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Huellas N.5, Mayo 2000

BREVES

Cartas

A cargo de María Pérez

VILNIUS
Ven y verás

Tuve mi primer encuentro con Comunión y Liberación durante las vacaciones del verano pasado, en Trakai. Antes de ir, sólo conocía a una persona del movimiento, Roberto, mi profesor de italiano en la Universidad de Vilnius. Estaba algo nerviosa, porque no sabía nada. La única respuesta a todas mis preguntas era: «Ven y verás». La primera noche en Trakai me parecía que conocía todo desde hacía ya mucho tiempo, que ya había visto lo que estaba encontrando allí, incluso antes de ir; de otra forma, ¿cómo podría sentirlo como mío tan rápidamente? Todo era particularmente sencillo: la oración diaria, los juegos, el testimonio del encuentro con el movimiento que cambió la vida de María, una chica española que estaba allí de vacaciones con nosotros. En esa historia se hablaba de algo común a todos nosotros, se podía reconocer uno mismo. La vida en el campamento era plena, todo estaba unido. Cada cosa tenía que ver con la otra. De lo que descubrías por la mañana, leyendo el texto de don Giussani, no sólo podías seguir hablando, sino además comprobarlo, y averiguar que las palabras que escuchábamos eran verdaderas. ¿Qué supuso para mí este encuentro? La posibilidad de estar junto a las personas con las que tenía en común lo más importante, la fe, y la posibilidad de ser yo misma. No era necesario que cambiase, ni siquiera que me adecuase. Se me aceptó tal y como era. He tenido la oportunidad de reconocer a Cristo en mi relación con los demás, de reconocerlo presente, y no hablar de Él como algo que sucedió una sola vez, hace mucho tiempo. Podía vivir con Él cada día, en el corazón y en la mente. Cuando acabaron las vacaciones no tenía miedo de perder lo que había encontrado. Porque algo verdadero no se pierde nunca. No temía la otra cara que aparece siempre cuando termina algo. Después de aquellos días sabía con seguridad que aunque no hubiese visto a nadie durante un mes o quizás más, al volver a verlos habría podido comunicarme con ellos con la misma naturalidad, y que la relación entre nosotros sería aún más verdadera. Sentía que los había encontrado para siempre. Querría terminar con las palabras de Dostoievski: «Para el hombre, todavía más indispensable que su propia felicidad es saber y creer en cada momento que existe en algún lugar una felicidad perfecta y calma para todos y para todo». Podría decir que el encuentro con el movimiento me ha dado esta conciencia y esta certeza.
Lina

ROCHESTER
Un problema de conocimiento

ƒa escuela de comunidad de Rochestrer es muy joven, tiene poco más de dos años. El pasado otoño se celebró la apertura de curso en Assisi Heights. Fue una jornada maravillosa; estaban con nosotros Riro y Jonathan, llegados de Nueva York para guiar el encuentro. Para la mayor parte de nosotros, era algo absolutamente nuevo y no sabíamos qué esperarnos. Pero ya desde las primeras canciones que se etonaron (y las nuevas que aprendimos) comprendimos que sucedería algo especial. Riro y Jonathan nos contaron su historia, dándonos testimonio de una vida extraordinaria, centrada en Cristo. Compartimos risas y lágrimas y nos sentimos colmados y traspasados de una presencia que es difícil describir. Mirando el rostro de nuestros amigos, comprendimos finalmente el significado de las palabras “comunidad” y “compañía”. Después dimos un paseo por el bosque de Assisi Heights. Reunirnos en el huerto sobre la colina para cantar era un modo totalmente nuevo de estar juntos. Mirábamos a nuestros amigos y pensábamos en la gran diferencia de edad y de vida que había entre nosotros, y sin embargo, gozábamos cada uno en compañía de los otros. Por la noche asistimos a la asamblea sobre la lección de Carrón en La Thuile. La discusión se centró en el concepto de conocimiento y de moralidad y se nos preguntó cómo poder recobrar el estupor ante la vida. Después se celebró la misa que anunciaba a Cristo como el centro de nuestra amistad. Fue una experiencia excepcional. A través de la escuela de comunidad somos capaces de explicar libremente nuestra fe, de volver a encontrar el significado de nuestra existencia: Cristo presente en todos los ámbitos de la vida.
Joan y Lorne

