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Huellas N.9, Octubre 2001

BACHILLERES

El comienzo de la aventura

a cargo de Gianni Mereghetti

St. Moritz, del 7 al 9 de septiembre. Encuentro anual de bachilleres, que renuevan con su entusiasmo el compromiso con la escuela y con toda la vida. Proponemos algunos de los numerosos testimonios

«Una tarde me invitaron a Escuela de comunidad. Allí me propusieron que me tomara en serio la pregunta: “¿Quién soy?”, a la cual no sabía responder. Después salió una frase de don Giussani: “Yo soy Tú que me haces”. Esa frase cambió mi vida». Lo dice una chica albanesa, Iris, de Macerata, una de los 400 estudiantes que participaron en el encuentro nacional de GS que tuvo lugar en St. Moritz del 7 al 9 de septiembre. Muchos testimoniaron lo verdadero que es que «el encuentro con Cristo es lo que desvela el “yo”, y no un mecanismo evolutivo», como subrayó don Giorgio Pontiggia en una de las conversaciones que mantuvo con ellos. Lo hicieron con la precisión de las palabras, con la vivacidad y la tensión de la mirada y con una incipiente capacidad de juicio. Este encuentro con Cristo tiene la concreción de un acontecimiento preciso y documentable, tanto que los chicos han hablado de ello como de algo que cambia radicalmente la vida: «Ha sido un milagro para mi vida», cuenta con entusiasmo Jurga. «He reconocido que soy Suyo», testimonia con sencillez Davide. «Jamás habría imaginado ser amada así», exclama Benedetta. Los estudiantes de GS han vuelto a descubrir que empezar de nuevo el curso no es partir de cero, sino retomar todo desde el “yo”. Y esto, como dijo don Giorgio, «es posible porque Cristo se ha hecho encontrable en una realidad humana». Un nuevo curso escolar, con sus problemas y sus contradicciones, no parte de la nada o de las sensaciones del momento, sino de retomar ese punto misterioso y fascinante en el que el “yo” toma conciencia de sí y se lanza a una relación apasionada con los demás y con la realidad. Esto reabre una perspectiva de compromiso con la vida y con todos los factores del ambiente.

Benedetta, Carate
En septiembre de 2000 me fui a Nueva York. Mi amigo don Giorgio me había propuesto estudiar el cuarto curso (que correspondería al segundo de bachillerato español, ndt.) en un colegio americano acompañada por la comunidad de Brooklyn. Estaba muy contenta, pero una vez allí me pareció que aquello era el fin. No sé qué pasaba, pero no era como me lo había imaginado, y con el carácter que tengo, enseguida adquirí una actitud estirada y de prevención contra los que no me resultaban simpáticos. Las clases suponían un gran esfuerzo, pero como no me podía ir, tuve que pedir, pedir. Sí, allí no tenía las comodidades de mi casa. Si no me gustaba no podía hacer lo que quería: sola no podía vivir. Además, chocaba con la fuerte personalidad de Chris, un profesor, y esto fue también duro para mí. Pero sucedió algo: después de dos meses murió la madre de Cate. «Emilia ya no está entre nosotros», me dijo mi hermano Luca por teléfono. Salí llorando a toda prisa del semisótano de los Maniscalco. Abrí la puerta y me encontré cara a cara con Chris, que me abrazó y me dijo: «Dios es grande, y yo te quiero». Ya no tenía nada que ver mi temperamento. Lo que contaba era Dios que se me hacía cercano. A partir de entonces todo cambió y empecé a afrontar las cosas desde otro punto de vista. Esto no hizo desaparecer la fatiga, pero eso ya no era lo importante. En la vida de Chris había algo más grande y misterioso: esto me fascinaba; había conocido a personas que vivían mejor que yo y que amaban también mi vida. Me impresiona pensar que el propio proyecto o la imagen de cómo debe ser la realidad siempre es derribada por un hecho que, si lo aceptas, es mil veces lo que querías. Todavía me cuestan las relaciones, pero esto ya no importa. No es que yo sea distinta, sino que Dios ha pasado a través del rostro de Chris para darse a conocer un poco más. Toda la vida es una dependencia del lugar en el que has sido llamada a vivir: un lugar, cualquiera que sea, en el que eres llamada a aceptar que el Misterio pasa precisamente por ese rostro. No tienes que hacer ya nada, no hay necesidad de razonar: si dependes, la vida es más sencilla y hermosa. De aquí partió la vida, la escuela, los encuentros y la misión. Y entre una tarea y otra, Doni nos sostenía leyéndonos un texto de don Gius o algo que se había dicho en Italia. Y todo, todo era para aquel bien, para que nosotros lo conociésemos un poco más y pudiésemos contarlo al mundo, como decía Doni: «Si estáis en esa escuela, eso es lo que le sirve a Dios». Aquella mirada sobre mí, aquel bien tan distinto, dentro de los días y de los hechos que me sucedían, me ha hecho un poco más capaz de amar. Todos los bachilleres, Fedi, Monik, Giachi, Mike, Stella.... eran para mí, para que pudiese ver esa belleza que existía y que yo quería para ellos. Nunca hubiera podido imaginar ser querida así.

