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Huellas N.9, Octubre 2001

EDITORIAL

Libertad. Pero, ¿de dónde nace?

En estas semanas que discurren bajo el plúmbeo sentimiento de la guerra, ha habido múltiples intervenciones de políticos, escritores y periodistas sobre un tema. ¿Son nuestra civilización y nuestra cultura “superiores” a las demás y, en concreto, a aquella en cuyo seno se han engendrado los ataques kamikazes del terrorismo?
¿Es justo afirmar, como ha escrito Oriana Fallaci, que la cultura occidental no es ni siquiera comparable a la islámica y que, por lo tanto, no está dispuesta a sufrir un ataque de parte de aquella? O, como escribe Angelo Panebianco ¿acaso no están nuestras instituciones en el mismo nivel de las de los demás? Y, más aún, ¿es lícito comparar, como hace Pietro Ottone, el momento actual a aquel en que Roma sucumbió asolada por los bárbaros?

El debate continúa y resulta muy interesante, incluso en medio de un sinfín de inexactitudes históricas y de generalidades. Sin embargo, por muy cultas, apasionadas y llenas de intuiciones luminosas y valientes que sean, muchas reflexiones no llegan al corazón de la cuestión. Así es. No basta con observar que ciertas formas de vivir y de entender la convivencia son “superiores” a otras. Es necesario comprender dónde se halla la diferencia y en qué consiste.
Oriana Fallaci aborda el tema en un punto de su escrito, cuando insiste en que a ella «la educaron en el concepto de libertad».

¿De dónde surge y de dónde puede siempre resurgir y, por tanto, crecer, promoverse y defenderse, un concepto de libertad? ¿Dónde puede alguien hoy en día ser educado en la libertad?
¿Qué es, en verdad, esta libertad? ¿Son suficientes las instituciones para educar en ella? ¿Basta con tener la posibilidad de hacer lo que se quiera para saber en qué consiste la libertad, para ser educados en ella?

Un eximio poeta, heredero de la cultura que va desde Homero a Dante y Petrarca, ha imaginado los pensamientos de un pastor asiático, una especie de afgano. Es Leopardi, en su espléndido Canto nocturno de un pastor errante de Asia. La inspiración le vino mientras leía un ensayo de un erudito francés sobre la vida de aquellos pueblos. En un pasaje de ese poema, Leopardi imagina a ese hombre que se dirige a la luna y al misterio infinito de la noche y se pregunta: «Y yo, ¿qué soy?». Es la pregunta del pastor afgano, la misma del salmista judío, del rey David y del mismo Leopardi.
La pregunta es la misma, pero las respuestas son distintas y desde ellas se gestan - entre dramas y contradicciones - las diferentes historias humanas.
Para la tradición judeo-cristiana - de la que nace Occidente -, el “misterio”, ese infinito ante el cual el hombre se siente perdido y arrojado en la existencia, ha amado al hombre como a un hijo y ha entrado en la Historia manifestándose como una respuesta positiva para el “yo” que la reclama. No se propuso a las personas como ley que debe ser venerada o como ente que espera al “más allá” para imponer su propio dominio sobre el mundo, cueste lo que cueste.

En la tradición judía y en la cristiana se ha constituido el valor absoluto de la existencia del individuo, su libertad irreductible. El infinito ha entrado en “relación” con la existencia, hasta la más abandonada. Ha desvelado a la persona, a cualquier clase de persona (sea o no afortunada, sea inteligente o no lo sea, esté sana o no lo esté), el fundamento de su libertad: la persona está hecha de Dios, tiene relación con Él y, por tanto, no puede ser atacada.

Un hombre que se concibe a sí mismo y a sus semejantes como hechos de la relación con el infinito se ve reclamado a mirarse a sí mismo y a los demás de un modo especial, reconociendo que hay un gran valor en juego. De esta concepción del “yo” nace una sociedad atenta al valor de la persona, a su defensa y a su desarrollo. Se crea una sociedad donde el hombre es protagonista consciente de sus deseos y realista con sus propios límites. Cuando esto no se produce, se impone una situación en que la vida material, civil e institucional no son adecuadas a la persona, “hecha” de la relación con el Infinito. Entonces sucede que la libertad y la existencia misma carecen de valor y pueden ser instrumentalizadas por un proyecto de poder por absurdo éste que sea.
Nuestra contribución se sitúa justamente en el nivel de esta educación en la libertad tan urgente hoy.