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Huellas N.8, Septiembre 2001

MEETING

Con las manos en la Zolfatara

Roberto Perrone

"Realismos”, la muestra del Meeting expuesta en los Palacios del Arengo y del Podestà de Rímini, recoge cuadros de Guttuso, manuscritos de Pavese, fotogramas de las películas de De Sica y, además, obras de Cassola, Testori, Visconti... Un entramado de artes figurativas, literatura y cine de Italia entre 1943 y 1953 con una nota dominante: la atención a la realidad


Tal vez quien comprendió más de cerca el sentido de la exposición fue un niño que se apresuró a estampar sus manitas en la Zolfatara de Renato Guttuso, favoreciendo la aparición de alguna enfermedad cardiaca entre los responsables del evento. Su acto fue en cierto modo una especie de zambullida en el realismo, un “tocar con la mano”, en el justo sentido de la expresión. “Realismos” es la muestra dirigida por Luciano Caramel, Ermanno Paccagnini y Mario y Luca Verdone (padre y hermano del famoso Carlo), inaugurada el 19 de agosto, en concomitancia con el Meeting de Rímini, y que permanecerá abierta en los Palacios del Arengo y del Podestà de la ciudad de la Romagna hasta el 6 de enero de 2002. Es una exposición transversal, como es frecuente hoy día, que abarca tres dimensiones: el arte tal y como lo entendemos comúnmente (artes figurativas), la literatura y el cine desde 1943 hasta 1953 en Italia. Su valor a primera vista reside en el entramado de obras y motivos, pero sobre todo, en la idea de que el Realismo es un interés por la realidad, una respuesta a la petición de esperanza y felicidad del hombre y no sólo una corriente artística o literaria; en definitiva, que no responde (sólo) a cánones formales, sino sobre todo a una pregunta sobre la existencia. Por esta cuestión, se ha suscitado más de una crítica por las obras seleccionadas (sobre todo de Vittorio Sgarbi, que nos precedió en la visita) y algún que otro desconcierto.

Sin embargo, si nos acercamos a la exposición, no podremos menos que sentirnos fascinados por una época que ofreció lecturas, imágenes y llamadas de atención a la propia juventud, de modo especial en sus primeros pasos (sic) con los libros y el cine. Así, Quattro passi tra le nuvole, la obra maestra de Blasetti - el autor que se reconoce como el precursor de los verdaderos y auténticos realismos de la posguerra, más en deuda con la comedia rosa francesa -es una de las primeras películas que recuerdo: imágenes en blanco y negro proyectadas sobre el telón de un cine al aire libre en una cálida noche de verano. Además, si entendemos el Realismo como búsqueda y deseo de contar la realidad, no podemos después andar criticando el resultado final. Aquí no se trata de Mastro don Gesualdo o de la corriente literaria del Verismo de fines del siglo XIX. Se trata de la necesidad desesperada de hallar respuestas ante la mayor tragedia de la humanidad, la Segunda Guerra Mundial. El hombre, en aquel período tenía que vérselas con sus propios monstruos, pero también con la voluntad, romántica, ingenua e impotente, cuando era programada en las oscuras oficinas del partido, de pensar en un mundo nuevo. Hay también un cuadro de Testori en medio de la exposición. Sgarbi, pérfido él, ha aventurado la hipótesis de un homenaje a uno de los puntos de referencia de la «cultura ciellina». Más bien se trata del testimonio de “otro” hallazgo de aquella búsqueda. Así pues, el decenio estudiado incluye cuadros, historias, libros, cartas, que no proceden de un único filón, sino que se insertan en una civilización herida y en sus intentos de sanar. También están los dibujos de Cagli en Buchenwald, el soldado de Manzù que está a los pies de la Cruz. Hay intentos de registrar la realidad, como Guttuso con sus cuadros sobre la gente normal o Rossellini con sus historias corales, sobre todo Roma, città aperta, la película que inauguró el período del Neorrealismo. Y, además, la literatura, con Vittorini, Calvino, Cassola, Fenoglio, Pavese, Pasolini: puntos de vista y sentimientos diversos, resultados discontinuos y polémicas. Y, por fin, las muchas voces ajenas al coro, como Testori, como el grandísimo Giovanni Guareschi y el caústico Leo Longanesi, que se mofaba de los vicios de los comunistas como antes había criticado con dureza a los fascistas. No es una muestra con un único sentido, porque, si no, todo se puede reducir a un filón formal, ni tampoco es verdad que existiera sólo una cultura de izquierda. Es el intento de recuperar una época, toda ella, y de recuperar a quienes entonces se vieron relegados a un rincón por no homologarse a la ideología dominante.

