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Huellas N.7, Julio/Agosto 2002

TESTIMONIO

Un solo cuerpo

Stefano Alberto

A los tres años del accidente de carretera en el que perdió la vida, las palabras de don Giussani que don Pino leyó durante la celebración eucarística en la catedral de Módena. «Por la resurrección de Aquel que ha muerto por nosotros incluso el dolor se convierte en el alba de una alegría misteriosa»


Os leo el mensaje que don Giussani ha enviado a Fiorisa y a sus hijos:

«El tercer aniversario de la muerte de Enzo que reaviva el dolor en el corazón de su esposa e hijos, más que pena y llanto, tiene en nosotros un eco inaprensible de lejanía misteriosa. La memoria de su imponente figura de hombre enérgico e inteligente, nos encuentra unidos - como un solo cuerpo viviente y apasionado - en ese destino común al que sólo Cristo puede dar nombre. Así nos une, más que antes, el amor de Aquel que murió por nosotros y por cuya resurrección incluso el dolor introduce una alegría misteriosa. Abrazamos de todo corazón a Fiorisa y sus hijos, a quienes con Enzo ella dio la vida para la eternidad»
Precisamente hoy, fiesta de la Santísima Trinidad, una palabra destaca en este mensaje: “unidad”, unidad viviente y apasionada, unidos en el destino común. Dicha unidad se funda en Dios mismo, pero el Misterio no nos la da a conocer como uniformidad u omnipotencia sin rostro; nos la muestra, muy al contrario, como unidad entre personas en las que el ser es padre que genera al hijo y el hijo ama al padre; este amor es el Espíritu, el Espíritu que hace vivir todo, que da vida a la carne y al mundo, que dona el ser en cada instante.
Este fuerte reclamo a la unidad - somos un solo cuerpo contigo para siempre, Enzo - no censura el dolor, no censura nada, pues nuestra unidad viene de la conciencia del destino común al que solo Cristo puede dar nombre.
Te pedimos, a ti que ves su rostro sin velos - nosotros lo vemos en el signo, frágil e imponente, de la compañía, de los amigos -, que nos hagas conscientes de la obra que el Señor ha comenzado en nuestra vida, la misma por la que tú has dado la vida. Al celebrar hoy la misa por ti, la primera junto a don Gius en Gudo, hemos caído en la cuenta de que esta celebración coincide con el aniversario de su sacerdocio. Así se hace más evidente que la condición del sacrificio, el sacrificio que te asoció y nos asocia contigo a la cruz de Cristo, es que genere siempre una resurrección para que la vida pueda dar fruto, que pueda madurar esa misma pasión que Giussani testimonió en su intervención en los últimos Ejercicios como un ímpetu inmediato de amor, apego, estima y esperanza.
La gloria de Dios, de quien hace las estrellas del cielo y pone en el mar, gota a gota, todo el azul que lo define, es el hombre que vive. Tu sacrificio y tu vida ahora son para que vivamos día tras día no de manera mecánica, sino con ese ímpetu de amor, tensión a la unidad y pasión por la obediencia que con el tiempo dan fruto.
¡Cómo conmueve haber visto, precisamente esta semana, madurar tantos frutos en tus hijos: el doctorado de Chiara, la graduación de Pietro, el trabajo que empieza María, todo ello custodiado con paciencia, humildad y conciencia, por Fiorisa (...de Annarita no digo nada porque ella siempre va por buen camino).

¡Pero cuántos frutos en la vida de cada uno de nosotros!

Tú viviste el movimiento siempre con la urgencia de que tu “yo”, tu persona y la amistad que la dilata (una amistad enraizada en su origen y enteramente volcada en la tarea) partieran constantemente de un nuevo inicio. Te pedimos con todo el corazón que nos ayudes a ser conscientes de nuestra unidad y a tender a ella contigo, con Giussani y entre nosotros. Al mismo tiempo, te suplicamos que intercedas para que Dios nos conceda una humanidad vibrante y un ímpetu de vida personal y comunitaria para que nuestra compañía sea la gloria humana de Cristo dentro del mundo.