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Huellas N.5, Mayo 2001

PAUL CLAUDEL

Violaine y el embajador

a cargo de Silvio Guerra

Con ocasión de la nueva edición italiana de La anunciación a María por parte de la editorial Rizzolli, en la colección “I libri dello Spirito cristiano”, publicamos una entrevista con el tercer hijo del gran escritor francés, padre de familia, diplomático y prosista


Nos encontramos con Henry Claudel, el tercero de los cinco hijos de Paul Claudel, en su casa cerca de Saint Sulpice. La ocasión viene propiciada por la aparición en Italia de una nueva edición de La anunciación a María en la colección de la editorial Rizzoli “I libri dello Spirito cristiano”, dirigida por don Giussani. Henry, de ochenta y nueve años, tiene una mirada que impresiona, atenta a captar la profundidad de cuanto tiene ante sí, que se ilumina cuando le hablamos de la difusión por todo el mundo de las obras de su padre, ligada sobre todo a la valoración que don Giussani ha hecho siempre de la misma.

A Claudel hijo le hacemos algunas preguntas sobre La anunciación a María y sobre la personalidad de su padre.
Hablando acerca de esa obra teatral, Henry Claudel señala: «Estoy especialmente ligado a La anunciación a María porque tiene mi misma edad. Yo nací a pocos días de distancia de su primera representación (ndr; diciembre de 1912). Hoy ya no se representa como hace unos decenios. Interesa menos a las jóvenes generaciones. Sin embargo, se vuelven a descubrir muchas otras obras de Paul Claudel, por ejemplo, además del Partage du midi, L’ôtage, Le pain dur, La ville, y también Tête d’or, que mi padre nunca quiso ver representada mientras vivió. Su teatro es redescubierto sobre todo en los círculos de los intelectuales de izquierda, más que en los católicos. Todavía no logro explicarme por qué. Me parece que algo parecido sucedió cuando se puso en escena durante el Meeting de Rímini. Es una obra que nace de su conversión (la noche de Navidad de 1886, durante las Vísperas en Notre Dame) y expresa, al tiempo, la mentalidad de la gente de hoy, que ya no cree en nada, como le sucedió a mi padre durante sus primeros años de juventud».

¿Por qué sigue mereciendo la pena leer hoy día La anunciación a María?
Es una obra de carácter poético muy interesante. La situación que desarrolla es mucho más contemporánea de lo que parece. Se trata de la historia de una ruptura familiar. Junto a este motivo, hay fragmentos y diálogos que expresan la Gracia que tocó a mi padre durante el Magnificat en la Navidad de 1886. Quién sabe cuántas personas habría ese día en Notre Dame, y sin embargo, la Gracia le alcanzó a él y salió de aquella catedral convertido. Sin tener en cuenta este hecho es más difícil comprender el personaje del padre, AnneVercors, y su decisión de peregrinar a Jerusalén dejando que sus hijas y su mujer se las arreglaran solas. Era justo como mi padre, que también se marchaba por cuestiones de trabajo y dejaba sola a mi madre con cinco hijos. Decía que tenía otras ocupaciones, otras cosas que le apremiaban. Después está el personaje de Violaine, cuya figura es compleja, y cuya fe profunda le permite aceptar “naturalmente” la realidad. El milagro que realiza nace de su fe; simboliza la transmisión apasionada de la fe a la niña muerta. Mara, sin embargo, es un personaje “terrestre”, muestra el límite humano. Y queda Pierre de Craon, un verdadero hombre.

¿Cómo fue acogida la obra cuando salió a la luz poco antes de la Gran Guerra?
Para muchos jóvenes fue una obra fundamental. Es un obra que siempre choca con un problema de fondo: la falta de una educación religiosa. Por ejemplo, algunos directores de teatro renuncian a ponerla en escena porque perciben que el público tiene dificultades para admitir la idea de milagro, la peregrinación a Jerusalén, o el deseo de construir una catedral. La gente ya no cree en estas cosas. De modo que prefieren representar L’échange o Le partage du midi, obras consideradas más “humanas” que tocarían más directamente los problemas del hombre de hoy.

