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Huellas N.4, Abril 2001

LOS PROFETAS EN LA BIBLIA

El ermitaño y el agricultor

Alessandro Zangrando

El primero vuelve a la tradición y destruye los falsos ídolos; el segundo, «el hijo mayor», lleva a cabo numerosos milagros, incluso después de muerto


Tras la muerte de Salomón, en el 931 antes de Cristo, el reino de los judíos se encuentra dividido: las diez tribus del norte eligen el camino de la secesión y fundan un reino con capital en Samaria (reino de Israel), mientras al sur queda el reino de Judá, con capital en Jerusalén. A mediados del siglo IX a.C., a la cabeza del reino de Israel hallamos a Ajab, guerrero que no conoce el miedo, político astuto y hábil. Pero su punto débil es su mujer, Jezabel, de origen fenicio. Jezabel tiene un notable ascendiente sobre su marido e intenta influir en su política, pero donde su palabra es decisiva es en materia religiosa: se difunde el culto a Baal, quienes siguen al Dios verdadero son perseguidos y se abre camino una confusa mezcolanza de las dos religiones. Además, se le dedica a la divinidad pagana un templo en Samaria, cuyo personal es contratado por la corte. Elías es el hombre enviado por Dios para poner fin a todo esto. Su estilo de vida es ascético, de eremita. Está acostumbrado a la vida del desierto y a las privaciones. Los siervos de Ocozías, sucesor de Ajab, lo describen como un hombre peludo, con una faja de cuero ceñida a la cintura - un aspecto y un atuendo que recuerdan a los del Bautista, el precursor de Cristo -. La iconografía tradicional le describe cubierto de pieles o bien vestido con el hábito carmelita (capa blanca sobre túnica parda).
Elías es un profeta: su actividad, sus palabras y su misión encarnan el profetismo judío. Esto queda claro hasta en el significado de su nombre: «mi Dios es JHWH». La tarea que le ha sido asignada es la de restaurar la tradición, poner fin al sincretismo y acabar con los falsos ídolos. Sólo hay dos caminos: Yahvé o Baal, y el único justo es el primero, no existen medias tintas. Por afirmar la verdad, está decidido a jugarse el todo por el todo y afrontar los peligros que vengan. El carisma de Elías es claro y potente: el profeta es el heraldo de Dios, un enviado extraordinario. «Lo que el profeta dice por su misión, es un dictado divino: el que envía habla por boca del enviado, éste sustituye a aquel, y ambos, el que envía y el enviado, son en la práctica lo mismo. Incluso como individuo, el profeta vive en una relación tan íntima con Dios que se despoja de su personalidad: Dios y su misión le han subyugado hasta el punto de que lleva a cabo acciones que el común de los hombres considera indecorosas e inconvenientes», explica el abad Ricciotti (Storia d’Israele, p. 305).

La sequía y la prueba
Cuando Elías irrumpe en la historia del Antiguo Testamento, los profetas de Yahvé eran perseguidos y dispersados, hasta verse reducidos a apenas un centenar (por “profetas” en el Antiguo Testamento se conoce también a los judíos que vivían en comunidades bajo la guía de una figura carismática llamada “padre”), un número cinco veces menor que el de los servidores de Baal. La situación era intolerable: Elías anuncia el castigo divino, la sequía (1Re 17,1). Y en el año 857 la tierra comienza a desecarse. Por indicación del Señor, Elías se establece junto al torrente Kerit, y los cuervos le llevan pan por la mañana y carne por la tarde. Pero, al poco tiempo, el torrente se seca y el profeta se dirige a Sarepta, cerca de Sidón, donde encuentra cobijo en casa de una viuda muy pobre. Aquel poco de harina y aceite que la mujer puede ofrecerle no se agotan nunca y todos quedan saciados. El hijo de la viuda se pone enfermo, muere y Elías lo resucita (la primera resurrección de la Biblia). Un año más tarde, el rey Ajab cede, forzado por la sequía que continúa inexorable. Manda buscar a Elías y acepta la confrontación. La cita es en el monte Carmelo, donde Ajab reúne a los 450 sacerdotes de Baal y al único profeta de Yahvé que queda, el propio Elías. Es la hora de la verdad. Y la propuesta de Elías es ésta: «Que nos den dos novillos; vosotros elegid uno; que lo descuarticen y lo pongan sobre la leña sin prenderle fuego; yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la leña sin prenderle fuego. Vosotros invocaréis a vuestro dios y yo invocaré al Señor; y el dios que responda enviando fuego, ése es el Dios verdadero» (1Re 18, 23-24). Lo que sucede a continuación no deja salida a los adoradores de la divinidad pagana: «El Señor envió un rayo que abrasó la víctima, la leña, las piedras y el polvo, y secó el agua de la zanja» (1Re 18, 38). Los profetas de Baal son muertos y llega finalmente la lluvia para poner fin a la sequía.

