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Huellas N.9, Octubre 2002

IGLESIA

Octubre, mes de la Virgen. Bajo tu amparo

Laura Cioni

Esta antigua antífona que la liturgia sitúa como conclusión de las completas se refiere ciertamente a la petición de amparo de quien busca el descanso tras el trabajo del día, pero también puede inducir a otras reflexiones.

Si bien es cierto que la palabra ‘protección’ referida a María puede evocar en un primer momento la dulzura materna de una mirada y el cobijo que ofrece bajo su manto, como a menudo aparece en la iconografía de la Virgen, no podemos olvidar que praesidium es un término de origen militar, esto es, un lugar de defensa, una fortaleza.

Toda persona libra su lucha día tras día. La Iglesia lo sabe y por esto sugiere palabras que expresan de forma sencilla pensamientos, sentimientos, preocupaciones que a veces no sabemos explicar y que, sin embargo, encontramos plenamente integrados y unificados en una u otra oración. En el caso de una fórmula antigua como ésta, se nos facilita la percepción de la unidad con todos los hombres que a lo largo de los siglos y en todo el mundo han vivido su batalla y han buscado el apoyo poderoso de la Virgen. Es como entrar en una iglesia antigua y advertir que está repleta de la oración de tantos y tantos a los que debemos la vida y la fe.

Tal vez el carácter tan afectivo de esta oración derive de los reiterados plurales («confugimus», «nostras deprecationes», «libera nos semper»). La coralidad, común a la invocación con la que concluye la oración más popular y más amada, «ruega por nosotros pecadores», es una forma altamente expresiva de la comunión, donde el “yo” es él mismo y a la vez es uno con todos. Tal vez lo único que puede unirnos, más que invocar personalmente la ayuda en las pruebas de la vida, es que las mismas palabras de la invocación impliquen las fatigas y las circunstancias de todos.

La comunión de los santos, como hemos leído varias veces en estos meses en los versos de Dante del Himno a la Virgen, nace del “calor” del amor de Dios, y María es su centro. Su mirada, que se posa en nosotros desde lo alto pero sin despreciar nuestras dificultades («ne despicias»), encuentra la nuestra que se dirige a ella y, en la medida de lo posible, nos hace partícipes en esta tierra, del calor divino del que todos recibimos la vida.

Sub tuum praesidium confugimus
sancta Dei Genitrix.
Nostras deprecationes
ne despicias in necessitatibus
sed a periculis cunctis
libera nos semper, virgo gloriosa
et benedicta.

Bajo tu amparo nos acogemos,
Santa Madre de Dios.
No deseches las súplicas que te dirigimos
en nuestras necesidades;antes bien,
líbranos siempre de todo peligro,
oh Virgen gloriosa y bendita.