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Huellas N.3, Marzo 2001

PORTUGAL

Algo único bajo la torre de Belén

Davide Perillo

El movimiento en Lisboa y en otras ciudades del país atlántico. Encuentros casuales en el origen de un atractivo que se ha hecho historia

«Mucho gusto, soy Aura, portuguesa. ¿Qué diablos es CL?». Buena pregunta. Sobre todo si te la hacen de golpe, mientras estás pensando en tus cosas y ves cómo se clavan en ti unos ojos vivaces como pocos. Y, sin embargo, de ahí se puede partir para contar la historia del movimiento en Portugal. También, de aquellas palabras disparadas a quemarropa a la cara alegre y oronda de Renato Farina, entonces corresponsal de Il Sabato, en la sala de prensa vaticana, una tarde de hace 14 años. Y de la curiosidad de una chica de Lisboa recién desembarcada en Italia para ejercer como periodista de una radio portuguesa. Era Aura Miguel; recuerda aquella tarde como si fuese hoy, y lo cuenta con una sonrisa abierta como la luz que resbala por la fachada del edificio de Radio Renascença, en el barrio de Chiado. «¿Qué me contestó? Me miró y dijo: vamos a cenar». Y lanza una carcajada.

Lisboa, 1978
Una cena. En el fondo, es un inicio perfecto para la historia de una comunidad como ésta: vivaz, fresca, llena de alegría de vivir, y, además, con sólidas raíces. Tanto es así que para descubrirlas hay que dar marcha atrás unos años, y volver a antes, mucho antes de aquella tarde romana. A 1978, cuando salió del seminario de Lisboa el padre João Seabra, joven sacerdote recién ordenado. Tiempos duros para la Iglesia: hacía pocos años de la revolución de los claveles y la tentación de quedarse fuera de la sociedad y de la política era fuerte. Él, João, no está por la labor. Inteligencia despierta y gran corazón, quiere sencillamente vivir la fe. Para definirle un poco más, es uno de los pocos sacerdotes que va por ahí en clergyman. «No por nada: sólo por hacer ver que se podía. Si queríamos, podíamos hacerlo». Pertenece a la generación que está tomando el poder. Estudió con futuros ministros, funcionarios, directores de periódico. Los conoce a todos. Y también él va por buen camino para llegar a ser un personaje público, de los que son entrevistados a menudo y que aparecen cada cierto tiempo en la televisión. Cuando el patriarca de Lisboa lo envió como capellán en la Universidad Católica, él respondió. Y en serio. Después de algunos años, alrededor de aquel clergyman ya había un buen grupo de estudiantes. Una amistad. Más aún: un movimiento, porque aquel grupo fue creciendo y pasaron de ser diez a ser veinte, cincuenta, cien.

Roma, 1987
Una de ellas es Aura. Tras licenciarse, encontró trabajo en Radio Renascença, la emisora católica. Impacto duro, como siempre cuando se empieza a trabajar. «Ves cosas que no te gustan y te sientes muy sola. Pero yo tenía dos puntos a los que mirar: la experiencia vivida en la Católica con el padre João y el Papa, a quien empecé a seguir a causa de mi trabajo como vaticanista». Sin embargo, el fogonazo llegó de otra parte: monseñor Maurilio de Gouveia, obispo de Évora, le dijo: «Aura, echa un vistazo a esta revista. Creo que puede ayudarte». Era 30 Días. «La devoré, porque encontré razones y juicios que sentía como propios. Y empecé a preguntar por doquier: “¿Qué es CL?”». Pregunta que durante unos segundos quedaba suspendida en el aire, antes de que arreciaran las respuestas, siempre de segunda mano («horrible, son integristas», o bien, «peor, son amigos de los socialistas»). Y que, después, cuando Aura fue enviada a Roma, fue a estrellarse contra Farina: «Le había preguntado a un colega francés si había alguien de CL y él me señaló a Renato». De ahí la famosa cena. Una larga conversación. Y otros pasos que se sucedieron deprisa: el encuentro con don Massimo Camisasca, un almuerzo con los primeros seminaristas de la que sería la Fraternità San Carlo Borromeo («eran chicos normales, ¿entiendes?, ¡normales!»). Y el regreso a Lisboa, «donde me dirigí enseguida al padre João y le dije: “he conocido a esta gente, tienes que conocerles tú también”».