Sobre el monte Horeb, una experiencia
Pero no hay descanso para Elías. Jezabel está furiosa por la muerte de sus profetas y amenaza de muerte al profeta de Yahvé. La Escritura añade un toque de humanidad: Elías, el hombre que ha tenido el coraje de desafiar al rey, ahora está asustado y huye. Llega a Berseba de Judá. El desaliento se apodera de él y quiere morir: «Basta ya, Señor, quítame la vida, pues yo no valgo más que mis padres» (1Re 19,4). Pero el Ángel del Señor viene en su auxilio con agua y alimento. Reconfortado, Elías reemprende el camino y, tras una marcha de 40 días y 40 noches (los mismos 40 días, la misma duración de la permanencia de Moisés en la “montaña del Señor”, un periodo de tiempo que encontraremos también en los Evangelios), llega a Horeb, el monte de la revelación de Dios a Moisés. También Elías se encontró con Dios, si bien de una forma diversa. Los signos que lo anuncian son impresionantes: un viento tan fuerte que rompía los peñascos, un terremoto, fuego. Pero en ninguno de estos elementos estaba Dios, que prefiere manifestarse como una brisa suave, símbolo de su naturaleza espiritual. El profeta se duele por las culpas de su pueblo y el Señor le invita a realizar nuevas misiones en Damasco.

Delito y castigo divino
Elías, el profeta del regreso a la tradición y de la lucha contra el sincretismo es también el profeta de la justicia. Lo revela el episodio que se refiere a Nabot, el dueño de una viña que Ajab quiere conseguir. Ante la negativa de Nabot a cedérsela, entra en escena la malvada Jezabel que lo acusa injustamente y lo manda matar. Entonces Ajab se dispone a apoderarse de la viña, pero se topa con Elías quien hace frente al rey abiertamente, le echa en cara el delito y le anuncia el castigo divino. La vida de Elías llega a su fin. En las afueras de Jericó, a orillas del Jordán, Elías golpea las aguas con su manto y se dividen para dejarle pasar «a pie enjuto». Mientras conversa con su discípulo Eliseo «los separó un carro de fuego con caballos de fuego, y Elías subió al cielo en el torbellino. Eliseo lo miraba y gritaba: “¡Padre mío, padre mío, carro y auriga de Israel”. Y ya no lo vio más» (2Re 2, 11-12). Así, como sucede con Moisés, no existe la tumba de Elías. El profeta Malaquías anuncia su retorno como precursor del Mesías. Con frecuencia aparecen en el Evangelio referencias que ponen en relación a Elías con Jesús, y sobre el monte de la Transfiguración el profeta aparece cerca del Mesías.

Eliseo, el discípulo
Eliseo es un agricultor del valle del Jordán. Parece ser que acomodado, ya que araba los campos con doce yuntas de bueyes. Es llamado por el profeta Elías precisamente mientras estaba arando. El profeta le echa encima su manto y el agricultor se convierte en su discípulo y será su sucesor. La llamada no deja espacio a las dudas ni a las inseguridades: «“Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo”. Elías contestó: “Ve y vuelve, ¿quién te lo impide?” Eliseo dio la vuelta, cogió la yunta de los bueyes y los mató, hizo fuego con los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente. Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio». Eliseo vive en los últimos años del reinado de Ajab y muere bajo Joás. Asiste a la marcha al cielo de Elías sobre el carro de fuego y enseguida ocupa su lugar. Mientras pasan entre las aguas del Jordán, Elías le pregunta a su discípulo qué puede hacer por él antes de ser «arrebatado de su lado». Eliseo repuso:«“Déjame en herencia dos tercios de tu espíritu» (2Re 2,9). Le pide la parte que le corresponde al primogénito. Cuando el profeta marcha sobre el carro de fuego, cae por tierra su manto, signo del poder conferido por Dios. Eliseo lo recoge enseguida y se dirige al Jordán. «Recogió el manto que se le había caído a Elías, se volvió y se detuvo en la orilla del Jordán; y agarrando el manto de Elías, golpeó el agua, diciendo: “¿Dónde está el Dios de Elías, dónde?”. Golpeó el agua, el agua se dividió por medio y Eliseo cruzó. Habiéndolo visto la comunidad de los profetas que estaban enfrente, dijeron: “El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo”» (2Re 2, 14-15). La iconografía lo pinta como un hombre calvo, con el hábito de los carmelitas, una vasija de aceite o un hacha como atributos; con frecuencia lleva apoyada en la espalda una columna bicéfala que simboliza los dos tercios del espíritu heredados de Elías. Eliseo escoge un estilo de vida distinto del de Elías. De las Escrituras no se deduce que su atuendo fuera austero, ni que buscase lugares solitarios para vivir como un eremita. Eliseo prefiere los lugares habitados, frecuenta las corporaciones de profetas, y es seguido por un criado, Guejazí, pero, igual que su maestro, durante un periodo de tiempo vive en el monte Carmelo.