¿Qué inspiró a Claudel para escribir esta obra teatral?
No nos lo dijo nunca; no quería que hablásemos de ello en familia. Nunca recitó un solo verso de sus obras. Escribía cuentecitos para nosotros cuando éramos niños y después para sus nietos, pero no hablaba nunca de su labor literaria. Íbamos al teatro a menudo, sobre todo si se representaban sus piezas. La anunciación a María era la obra que más amaba. Durante mucho tiempo sufrió porque la representaban mal. Estaba furioso porque nadie la ponía en escena con simplicidad. De hecho, la rescribió dos veces, utilizando el título de La jeune fille Violaine.
Pero a menudo retocaba todas sus obras. En la última versión de La Anunciación, Mara se vuelve mejor y Pierre de Craon no aparece al final del drama...
Hay dos versiones del IV acto, porque él quería simplificarlo. Con frecuencia rectificaba, quería añadir cosas. Decía que en el fondo un personaje podría haber actuado también de otra manera. Además le gustaba escribir y muchas veces copiaba sus obras.

¿Qué recuerdo tiene de su padre en la vida cotidiana?
Era un hombre apasionado por todo lo que hacía. Se consagraba a su obra literaria por la mañana hasta las nueve, y luego se iba a trabajar a la embajada. Por la tarde despachaba la correspondencia. Escribió miles de cartas. A pesar de todo este trabajo, nunca le oí lamentarse o decir que estaba cansado. Estaba siempre de buen humor. Tuvo una gran carrera diplomática en Boston, China, Washington y Río de Janeiro. Allá donde estuvo fue feliz; siempre encontraba algo que le interesaba. Hubiera podido conformarse con ser un diplomático mediocre para dedicarse enteramente a escribir. Y, sin embargo, tenía un gran interés por los problemas económicos, sobre todo por Estados Unidos. En Nueva York frecuentaba al banquero G.P. Morgan, y en Wall Street era recibido por todos los grandes inversores. Mandó al Ministerio de Asuntos Exteriores francés importantes informes en los que había previsto la Gran Crisis del 29. Él, un literato, fue quien ideó el pacto económico de paz entre el presidente francés Briand y el Secretario de Estado americano Kellog en 1928. Su pasión por el trabajo nació a raíz de su conversión. Tomó la decisión de encontrar un trabajo por dos motivos. El principal, que trabajar para el Ministerio le permitía ser más libre para vivir su auténtica pasión, que era escribir y, por tanto, no tener problemas de dinero. Imagínese que hasta los 75 años no obtuvo ni un duro por sus obras teatrales. El segundo motivo estaba ligado a razones existenciales. Tras su conversión tenía miedo de volverse desequilibrado como mi tía Camille o de perder la razón como Rimbaud o Verlaine. Él sentía este peligro y le aterrorizaba tal hipótesis. Por ello buscó un trabajo y se casó fundando una familia, precisamente para huir de una especie de “locura”, de abandono de sí.

¿Cómo era la fe de Paul Claudel? ¿Les habló alguna vez de su conversión?
Nunca quiso comentarlo con nosotros. En alguna entrevista o escrito contó lo que le había sucedido. Pero fue siempre muy discreto sobre ese asunto. Era algo suyo. No habló de ello ni siquiera a mis abuelos, los cuales, a pesar de la época anticlerical en la que vivieron, al menos trataban de practicar los sacramentos, aunque sin profundizar demasiado. Él tenía miedo de no ser comprendido, o peor todavía, de que se rieran de él. Con nosotros era muy exigente con respecto a la fe, sobre todo en lo referente a los sacramentos, en especial la Santa Misa. Íbamos todas las mañanas temprano porque a menudo la celebraban en latín y duraba sólo media hora. Le gustaba escuchar los cantos gregorianos y recitar las oraciones en latín. Se quedó sorprendido cuando empezó a celebrarse la Misa “al contrario”, como él decía. Pensaba que era una “fantasía francesa” y lo escribió incluso en un artículo. Cuando después se dio cuenta de que se trataba de una decisión del Concilio, lo aceptó por respeto y obediencia a la Iglesia. Con nosotros, cuando éramos niños, era muy cariñoso y nos hizo de guía espiritual.

