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Huellas N.5, Mayo 2001

PALABRA ENTRE NOSOTROS

El santo rosario

Luigi Giussani

El Santo Rosario, la oración más popular que hemos heredado de la tradición, ha consagrado durante siglos el aspecto más humilde de la vida de la Virgen. Al rezarlo, se nos impone el rasgo más sencillo y escondido de su figura. Pero lo que me anima a proponeros el Rosario y a vivirlo tomando conciencia de lo que la Virgen es para la vida del hombre y del mundo es, sobre todo, algo que me impresionó vivamente cuando fui a Tierra Santa. Me sorprendió y me dejó de piedra ver los restos de la pequeña casa, de la gruta donde vivió la Virgen María. Allí hay una placa sin valor donde leí: Verbum caro hic factum est, Aquí el Verbo se hizo carne. Me quedé como petrificado por la inesperada evidencia del método que Dios ha elegido: hizo suyo lo que no es nada, utilizó exactamente lo que no es nada.

Misterios gozosos
¡Qué familiarizado estaba el corazón de María con la alegría, aun dentro de la profundidad sin igual con la que percibía el misterio en cuya oscuridad se adentraba día tras día! ¿Cómo se sostiene esta aparente contradicción? Con la fe. Con la certeza de que todo es de Dios, de que Él es el padre de todos y de que el mundo tiene un destino bueno y eterno. Si no hubiera reparado en ello todos los días, si se hubiera levantado sin pensar en ello y hubiera pasado el día sin recordarlo, si se hubiera acostado por la noche sin pensarlo, su fe habría quedado reducida a un pensamiento, algo abstracto o teórico.
El primer misterio que se nos propone es el de la Encarnación de Jesús, su nacimiento. Ahí se especifica el recuerdo de que hemos sido llamados por Él, la memoria de nuestra relación con Él. Él vino al mundo, fue concebido y nació de una mujer.

1. La Encarnación del Hijo de Dios
Las palabras del Ángel podían embargar de asombro y humildad a la joven a la que se dirigían. Sin embargo, no le resultaron del todo incomprensibles; tenían algo que el alma de esa muchacha, acostumbrada a vivir sus deberes religiosos, podía comprender. La Virgen las acogió: «He aquí la sierva del Señor. Hágase en mí según tu palabra». No porque comprendiera del todo, sino porque en medio de la confusión que crecía desmesuradamente ante el anuncio de que Misterio habitaría en su carne, la Virgen abrió sus brazos, abrió su libertad y dijo: «Sí». Y permaneció vigilante todos los días de su vida, alerta en cada instante.
El ánimo de la Virgen, ese estado del alma que provoca una actitud y opta por ella ante las circunstancias y el tiempo, no se puede definir mejor que con la palabra ‘silencio’. El silencio vivido como plenitud de la memoria. Dos factores contribuían a esa memoria, dos hechos determinaban su silencio. Lo primero era el recuerdo del anuncio. Lo que había sucedido conservaba intacto su carácter asombroso, su verdadero misterio, su verdad misteriosa porque - y esto es lo segundo - tenía continuidad en algo presente: ese Niño, ese joven que estaba a su lado, ese Hijo que estaba presente ante ella.

2. La visitación de la Virgen a su prima Isabel
La Palabra de Dios no es una mera expresión literaria; indica un acontecimiento, señala siempre un hecho: la Palabra de Dios es Cristo. Su palabra empieza con la promesa de un acontecimiento. La figura de la Virgen está cargada de memoria - la palabra que caracteriza la vida de su pueblo - y está pendiente de lo que significan los acontecimientos (el anuncio del Ángel, el saludo de Isabel). Por eso, Isabel le dijo lo mejor que se puede decir de una persona: «Dichosa tú porque has creído que lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
También a cada uno de nosotros, al trasmitirnos la fe, se nos ha dicho que la vida tiene un destino. Cuando nuestro corazón es sincero puede resonar en él la verdad del Magnificat. Cualquier situación por la que pase nuestra vida es causa de agradecimiento en cuanto es camino hacia ese destino donde veremos a Dios.
Al día siguiente de la anunciación, a primera hora de la mañana, la Virgen decidió ir a ayudar a su prima Isabel, pues el Ángel le había dicho que estaba embarazada de seis meses; hizo a pie ciento veinte kilómetros de camino por la montaña, solícita, como dice el Evangelio. También nosotros nos levantamos todas las mañanas y la luz matutina con la que afrontamos cada hora de la jornada es la caridad; la luz matutina de la caridad nos hace sentir ternura hacia todos los hombres, hacia los desconocidos, los hombres hostiles y los extraños que ya no nos resultan ajenos, sino parte de nosotros.

