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Huellas N.10, Noviembre 2002

PRIMER PLANO

Entrevista a Renato Martino. Guerra: aventura sin retorno

a cargo de Marco Bardazzi

Durante dieciséis años ha sido el observador permanente de la Santa Sede en la ONU, y ahora que el Papa le llama para dirigir el Consejo Pontificio de Justicia y Paz del Vaticano, mons. Renato Martino se enfrenta de nuevo con la crisis iraquí. En la entrevista que concede a Huellas habla de éste y otros temas de candente actualidad y hace un balance de su mandato

A principios de 1991, con el mundo entonces como hoy al borde de un conflicto en el Golfo Pérsico, el secretario general de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuellar, advertía al nuncio apostólico de la Santa Sede en la ONU, el arzobispo Renato Martino, que nada hacía posible esperar que se evitara la que el Papa llamaba entonces “la aventura sin retorno” de la intervención militar. «Me dijo: “monseñor, no podemos hacer nada, porque ya han decidido declarar la guerra”», cuenta el Arzobispo. Igual que hizo hace 11 años, Martino ha vuelto a recordar a los poderosos de la tierra, reunidos en el Palacio de cristal, que la guerra «no resuelve nada».

Durante los 16 años que ha sido Observador permanente de la Santa Sede en la ONU, monseñor Martino ha vivido todos los altibajos de la ya larga crisis iraquí. Y ahora que se prepara para dejar Nueva York, llamado por el Papa para dirigir en el Vaticano el Consejo Pontificio de Justicia y Paz, el Arzobispo se encuentra acechado por un candente brazo de hierro diplomático que tiene como objetivo Bagdad. Ha querido hablar de la actual situación en una conversación con Huellas a finales de octubre, mientras la ONU estaba todavía empeñada en intentar sacar una resolución sobre Irak que conciliara las posiciones de EEUU y Gran Bretaña con las de Rusia y Francia.

Una buena ocasión para lanzar una mirada sobre otros temas en la punta de lanza de la actualidad internacional y hacer balance del final del mandato de uno de los protagonistas de primera línea de la diplomacia mundial, que ha hecho de la defensa de la vida la constante de su acción en nombre de la Santa Sede.

Excelencia, si se consigue evitar la guerra, ¿qué futuro ve para Irak? ¿Qué tarea debe desempeñar la ONU en esta “crisis interminable”?
Hace pocos días, en una de mis últimas intervenciones sobre este tema aludí al problema de las sanciones. Confirmando de nuevo lo dicho por la Santa Sede en 1996, reconocía la legitimidad de aplicar sanciones a países que no respetan las reglas de la “convivencia” internacional. Pero llamé la atención sobre el hecho de que las sanciones no pueden durar eternamente y deben ser inteligentes, dirigidas a combatir aquello que causa el mal y no a castigar indiscriminadamente a la población civil. ¿Qué le ocurrirá a Irak? Yo espero que se le bajen los humos y, sobre todo, que acepte a los inspectores. Recordemos, en cualquier caso, que los inspectores que se fueron en 1998 no lo hicieron por decisión de la ONU. Las inspecciones se interrumpieron por decisión unívoca del señor Butler (el embajador que dirigía en esa época a los inspectores y que hoy es un tenaz defensor de la intervención armada contra Bagdad, ndr). Es necesario esperar a ver cómo se redacta la resolución que salga de la ONU; muchos esperan que sea comprensiva con todas las partes.

En 1991, usted trabajó con la cúpula de la ONU para evitar una guerra que después no fue posible detener. ¿Cuál es ahora la posición de la Santa Sede?
Recuerdo perfectamente lo que hice hace 11 años, por encargo del Santo Padre y de la Secretaría de Estado, para evitar la guerra. Y recuerdo cuando Pérez de Cuellar me dijo que no había nada que hacer. También en esas circunstancias en la medida de lo posible intentamos evitar la guerra, que no es más que derramamiento de sangre, destrucción y miseria. Benito XV la definía como un «estrago inútil». Pío XII en 1939 dejó claro que «todo se salva con la paz, todo se pierde con la guerra» y Juan Pablo II habló de una «aventura sin retorno». Es una constante en la posición de la Santa Sede y de los Papas: la guerra no resuelve nada, provoca más problemas de los que soluciona.

