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Huellas N.2, Febrero 2002

11 DE FEBRERO

Historia del inicio de un nuevo movimiento

Roberto Perrone

Con el nacimiento de la Fraternidad tomó cuerpo la expresión consciente y comprometida de una historia, la madurez de la experiencia de CL. A continuación los primeros pasos de la Fraternidad en el recuerdo de dos de los primeros. Veinte años después del reconocimiento pontificio


El comienzo fue lento, como en uno de esos antiguos partidos de fútbol en blanco y negro, con el balón de cuero oscuro que parece estar siempre en la repetición de la jugada de lo lento que va. De los que Paolo Sciumè jugaba cuando era un chaval en los campos pelados del Giuriati, a las afueras del oeste de Milán. Entonces, el ahora abogado, era delantero centro de la cantera del Milan con una carrera por delante en los rojinegros. «Superé dos pruebas de selección, Nils Liedholm era el seleccionador, pero no me presenté a la tercera». Un gran porvenir futbolístico a sus espaldas “sacrificado” por una prestigiosa carrera en la abogacía. Quién sabe, a lo mejor su historia, y un poco también la nuestra, habría sido diferente, aunque el Destino siempre está al acecho, a lo mejor en la siguiente esquina. Onorato Grassi no tiene un pasado tan prometedor como futbolista, pero lleva a sus hijos al estadio a ver al Inter, cuando no enseña Filosofía medieval en la Universidad LUMSA de Roma. Empiezo por el final, por el fútbol, porque tiene que ver conmigo, con mi profesión, y también porque tengo cierto reparo ante estos dos personajes y el recorrido que vamos a hacer. La cita es en la buhardilla de Tracce (¡no está nada mal, podría sacarme un apartamento!) para escuchar el testimonio de dos que ya estaban, hace veinte años, antes de que la aventura de la Fraternidad comenzara (o mejor continuara). Cuesta arrancar porque siempre hay recelo ante los periodistas que quieren saberlo todo, incluso los pormenores, que te piden que dejes a un lado las generalidades, como la Guardia Civil. De hecho, a menudo también los periodistas vamos en parejas.

Paolo Sciumè, 59 años, nacido en Carpi, provincia de Módena, casado con Giovanna, tres hijos (Pietro, Giorgio y Camilla), dos nietos (Tommaso y Maddalena), abogado con (famoso) despacho en Milán. Nori Grassi, 51 años (cuando leáis estas líneas), casado con Elisa, cuatro hijos (Luigi, Michele, Francesco y Riccardo), profesor de filosofía. ¿Cómo se conocieron? «Sería a mediados de los 70 cuando en la Católica hubo enfrentamientos violentos contra CL», empieza Sciumè. «No creo, más bien en una asamblea de responsables de las que se hacían cerca de Piacenza, en Castelnuovo Fogliani», replica Grassi. «Yo era un dinosaurio, de una generación anterior, pero seguía a Giussani. Donde iba él, iba yo» (Sciumè). Giussani iba madurando la idea de la Fraternidad. Grassi cita una fecha concreta, ligada, aunque sólo por casualidad, a un trágico acontecimiento de la reciente historia italiana, 16 de marzo de 1978. El día del secuestro de Aldo Moro, cinco muertos sobre el asfalto de la calle Fani, el país desolado. «Fuimos a cenar a un restaurante a las afueras con don Giussani y, después de haber comentado los trágicos sucesos, hablamos sobre cómo continuar en la vida adulta la experiencia de la universidad, cómo incrementarla; así surgió la idea de la Fraternidad». «En las primeras reuniones se llamaba “Cofradía” y estaba relacionada con la idea de las profesiones, de cómo continuar en los gremios y profesiones lo que habíamos empezado a vivir», añade Sciumè, sonriendo.

Salvavidas
Entonces había un grupo numeroso del CLU y los adultos. Y estaba don Giussani. Grassi: «Para nosotros en 1975 comenzó algo nuevo en la universidad; la Fraternidad debía responder a la exigencia de una vida humana verdadera y dar proyección a lo que íbamos descubriendo». No había que crear nada más, aseguran ambos, sólo continuar. Grassi habla del “salvavidas”, un encuentro periódico que, como su propio nombre indica, ayudaba a llevar a la vida lo que se había descubierto en la universidad. «Fue una experiencia importante, una posibilidad de diálogo, confrontación e incremento de la conciencia. Debía llegar a plasmar la vida, en cambio no se consiguió ir más allá de la reunión. Así que don Giussani quiso cambiar». Sciumè hace una fotocopia del documento original, el Decreto del Pontificium Consilium Pro Laicis fechado el 11 de febrero de 1982. Hace veinte años, timbres y sellos y un incipit que lo explica todo: «LA FRATERNIDAD DE COMUNIÓN Y LIBERACIÓN (todo en mayúsculas, ndr) tuvo origen en el año 1954, cuando el sacerdote Luigi Giussani, en la tarea de promover la comunión como exigencia fundamental de la vida, mediante la propuesta de fe, comenzó su apostolado de animación entre los estudiantes, los trabajadores y en general en los ambientes ligados de manera especial a la vida colectiva». Al final de este importante documento pontificio está la firma del cardenal Opilio Rossi, pero hay que citar otro nombre, el de monseñor Lobina, secretario del Cardenal. Cuenta Sciumè: «Su papel fue importantísimo, se encargó del procedimiento por pasión, no por burocracia». Hay quien iba a la calle Veneto para divertirse (como una lumbrera del periodismo provinciano) y hay quien como Sciumè iba a un apartamento de la calle Gregorio VII para los encuentros de trabajo con monseñor Lobina. Pero hay un paso previo a éste y retrocedemos a dos años antes, a la abadía de Montecassino donde el Abad Ordinario, monseñor Martino Matronola había ofrecido el reconocimiento a la Fraternidad. ¿Por qué allí? «Porque alguien que había intuido el valor de Comunión y Liberación para toda la Iglesia, incluso desde el punto de vista jurídico», responde Sciumè. La Fraternidad se apoya por tanto en la histórica Abadía y «bajo los auspicios del Patriarca san Benito». Se apoya también sobre una gran mesa donde los “padres fundadores” de la Fraternidad de CL se sentaban en las primeras reuniones. Sería bonito pensar que allí también se habían acomodado los viejos monjes hace mil y pico de años, pero, como pocos saben, dado que ya no se enseña historia, en 1943-44 la abadía originaria acabó en cenizas bajo las bombas estadounidenses.