3. El nacimiento de Jesús en Belén
La Navidad nos obliga a fijar nuestra mirada en la raíz, nos lleva al lugar del que surgen y nacen las cosas, donde el Ser irrumpe en la nada, rasga su velo o, mejor dicho, entra en la nada que se cubre con el velo de la apariencia, y anida en la tienda que el pastor levantará después de haberla usado un día y que abandona para que no le pese por el camino. «Habitó entre nosotros». Es el acontecimiento de la Presencia del único que puede descubrir el misterio de las cosas, del Ser, el misterio de la vida. Desvelar el Misterio significa desvelar algo que sigue siendo misterio. Ningún hombre jamás vio su rostro, el rostro del Ser: ¡ningún hombre! Pero tú, oh Niño que vienes, vienes para desvelar este Misterio, el Misterio que ningún hombre ha visto jamás.
Con alegría en el corazón adoramos a Cristo que nace del Misterio hoy y todos los días, del Misterio que se encarna hoy. Cristo nace. Que nuestra memoria quede fija en Él con tal alegría de corazón que se exprese en un canto nuevo. Que nuestra vida se renueve porque el canto de la vida es la vida misma. Que se renueve, que todos los días sea nueva, porque éste es el fruto de la certeza de su misericordia, de la certeza de que su poder es más grande que nuestra debilidad. Seguros del “Dios con nosotros”. La alegría sólo puede provenir de tener certeza, la certeza del “Dios con nosotros”. No puede venir de ninguna otra fuente.
Vivir con la conciencia de su Presencia es lo más grande que podemos hacer por los demás. Se nos llama a vivir de esta conciencia. Además del deseo y del afecto cotidiano hacia Él, debemos pedir con todo el corazón que nuestra vida dé testimonio suyo en este mundo, para que a través de nosotros se percate de su Presencia. ¡Que nuestra vida participe verdadera, permanente y conscientemente en la vida del pueblo de Dios, del pueblo que le pertenece y está cargado de obras buenas!

4. La presentación del niño Jesús en el Templo
Todos los judíos identificaban la majestad de Dios con la magnificencia del templo de Jerusalén. Ocho días después, cuando la Virgen fue al templo para ofrecer a su Primogénito, ciertamente se sentiría como anonadada por la grandeza y la majestad de Dios. Pero dentro de esa percepción de la grandiosidad del templo penetraba en ella y prevalecía un sentimiento: la inmensidad de Dios era ese Niño que tenía en sus brazos, era su Niño que lloraba, era el Niño al que amamantaba. Al ver de dónde hizo nacer Dios el factor decisivo de la historia y del mundo, que divide el mundo en dos como dirá el viejo Simeón, se queda uno sin habla. Se trata de una propuesta ante la cual se parte en dos el corazón del hombre y se divide en dos el corazón de todos los hombres. Al ver de dónde nació Aquel sobre el cual las puertas del infierno no prevalecerán, Aquel que es una fuerza humana incomparable, viendo de dónde surgió, se queda uno petrificado por la sorpresa.
Lo demás lo pueden comprender todos los hombres - lo llaman sentido religioso -, pero este acontecimiento es del todo impensable, imprevisible, nuevo, total y verdaderamente inconmensurable: Dios formando parte de nuestra experiencia, de lo que nuestro “yo” experimenta, de la experiencia de maternidad de la Virgen, de la experiencia de cada acción que realizamos.

5. El niño Jesús perdido y hallado en el Templo
Tratemos de ensimismarnos con la Virgen. ¿Quién era la autoridad para ella y para su esposo, José? La presencia de ese Niño, que tal vez no hablaba todavía. La autoridad era esa Presencia que, cuando empezó a hablar y a obrar, realizó aquella escapada a los doce años que les sorprendió como un instante en el que el Misterio levanta su velo. La regla para ellos era la convivencia con ese Niño, con su Hijo. Ellos eran conscientes de esto. La conciencia es una mirada abierta hacia la realidad que no pasa. Factum infectum fieri nequit: nadie puede impedir que algo que ha sido creado deje de existir. Lo que ha sido creado permanece para siempre. La regla para la Virgen era la presencia de ese Niño. Pidamos a María que nos ayude a participar de la conciencia con la que ella vivió; que su Presencia constituya la regla de nuestra vida y por tanto la compañía de nuestra vida, la autoridad y la dulzura de nuestra vida. Todos los días debemos suplicar, pedir, mendigar de ella este ideal.