Santos
Tratad de meteros en la piel del padre João, que sin llegar a los cuarenta años era famoso, tenía una brillante carrera por delante y ya había puesto en pie una obra espléndida. No es nada fácil poner todo entre paréntesis para ir a ver a “esta gente”, ¿no? Pero lo hizo. Se fió. Conoció a Rosi Nano, que llegó a Lisboa para estudiar. Y conoció a don Mauro, sacerdote del PIME (ndr., Pontificio Istituto Missionario) que estaba aprendiendo la lengua a la espera de partir para la misión. «Poco después de conocernos, le dije: “Oye, yo no puedo hacerme de CL, piensa en las consecuencias que tendría en la universidad, me acusarían de parcialidad”. Y él: “Mira, el movimiento es una amistad. Lo que te estoy proponiendo es ser amigo mío”. Me dejó de piedra». A partir de ahí, fue sólo cuestión de amistad. También con los españoles (Carras a la cabeza), a quien el padre João conoce durante los tres años que pasó en Salamanca para terminar sus estudios de Derecho Canónico, antes de que el patriarca le llame de nuevo a Lisboa: «He pensado en ti para la parroquia Santos-o-velho». «Yo le miré y le dije: “¿Pero Su Eminencia sabe que soy de CL?”. Era la primera vez que lo decía, no sólo a él, también a mí mismo».

Fátima 1991
Ahora Santos es el corazón de una comunidad viva, formada por unas trescientas personas (entre adultos, universitarios y bachilleres), muchas obras, y algunas comunidades en otras ciudades de Portugal (Portalegre, Aveiro, Setúbal, Vila do Conde). Una historia que ya es rica en momentos fuertes, que Ricardo, primer “fotógrafo oficial”, captó con su cámara y ahora despliega sobre la mesa de un pub, mientras va pasando las hojas del álbum y de sus recuerdos. Fátima, a fines de los ochenta: una de las primeras peregrinaciones a pie. Corvara, 1989, vacaciones internacionales: «Los portugueses éramos 40. Una invasión. Algo nunca visto». La Pascua del 90, los Ejercicios con don Francesco Ricci: «Decisivos. Durante el viaje tuvo problemas de corazón y el piloto quería apearle en Barcelona. Él insistió en llegar a Lisboa. Durante el retiro, en un momento dado, dijo: “Todo lo que hay en mí es de Cristo, incluido mi cáncer”. Antes de ese día nunca nos había hablado de su enfermedad». Un gran amigo don Ricci. Como Enzo Piccinini, que vino una vez a llevar las vacaciones («¿ve esta foto? Es una pequeña tourada, la corrida portuguesa. El que está con el capote delante del toro es Enzo»). Y también Maurilio, el obispo de Évora, quien con una sola frase marcó otras vacaciones: «Le preguntamos: “¿Qué debemos hacer por la Iglesia?”. Y él contestó: “Sed fieles a vuestro carisma”». Era 1991. Ese mismo año tuvo lugar un acontecimiento que todos recuerdan como un paso decisivo: la visita del Papa a Fátima diez años después del atentado. Impresiona oírlo contar desde detrás de las rejas de un convento. Pero allí es donde hay que ir para ver a Verónica, que conoció el movimiento cuando trabajaba en la televisión «y todos los jueves veía que mi amiga Bebe salía para ir a no sé qué encuentro. Tenía un aire misterioso, pero se veía que estaba contenta. Así que una de esas veces fui yo también». Al poco, llegó la noticia de la próxima visita del Papa y hubo que ponerse manos a la obra a toda prisa, implicando a todo el movimiento. «Al principio me dije: “mira, esto no va conmigo”. Pero me lo habían pedido. Y el Papa estaba ahí mismo, a punto de llegar. En fin, que me lancé». Aquellos seis meses de trabajo, que transcurrieron en el cuartito del comité organizador («cuatro por cuatro metros, teléfono y máquina de escribir. Stop»), fueron «un milagro. Alegría. Paz. Comunión. El trabajo con un sentido. Y el amor al Papa. En definitiva, lo esencial». O, mejor dicho, As razões da nossa esperança, «las razones de nuestra esperanza», como llamó el movimiento a aquel gesto. «Al final, estaba cansadísima, pero feliz. Y lo más bonito es que cuanto más al fondo de la pertenencia a CL iba, más me impulsaba más allá». Ese “más allá” lo descubrió Verónica unos años después, durante una semana de Ejercicios Espirituales. Ahora está en el Carmelo de Fátima, a un paso de la Virgen. Y mil veces más “dentro” del mundo que cuando estaba fuera, «porque la vocación ha llenado mi corazón, y estar con Cristo en el modo en que Él te llama es lo más bello que puede sucederte en la vida».