La anunciación en el aula San Giovanni
LAURA CIONI

La publicación de la obra maestra de Claudel en la Colección “I libri dello Spirito cristiano” me ha hecho recordar algunos episodios, tal vez pequeños, tal vez no destinados a permanecer en los archivos de la historia del movimiento, pero significativos para mí y quizás para otros, que estudiábamos en la Universidad Católica de Milán. Estamos en 1975, cuando volvía a renovarse la vida de nuestra comunidad, que encontraría su expresión en el famoso Equipe de Riccione de octubre de 1976. En la Católica estudian tipos como Simone, Amicone, Intiglietta, Fontolan, Benterle y muchos otros menos conocidos, amigos suyos y amigos de sus amigos. Cuando le pregunté a don Giussani cómo se podía “guiar” una comunidad de 500 personas, él me dijo: «Hazte amiga de 5 y alcanzarás a 50». Y eso intenté hacer. Aquellos cinco amigos provenían bien de una experiencia muy politizada, bien de una escuela que no les había enseñado gran cosa, y creo que por eso mismo no habían leído textos fundamentales para la comprensión del corazón del movimiento. Entre ellos estaba precisamente La anunciación a María de Claudel.
Así pues, en el aula San Giovanni que, después de mucho pelear en los años precedentes, las autoridades académicas nos habían concedido como sede de la comunidad, tras pasarle un trapo al habitual desorden tan apreciado por los militantes - pero poco adecuado para leer y escuchar - comenzamos a leer aquel libro.
Para mí era como un compañero: lo había leído en los años de GS, y lo releí varias veces durante la universidad, desentrañando sus íntimas conexiones, los temas dominantes, los símbolos ocultos tras el velo de las palabras, el temperamento de los personajes. No hay nada como la juventud, fascinada por el poder evocador de situaciones y avatares, que experimenta el encanto de una identificación con esta o aquella figura; pero el tiempo va purificando el eventual esteticismo y llena todo de una verdad más profunda porque es más real, está más dentro de la vida.
Todos nosotros vivimos entonces aquel encantamiento. Era como el alba del prólogo y todos, como Violaine, en la inconsciente gracia de la promesa teníamos ante nuestros ojos la figura de Pierre de Craon, el constructor, el centinela. Tal vez, nos hallábamos lejos de presentir que la llamada al Ángelus tocaba también para nosotros en aquellos años decisivos, pero sentíamos que era verdad aquel «Pax tibi. Todo reposa con Dios en un misterio profundo. Pero lo que estaba escondido se vuelve visible con Él».
Ahora, tras unos cuantos años, quizás estamos todos en mejores condiciones para comprender lo fácil que es ser como Mara, o como Jacques Hury, y debemos reconocer que hemos sido así muchas veces, calculadores o faltos de una apertura última al Misterio. Tal vez alcanzamos a intuir mejor la grandeza de AnneVercors en el IV acto: «Vivo en el umbral de la muerte, ¡y un gozo inexplicable reside en mí!», quizás porque algunos de los nuestros ya se han ido y con ellos muchos seres queridos; o quizá porque todos hemos vivido muchas cosas que, si volviéramos a vernos, serían demasiadas para ser contadas y quedaría un largo silencio de gratitud a Dios por habernos hecho vivir momentos como los que vivimos aquellos años.
Todo esto significa para mí (y espero que para muchos de aquellos amigos, los nombrados y los omitidos - da lo mismo, están todos presentes -) La anunciación a María: un libro verdadero, leído sin esquematismos, con el corazón todavía algo inseguro, pero ya preso de la belleza de Cristo, y de una gran amistad, que nos ha introducido a la vocación de la vida, hacia lo cual el sentimiento menos inadecuado es la gratitud. A mi entender, el libro solo no basta para explicar el que lo volvamos a leer tan a menudo, o que nos venga a la memoria determinados versos en los momentos graves o críticos. Hace falta también reparar en ese recién ordenado desorden del aula San Giovanni.