Volvemos a ti, oh Virgen María, disipa la niebla que normalmente envuelve nuestro corazón y nos impide verte con todo el poderío de tu presencia ineludible que determina el significado, el sentido, la consistencia de todo lo que tocamos y de todo lo que somos. Virgen María, que seamos fieles en el mirar a tu presencia todas las veces que tú nos rescatas, todas la veces que lo necesitamos. Por eso el Ángelus de la mañana, del mediodía y de la tarde constituyen los arcos que sostienen nuestra belleza y nuestra labor de construcción en el mundo.
Hágase en nosotros, oh Espíritu de Dios, lo mismo que en la Virgen: el misterio del Verbo se hizo carne en ella, se hizo parte de su carne y se identificó con sus expresiones. Que, de la misma manera, la memoria de Cristo se haga carne de nuestra carne, forme parte de todas nuestra acciones, sea consejo para cada uno de nuestros pensamientos y llama para cada afecto, y actúe en todas nuestras acciones, desde la mañana a la noche: al comer y al beber, en la vida y en la muerte.


Misterios dolorosos
La Virgen sentía que la criatura que tenía en su seno un día tendría que morir - y esto lo saben todas las madres aunque intenten no pensarlo -, pero no sabía que resucitaría. El único acontecimiento comparable con el misterio del origen es este. Igual que se formó la semilla en su seno, al llegar la plenitud del tiempo, resucitaría; ese hombre iba a resucitar. Pero ella lo ignoraba. «Hágase en mí según tu palabra» en boca de la Virgen es como: «Señor, hágase tu voluntad» en boca de Cristo. La correspondencia entre el Ángelus y la Cruz está en que ambos responden: «Hágase en mi según tu palabra». Es el gesto de la obediencia, su esencia más pura. La esencia de la obediencia conlleva despegarse con dolor de algo que Dios nos pide y pasar a través de una cruz y una resurrección de la que nace una fecundidad sin límite; una fecundidad que sólo tiene el límite que establece el designio de Dios. La fecundidad nace de la virginidad. La virginidad sólo se puede concebir así.

1. La oración de Jesús en el huerto
«Mi alma está triste hasta la muerte y ¿qué debo decir: “Padre, sálvame de esta hora [ante el pensamiento del sacrificio, ante el pensamiento de la muerte, del repudio...]?”. Pero para esto he venido [para esto he sido elegido, llamado, educado amorosamente por el misterio del Padre, por la caridad del Hijo, por la cálida luz del Espíritu. Mi alma está triste hasta la muerte y ¿qué debo decir: “Padre, sálvame de esta hora? Elimina esta situación, Padre, elimina esta situación... ¿Debo decir eso?”. ¡Pero precisamente para esto he venido!]». Así podré decir al final: «Padre, glorifica tu nombre [glorifica tu voluntad, realiza tu designio], que yo no comprendo [porque no comprendía esa extrema injusticia]. Padre, glorifica tu nombre que yo temo y respeto, al cual obedezco, al que amo: mi vida es Tu designio, Tu voluntad».
Cuántas veces deberíamos volver a leer este párrafo rezando al Espíritu y a la Virgen para ensimismarnos con el instante más lúcido y fascinante en el que la conciencia del hombre Cristo, Jesús, se expresó. Se puede sorprender esta conciencia desde sus más profundas entrañas hasta sus cumbres más altas, contemplar su ejemplo de amor al Ser, de respeto a la objetividad del Ser, de amor a su origen y a su destino y al contenido del designio del Padre sobre el tiempo y la historia. «Padre, si es posible, que yo no muera; pero no se haga mi voluntad sino la tuya». Es la aplicación suprema de nuestro reconocimiento del Misterio, uniéndonos al hombre Cristo arrodillado y sudando sangre en la agonía de Getsemaní: la condición para que ser verdaderos en una relación es aceptar el sacrificio.

