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Huellas N.11, Diciembre 2001

DIOS Y LA GUERRA

Santo descarilamiento (o bien, qué es la Navidad)

Lucio Brunelli

El sentido religioso, las religiones, el ídolo y la violencia. La Navidad cristiana es el anuncio de que Dios se toma en serio nuestro destino hasta el punto de hacerse hombre y es el mejor antídoto contra el virus fundamentalista (religioso o laico) y contra el nihilismo. El testimonio del Papa en este momento dramático

«Si la solución del conflicto de Tierra Santa se confiara a los líderes religiosos en vez de a los jefes políticos, sería mucho más difícil llevarla a cabo». Esta afirmación de un ministro israelita, Yosif Beilin, uno de los negociadores de los acuerdos de Oslo, escandalizó hace unos años a la plataforma ecuménica que la comunidad de San Egidio había reunido para el periódico Meeting de las religiones. Sin embargo, el político israelí decía una verdad evidente para cualquiera que haya viajado a Oriente Medio. Es más fácil que se dé un entendimiento práctico entre Peres y Arafat que un apretón de manos entre el rabino de Jerusalén y el gran muftì de la Ciudad Santa. Y la observación podría extenderse también a las relaciones entre las Iglesias cristianas. El ateo Putin ya habría invitado al Papa a Moscú, si no estuviera condicionado por el niet de la máxima autoridad religiosa rusa, el patriarca Alessio II.

Finitud, nostalgia y espera dolorosa
Las religiones, entendidas como el intento del hombre de construir un puente hacia Dios, son una de las experiencias más nobles que acompañan a la historia de la civilización desde sus albores. Pero históricamente también están expuestas, tal vez más que ninguna otra experiencia humana, a la tentación de la violencia, aunque más como actitud mental que física. La nobleza de las religiones radica en la conciencia de la finitud humana y en la nostalgia de un más allá, en la espera dolorosa de un Salvador. Pero la historia ejemplifica cómo esta espera raramente conserva su pureza original. Al no sostenerse en el tiempo, necesita dar un rostro a este absoluto. Quien haya leído la novela de Chaim Potok La promesa, recordará las páginas extraordinarias en las que se narra el dilema de los judíos americanos tras el Holocausto respecto al proyecto de construcción del estado de Israel. Se oponían a ello precisamente los judíos ortodoxos, los religiosos hassidim, para los cuales los sionistas traicionaban la espera del Mesías, porque sólo Él, según las escrituras, podría volver a fundar el reino de Israel. El padre de Reuven, figura ejemplar por su moralidad, replicaba que si Dios no venía, debían hacer algo ellos, antes de que les mataran a todos.

Presencia misericordiosa
Es humanamente difícil permanecer en la indefensión de la espera.
La tentación de elegir un ídolo es parte integrante de la narración bíblica. Y los ídolos crean conceptos, los conceptos ideologías (religiosas o políticas) y las ideologías la pretensión de poseer e imponer a otros los propios “contenidos de verdad”. El Islam, y también la “religión” cristiana en ciertos periodos, han conocido históricamente el pecado de la intolerancia hacia los “infieles”. Los cristianos no tienen miedo de admitirlo. La Jornada del Perdón, que Juan Pablo II convocó durante la Cuaresma Jubilar, nacía de esta profunda conciencia que sólo han logrado oscurecer o tergiversar un poco su conversión en espectáculo mediático, por una parte, y la obtusidad integrista por otra. De todas formas, el cristianismo tiene en su misma naturaleza el antídoto más eficaz contra el virus fundamentalista. No necesita buscar correctivos externos.

Escribía el cardenal Danielou que la verdadera diferencia entre las religiones y el acontecimiento cristiano es que, en el primer caso, el hombre es quien se pone a la búsqueda de Dios, mientras que en el segundo es Dios quien se pone a la búsqueda del hombre. Podríamos añadir que la diferencia radica también en cómo el Infinito se toma en serio el destino del hombre. Gemidos de un niño que sufre el frío en una gruta, Dios que asume nuestra misma carne frágil. Un hombre de 30 años que fascina a un exiguo grupo de pescadores por la indecible y misteriosa humanidad de su mirada, de sus gestos y de sus pocas palabras. Jamás hubo una imposición, jamás la pretensión de una adhesión superior a las propias fuerzas morales o intelectuales, sino por el contrario, comprensión de antemano para quien lo negará tres veces. Un seguimiento confiado únicamente y por entero al atractivo de una presencia misericordiosa y a un estupor que conmueve el corazón. Y un corazón en paz es la mejor garantía humana para un acercamiento sano y positivo hacia la realidad.

Por la paz en el mundo
El integrista de cualquier religión es psicológicamente un perenne insatisfecho. Necesita ver enemigos por todas partes, para hallar un alivio que confirme su rabia interior. «Creen amar a Dios porque no aman a nadie», comentaba Péguy. Encontramos un ejemplo en las actitudes ante la crisis mundial sin precedentes que se ha abierto con los atentados terroristas del 11 de septiembre en Nueva York y Washington. Anti-americanismo o filo-americanismo, belicismo o pacifismo, cruzadas anti-Islam o ciego irenismo. Los católicos han quedado atrapados enseguida en esquemas ideológicos paridos en otros lugares. Te preparan una única vía por la que puedes circular y llaman libertad de elección a las dos únicas opciones que te dejan: recorrer esa vía en una o en otra dirección. Y todos los jefes de estación, o incluso los más modestos controladores de derecha e izquierda, te escrutan ceñudos dispuestos a abuchear como una infracción inadmisible la más mínima pregunta acerca del destino final del viaje.

Al mismo Papa tratan de encarrilarle entre dos opciones. La de quienes están beatamente entusiasmados con las bombas americanas y sólo esperan de él solemnes bendiciones al despegue de los B-52; y la de quienes le querrían fuera de la realidad y pretenden que niegue a priori el derecho a la autodefensa, y maldiga al Gran Satanás a rayas y estrellas.

Fuera de los esquemas
Sin embargo, el Papa se ha salido de la vía. Con sus palabras y con sus gestos ha recordado a todos que la Iglesia no es una agencia de moralidad internacional pronta a ofrecer imprimatur éticos a demanda. Santo descarrilamiento. El Papa, a fin de cuentas, sólo ha rezado y ha pedido que recemos. Por las víctimas de las torres Gemelas y por las víctimas de los bombardeos; para que el Señor toque los corazones de los terroristas y se le eviten al mundo otros atentados inicuos; para que se detenga la violencia malvada que ha profanado incluso los lugares santos de Belén; para que la guerra en Afganistán no se transforme en un conflicto entre religiones y por la paz en el mundo. Ha pedido que recemos por estas sacrosantas intenciones redescubriendo el Santo Rosario, la práctica devota que ha alimentado la fe de nuestros abuelos más que ninguna otra y también ha cimentado la unidad familiar (si se me permite decirlo) más que tantos sermones insatisfechos que se oyen hoy día. Es un testimonio de gran verdad e independencia el que nos ha llegado desde la Sede apostólica de Roma. Precisamente porque el Obispo de Roma no ha aceptado el chantaje de la política y ha elegido humildemente como único interlocutor al Señor en la sencillez de la tradición, mirando a los hombres concretos implicados en los trágicos acontecimientos de los últimos meses. También esto es un don de Dios a la Iglesia, que no hay que dar por supuesto. Y así es más fácil para todos, también para quien se siente y es realmente más pecador, alegrarse de pertenecer al humanísimo y místico Cuerpo de Cristo.