituye el cristianismo.

Por tanto, permitidme que os invite respetuosamente a vosotros, representantes elegidos de esta nación, y juntamente con vosotros a todo el pueblo italiano, a cultivar una convencida y meditada confianza en el patrimonio de virtudes y valores transmitido por vuestros antepasados. Con esta confianza no sólo se pueden afrontar con lucidez los problemas, ciertamente complejos y difíciles, del momento actual, sino también dirigir audazmente la mirada hacia el futuro, interrogándose sobre la contribución que Italia puede dar al desarrollo de la civilización humana. A la luz de la extraordinaria experiencia jurídica madurada a lo largo de los siglos a partir de la Roma pagana, ¡cómo no sentir, por ejemplo, el compromiso de seguir ofreciendo al mundo el mensaje fundamental según el cual, en el centro de todo orden civil justo debe estar el respeto al hombre, a su dignidad y a sus derechos inalienables! (...)

Siguiendo con atención y afecto el camino de esta gran nación, también me siento impulsado a considerar que, para expresar mejor sus dotes características, necesita incrementar su solidaridad y su cohesión interna. Por las riquezas de su larga historia, así como por la multiplicidad y el vigor de las presencias e iniciativas sociales, culturales y económicas que configuran con variedad sus gentes y su territorio, la realidad de Italia es ciertamente muy compleja y se vería empobrecida y mortificada por uniformidades forzadas.

El camino que permite mantener y valorar las diferencias, sin que se conviertan en motivos de contraposición y obstáculos al progreso común, es el de una solidaridad sincera y leal (...).

Vosotros mismos, como responsables políticos y representantes de las instituciones, podéis dar en este campo un ejemplo particularmente importante y eficaz, tanto más significativo cuanto más tiende la dialéctica de las relaciones políticas a evidenciar los contrastes. En efecto, vuestra actividad se aprecia en toda su nobleza en la medida en que está animada por un auténtico espíritu de servicio a los ciudadanos (...).

Si no existe ninguna verdad última que guíe y oriente la acción política, las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia. (...)

El hombre vive una existencia auténticamente humana gracias a la cultura. Mediante la cultura el hombre se hace más hombre, accede más intensamente al “ser” que le es propio. Por tanto, el ojo del sabio ve claramente que el hombre cuenta como hombre por lo que es más que por lo que tiene. El valor humano de la persona está en relación directa y esencial con el ser, no con el tener. Precisamente por esto una nación preocupada por su futuro favorece el desarrollo de la escuela en un sano clima de libertad, y no escatima esfuerzos para mejorar su calidad, en estrecha unión con las familias y con todos los componentes sociales, lo cual sucede, por lo demás, en la mayor parte de los países europeos. (...)

Una Italia que confía en sí misma y está unida en su interior constituye una gran riqueza para las demás naciones de Europa y del mundo. Deseo compartir con vosotros esta convicción en el momento en que se están definiendo los perfiles institucionales de la Unión europea y parece ya cercana su ampliación a muchos países de Europa centro-oriental, casi culminando la superación de una división innatural. Confío en que, también por mérito de Italia, a los nuevos cimientos de la “casa común” europea no les falte el “cemento” de la extraordinaria herencia religiosa, cultural y civil que ha engrandecido a Europa a lo largo de los siglos. (...)

También quisiera en esta noble asamblea renovar el llamamiento que durante estos años he dirigido a los diferentes pueblos del continente: “Europa, al comienzo de un nuevo milenio, abre una vez más tus puertas a Cristo”. (...)

Para esta gran empresa, de cuyo éxito dependerá en los próximos decenios el destino del género humano, el cristianismo tiene una actitud y una responsabilidad muy peculiares: al anunciar al Dios del amor, se presenta como la religión del respeto recíproco, del perdón y de la reconciliación. Italia y las demás naciones que tienen su matriz histórica en la fe cristiana están casi intrínsecamente preparadas para abrir a la humanidad nuevos caminos de paz, sin ignorar las peligrosas amenazas actuales, pero sin dejarse condicionar tampoco por una lógica de enfrentamientos que no tendría solución.

Ilustres representantes del pueblo italiano, de mi corazón brota espontáneamente una oración: desde esta antiquísima y gloriosa ciudad - desde esta «Roma donde Cristo es romano», según la conocida definición de Dante (Purgatorio, XXXII, 102) - pido al Redentor del hombre que conceda a la amada nación italiana seguir viviendo, en la actualidad y en el futuro, según su luminosa tradición, recogiendo de ella nuevos y abundantes frutos de civilización, para el progreso material y espiritual del mundo entero.

¡Dios bendiga a Italia!