2. La flagelación del Señor atado a la columna
La compañía del Hombre-Dios a nuestra vida se ha convertido en una tragedia inconcebible, impensable, que desafía la imaginación de cualquiera. En toda la historia no se puede imaginar - ni siquiera como un juego o una fábula - una tragedia más grande que ésta: la compañía de Dios hecho carne olvidada, ultrajada por el hombre; tragedia que nace del cinismo de nuestra instintividad. Se dan cita en torno a este “leño”, la maldad del hombre que desatiende la llamada del Infinito, los desastres que este delito provoca, de manera que la muerte del Hombre-Dios es la suma y el símbolo de todos estos males. Y, al mismo tiempo, se da cita el poder irresistible de Dios, porque precisamente ese desastre supremo y esa maldad, se tornan instrumentos para la victoria sobre el mal y para su redención. Este es el enigma que Dios mantiene en la vida: que este gran designio de bondad, de sabiduría y de amor debe pasar por la prueba, se realiza a través de las pruebas. ¿Por qué en las pruebas? Porque el mundo está sumergido en el mal, sufre el poder del Maligno.

3. La coronación de espinas
Esa pequeña cabecita que la Virgen, como cualquier madre ante su hijo recién nacido habrá estrechado con cuidado, acariciado con delicadeza y mirado con sorpresa y admiración iba a ser coronada de espinas. Salve caput cruentatum. ¡Cómo sufría la Virgen el mal del mundo sin ponerse a analizarlo y sin resentimiento, simplemente con un inmenso dolor que culminaría al mirar la muerte de su Hijo!

4. Jesús camino del calvario
Dios, que vino a habitar entre los hombres, se dirige al patíbulo: vencido, fracasado; un momento, una jornada, tres jornadas en que todo parece acabar en nada. Esta es la condición por la que hay que pasar, la condición del sacrificio en su significado más profundo: parece un fracaso, parece no tener ningún éxito, parece que los demás tienen razón. Permanecer con Él incluso cuando parece que todo se acaba o ha terminado, estar junto a Él como hizo su Madre. Sólo esta fidelidad nos lleva, antes o después, a una experiencia que ningún hombre fuera de la comunidad cristiana puede experimentar en el mundo: la experiencia de la Resurrección.
¡Y nosotros somos capaces de dejar por otro amor a este Cristo que se adentra en la muerte para salvarnos del mal, para que cambiemos, para que el Padre eterno devuelva la vida a lo que el delito del olvido suprimió en nosotros! A este hombre que toma la cruz, que la abrazar, que se deja clavar en ella para morir, para hacerse una sola cosa con ese madero, ¿“le dejaremos nosotros por otro amor”? Ese Hombre se sacrifica por nosotros y nosotros ¿le abandonaremos por otro amor?

5. Jesús muere en la cruz
Nosotros somos pecadores y la muerte de Cristo nos salva. La muerte de Cristo convierte en bien cualquier pasado hayamos tenido; nuestro pasado está lleno de sombras que se llaman pecados. La muerte de Cristo nos salva. No se puede reconocer a Cristo en la cruz sin comprender y sentir inmediatamente que esta cruz debe tocarnos a nosotros, que no podemos sustraernos al sacrificio. Desde que el Señor murió, no podemos poner objeciones al sacrificio.
Precisamente a través de nuestra mirada fija en la cruz - donde está Aquel que nos mira con la mirada puesta en la eternidad, una mirada de piedad y de voluntad de salvación, y que siente piedad por nosotros y nuestra nada -, a través de la mirada fija en la cruz se convierte en experiencia de redención lo que para nosotros sería algo tan extraño que parecería abstracto, creado de manera arbitraria. Mirando la cruz aprendemos a percibir experimentalmente su Presencia inexorable y la inevitable necesidad de gracia para el cumplimiento de nuestra vida, para que se llene de alegría. En la Virgen, la adoración de nuestro corazón encuentra su ejemplo y su forma. Porque no fue sólo para Cristo la condición de la cruz. La muerte de Cristo en la cruz no salva al mundo automáticamente. Cristo no salva al mundo solo, sino a través de la adhesión de cada hombre al sufrimiento y a la cruz. Lo dice san Pablo: «Yo completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo».

Contigo, oh María, reconocemos que la renuncia que se nos pide en nuestra vida no es un castigo, sino la condición para la salvación de la misma, para la exaltación de la misma, para su crecimiento. María, que nuestro ofrecimiento, la ofrenda de nuestra vida, ayude a este pobre mundo a enriquecerse con la conciencia de Cristo y a gozar en el amor a Cristo.