Antonio María
Extraño. Son más o menos las mismas palabras que utiliza Antonio María, de 38 años y con una vocación distinta, muy diversa de la de sor Verónica. Abogado, casado, con tres hijas naturales y una sordomuda acogida. En su pasado de extraparlamentario de derechas, una vida intensa y palos para dar y tomar; hasta el día en que se topó en los pasillos de la Católica con un panfleto («era la invitación a Fátima. No sé qué fue lo que se despertó en mí. El caso es que me dije: “voy”») y conoció al padre João, «que me habló de Cristo como nadie lo había hecho». Llegó mayo del 88 y la peregrinación. «Aquel día, antes de salir de casa, mi mujer me dijo: “Antonio, tú no sabes todavía quién es Jesús”. Me dejó de piedra. Pasé cinco días caminando y pidiendo a la Virgen: “muéstrame a tu hijo”. Al final llegó la propuesta de CL. Fue sencillo, porque se trataba de ser fieles a una amistad». Amistad que no le ha apartado ni un poco de sus verdaderas pasiones: la política y la batalla. Antonio María se dio cuenta de esto en 1997, a raíz de una llamada de teléfono. «El Parlamento estaba a punto de votar sobre el aborto. Una diputada conocida me llamó y me dijo: “Esta vez la ley pasa. Haz algo”». La libertad se pone en marcha y Antonio se va a hablar con el padre João e implica a los amigos de otros movimientos. Movilización general. Manifestaciones. Periódicos. Televisión. Y un año y medio de lucha, porque la ley, rechazada en un principio por un voto, fue propuesta de nuevo y pasó, obligando a organizar un referéndum. «Meses duros y bellísimos a la vez. Hicimos la campaña a partir de la experiencia. Mostramos la belleza de la vida, no sólo la injusticia del aborto. Y la vida es un hecho. Se ve y se toca». Como se ven y se tocan los 24 niños que zascandilean por los pasillos de Ajuda de berço, “ayuda a la cuna”, la gran obra y bellísima hija de esa misma batalla. Una vez más, el punto de partida no ha sido un programa, sino un hecho: «Un amigo mío llamó al padre João para decirle: “estoy dispuesto a adoptar un niño de una chica que no aborte”». El padre João se lanza. Se buscan locales, dinero, ayudas, incluidas las que menos te esperas, como la del alcalde de Lisboa, que es socialista, «y se ha hecho amigo nuestro; en cuanto alguna personalidad de relevancia viene a la ciudad, la trae aquí». “Aquí” es este gran piso lleno de vida, una quincena de habitaciones de colores en un edificio de un barrio popular afectado por los problemas de siempre: droga, desempleo, familias destruidas. Ajuda de berço acoge a niños de las familias más problemáticas. Juegan, comen, duermen. Viven. Les atienden una veintena de educadores y un buen puñado de voluntarios. «¿La idea? Es sencilla: ayudarles a encontrar un futuro, en la familia de origen a ser posible. Si no, por medio de la adopción o el acogimiento. El año pasado salieron del centro 14 niños». Catorce pequeñas victorias. «Aunque no se venzan todas las batallas, se vive la comunión con Cristo. Y con él siempre se vence».