PARAGUAY
Peregrinación a Roma

En enero estuvimos en Italia por una semana en ocasión del Jubileo. No éramos turistas comunes y corrientes: queríamos ser peregrinos. Luca y Alberto nos acompañaron a todas partes; detrás de cada detalle encontrábamos la mano de los amigos que ayudaron a organizar la peregrinación. Giuseppe, de la empresa de servicios turísticos Cara Beltá, con gran paciencia y gratuidad nos hizo de guía. Nos quedamos sorprendidos de ver tal cantidad de testimonios elocuentes de la fe, y así aproximarnos a la historicidad del hecho de Cristo. Cruzar la Puerta Santa de San Pedro, Santa María la Mayor, San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros y Santa Cruz en Jerusalén, retoma la memoria de que Su gracia y Su misericordia son mucho más grandes que todas nuestras fragilidades y que el Sí de San Pedro, el amor a Cristo, es el principio del mundo nuevo. Al visitar las catacumbas recordamos a los mártires, cuyo supremo testimonio impulsó la evangelización del mundo occidental. En la visita a Asís cada rincón era una provocación para la memoria. Viendo las obras de san Francisco y sus hermanos pensábamos en la historia de nuestro pueblo, ya que el Paraguay fue evangelizado por Jesuitas y Franciscanos. La última parada: Florencia. Al llegar nos esperaban los chicos del CLU y GS. La pasión y la seriedad que ponían en lo que hacían y el conocimiento profundo que tenían de su ciudad, así como la amistad sencilla que compartían nos conmovieron. Nos impresionó la Catedral, que representaba el resultado de la entrega total de un pueblo (300 años de trabajo). De esta peregrinación nace en nosotros una profunda gratitud por haber encontrado una experiencia humana que nos guía, que nos invita a seguir y a mirar cada día más a Cristo.
Ana, Pedro, Marcos y Magalí

FILIPINAS
Hacia la meta

Queridos amigos: Hace unos meses fui a celebrar la fiesta patronal de una pequeña comunidad que se encuentra entre las colinas de nuestra misión. Pedí al padre Giorgio que me indicara algún atajo y así fui hacia Little Baguio (que significa Pequeño Temporal). Comencé a descender un valle para poder salir al otro lado. ¡Mientras tanto, llovía! Cada dos por tres me encontraba con una encrucijada, pero yo fui siguiendo lo que me parecía el buen sentido. El convencimiento de la elección adecuada me impidió notar que había abandonado el sendero y me estaba moviendo entre hierba alta y piedras. No recuerdo las veces que me caí. Comencé a preocuparme, pero por cabezonería no quería admitir la equivocación. A la enésima caída me decidí a volver sobre mis pasos. Las huellas sobre el terreno fangoso fueron de gran ayuda. Sentí un gran alivio cuando encontré una casa y pedí indicaciones. Seguí equivocándome, pero a fuerza de preguntar y de volver atrás, llegué a Little Baguio. Pensando en esta pequeña experiencia me he percatado de lo que es el camino del cristiano. El hombre no sabe el camino, pero tiene en su corazón el deseo de llegar a la meta. Por eso el Señor se hizo hombre. Él es el camino, Él es el sendero a seguir. Pero, como me pasó sobre las colinas de Arakan, a veces encuentras senderos que te desvían. Por eso el Señor nos puso alrededor una compañía que, desde hace dos mil años, sigue el sendero justo. La tarea del cristiano, entonces, es seguir a esta compañía que conoce el camino. La decisión de seguir debe renovarse continuamente; no como hice yo, que tras la primera explicación avancé siguiendo mi opinión. Esta es la tentación del cristiano: después de una indicación inicial, creer que es ya un experto y que puede avanzar por su cuenta. Pero el Señor no abandona. Basta pedir ayuda, tener el valor de volver atrás y encontrarse con la sorpresa: aquello de lo que te quejabas (la lluvia, las caídas, el fango) se convierte en las huellas que de nuevo te guían hacia el sendero justo.
Padre Giuseppe