Misterios gloriosos
Cuando la Virgen rezaba con las palabras de los profetas, cuando esperaba como una humilde y fiel judía, no podía imaginarse que esa semilla iba a ser concebida ni de qué manera sería concebida. No habría podido pensar lo que sucedería después de la muerte, en la muerte, cuando lo veía jugar de pequeño, cuando empezó a verle desafiar a la mentalidad común. Esa semilla fue puesta en su seno; esa semilla se plantó después en el seno de la muerte y la venció, hizo de la muerte su esclava, como hizo de la Virgen la reina del mundo. Es la victoria sobre la muerte.
Debemos pedir a la Virgen con todo el corazón, ya que en ella comenzó la encarnación del Misterio. Siendo Dios el único que trata al hombre teniendo en cuenta toda su persona, ella empezó a comprender cuando empezó a ser madre, cuando dijo: «Sí». Entonces comenzó a comprender. Empezó. Era muy poco, pero empezó a entender. ¿Y qué hizo? Empezó a llevar consigo, a ocuparse. ¿De qué? De la Realidad, de todo lo que existe en el mundo. Al concebir a Cristo y empezar a vivir todo en relación con Él, empezó a concebir y a ocuparse de todo lo que existe en el mundo, porque todo lo que existe está hecho de Cristo. «Todo consiste en Él».

1. La resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Murió para resucitar, porque la gloria de Dios que manifiesta al mundo su venida no es la cruz, sino la resurrección. Murió para resucitar y resucitó para permanecer. Lo que nos hace comprender que es precisamente Dios el que permanece con nosotros es el milagro de la unidad, de la unidad imposible entre los hombres.
El misterio Pascual, ante todo, nos reclama al acontecimiento más grande que la historia haya albergado jamás. El tiempo y la historia han sido hechos para esto: para que haya personas que renazcan en el Bautismo, renazcan por la muerte y resurrección de Cristo. La fe en Cristo muerto y resucitado nos hace criaturas nuevas. Este es el verdadero sujeto de la vida del mundo: el que escucha la voz de la verdad, de Aquel que murió para dar testimonio de la Verdad que Él es; quien vive la conciencia de ser una criatura nueva. El Bautismo nos hace ser criaturas nuevas a pesar de dejar en nosotros las huellas del hombre viejo. Hay un contraste, por lo tanto, una lucha a la que no podemos sustraernos en el día a día. El Bautismo nos introduce poco a poco en una novedad y nuestro “yo” se asimila cada vez más a Cristo. Decir “yo” es decir cada vez más “Tú”, “Tú, oh Cristo”. Y juzgar de una manera diferente quiere decir juzgar de acuerdo con su mentalidad: metanoeite, cambiad de mentalidad. Y amar quiere decir cada vez más amar lo que ama Cristo, amar como ama Cristo y porque lo ama Cristo: crece la identidad entre nosotros y Cristo, crece la vida como memoria.

2. La Ascensión del Señor a los cielos
La Ascensión es la fiesta de lo humano. Con Jesús la humanidad física, carnal, participa en el dominio absoluto que Dios tiene sobre todas las cosas que crea. Cristo desciende a la raíz de todo. Es la fiesta del milagro: un acontecimiento que por su propia fuerza reclama al misterio de Dios.
Por eso, la Ascensión es la fiesta donde el Misterio entero se recoge y donde se recoge toda la evidencia de las cosas. Es una fiesta extraordinaria, donde todas las cosas se dan cita para gritar al hombre ignorante, distraído, ofuscado y confuso, la luz de la que están hechas; para devolverle el significado por el que ha entrado en relación con todo, para gritarle la tarea que tiene hacia las cosas, su papel entre todos los demás seres. Porque todo depende de él: todo ha sido creado para el hombre.
Cualquiera que trate de dar testimonio del Señor con su vida, forma ya parte del misterio de su Ascensión, porque Cristo que asciende a los cielos es el Hombre por el que todo fue hecho, el Hombre que ha empezado a poseer la realidad del mundo.