La guardería parroquial
También Isabel sabe algo de niños. En parte porque tiene cuatro (el quinto está en camino) y también porque desde hace tres años, cuando empezó a ejercer de directora de la guardería parroquial de Santos, se pasa el día entero con niños. Son 150, además de 7 maestras, entre empleadas y voluntarias. En definitiva, otra obra notable. «¡Qué va! Es algo muy sencillo». Lo será, pero en torno a esta guardería han florecido relaciones y amistades. Desde la escuela de comunidad con las maestras, que se han implicado en ella («¿Por qué? Muy sencillo, me he sentido acogida», responde Ángela, una de ellas), hasta los encuentros con los padres sobre Educar es un riesgo, y las relaciones con la escuela milanesa “La zolla”. «Lo fundamental ha sido crear una amistad real entre nosotros», dice Isabel: «Esto es lo que marca la diferencia y vuelve el trabajo más fecundo». Tan fecundo que ahora nace la idea de crecer y hacer un colegio. «Estamos trabajando, pero sólo son los primeros pasos». Y en sus primeros pasos está la obra de Miguel, otro del grupito histórico de las vacaciones de Corvara 89 («y pensar que el día que salíamos yo no me desperté: vinieron a recogerme con el coche y tuvimos que perseguir al autobús 200 kilómetros. Ese fue el inicio»). Se hizo muy amigo, primero, de Roberto Gerosa, “Gex”, y ,después, de Antonio Intiglietta, que ha empezado a ir y venir de Milán para buscar artesanos a los que invitar a la feria de diciembre y que ahora tiene un vínculo estable con Portugal. Miguel pensó en poner en pie una especie de CdO “made in Portugal”. «Inti nos sugirió que nos olvidáramos: era inútil copiar a Italia por el momento, no tenía sentido hacer un calco sin más. Y tenía razón». En compensación, nació el CDI, “Centro de informação em gestão”, empresa de asesoría para italianos que quieren hacer negocios en Portugal. En Miguel encuentran ayuda, contactos, apoyos. ¿Funciona? «Funciona. Ya han llegado unos veinte».

Alverca
Un nuevo giro y unos cuantos kilómetros. De nuevo hacia el norte, en dirección a Fátima. Pero esta vez nos detenemos mucho antes, en Alverca, pequeña ciudad de 40.000 almas, una iglesia y tres curas; el párroco, Ze Maria, más joven que los otros: Francesco y Silvano, italianos “de exportación” de la Fraternidad San Carlo. También para el padre Ze Maria, el encuentro con CL ha sido la prosecución de una amistad. «Conocí al padre João cuando yo era un chaval; vivía justo encima de nuestra casa. Él me dio mis primeros libros de don Giussani. Después, conocí a los chicos italianos que venían aquí a estudiar y a los sacerdotes de la Fraternidad». El resto vino rodado. Y no es poco, porque además de la parroquia, atienden a los bachilleres: unos cincuenta chicos y un puñado de profesores que poco a poco se están convirtiendo en una presencia en los institutos, «donde el año pasado tratamos de exhibir la exposición sobre la libertad y nos lo prohibieron. Pero nosotros insistimos: ahora hemos pedido poder hacer el Raggio en el colegio. Claro que para ello necesitamos más profesores». Es una de las gracias que él pide más a menudo para el movimiento. ¿Las otras? «Que se viva más la fascinación de nuestro carisma. Y que arriesguemos más a partir de lo que hemos encontrado, viviéndolo y proponiéndolo a la gente».