Fue una etapa muy rica, sostenida por un doble registro: la necesidad de narrar lo que había sucedido y la necesidad de sentirse vivos, supervivientes. Está el Vittorio De Sica de Ladri di Biciclette y Humberto D., historias sencillas de vidas difíciles; pero también el Luchino Visconti de Ossessione, con aquel último encuadre con Clara Calamasi tendida en el suelo tras el fatal accidente de coche, con las medias enrolladas en los tobillos, imágenes grabadas antes en la memoria del director que en el celuloide, a raíz de un hecho real acaecido y documentado. Están las inquietudes de Elio Vittorini y su comentario final a su novela Uomini e no, censurado inicialmente por la editorial de izquierdas Einaudi. El escritor pedía que se le juzgara por el valor literario de su obra y no porque fuera un hombre de izquierdas. Pero esto era una blasfemia en aquellos tiempos (y también después), como la Italia provinciana de Giovanni Guareschi, tal vez más realista que ninguna, con sus feraces historias del valle del Po, donde convivían realidades distintas.

En cambio el PCI quería que el arte sirviera a la penetración de la ideología en la sociedad italiana. Pero Guttuso sólo hubo uno, grande incluso al servicio del partido; los demás producían ensayos horripilantes, como un cuadro del pueblo que quiere la paz (ni siquiera he apuntado el autor), que parece salido de una película de don Camillo, uno de esos cuadros de Realismo socialista con los que Peppone trataba de hacer propaganda. Vittorini no quería utilizar la literatura para «tocar la flauta de la revolución». Voy a leer de nuevo Uomini e no. En el bachillerato lo debí leer tres o cuatro veces. Mis compañeros de izquierda desdeñaban a Vittorini y leían a Pavese con afectación, como si fuera una obligación y no un placer. Ya había dejado de estar al servicio de un proyecto político. Así, recordando, se me ha clarificado el valor de esta exposición, más allá de las consideraciones acerca de la elección de cuadros, estatuas, películas y libros. Quienes viven una experiencia totalizadora como la cristiana, tienen una mirada despierta hacia toda la realidad, abierta hacia un horizonte vasto. Todo queda dentro, incluso esta muestra de autores tan fácilmente reductibles a la ideología marxista en sus múltiples formas; es posible un evento que recoja astillas, algunas de una fealdad apabullante, de una realidad distinta de la cristiana. Mientras tanto, ciertos autores se han vuelto incómodos y la cultura de izquierda los ha olvidado, porque el proyecto hegemónico no tiene más horizonte que el presente. Por eso quien sirvió, sirvió, y ya no vale. La memoria pertenece a quienes creen que lo que salva al mundo no es la afirmación de uno mismo sino la de otro. Hay curiosidad, atención a la realidad. Todo queda dentro, desde Guttuso a Scotellaro, desde Cassola a Jovine, de Calvino a Pasolini, De Visconti a De Sica. Una época bellísima, rica en angustias y esperanzas, que reposó a menudo sólo sobre las capacidades humanas. Autores olvidados cuando ya no servían para la revolución y que una muestra como ésta tiene el valor de recuperar, sin querer apropiárselos, sin demagogia. Con una curiosidad divertida y atenta, con una libertad desconocida en otras partes. Incluso la de tocar con las manos.