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Huellas N.7, Julio/Agosto 2001

ESCRITORES

La llamada y la respuesta

A cargo de Luca Doninelli y Camillo Fornasieri

Con ocasión del premio Grinzane Cavour, cruzamos unas palabras con el padre de Los elegidos y My name is Asher Lev en torno a Abrahán, la pertenencia y la amistad

A CARGO DE LUCA DONINELLI

Para un novelista que trate de ser serio con lo que hace, conocer a Chaim Potok es algo especial. No sólo y no tanto porque es uno de los mayores novelistas del mundo, cuanto por la idea de justicia que fluye por sus palabras, ya hable de su infancia, de su forma de escribir o de Abrahán. Algo que se evidencia en cuanto empieza a hablar de sí mismo. Fuimos a verle a Turín, donde se encontraba para recibir el premio Grinzane Cavour.
«Me hice escritor hace dieciséis años, a raíz de la lectura de dos libros católicos», dice. Cuando le pregunto de dónde viene su interés por los católicos (que ha inspirado My name is Asher Lev, su obra maestra “maldita”), me responde con sencillez: «Mi padre era amigo de un católico que trabajaba en un local al lado del suyo. Mi padre era joyero y aquel hombre zapatero. Era de origen italiano y cantaba siempre, sobre todo canciones de ópera, y a mi padre le encantaba. Todo viene de ahí. Llámalo casualidad, llámalo voluntad de Dios. No tengo ni idea de por qué ha sucedido esto, pero ha sucedido. Y yo he aprovechado la ocasión sin darle la espalda».
En estos trazos se adivina a todo un hombre y un artista. No todos los judíos son como él, ni tampoco todos los cristianos.

¿Cómo se le puede explicar a un hombre de hoy lo que le sucede a Abrahán?
Es una pregunta muy difícil. Abrahán abandonó una vida placentera por otra que no conocía y sin saber si lo que vendría sería positivo o negativo para él. Había en él un desconocimiento, pero también esa fuerza interior que lo llevaba a aceptar el desafío que le habían lanzado. Hace poco, mientras charlábamos, usted me decía que lo que le sucede a Abrahán no había sucedido nunca en la historia, que se trata de una novedad absoluta. Pues bien, esto no es verdad. También Noé recibió la visita de Dios. Ahora bien, Abrahán fue especialmente receptivo, presto a aceptar el reto. Por qué lo fue sigue siendo un misterio.

Don Giussani ha dicho que la diferencia entre Abrahán y los demás hombres de su tiempo es la misma que existe entre el “yo” y el “no yo”.
Esta expresión de autoconciencia pone el acento en la interioridad y, por tanto, en el hombre, más que en la conciencia de algo, o alguien que llama desde fuera, es decir, en Dios. Es cierto que la autoconciencia del hombre surge, toma forma, a partir de una llamada, de una relación privilegiada con algo que está fuera. Y es fundamental la respuesta que da el hombre. Deben darse ambos componentes, la llamada y la respuesta. Desde el principio Noé tuvo una relación privilegiada con Dios, y sin embargo terminó siendo un borracho. En cambio, Abrahán fue receptivo y de aquella relación nació un pueblo, una historia. Esta diferencia resume, a mi modo de ver, toda la historia de la humanidad. Hay quien se emborracha y quien está presente delante de Dios, hasta llegar a luchar, a combatir con Él, como hizo Jacob, luchando con Dios porque quería ser bendecido.

¿Qué papel desempeña la virtud de la pertenencia en la maduración de una persona?
Ante todo es necesario pertenecer a una comunidad, que pueda participar de todo lo que haces...

Perdone, ha dicho que es la comunidad la que participa en la vida de la persona. Pero, ¿no es el individuo el que participa de la vida de la comunidad?
No, he dicho bien. La comunidad debe estar dentro de toda la vida del hombre. Especialmente en la alegría, en el sufrimiento, es decir, en los momentos más importantes y decisivos, cuando parece que prevaleciera la tendencia a cerrarse en sí mismo. No estoy negando este segundo aspecto que usted apunta. Sólo digo que para que una persona alcance la madurez son necesarias ambas cosas, y que deben estar siempre presentes. El problema del hombre moderno es la soledad. Y el intento de salir de ella es fuente de grandes sufrimientos. Arrancado el sentido de la pertenencia, queda sólo la famosa masificación, el hombre-masa, o sea, la soledad más absoluta...Y no sé cómo acabará...