¡Craso error!
Buscando un empleo, mi mujer se puso en contacto con la Bolsa de trabajo de Sánchez Balderas; todavía no ha encontrado trabajo, pero sí el movimiento. Empezó a asistir a la escuela de comunidad. Yo iba a recogerla, pero siempre me quedaba esperando en el coche. Cuando ella me sugería que entrase, yo me negaba; estaba convencido de que no sacaría nada en limpio, pues “ya sabía” lo que se comentaba en esas reuniones y me parecía algo innecesario y hasta banal...¡craso error! Un día aparqué el coche y entré. Pronto me di cuenta de que allí se respiraba un clima de cordialidad muy diferente a todo lo que había vertebrado mi existencia hasta ese momento. Me impresionó la humanidad de Carras, ¡nunca había oído nada semejante a aquellas explicaciones! Lo que iba escuchando en las siguientes reuniones me llenaba de gozo y respondía a las exigencias de mi corazón, a lo que había deseado toda mi vida. Sabía que era el camino, porque el corazón no engaña. Fue como renacer: lo que en mí parecía muerto, despertó. Me gustaría vivir siempre con este dramatismo que supone dejar de lado mis proyectos y entregarme al proyecto de Cristo. ¡Señor, no dejes que me aparte de ti, porque sólo Tú tienes palabras que explican la vida!
Vicente, Madrid

Querido Ministro
Excelentísimo ministro Sr. Don Luigi Berlinguer: Me llamo Federica, tengo 14 años y estudio el último curso de enseñanza media en un colegio público. Quisiera adelantarle algo: nadie me ha sugerido escribir esta carta. Hasta hace algunos meses rechazaba totalmente la escuela “privada”, porque consideraba que era una escuela de “ricos”, alejada de mi modo de ver las cosas y de mi mundo. Hoy ya no la concibo así, porque la experiencia de estos últimos meses me ha presentado una realidad distinta. En junio, de hecho, mis padres “obligaron” a mi hermana, que asistía al mismo colegio que yo, a cambiar de colegio, a causa de su bajo rendimiento. La matricularon, a pesar de su oposición, en un colegio privado porque estaban convencidos de que allí podía encontrar ayuda, no sólo en el aspecto didáctico, sino también en el educativo. Ahora, gracias a su experiencia, me doy cuenta de lo superficial que era mi juicio. Viendo su cambio - no sólo académico - he entendido que en ese colegio se tiene una atención particular a la persona. Por eso, he pedido a mis padres que me matriculen allí para el próximo año, en el bachillerato de letras. También a mi hermano, que empezará la enseñanza media. Me doy cuenta de que esta elección supone un gran compromiso para mi familia, pero con tal de no renunciar estamos dispuestos a hacer sacrificios. El motivo por el que le escribo es hacerle entender que algo tan hermoso y necesario para el crecimiento de una persona no se le puede negar a alguien que no tiene capacidad económica para permitírselo. El 30 de octubre pasado estuve en Roma y estaba convencida de que con ese gesto usted habría entendido lo importante que es la libertad de educación. Pero la ley que usted ha aprobado no garantiza todavía esta libertad. Muchas personas seguirán deseando para sus hijos una enseñanza que probablemente jamás podrán tener. Espero que esta carta pueda ayudarle a entender la responsabilidad que usted tiene para con nosotros. Espero su respuesta.
Federica, Milán

Vendiendo la revista
Conocí el movimiento poco antes de terminar el último año de colegio. En esa época pensaba así: «Estoy dispuesto a conversar pero no creo que alguien pueda mostrarme algo más razonable que la desconfianza hacia todo lo que se dice sobre la religión». Un primo, con quien hablaba mucho sobre estas cosas, me dijo que quería presentarme a Hugo, un profesor suyo. En el diálogo con él comprendí que la sorpresa que sentía al pensar que yo existía (era algo que experimentaba con confusión, pero con fuerza) me obligaba a abrirme a la posibilidad de que hubiera algo más allá. Por primera vez percibí mi libertad: este profesor me proponía seguir la experiencia que él vivía. Así conocí al padre Antonio y a un grupito de universitarios del movimiento. ¡Nunca había escuchado hablar de lo que es el hombre como en ese lugar! Giuliana llegó de Italia tres años después. Un domingo ofrecíamos la revista Huellas a la salida de la catedral. La noche anterior yo había bebido bastante y no tenía ánimos (¡menos para vender una revista en la calle!). Giuliana se acercó y me dijo: «¡Tú, siempre listo para no hacer nada!». Traté de responderle, porque no iba a aceptar que se impusiera así, pero no se me ocurrió nada y ella se fue. Después pensé que lo que ella me proponía era lo que a mí más me interesaba: vivir el instante con la intensidad que exige mi corazón. Su postura desafiaba mi libertad: podía alejarme o verificar si era verdadera su pretensión. se año, entre los universitarios, empezamos a vivir con un nuevo ímpetu: comenzamos a ser amigos teniendo presente la gran hipótesis por la que estamos juntos. Empezó un trabajo constante. En la universidad hicimos por primera vez el Happening, se multiplicaron las iniciativas. En mí se despejaron cosas que me pesaban y por las que sufría mucho. La experiencia que vivía en el movimiento comenzó a ser fuente de certeza sobre la positividad de mi vida y de todas las circunstancias que afronto. Este año he terminado la universidad y he sido admitido como profesor en la Escuela de Ingeniería de la Universidad Católica. Me impresiona pensar que sólo por este encuentro ha nacido la intuición de que este trabajo puede ser interesante. ¡Nunca habría pensado antes en dar clase! Construir allí se vuelve real y entusiasmante por la posibilidad de vivir por esto que encontré y de que otros puedan encontrar lo mismo que yo. Se abre una perspectiva inmensa donde parecía que no había nada.
Alfredo, Santiago de Chile