Grandes prodigios
Pero lo que distingue a Eliseo es la gran cantidad de prodigios que nos narran las Escrituras. Como cuando acude en ayuda de una viuda que suplica a Eliseo porque está agobiada por los acreedores. El profeta le dice que pida prestadas el mayor número posible de vasijas vacías, las cuales, milagrosamente, se van llenando con el poco aceite que la viuda poseía. Cuando las vasijas están llenas, Eliseo le ordena: «Anda y vende el aceite y paga a tu acreedor, y tú y tus hijos viviréis de lo restante» (2Re 4,7). Otra mujer, una sunamita, que se lamentaba por no tener hijos, da a luz un niño al cabo de un año, como había predicho Eliseo. El niño, al poco tiempo, enferma y muere. Eliseo interviene por segunda vez: «El niño muerto estaba acostado en su lecho. Entró y cerró la puerta tras de ambos, y oró a Yahvé. Subió luego y se acostó sobre el niño, y puso su boca sobre la boca de él, sus ojos sobre los ojos, sus manos sobre las manos, se recostó sobre él y la carne del niño entró en calor. Se puso a caminar por la casa de un lado para otro, volvió a subir y a recostarse sobre él hasta siete veces y el niño estornudó y abrió sus ojos. Eliseo llamó a Guejazí y le dijo: “Llama a la sunamita”. La llamó y ella llegó donde él. Dijo él: “Toma tu hijo”. Entró ella y, cayendo a sus pies, se postró en tierra y salió llevándose a su hijo» (2Re 4, 32-37). Su fama como curandero se difunde y sana también a Naamán, el jefe del ejército del rey de Aram, que está enfermo de lepra. Sus prodigios se realizan bajo la insignia de la caridad y la solidaridad: como el acaecido durante la guerra que habían emprendido Joram, rey de Israel, y Josafat, rey de Judá, cuando alimenta con los veinte panes de cebada y grano contenidos en una alforja a los cien hambrientos de las famosas zanjas donde apagaron la sed hombres y animales. Eliseo contrae la enfermedad que le llevaría a la muerte. El rey Joás acude junto a él. El profeta le garantiza la victoria sobre el enemigo de Damasco. «Eliseo le dijo: “Toma un arco y flechas”. Él se hizo con un arco y flechas. Dijo al rey de Israel: “Pon tu mano sobre el arco”; puso su mano. Entonces Eliseo colocó sus manos sobre las manos del rey y dijo: “Abre la ventana hacia Oriente”. Él la abrió. Dijo Eliseo: “¡Tira!”. Él tiró. Dijo Eliseo: “Flecha de victoria de Yahvé, flecha de victoria contra Aram. Batirás a Aram en Afeq hasta el exterminio”. Añadió: “Toma las flechas”. Él las tomó. Eliseo dijo al rey: “Hiere la tierra”. La hirió tres veces y se detuvo. El hombre de Dios se irritó contre él y le dijo: “Tenías que haber herido cinco o seis veces y entonces hubieras batido a Aram hasta el exterminio, pero ahora lo batirás sólo tres veces”. Eliseo murió y le sepultaron. Las bandas de Moab hacían incursiones todos los años. Estaban unos sepultando un hombre cuando vieron la banda y, arrojando al hombre en el sepulcro de Eliseo, se fueron. Tocó el hombre los huesos de Eliseo, cobró vida y se puso en pie» (2Re 13,15-21). Fue el último milagro de Eliseo.