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Huellas N.9, Octubre 2002

SOCIEDAD

Apertura de curso en Milán. Nueva York – Milán

Giorgio Vittadini

Quince mil adultos se reunieron el pasado 21 de septiembre en el Centro Filaforum de Assago a la entrada de Milán, para celebrar la apertura de curso de CL de Lombardía. Las intervenciones de Vittadini, Cesana, don Pino, y el saludo final de don Giussani: «Hace falta un alma grande, un gran corazón como el de los niños»


Giorgio Vittadini
Nueva York-Milán

En estos últimos años lo que más me ha marcado es la experiencia del Movimiento en Norteamérica. Una historia de encuentros, sencillos y excepcionales, que llevan a reconocer que Jesús es verdad. Pero precisamente lo que hemos visto en EEUU nos ha enseñado a ver lo que existe en Lombardía, porque el origen es el mismo: el encuentro, aparentemente casual, pero en realidad gratuito, providencial y muy personal. Por ejemplo, lo hemos vivido con un grupo de personas ideológicamente lejanísimas del cristianismo, que han conocido casualmente a algunos de los Memores Domini. Uno de ellos fue alumno de Giussani hace cuarenta años. Les invitaron a casa y, muy impresionados, dijeron: «Don Giussani ha realizado la comuna: lo que nosotros hemos intentado hacer sin éxito». Con el tiempo, la amistad ha ido creciendo y dos de ellos han decidido casarse por la Iglesia, tras 25 años de convivencia. En definitiva, el encuentro encierra una propuesta de significado para la vida. Sin embargo, nuestra situación actual es la siguiente: permanecemos estrechamente ligados al Movimiento, pero sin llegar a una certeza personal. Lo expresa muy bien Dima, del CLU: «El movimiento alivia el malestar que deriva de una educación en ruinas, pero no ataca la concepción mundana». Éste es el desafío que tenemos por delante.

Un grupo de ingenieros nos indica cómo salir de esta condición: «No podemos demorarnos en amar lo que nos ha sucedido». Desde este punto de vista, el primer hecho excepcional es la Escuela de comunidad. Este juicio diferente genera una característica de nuestras comunidades: un mar de caridad. La Compañía de las Obras no es sólo una organización: es un conjunto de “yos”, deseosos de descubrir cómo el encuentro cristiano crea una respuesta orgánica a las necesidades humanas, y vuelve más vida la vida. Lo mismo vale para la cultura: el Centro Cultural de Milán, los libros, la música, la prensa. Está claro que para defender esta concepción algunos de nosotros están comprometidos en la política, ante todo Formigoni. Nuestra compañía se caracteriza por actos públicos, que son para todo el mundo, como el Vía Crucis de Nueva York y el de Caravaggio, la Campaña de Navidad, las Jornadas del Banco de Alimentos y Farmacéutico, la Feria de Artesanía.

El corazón de nuestra presencia es el servicio a la Iglesia: miles de catequistas, la presencia educativa en las parroquias, la Fraternidad del Studium Christi, la vuelta a las raíces religiosas de nuestra tierra y a su tradición (por ejemplo, las peregrinaciones) o los coros que nos educan en la belleza. No estoy haciendo la lista de la compra, estoy describiendo lo que nace del encuentro: una admiración que genera obras, relaciones, vida, cuyo centro es la misión personal, la urgencia de llevar con palabras sencillas la experiencia del Misterio a la gente, aquí y en el mundo entero. También aquí entre nosotros “la profecía” de Giussani acerca de la relación entre los judíos y los cristianos, ha tenido una confirmación inesperada. Hace algunos años se presentó en la sede de la CdO por equivocación un chico que debía hacer la prestación social: Claudio Morpurgo, presidente de los jóvenes judíos italianos. Nació una profunda amistad, tejida de encuentros y diálogos, que se ha prolongado hasta hoy. Recientemente fue nombrado vicepresidente de los judíos italianos.

Giancarlo Cesana
Destino y educación

Lo que ha borrado de los rostros de los chavales de Nueva York la oscuridad, la duda y la violencia, es la certeza de ser queridos. Porque para estar ciertos no basta una idea; una idea basta para ser fanáticos. Para estar ciertos es preciso tener un lugar, hace falta alguien que me quiera a mí. Para vivir no me basto a mí mismo, te necesito a ti, aunque tú nunca serás suficiente.

