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Huellas N.4, Abril 2002

ARTE

Un puente entre Oriente y Occidente

a cargo de Giovanni Gentili

La gran exposición de 2002. Entre los siglos XIII y XIV el mar Adriático fue lugar de un intenso intercambio de lenguajes y de fenómenos artísticos entre las dos orillas. Una unidad más poderosa que cualquier división, con la constante búsqueda de la belleza

Más que un mar abierto, el Adriático era considerado, y lo es todavía hoy, una especie de gran lago cuyas cercanas orillas han favorecido siempre un intenso tráfico marino y, con este, vínculos culturales que han caracterizado la historia de muchas ciudades que se asomaban a sus costas.

En el período que abarca la próxima gran exposición del Meeting, “El siglo XIV Adriático. Paolo Veneziano, la pintura entre Oriente y Occidente”, es decir, los primeros siglos después del año mil y concretamente los siglos XIII y XIV, a pesar de las diferentes poblaciones y gobiernos y las frecuentes guerras y luchas entre los pueblos, fueron muy fuertes los vínculos que se instauraron entre las dos orillas del mar, - el Golfo de Venecia, como se llamará desde finales del siglo XIV -. En este área se originó un fenómeno de gran importancia que excedía el plano artístico: un lenguaje común, una especie de koiné cultural (una unidad cultural) que los que hoy se adentren por tierra o por mar en recorridos por los centros urbanos que se asoman al Adriático pueden identificar claramente, en especial en la arquitectura, en la estructura urbanística y en las obras de arte figurativo.

Especialmente a partir del siglo XIII, y tras el extraordinario florecimiento ravenés al que se deben fundamentales e inmortales aportaciones culturales y artísticas de Oriente - de las que la propia Venecia se nutrirá abundantemente -, empieza a afirmarse en la zona adriática, la República de Venecia con un creciente poder antes comercial que político. Es una ciudad destinada a convertirse en punto de referencia, o por lo menos de fuerte intercambio de lenguajes y fenómenos artísticos, debido a los centros y las regiones que se asoman a través de las costas noradríaticas que corresponden a los territorios de Las Marcas, Emilia-Romaña, Véneto y la zona marítima de Croacia.

Lenguaje común
En el campo de la pintura (que es en lo que más incide la exposición de Rímini), es precisamente en torno al centro de Venecia donde se desarrolla, a partir de esos años y hasta por lo menos la mitad del siglo XV, un lenguaje artístico que sustancialmente aúna las dos orillas del Alto Adriático. Un ámbito que ve nacer la fuerte personalidad de Paolo Veneziano, activo alrededor de la mitad del siglo XIV.

A finales del siglo XIII, y también algunos decenios antes, Venecia está ligada al mundo oriental, bizantino, del cual parece ser, por lo que se refiere a la pintura, una especie de colonia. Las obras que todavía hoy conocemos, por ejemplo los frescos de San Zan Degolà, muestran una estrecha relación con los frescos de Serbia los cuales, a su vez, revelan reflejos comunes con frescos de sabor bizantino y de esa época, presentes en la zona emilio-romañola y, más al sur, pullesa. En algunas tablas, que pueden datar incluso del siglo XIII, la relación con el mundo bizantino, entendido en sentido amplio, y con influjos serbios y macedonios, es evidente tanto desde el punto de vista estilístico como del de la tipología, como aparece por ejemplo en la Madonna col Bambino del Museo Marciano de Venecia. En las primeras experiencias pictóricas de autores de procedencia incierta, pero probablemente locales, activos entre Romaña y Véneto, encontramos influencias claramente orientales.

El mundo bizantino
Por lo demás son bizantinas, también a principios del siglo XIV, la tipología de los personajes, figuras musculosas y alargadas, y rostros cerrados y severos de color oscuro. Se trata, por tanto, de la influencia del mundo bizantino, entrevisto primero localmente (por ejemplo en la zona ravenesa) y después directamente con Bizancio y a través de las provincias balcánicas. Esta constante del lenguaje pictórico bizantino, que podemos encontrar incluso hasta principios del siglo XV, está destinada a cambiar cuando Venecia adquiera, sobre todo con Paolo Veneziano, una autonomía figurativa y se convierta en un gran centro artístico. Serán entonces los artistas griegos o dálmatas los que vengan a Venecia para ponerse al día sobre las novedades que empiezan a ser apreciadas también en esos lugares.

Se asiste a una serie de fenómenos muy interesantes: artistas orientales, por decirlo de alguna forma, que llegan a la laguna y dan vida a lenguajes véneto-bizantinos, como sucede con los Apóstoles del ábside de la catedral de Caorle, atribuidos a un artista dálmata; y obras de artistas del ámbito veneciano requeridas por comerciantes dálmatas y de otros lugares. Esta circulación está documentada por obras significativas que se distribuyeron en numerosos centros urbanos, principalmente en Romaña y en Las Marcas, testimonio de los fuertes vínculos con la ciudad lagunar. Se trata, por tanto, de un tipo de difusión capilar de obras de arte - polípticos, frontales, cruces pintadas, es decir, objetos de arte sacro - que parece seguir, en el siglo XIV, las rutas de las naves. El arte se convierte en objeto de comercio e intercambio. Esta difusión toca precisamente los centros más importantes de las dos orillas del Alto Adriático.

“Vínculo” extraordinario
La exposición se encuadra de forma admirable y del todo imprevista - la organización empezó hace dos años - en el tema del Meeting de este año, resumido con el título “El sentimiento de las cosas, la contemplación de la belleza”. El extraordinario “vínculo” cultural que hace del mar una excepcional vía de comunicación y un puente cultural entre Oriente y Occidente es, en efecto, la Belleza misma, reflejo de la Verdad que, primero Bizancio y después Venecia, difunden por todas partes; en las iglesias de los conventos costeros, así como en los centros del interior. Con una capilaridad debida ciertamente a un movimiento - o, por lo menos, a una renovación - de pueblos guiados por soldados, mercaderes y hombres de Dios que recorrían incansablemente la vía marítima adríatica. Siempre dentro de las contingencias y de las ineludibles contradicciones de la historia: las escaramuzas y las frecuentes guerras, inevitablemente conectadas al predominio del comercio y a la disponibilidad de puertos en las dos orillas, y a pesar de la grave herida que sufre la cristiandad en el año 1054 con el cisma de Oriente. La búsqueda de la Belleza y su contemplación supera esos límites y se impone, originando un arte renovado, fruto de la laboriosidad de los pueblos fortalecida por la novedad que siempre nace de una fe vivida y de una activa comunión de intercambios y de relaciones.