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Huellas N.8, Septiembre 2001

MEETING

Los malos y los sueños de los buenos

Giancarlo Cesana

ARTÍCULO DE GIANCARLO CESANA PUBLICADO EN LA STAMPA DEL 26 DE JULIO DE 2001

El encuentro del G8 deja un muerto, una ciudad devastada y una opinión pública confusa que apenas comprende la importancia y la utilidad de lo que los llamados “grandes de la Tierra” han discutido y decidido. ¿Qué ha pasado?

1. Los jefes de los países más avanzados del mundo, democráticamente elegidos, han tenido su encuentro periódico para afrontar por lo menos algunos de los innumerables y graves problemas que afectan a la vida del planeta. Al encuentro, por primera vez, han sido invitados también los representantes de la ONU y un cierto número de países pobres. Respecto a estos últimos han sido tomadas algunas medidas no resolutivas, pero que son ciertamente un pequeño paso hacia la condonación de la deuda externa y una posible mejora de las condiciones de salud. Todo esto es positivo. Como ha reclamado también el Papa en su mensaje a la cumbre, que los grandes de la Tierra se encuentren es una contribución a la paz y a la solución de los problemas que más preocupan al mundo. Si no se reuniesen y se mirasen con hostilidad sería mucho peor: no existiría un lugar para la confrontación y la construcción sobre cuestiones relevantes como la paz, la pobreza, la salud y el ambiente.

2. Desde hace ya tiempo viene alimentándose una polémica hostil contra los encuentros del G8 y, como hemos visto, una polémica cargada de violencia, concebida entorno a un presupuesto: “no a la globalización”. Con este “no” se entiende la oposición a la extensión de la explotación capitalista y a la destrucción de las identidades nacionales y culturales. Exponentes extremos de esta oposición son personajes y movimientos que cultivan nostalgias o utopías marxistas y anarquistas. Se equivocan por dos motivos. En primer lugar, porque los jefes de Estado del G8 son actores de la globalización, pero en el sentido de que han sido elegidos por sus pueblos para gobernarla (controlando, por ejemplo, en la medida de lo posible, los excesos de poder de las multinacionales). En segundo lugar, se equivocan porque si la globalización produce los efectos negativos arriba mencionados, produce a su vez algunos positivos como una mejora objetiva de las condiciones económicas y de libertad de la mayoría de los países del mundo. La globalización, por tanto, es un fenómeno ambiguo, como todas las cosas humanas, y para afrontarlo adecuadamente se requiere todo excepto la rigidez ideológica.

3. En cambio, en Génova se ha puesto de manifiesto probablemente el máximo nivel de rigidez ideológica, que ha arrastrado el descontento y la rebelión juvenil hacia la violencia de grupos pequeños, pero con un elevado potencial destructivo de sí mismos y de los demás. La ideología y la abstracción producen siempre violencia. A los más mayores, las escenas vistas en televisión les recuerdan los enfrentamientos de los años setenta. No existen cien mil manifestantes buenos y mil malos que rompen todo lo que encuentran. Como decía Platón, los malos hacen lo que los buenos sueñan. Sobre todo los “buenos” que educan, informan y predican no deberían superponer sus sueños a la realidad. Después del siglo de las ideologías, esto es un abuso inexcusable: todos tenemos la responsabilidad de combatirlo.

4. La historia nos enseña que no hay justicia sin caridad, es decir, sin la conciencia de que el bien de las personas y de los pueblos se realiza sólo cuando el hombre reconoce su propio límite y la necesidad de ser, literalmente, salvado. De esto habló Juan Pablo II en el Angelus del domingo 22 de julio, cuando confió los resultados del G8 a Cristo: «Sólo Él comprende el corazón del hombre. Sólo Él puede colmar sus esperanzas y sus expectativas así como responder a las preocupaciones y a las dificultades que la humanidad actual afronta en su camino cotidiano». Realismo contra abstracción. Sobre esto la realidad es una gran maestra. Nuestras “fes” deben responder adecuadamente a ésta, afirmando un sentido de la vida capaz de tener en cuenta todos los factores que la componen, incluidas las contradicciones que querríamos eliminar demasiado rápido. En cambio, tenemos que vivir precisamente en la contradicción, con un sentido completo de la persona y de la dignidad humana que, entre otras cosas, es la primera manera de combatir los efectos negativos de la globalización. Como cristianos, especialmente con la tensión educativa que siempre ha caracterizado la tarea misionera de la Iglesia en el mundo, debemos responder a la acusación de Nietzsche: «Son los salvados sin rostro».