3. La venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles
Veni Sancte Spiritus, veni per Mariam. Ven Espíritu Santo [el Creador]. Ven a través de María. A través de la carne del tiempo y del espacio, porque la Virgen es el inicio de la carne como tiempo y espacio: viene a través de ella.
A través de la Virgen pasa la renovación del mundo entero; como pasó por Abraham la elección del pueblo elegido, así el nuevo y definitivo pueblo elegido - del que nosotros estamos llamados a participar - pasa por el seno de una muchacha, por la carne de una mujer. Por eso nuestro afecto hacia ti, madre de Dios y madre nuestra, es tan grande como hacia tu Hijo.
El Espíritu es la energía con la que el Origen, el Destino y la Hechura de todo, poniendo en marcha todo según su designio, ha llegado a nuestra vida y la ha llevado al corazón de ese designio, querámoslo o no. La única condición es que no lo hayamos rechazado, es decir, que no lo rechacemos. El Espíritu nos ha revelado que Cristo ha muerto y resucitado y este es el significado último de tu vida. Este es el don de Cristo resucitado, el don del Espíritu, que cura desde la raíz y nos vuelve a dar la gran posibilidad: reconocer que todo viene de Dios a través de Cristo, que es el método usado por Dios.

4. La Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos
En la Ascensión, el Señor con su Resurrección se ha convertido en el dominador del mundo, y por eso hay uno entre nosotros que salvará todo lo que somos, que es tan poderoso que salva nuestra vida, que la conserva entera, para volvérnosla a dar perdonándonos nuestros pecados. La demostración de esto es el misterio de la Asunción, en la que tomó la humanidad de la Virgen y no la dejó en manos de la muerte ni siquiera un instante. Con el misterio de la Asunción el Señor dice: «Mirad, que no permitiré que perdáis nada de lo que os he dado, de lo que habéis usado, de lo que habéis gustado, incluso de lo que habéis usado mal, si sois humildes ante mí. Bienaventurados los pobres de espíritu, es decir, los que reconocen que todo es gracia, que todo es misericordia, porque vuestros criterios son nada y mi criterio lo es todo». La Virgen vive ya en ese nivel último y profundo del Ser del que todos los seres obtienen su consistencia, vida y destino. Por eso fue asunta al cielo, allí donde está el misterio de Dios: para que fuera para nosotros madre cotidiana del acontecimiento.
La glorificación del cuerpo de la Virgen señala el ideal de la moralidad cristiana, la valoración de todo momento, el valor de cada instante. Por eso es la exaltación de la vida, de nuestra existencia, de la vida del cuerpo del mundo; es la exaltación de la materia vivida por el alma, vivida por la conciencia que es relación con Dios; es la exaltación de nuestra vida terrenal no porque sea afortunada por determinadas circunstancias, sino porque a través de todo lo pequeño se manifiesta nuestra relación con el Infinito, con el misterio de Dios.

5. La coronación de María como Reina y Señora de todo lo creado
Reina del cielo quiere decir reina de la tierra, reina de la verdad de la tierra; la tierra en su verdad permanente, porque veritas Domini manet: la verdad del Ser permanece.
La espera del retorno de Cristo - y cada uno de nosotros está llamado a experimentar esto - es la pasión, la gloria, la esperanza gozosa de ese día en el que todo el mundo será verdaderamente él mismo, toda la humanidad lo reconocerá y Cristo verdaderamente será “todo en todos”. Ese momento es el significado de todo lo que existe, es el significado del tiempo, de todo lo que hacemos, y es el culmen, el corazón de la esperanza. Porque la gloria del hombre depende de esto; en esta adhesión el hombre empieza a gritar la gloria de Dios. Nuestra vida busca la gloria porque está hecha para ella y la gloria no es algo que se nos promete para el futuro, sino que es una promesa que ya comienza a realizarse; y que se realiza en la medida en que nuestra persona se ofrece y reconoce que la consistencia de todo es Cristo. El Paraíso no está en otra parte: está aquí. El Paraíso es la verdad total entre tú y yo, está en la relación entre tú y yo; es la verdad de la relación entre la imagen de mi pensamiento y yo, entre las cosas y yo.
El Paraíso es una fiesta que «realiza toda fiesta que el corazón anhela».

Que la Virgen nos introduzca de la mano en el Misterio; porque este es el sentido de nuestras jornadas, el significado del tiempo que pasa; que su mirada nos guíe por el camino, nos eduque su ejemplo, su figura constituya el objeto de nuestro propósito. Madre generosa, que engendras para nosotros la gran presencia de Cristo, queremos ser consolados, confortados, alimentados, enriquecidos, alegrados por esa presencia que nació de tu carne, y por eso te pedimos que nos hagas participar de tu libertad, de tu disponibilidad y de tu camino.