Universitarios
El mismo paso que, casi a la vez, se está dando en la universidad. «Aquí siempre ha costado un poco que el CLU eche raíces», explica el padre João: «La gente tiende a escapar de la universidad en cuanto puede. En cambio, nosotros proponemos iniciativas dentro del ambiente». Por ejemplo, las vacaciones de estudio, la escuela de comunidad (hay cuatro, repartidas en otras tantas facultades), la caritativa, que se lleva a cabo en la clínica de Medicina, o los happening. «El del año pasado, “Lo cotidiano es la gran aventura”, ha sido muy importante», cuenta Tonico, que estudia Agrónomos, y es el responsable del CLU: «Estaba claro que aquel gesto no nacía de la suma de nuestros esfuerzos, sino que estaba en juego algo más. Ahora somos más amigos». Y también están más despiertos frente a la vida. «Hace unos días, acuchillaron a un chico delante de la Politécnica. Nosotros hicimos un panfleto. Vino un profesor a decirnos: “no sabía que fuera uno de los vuestros”. No era “de los nuestros”. Si sigues la realidad, ésta se vuelve cada vez más tuya». «Es cierto que lo que más impresiona estando con ellos es ver cómo va saliendo a la luz la personalidad de cada uno», observa Sofía, que es abogado y echa una mano acompañando a los chicos del CLU: «Es el paso que estamos dando ahora: la personalización, el que el movimiento se vaya haciendo cada vez más mío, ir dándome cuenta de que en mi ambiente la Gran Presencia se me confía a mi». Y la Gran Presencia aquí tiene también una morada especial: la casa de las Memores Domini. Sofía es una de ellas. María, que también es abogado, es la responsable de la casa. Estaba ya en el grupito “histórico” del padre João y de la Católica (se licenció en el 88); se llenó de asombro cuando conoció los Memores «por la coincidencia para mí entre aquel lugar y el movimiento». Coincidencia física, real. Como la vocación, que ha vivido haciendo referencia a Madrid antes de que naciese la casa de Lisboa, en 1995. «Don Giussani me dijo una vez: “Mira, cuando Dios pensó en Lisboa, pensó en algo único”. Distinto de otros lugares». Y aquí la casa es algo único, un signo para el mundo y para la Iglesia. Cuando fue a visitarlas, el patriarca les confió una tarea: «Nos dijo: “No tengáis miedo de las dificultades y sed amigas entre vosotras”».

Oficinas Romani
Amistad. Si echo la cuenta, ésa es la palabra que nos persigue mientras la carretera enfila hacia Belem y más allá, donde el Tajo comienza de veras a volverse océano. Destino: las Oficinas Romani, la oficina de “los Rom”, palabra que para todos significa sólo “gitanos”, pero que para Tiago, que cuando era estudiante puso en marcha aquí una actividad caritativa, significa mucho más. «Comenzamos viniendo a jugar con los niños», nos cuenta mientras el coche se va encaramando por una pequeña colina. «Después conocimos a Aderito, su jefe. Recuerdo muy bien el día en que me dijo: “Hace ya un tiempo que os observo, me gusta cómo jugáis con nuestros niños. Juntos podríamos hacer grandes cosas”». Era verdad. Y se vio unos meses después cuando llegó la noticia de que el barrio sería arrasado para dejar lugar a una autopista. A los gitanos les iban a dar dinero para comprar vivienda en otros lugares. «Pero se habrían dispersado», dice Tiago. «Hablamos con Aderito y nos dijimos que era importante hacer algo para que siguieran unidos». El resultado está en una casa baja de cemento donde todos los días 74 chicos entran para aprender un trabajo. «No es un trabajo cualquiera, sino algo que tiene que ver con su tradición». Fabrican guitarras, con madera de nogal y utensilios artesanales. Y aprenden de Gilberto Gracio, cuyas manos mágicas fabrican instrumentos para los nombres más grandes del fado (desde Carlos Paredes a Antonio Chainho). Gilberto respondió a la invitación de Tiago con un rápido “sí”. Ahora es uno de los 15 profesores de las Oficinas. «Es uno de los instrumentos con los que el Padre eterno ha hecho un milagro, porque yo antes ni siquiera imaginaba cómo se podía poner en pie una escuela», sonríe Tiago. Seguramente tampoco imaginaba que Aderito un día acudiría a escuela de comunidad, ni que circularían entre los ciganos los libros de don Giussani. Ni tampoco que entre ellos nacería un vínculo que es como un eco de la amistad que une a Tiago con Pedro, con Miguel, Frederico y Sabrina, Bebe y todos los que forman un pequeño grupo de Fraternidad nacido hace cuatro años de la forma más sencilla: «Reconociendo lo que había entre nosotros, y siguiéndolo». Palabra de Sabrina, italiana transplantada a Lisboa al casarse con Frederico, que estudió en Milán. Fue en su casa donde me hablaron de una unidad que al principio era más un deseo, algo así como el perno sobre el que hacer girar la vida, y que después ha brotado, crecido y se ha vuelto adulta. Su momento álgido fueron las vacaciones que pasaron el año pasado junto con Claudio Bottini y otros amigos venidos de Italia. «Hay un antes y un después de esas vacaciones», cuenta Frederico: «Uno de esos momentos en los que te das cuenta de que no hay medias tintas y Cristo es de verdad todo. ¿Trabajo, familia, amigos? Todo».