Pido los nombres y las funciones, pero los dos son reacios a proporcionarlos; en parte por fallo de memoria, en parte porque la historia de los “padres fundadores” les fastidia bastante. En cualquier caso, estuvieron «en un salón con una mesa grande en el centro» (Grassi). Estaban ellos y estaban otros (Debellini, Feliciani, Cesana, etc.). Era septiembre de 1980 y eran las primeras reuniones de la Fraternidad, que la Abadía había bautizado oficialmente el 1 de julio de 1980.

Técnica astuta
El reconocimiento benedictino es sólo canónico. El pontificio es jurídico (después en 1984 vendrá el estatal). ¿Su importancia? «La Iglesia reconocía el valor de la experiencia comenzada por don Giussani y lo proponía a todos» (Grassi). «Cierto, se reconocía el carisma de don Giussani» (Sciumè). El aspecto “oficial” del reconocimiento es interesante. «Porque hay un reconocimiento de la historia del movimiento también en el aspecto formal». Y después está la regla, inspirada en la de los benedictinos. «Al principio muchos tomarán enseguida precisamente esa, incluso Giussani pide que se siga, después se dará cuenta de que no es tan fácil. Sobre esto, Giussani utilizó una “técnica astuta”» (Sciumè). ¿Cuál? «Nunca antepuso la forma al corazón de la gente. Hay una Fraternidad en Brianza que se ha querido dar una regla más estricta. Vale. Es como si él obedeciera a la creatividad generada por el adulto frente a lo que ha aprendido de él».

En cualquier caso, quedan claros desde el principio dos aspectos de la Fraternidad: «que todo es para la persona y que la vida cristiana es comunión», dice Grassi, y añade: «Una regla es algo bueno si favorece la presencia viva del carisma. Y los elementos indispensables de la “regla” son los Ejercicios, los encuentros, la oración y el fondo común». La cuestión del dinero se convierte inmediatamente en algo significativo. «La Fraternidad nos ha educado sobre todo en el uso del dinero» y así Sciumè retoma la historia del Sacro Cuore de Milán, una obra de 14 millardos de liras, un “contrato demasiado costoso”, porque en caja había sólo 2. ¿Recordáis la campaña del ladrillo? «Nos obligó a encontrar una disciplina coherente con la naturaleza del movimiento». Para Sciumè la estructura del balance de la Fraternidad es también exportable al exterior y después dice algo que me parece importantísimo, porque es verdadero para mí: «Desde un punto de vista legal somos deudores a CL». Podría decir lo mismo de mi profesión. No lo haría así (¿de bien?) si no hubiera seguido este camino. A propósito, se ha caminado mucho desde entonces. El 31 de diciembre de 1982 los inscritos eran 4.404. Ahora llenamos una ciudad entera cuando celebramos los Ejercicios.

“Hacer con”
Planteo una pregunta-provocación: ¿Cómo os sentís cuando miráis a los más de 20.000 que abarrotan el salón de actos en los Ejercicios? «Nosotros somos dos de ellos, no estás hablando con los Lares». Definición de Lar: entre los romanos, divinidad protectora del hogar. «Giussani siempre nos ha dicho: estad en vuestro sitio, yo quisiera estar donde estáis vosotros» (Sciumè). Y añade Grassi: «Giussani no habla a los 20.000, habla a cada uno en particular, a ti y a mí». Sciumè: «Me doy cuenta de que hay gente mejor que yo». Grassi: «A menudo Giussani hacía los Ejercicios a partir de las cartas de la gente». ¿Qué queda, entonces, de aquellos tiempos, qué es lo que más impactó en el origen a nuestros dos testigos particulares? «La Fraternidad es responsable, entre otras cosas, de la difusión de los libros de Giussani» (Sciumè). «La madurez y la plena conciencia de un método, el que nos ha dado a conocer don Giussani. La continua educación» (Grassi). Es un hacer juntos. «Giussani siempre quiere hacer las cosas con otros, con otros que no sean anónimos» (Sciumè). «“Hacer con” es una regla, mira a uno que se implica contigo de una manera total». A lo mejor Giussani jugó de delantero centro. No puede más que ocupar este puesto alguien que ha lanzado millones de balones buenos desde 1954, año del origen de la Fraternidad, que, por reconocimiento pontificio, cumple ahora veinte años, pero que comenzó mucho antes. Como todos nosotros. ¡Feliz cumpleaños y que cumplas muchos más!