Ahora bien, ¿qué nos transmite quien nos quiere? El sentido, el objetivo de la vida, la vocación; no simplemente una tarea a realizar, sino mi destino personal. El destino no quiere mi tarea, me quiere a mí. El Otro que me ama, el sentido de la vida me quiere a mí, no lo que yo hago. Pongamos el caso de alguien lleno de ganas de hacer y que, sin embargo, se ve obligado a permanecer en cama durante veinte años. ¿Qué le puede sostener? ¿Una tarea? La palabra ‘destino personal’ decide: o acepta o no acepta esta circunstancia como paso hacia su destino de plenitud. Estamos destinados a amar. Esto supera todos los puntos de vista, desborda todos los límites de una tarea. Hace falta responder al “Tú” que interviene en nuestra vida queriéndonos. Y responder implica aceptar el riesgo de pegarse a otro. Porque el conocimiento es una energía afectiva, no un mecanismo o un acto automático como el de un ordenador. Pegarse a alguien es el riesgo propio de una vida. Responder significa que las cosas ya no son como tú las imaginas, puesto que la presencia a la que respondes determina tu vida, y no una Presencia con la “P” mayúscula, porque hay cierto espiritualismo que usa todas las palabras con mayúscula (la Presencia, el Otro, etc), sino con minúscula: tu presencia que es el cauce de la Presencia con mayúscula. Así he entendido lo que Giussani nos dijo acerca de la Virgen. La Virgen se apegó a otro y llevó en su seno, llevó al Misterio. Por eso es fuente viva de esperanza, porque se abandonó a Él. Pero podría asaltarnos una última objeción, la que Eco ha planteado recientemente comentando el pensamiento de Popper: «De todo se puede decir que es mentira, de nada se puede decir que es verdad». Así es la vida cuando la verdad no se demuestra más fuerte que la muerte, porque la muerte lo falsifica todo. La única verdad que vence a la muerte, el único factor de esperanza es Cristo, que ha vencido a la muerte, que está presente y se manifiesta en una humanidad cambiada, promesa del cumplimiento futuro. Yo no sigo a Cristo porque haya entendido todo, le sigo por la promesa que procede de Él. No hay ninguna presunción en ser cristianos. Y Cristo es misterio precisamente por cómo se manifiesta: a través de una compañía humana. Entonces, si éste es el destino, ¿cuál es la tarea? Misión y educación. O mejor: educación como misión. La educación es ayudar a ver, de modo que la libertad pueda ponerse en juego. «El hombre mendigo de Cristo y Cristo mendigo del hombre», para abatir el muro de la objeción, la incertidumbre, el cálculo, de la vida pensada como si la hiciéramos nosotros. La educación es sobre todo una propuesta: no se propone una idea, se propone una vida, propones lo que eres y por tanto lo que tú sigues, aquello a lo que perteneces, aquél que te ama y que te ama a ti para amar a todos.

Don Pino
Los pasos del camino

¿Cuáles son los pasos de esta educación? No es algo que haya que hacer, ni actos mecánicos que pasivamente, sin conciencia y libertad, siguen una tradición. El encuentro con Cristo no se presenta como “un” camino entre otros, aunque fuera el más importante, sino como “el” camino porque se presenta como una correspondencia única. Por ese camino se alcanza el destino; ese camino me cambia, es decir, me cumple. Para que la persona vea renovarse la certeza que tiene es preciso un lugar, es necesario un abrazo. El camino es Cristo tal y como lo he encontrado, vivo en un lugar que es el Movimiento. Nuestra amistad es una ayuda para reconocer y llevar la esperanza a uno mismo en primer lugar y por ende a todos; nuestra amistad tiene una forma y un nombre, que indican la naturaleza de la experiencia que vivimos: se llama Fraternidad. La amistad de Cristo vivida en términos persuasivos, es decir, según la preferencia, la proximidad y las circunstancias que más nos ayudan a caminar, se llama Fraternidad. La gran obra de la Fraternidad de CL es el Movimiento, es volver a crear “movimiento” cada día, dentro de nuestra existencia concreta. La primera ayuda en este sentido es la Escuela de comunidad: la verdad cristiana se aprende porque se vive, se conoce al tratar de plasmar nuestro deseo de justicia, verdad, afectividad y concreción. No es un discurso. Lo que más me han impresionado este año yendo a ver a don Giussani fue cuando él, de repente, un día dejó la conversación que estábamos teniendo y me espetó: «¿Sabes, estoy haciendo Escuela de comunidad? Es un recorrido denso, no es fácil, pero, ¡qué grandeza, qué originalidad, qué profundidad y apertura!». ¿Entendéis? No es uno que dice: «Es difícil, pero yo lo he escrito y te explico como es». Es alguien que sigue, alguien que ama. Junto a la Escuela de comunidad, precisamente por la importancia de esta mirada nueva sobre las cosas, os reclamo a toda nuestra realidad editorial: libros, CD’s y nuestra hermosa revista Huellas. Además hago hincapié en que al nuestra sea una mirada al Ser que aprende de él la pasión por la vida del hombre, y que se expresa como caridad: la caritativa, es la educación a mirar a la realidad con apertura, con compasión y decisión. Gracias a esta educación continua, en la responsabilidad puede empezar la aventura de crear una obra. El último aspecto que quiero destacar es la misión, como expresión de lo que yo soy, de la pertenencia que comienza en mi persona, pero que tiene como horizonte el mundo entero. En este sentido se nos propone el diezmo, la participación en el “fondo común”, como gesto educativo en la dimensión misionera: para que aprendamos que lo que tenemos y lo que somos es para Otro. Todo esto dentro del gusto y la pasión por la libertad. Y la primera libertad, la que expresa toda la pasión y la grandeza de un hombre, es la oración, la petición a su Presencia para que lo que está muerto viva, lo que es frágil se refuerce y lo que está tibio recobre calor.

Por último, lo más importante: para ir hasta el fondo de lo que es la esperanza, de lo que es la Virgen, “fuente viva de esperanza”, es preciso retomar el mensaje de don Giussani en Rímini. Es el primer paso en firme, la piedra donde apoyar con certeza y espera el comienzo del camino de este año.