Pongámonos en el peor de los escenarios, el de un conflicto norteamericano contra Irak. Los países árabes no están en absoluto de acuerdo con la solución armada. ¿Qué ocurriría?
Es imprevisible. Mientras que en 1991, no todos, pero sí muchos países árabes eran favorables a la guerra, ahora creo que ninguno, ni siquiera Kuwait, la apoyaría. Todos comprenden que se rompería este frente contra el terrorismo que con tanta energía y entusiasmo se ha querido plantear al unísono en este año. Sería desastroso desde el punto de vista de la situación en Oriente Medio. Ya hay gravísimos problemas en esa región, lo sabemos. ¿Por qué no resolver primero esos que causan una guerra que diariamente provoca víctimas de una y otra parte? Estoy convencido de que si se resolviera esa situación la solución de todos los demás problemas vendría sola.

Usted dice que después del 11 de septiembre, las consecuencias de un conflicto bélico en Irak serían desastrosas para Oriente Medio. Todo el mundo se plantea: ¿por qué precisamente ahora esta insistencia estadounidense?
Para poder responder quizá tendría que recurrir a un análisis exhaustivo, es necesario buscar las razones ocultas , y la tentación es responder con una sola palabra: petróleo. Se podrían añadir otros aditivos a esta palabra, aunque quizá sea un análisis excesivamente fácil.

El baño de sangre en Tierra Santa es otra de las interminables crisis que han marcado sus 16 años en la ONU. ¿Ve alguna esperanza?
¡Estos dos pueblos están condenados a la paz! No pueden hacer otra cosa. Sólo esto les permitirá desarrollarse y crecer. Debería ser una región de paz, de ejemplo para todo el mundo, especialmente para nosotros los cristianos que vemos allí al Príncipe de la paz. Son pueblos condenados a la paz. No hay otra alternativa. A pesar de su inteligencia, su perspicacia, me sorprende que no sean capaces de ver esta realidad que todo hombre de buen sentido vería de lo obvia que es.

Aludía antes a la lucha contra el terrorismo. ¿Cuál sería, a su entender, la manera más eficaz de actuar en este campo?
Pocos días después del 11 de septiembre declaré en la ONU que era necesario combatir el terrorismo porque lo que hace y lo que puede llegar a hacer es atroz, pero la lucha no debe limitarse a acciones policiales, creyendo que el problema se resuelve eliminando a uno, cien o mil terroristas. No. Lo ha dicho también el Papa muchas veces. Es necesario ir a la raíz de la cuestión. El caldo de cultivo del terrorismo crece donde hay miseria, opresión y ausencia de libertad. Donde falta el desarrollo brotan los candidatos a terroristas, jóvenes que no tienen ninguna esperanza en el porvenir. Vivir o morir para ellos es lo mismo. No atisban un futuro decente, humano, y entonces se convierten en bombas humanas.

¿No cree que estemos ante una guerra de religión?
No, en absoluto. Se trata de la vocación innata del hombre a la libertad, a la expresión de su propia potencialidad. Cuando se niega esto, se da lugar a semejantes resultados.

Usted vivió el 11 de septiembre en EEUU. ¿Cómo reaccionó el país y qué ha cambiado desde entonces dentro de la ONU?
Es cierto que este país no se esperaba ser atacado en su propio suelo. Ha caído el mito de inatacabilidad y de invencibilidad. También la ONU se ha resentido, hay más solidaridad entre todos los países en la búsqueda de las causas. Ya no estamos solos a la hora de señalar la necesidad de indagar los motivos.