¿Y la amistad?
La amistad nace de la comunidad, es un fruto de la comunidad. Cuando nace una amistad verdadera entre dos, tres, cuatro personas, es un don grandísimo, que no sabes a dónde te puede llevar.

Pero la amistad es algo que está dentro de nosotros. Hay novelas admirables, pero que no inspiran amistad. Leyendo las suyas, sin embargo, dan ganas de conocerle a usted y a sus personajes. ¿La amistad se transmite también por medio de la escritura?
Mire, una de las razones que me han impulsado siempre a contar historias es la necesidad de decir la verdad, con “V” mayúscula. La verdad sobre el mundo que yo había conocido y en el cual vivía y vivo. Yo trato de comunicar personajes y eventos en su integridad, sin dejar nada fuera, ni siquiera los aspectos particulares más pequeños y aparentemente insignificantes, tanto del mundo exterior como de la vida interior de los personajes. Esto favorece la capacidad del lector de entrar en contacto con los personajes del libro hasta sentirse él mismo parte del libro. Y hace también que resulte más fácil la relación del lector con la persona del autor, o sea, conmigo.
Ciertamente, para hacer esto no basta con poseer la técnica narrativa, como se piensa hoy.
Se necesita una inmensa pasión por el ser humano.

Para terminar: un lector joven que quisiera conocer su obra, ¿por qué novela debería empezar?
Por Los elegidos, sin duda. Después podría leer el ciclo de Asher Lev. Estoy empezando ahora a escribir el tercer volumen.
La conmoción que experimento al término de nuestra conversación se resume en el consejo de leer los libros de Potok: no sólo Los elegidos o My name is Asher Lev, sino también La Promesa, Ravita’s Arp, o In the Beginnig. Pocos en el mundo saben escribir como él, pero ninguno, ¡ninguno! tiene su humanidad, su carencia de prejuicios. No es casual que seamos amigos, como lo demuestra la huella que su presencia ha dejado en nosotros después del Meeting del 99. La misma que tal vez nosotros hemos dejado en él.
(Ndt. Sólo contamos con una obra de Potok publicada en castellano. Se trata de Los elegidos, Plaza y Janés, Esplugues de Llobregat, Barcelona 1983. Y en breve podremos leer en nuestro idioma La promesa. Por ello, aunque todas las obras que cita el artículo están traducidas al italiano, hemos citado su nombre en inglés).

NOTA BIOGRÁFICA
Chaim Potok nació en Nueva York en 1929. Hijo de judíos polacos inmigrantes, estudió Literatura Inglesa en la Yeshiva University. Más tarde pasó al Jewish Theological Seminary of America, donde se ordenó rabino. En 1965 se doctoró en filosofía por la Universidad de Pennsylvania y ocupó el cargo de editor de la Jewish Publication Society of America. En 1967 publicó su primera novela, The Chosen (editada en España con el título de Los elegidos), una historia de amistad entre dos jóvenes judíos que ven su religión de distinta manera con la que alcanzó gran reputación. A esta le siguió, dos años más tarde, La promesa (que Ediciones Encuentro publicará este verano, entrando en el circuito de distribución comercial a partir de septiembre), con la que se afianzó como uno de los grandes autores norteamericanos actuales.

LA PROMESA
¿Qué ocurre cuando la verdad parece ir en contra de todo aquello en lo que has creído hasta el momento? ¿Es verdadera una religión que puede llegar a hacer enfermar gravemente a un niño por su causa? ¿Es malvada esa religión o son las personas las que la hacen así? Y, sin embargo, ¿no son esas mismas personas las únicas capaces de bailar y reír de corazón? ¿No son ellas las que pueden llegar a curar al mismo niño enfermo?
Para Reuven Malter ha llegado el momento de poner a prueba sus creencias y afectos: con sus profesores por sus métodos de estudio de las Escrituras y con su amigo Daniel, en la lucha por salvar a un niño prisionero de su propio genio. Al final, sólo el amor a la propia tradición, la pertenencia al propio pueblo, la pasión por la verdad le pueden hacer triunfar, llevarle a comprender quién es él verdaderamente.