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Huellas N.7, Julio/Agosto 2002

MEETING 2002

El sentimiento de las cosas, la contemplación de la belleza

Giancarlo Cesana

Se ha dicho que el único conocimiento posible para el hombre es la afectividad. Esto quiere decir que para entender lo que significa conocimiento no basta con comprender las conexiones eléctricas y bioquímicas del cerebro: conocemos lo que nos impacta. Si nos paramos a pensar en nosotros mismos, descubrimos que de algún modo nos constituye lo que nos ha llamado la atención: su recuerdo nos remite a los hechos y las personas que lo protagonizaron; del resto no queda nada. La palabra ‘afectividad’ deriva del latín affectus, que significa ‘afectado’, impresionado. Por otro lado, conocer sirve para hacer, para desarrollar una energía positiva. De hecho, la locura es un conocimiento sin energía, incapaz de relacionarse con la realidad. Si para conocer hace falta el impacto, es necesario que algo nos atraiga, nos fascine. Es necesaria la belleza, la correspondencia, ver algo que ha sido hecho para mí.

No se puede percibir un contenido sin su forma. Esto es tan cierto que cuando nos encontramos con algo que no nos gusta sentimos dolor; pero el dolor no es una percepción positiva, es darse cuenta de una carencia y la carencia es lo más terrible de la vida. Si no se puede percibir un contenido sin forma, el problema es determinar el contenido de la belleza. ¿Qué percibimos a través de la belleza? Este es un problema actual, porque hoy es como si la belleza no tuviese contenido: es una forma contingente, transitoria, que antes o después terminará y tiene por tanto que consumirse rápido, tiene que hacerse objeto del instinto. Basta con fijarse en la relaciones hombre- mujer. ¿Para qué existe la belleza entonces? ¿Es tal vez la expresión de una ceguera? Si encuentro algo que me corresponde, ¿terminará? ¿No dice, en el fondo, nada de la vida? ¿O bien habla de algo distinto?

La belleza habla de lo que buscamos, habla de ser amados, de ser queridos, porque toda nuestra vida, todo nuestro afán es para ser queridos. Y la belleza sin amor es árida. Porque no es para mí, y por tanto no sirve para nada. No puede haber belleza sin amor, sin compromiso del afecto. La belleza habla precisamente del amor, sugiere la posibilidad de que haya un sentido, un significado profundo en las cosas, porque el amor es el significado profundo de las cosas y el significado es la relación que existe entre las mismas cosas. Por tanto, si hay un significado, yo no he sido hecho por casualidad, estoy dentro de un orden, soy querido, soy buscado.

La belleza habla de esta correspondencia.

Aunque no podamos poseer este destino, este amor último, este significado de las cosas. De hecho la belleza, en último término, es misterio. Un buen cuadro, una melodía bonita, una hermosa mujer con la que nos encontramos son, en el fondo, misterio. La belleza nos pide entrar en lo que no poseemos. Esto es cierto hasta en la relación más comprometida entre hombre y mujer, donde la belleza es poseída. De hecho, en un amor verdadero la posesión coincide con ser poseído, es decir, con el reconocimiento de que el sentido de la propia vida es Otro.

Se introduce así también el otro término del lema del Meeting, la contemplación.

Contemplación no quiere decir no tomar, sino tomar para ser tomados. No por las cosas o las personas, sino por el Misterio del que está hecha la belleza. No por casualidad dijo Dostoievski que «la belleza salvará el mundo». Porque la belleza arrastra al hombre hacia el interior del Misterio, es decir, le fascina. Si no se puede conocer un contenido sin una forma, esto es mas cierto que nunca en lo que se refiere a Dios. No se puede conocer a Dios si Dios no tiene forma, porque entonces no es más que una alucinación. Dios es el nombre del Misterio; Dios es el signo de interrogación del que depende toda nuestra existencia.

Por eso es imposible no hablar de Cristo, porque Cristo pretendió ser la forma de Dios, es decir, la forma en que Dios podía ser reconocido y con Él la humanidad que le sigue, es decir, nosotros, yo. Dios se ha mezclado conmigo y para llegar a Dios hace falta pasar a través de mí. Y por este testimonio de Dios, del Misterio, ¡ también yo puedo ser guapo! ¡Imaginaos qué suerte tienen los que lo son! Porque si no es perceptible la forma de Dios toda la belleza es ceniza, no es el camino para una aventura humana.

Es un problema moderno; la belleza ya no es camino hacia nada, es solo objeto de consumo, y así no se entiende aquello a lo que la belleza remite, no se percibe ya la misma belleza.

Sobre todo, la forma de vivir que tenemos - sintiendo lo bello como algo efímero, pasajero - es en gran medida fea, es decir, no está iluminada por nada, porque no hay camino. Estamos acostumbrados a lo feo, ya no entendemos la belleza.

Este año el Meeting intenta indicar el sentido de la belleza y lo que esta significa para recorrer el camino del descubrimiento del sentido de las cosas. Que lo que es bello, es bello en términos definitivos porque afirma el sentido y la relación que tengo con las cosas. Por tanto, me cambia y, cambiándome, construye una herencia que dejo a mis hijos, a mis amigos, a los que conozco: construye un camino. El Meeting intenta expresar esto, que a su vez supone un gran desafío porque le exige ser hermoso. Es un reto verdaderamente enorme; tal vez merezca la pena que vayamos a participar en un desafío así.