Chispa creadora. Cara a cara con Claudel
Proponemos algunos extractos del libro de Paul Claudel Mémoires improvisés (Gallimard, 1954) que recoge una serie de entrevistas radiofónicas que Jean Ambrouche le hizo a principios de los 50
Quisiera preguntarle...qué le llevó a poner... el milagro como sujeto - y digamos también como chispa creadora - de La anunciación a María.
Deriva de la lectura casual de unos místicos alemanes de la Edad Media. Hubo una época en que sentía un gran interés por la mística... Encontré en una leyenda medieval alemana un fragmento que me impresionó mucho: el de una mística cuyo pecho reverdecía. No me acuerdo cuál era la historia concreta, si se trataba de un niño al que quería sanar o si era el mismo Niño Jesús, que la Santísima Virgen daba a la mística para que le diera de mamar.
La obra es un cuerpo organizado en el que se observa que su preocupación no fue la de yuxtaponer el mundo sobrenatural al mundo natural, sino demostrar que se compenetran y son, de alguna manera, similares, en el sentido geométrico del término. Se aprecia esa especie de escisión entre las dos hermanas: Violaine, que es totalmente del Espíritu, porque el Espíritu se ha adueñado de ella, y Mara, que es totalmente de la carne, enteramente de la tierra; y, sin embargo, las dos están indisolublemente ligadas la una a la otra, hasta el punto de que, al final del drama, la hija que tienen, la tienen en común: es Mara quien la engendra, pero el amor de Mara en cierto modo la mata; y para que la hija viva es precisa la intervención a la vez de Violaine y de la Gracia, de la que Violaine no es más que el instrumento.
De ahí la importancia del personaje de Mara. He querido que Mara estuviera, en cierto modo, completamente obligada por una necesidad absoluta (necesidad innata en ella) a volverse hacia su hermana para pedirle un milagro inaudito: el milagro de la resurrección de la hija. Entre Mara y Violaine hay una necesidad inexorable: es absolutamente necesario que Violaine sea santa, es necesario que esta santidad sirva para algo y que sirva a esta madre que exige la vida de su hija. El Evangelio dice:«Tu fe te ha salvado»; es preciso que la fe brutal, feroz, de Mara sirva para algo, que sirva para hacer una santa y para obligar a Dios, por así decirlo, a hacer un milagro.
De aquí deriva el elemento potente, vehemente, que lleva toda la fuerza y la intensidad de La anunciación a María, que hace de ello un drama, a la vez humano y sobrehumano, a mi parecer.
Usted habla de la vehemencia de Mara. Ciertamente, la vehemencia de Mara es notoria, como la necesidad que la une al personaje de su hermana, dado que sin Mara Violaine tal vez no sería santa; o quizás, podríamos decir que, si no, tendría que haber otro instrumento de la necesidad o la predestinación que le cerrara el camino humano, para dejarle abierta la vía estrecha que conduce a la santidad…
No, no es exactamente eso; más bien sería lo siguiente: ella es santa, porque uno es santo cuando se somete a la voluntad de Dios. Pero es preciso que su santidad sirva para algo, que sirva a la humanidad.
(…)En el IV acto, Mara explica todo lo que ha sucedido y muestra que, desde su punto de vista, ha actuado según la fe. Mara pudo equivocarse en muchas cosas, pero hay algo de lo que no duda, y en lo que ve que ha tenido razón: que la fe es creer que Dios puede hacer el bien. Y desde este punto de vista queda justificada, al menos a mi entender.
(de Paul Claudel, Mémoires improvisés. Quarante et un entretiens avec Jean Ambrouche, Galimard 1954. Traducción del francés de la edición de 1969, por Maite Barea)