Guinea
Y de ahí a la misión, al deseo de «que esta belleza se dilate por todas partes», como dice Bebe hablando del colega del trabajo o Miguel al referirse a su jefe, hay sólo un paso. Sobre todo si perteneces a un pueblo que a partir de un cachito de Europa ha conquistado medio mundo. «¿Cómo terminé en Guinea? El padre Oscar necesitaba ayuda con sus chavales», cuenta Carla, profesora de religión. «Un grupo de nosotros comenzó a prepararse. Estudiamos criollo, recogimos dinero, ropa, medicinas, y partimos al llegar el verano. Estuvimos allí un mes; por la mañana dábamos clase a 300 niños de Primaria, y por la tarde jugábamos con otros 300 aún más pequeños. Y después, el rosario, la asamblea, la misa». Esta avanzadilla estival en tierra de misión ha durado cuatro años. Después la guerra lo ha interrumpido, pero sin destruir amistades como la que nació con un profesor que un día, durante una asamblea, dijo: «Vosotros sois para mí como Juan y Andrés, lo habéis dejado todo para venir aquí a darnos lo más importante». «He vuelto a Lisboa con la certeza de que Cristo basta en la vida».
Fin del viaje. Tengo el tiempo justo para saludar al padre João y para apuntar en mi cuaderno de notas otra frase que me acompaña hacia el aeropuerto y después en el avión. «Lo que estamos viviendo es la gracia de una pertenencia más madura». He aquí «qué diablos es CL», hoy, en Portugal.
El convoy salió hace un año y medio, cuando a Isabel, ingeniero de las que destilan trabajo y organización, se le pidió que fuera el corazón y el alma de un encuentro planeado por la Conferencia Episcopal para dar seguimiento, también en Lisboa, al gran encuentro romano de los movimientos eclesiales del 30 de mayo del 98. «Un gran gesto, por cómo nació, por cómo nos implicamos y por la unidad que ha creado con otras realidades», explica Isabel. Unidad que el primero de abril de 2000 se hizo visible para todos en el Pavilhão, atestado por trece mil personas. «Gran cosa, un gesto así. Te ayuda a volverte más amiga de Cristo». Pero te ayuda también a hacer experiencia, tanto que ahora es Isabel quien tira de una obra que en el pasado sólo era un esbozo, pero que en marzo hará su verdadero exordio público: el Centro Cultural “Pedro Hispano”, que lleva el nombre de Juan XXI, el pontífice portugués. Gracias al Centro, del 25 de marzo al 31 de mayo, en la Se, la catedral de Lisboa, se podrá ver la exposición “De la tierra a las gentes”. No está mal para empezar, ¿no?