Aborto, pena de muerte, límites a la investigación científica: el derecho a la vida ha sido una constante de su acción en la ONU. ¿Cuáles son los éxitos más significativos y cuáles los sinsabores que se lleva a Roma?
La defensa de la vida ha sido mi leit motiv durante todos estos años. Quizá el éxito fundamental haya sido el que obtuvimos en 1992 en la Cumbre sobre la Tierra de Río de Janeiro, cuando conseguimos que se aprobase como primer principio de la Declaración la afirmación de que “los seres humanos son el centro de la preocupación para el desarrollo sostenible”. Fue el fruto de la habilidad diplomática de la Santa Sede porque en el borrador, en vez de “seres humanos”, se hablaba de “Estados” como protagonistas del desarrollo: estalinismo puro... Dos años después, en la Conferencia sobre Población en El Cairo, logramos que pasara en la declaración final la frase: “En ningún caso el aborto debe proponerse como método de planificación familiar”. Desde entonces estos conceptos han seguido siendo el punto central del trabajo de las Naciones Unidas. Esto debería caracterizar toda la acción y las decisiones de la ONU: la centralidad del ser humano. Es un principio muy cristiano, pero también un principio moral humano para todas las religiones. Intentemos imaginar que la ONU perdiera la perspectiva de servir al ser humano... ¿De qué servirían las Naciones Unidas?

Pero también ha habido ataques a la postura de la Santa Sede...
Sí, en las conferencias posteriores a la de El Cairo se intentó destruir todo. En Pekín y en Estambul, recuerdo discusiones de días enteros por defender el reconocimiento de la familia. Un día estuvimos discutiendo durante una mañana entera por un artículo, “the”: intentaban hacer pasar no “la” familia, sino una familia genérica, un núcleo familiar que podía estar representado por mi perro y yo. Incluso en la Conferencia sobre el Código penal internacional se intentó algo parecido: se quería incluir el término “forced pregnancy”, alusión que implícitamante abría el camino al aborto, para definir las violaciones étnicas. Conseguimos pasar una definición que condenara la práctica, pero subrayando que esto “no tenía nada que ver con las leyes nacionales que regulan el embarazo”. El término “forced pregnancy” se eliminó, pero era muy peligroso: podía ser utilizado para condenar al marido que convenciera a la mujer de no interrumpir el embarazo, atacaba las leyes que impedían practicar abortos en gestaciones muy avanzadas. ¡Incluso podía ser incriminado el Papa por asomarse a la ventana y hablar contra el aborto!

Después salieron con la definición de emergency contraception, que también eliminamos. Recientemente, en la conferencia de Johannesburgo el aborto se escondía detrás de la conjunción and. Se hablaba de “health care and services”, y detrás de ese ‘and`’ se sobreentendía el aborto. Finalmente prevaleció la definición “health care services”.

¿Qué sensación le causa ser durante tantos años portavoz ante los demás Estados de un criterio de juicio inspirado no sólo en el derecho internacional, sino sobre todo en el cristianismo?
Recuerdo lo que me dijo el Papa al terminar su visita a la ONU en 1995.Volvíamos en coche a la Misión después de su intervención en la Asamblea General, un discurso maravilloso sobre la familia de las Naciones. Me dijo: «Se lo he dicho».Yo no sabía a qué se refería y le pregunté: «¿El qué, Santo Padre?». Me respondió:«Que Jesús es el motivo de toda nuestra acción». En ese momento le dije: «Es verdad Santo Padre, es lo que mis colaboradores y yo intentamos hacer todos los días en las Naciones Unidas».

Estos 16 años se han caracterizado por una intensísima actividad; estoy contento y turbado por el hecho de que el Santo Padre me haya dado su confianza durante todo este tiempo. Para mí ha sido una larga preparación para el próximo encargo, que naturalmente pretendo desarrollar con el mismo entusiasmo y con la misma perspectiva de defender en primer lugar el derecho a la vida, que es lo fundamental: si no tenemos la vida, no podemos reclamar ningún otro derecho. Es el derecho más importante.