Claudio, Florencia
Cuando iba a empezar tercero (1 de bachillerato, ndt.) tenía que elegir colegio y escogí el Itis, porque allí se estudiaba poco italiano. Es increíble que los hechos más bellos de estos años han sucedido durante las horas de italiano, aquellas de las que menos esperaba. Ya desde el año anterior la relación con mi profesora había empezado con un encontronazo. Ella no es católica, y en la hora de Historia yo siempre intervenía dando otros juicios de forma ideológica, como para demostrar que tenía razón y que ella se equivocaba. Este año han sucedido algunas cosas nuevas. He empezado a juntarme para estudiar con mis compañeros de clase, para ayudarles, y algunos de ellos, sin que yo les dijese nada, han venido a algunas Escuelas de comunidad. Pero lo que sin duda más les impresiona es verme junto a mis amigos de GS cuando por la mañana, antes de entrar en el colegio, rezamos el Ángelus.

Un día, al volver de las vacaciones, la profesora nos dijo que se había muerto su padre hacía algunos días (un chico perdió el control de su coche y le atropelló). Mientras nos contaba lo sucedido nos recomendaba que condujésemos con prudencia, nos decía que aprendiésemos de ese suceso a estar más atentos en el coche. Después empezó a explicar los Sepulcros de Fóscolo y empezó a decir que después de la muerte no existe nada, que todo termina.

Mientras decía estas cosas yo me sentía mal. Habría querido intervenir, pero no lo conseguí. No podía bastarle esto, no era adecuado a su deseo y al mío decir: «Ha muerto mi padre, conducid con prudencia». Cuando volví a casa por la tarde le escribí esta carta.

«Querida profesora: Hoy, mientras nos hablaba de su padre hubiera querido decirle algo, pero me quedé petrificado. Sin embargo, siento la urgente necesidad de expresarle mi dolor por la desaparición prematura de su padre. Por eso he querido escribirle esta carta. Como bien sabe, conozco el enorme dolor por la pérdida de un padre. Hoy hace veinte meses de la muerte de mi madre. Quiero contarle cómo fue posible para mí vivir este dolor sin desesperación ni tratando de olvidar. Después de que mi madre enfermara, conocí a unos chicos que eran más felices que yo, que eran más humanos a la hora de afrontar la vida. Empecé a ir con ellos, y me di cuenta de que era más feliz; ellos me dijeron que la diferencia que había visto tenía un nombre, Cristo. Para mí era impensable que pudiese existir algo no demostrable matemáticamente, pero tenía que ser más fiel a la experiencia que a los razonamientos. No había otro motivo que hiciese aquella amistad tan fascinante. Cuando, después de algunos meses, mi madre murió, tras el momento inicial, me di cuenta del milagro que había sucedido. Lo que más se me ha quedado grabado de mi madre es una frase que me dijo un mes antes de morir: «Si el Señor me lleva ahora estoy contenta, porque veo que no te ha dejado solo». Esta certeza me permite vivir todavía hoy el dolor por su desaparición sin el deseo de olvidar, como me decían muchos parientes y amigos de la familia: «No debes pensar en ello», «Trata de distraerte», etc. Yo no quiero olvidar, sería como arrancarme una de las cosas más importantes que tengo y hacer vana la muerte de mi madre. Hoy, mientras explicaba los Sepulcros, tuve un sentimiento de horror hacia la decisión bárbara de Napoleón: destruir el lugar de la memoria, el lugar de la presencia física y concreta de mi madre en el mundo, que me recuerda su presencia verdadera y concreta, aunque no sea tangible, que es su amor por mí. No nos hemos quedado solos, ni usted ni yo. El amor de Cristo hacia nuestra vida es concreto, tangible, porque lo descubro y lo vuelvo a descubrir cada día en los rostros de mis amigos que me testimonian esta humanidad nueva, distinta, que he querido describirle. No son los razonamientos los que salvan al hombre, los que le libran del mal y de la muerte; es un hombre, Cristo. Pido para que su dolor y el de su madre, el de sus hijos y familiares, pueda transformarse pronto en esa alegría misteriosa que es la Pascua a la que nos estamos acercando. Le acompaño. Claudio».
Se veía que estaba contenta; me dio las gracias, porque es extraño que sea un chaval el que “anime” a un adulto. Cuando releí la carta no me parecía escrita por mí, me parecía verdaderamente obra de otro. De hecho, yo he seguido equivocándome como antes. Otro hecho bonito, quizá banal, es que ella ha adoptado la edición del Purgatorio (la de la profesora Chiavacci) que yo utilicé para presentar un trabajo a mis compañeros. Es un punto, un hecho que, a pesar de todos mis límites, me ha marcado y permanece.

Jurga, Vilnius (Lituania)
Me llamo Jurga y vengo de Lituania. El año pasado se propuso en mi Escuela la exposición “En busca de la libertad”. Me impliqué en la preparación y en la presentación. Así conocí por primera vez a las personas de CL. Con ellos preparé mi intervención en el acto de inauguración en donde repetí la frase del Evangelio que más me había impresionado: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Esta exposición ha cambiado toda mi vida. He comprendido lo importante que es la amistad con todas estas personas. Puedo así gritar que ya no estoy sola y que soy verdaderamente feliz. He comprendido muchas cosas, sobre todo, que he encontrado el Misterio y que poco a poco me acercaré más a Él. Esto es ahora lo más importante para mí y puedo decir de verdad que es mi mayor deseo. Si no hubiese aceptado preparar la exposición, no habría conocido el movimiento. Ha sido un milagro para mi vida.