Preguntas elementales
Queridísimo don Giussani: Íbamos en el coche mi mujer y yo, con nuestros hijos adoptivos - Aurelio, de siete años, y Matteo, de cinco -, cuando en un arranque, el mayor preguntó: «Mamá, papá, ¿de qué color tendrá los ojos mi verdadera mamá?». Y enseguida, el segundo subrayó, con toda tranquilidad: «Y yo, ¡qué poco tiempo he estado con mi verdadera mamá! Y quién sabe dónde estará ahora». Mi mujer respondió: «Pero yo soy vuestra mamá de verdad porque os quiero, aunque no os haya llevado en mi tripa». A lo que ellos, con la contundencia de los niños, rebatieron: «Y tú, ¿por qué no has tenido hijos en tu tripa?». Ella contestó: «Mirad, ni siquiera yo lo sé bien, pero tal vez sea porque de este modo os he podido encontrar». A partir de este diálogo comprendí de pronto que estaba pasando algo decisivo (y dramático), sobre todo para mí, porque estas preguntas me obligaban a reconocer y a afirmar el verdadero motivo por el que estoy con estos niños y con mi mujer. En ese preciso momento, el Misterio, que me hace a mí y les hace a ellos, me hacía entender, en lo más profundo de mi carne, que ellos no eran “míos”. Tuve la clara conciencia de que sólo desde aquel momento podía empezar a ser verdaderamente su padre.
Constantino, Bari

El deseo del corazón
Querido don Giussani: Quiero darte las gracias porque dando vida a una comunidad de gente atenta y desde tu corazón amoroso, has mirado la necesidad del corazón del hombre. Estoy en una silla de ruedas y durante años me he sentido carente de importancia. CL, sencillamente, me ha aceptado. El verano pasado mi madre estaba muy enferma y mi hermana y yo teníamos muchas ganas de ir a las vacaciones del movimiento. Pero en nuestra situación era imposible. Mi hermana - que desde siempre me ha cuidado a cada minuto - tenía que estar con ella. Recé mucho, y un domingo en que había una reunión de la comunidad le dije a mi hermana que preguntásemos si alguien podría llevarme y ocuparse de mí. Ella me dijo que no preguntase, pero le respondí que, como mucho, los amigos sólo me dirían que no. Y así, pregunté. Un día suena el teléfono y Rita, una amiga, me dice: «¿Puedes estar lista dentro de una hora?». «¿Para qué?». «¡Para las vacaciones!». Fueron unas grandes vacaciones. Siempre me cuesta hablar, pero todos tenían la paciencia de escucharme. El segundo ejemplo tiene que ver con el hecho de que me encanta la playa, pero me es imposible ir, y hacía tiempo que me había resignado. Una tarde, al final de la reunión, oí a algunos decir que iban a ir a la playa durante el fin de semana. Dije bromeando: «¿Puedo ir yo también?». «¡Claro!». Me dio un vuelco el corazón. Otro milagro. Creo en los signos. Nunca había estado en un retiro espiritual. La comunidad tenía programado uno. Francamente, no me esperaba nada. Fui sólo para rezar por la salud de mi padre. Y fue entonces cuando vi tu rostro, y te pareces a mi padre y tu voz es semejante a la suya. Doy gracias al Señor también por este signo.
Lynn, Nueva York

Portadores del Misterio
Tras varias semanas intentándolo, hace unos días tuve la oportunidad de hablar con mi profesor de ecología. Fui a verle movida por simpatía y agradecimiento porque sus clases nunca nos dejan indiferentes y siempre salimos preguntándonos cosas. Es un hombre fascinado por la ecología, y eso se contagia. Cuando por fin pude verle, hablamos durante casi una hora, primero de cómo había comenzado su trabajo en este campo, y luego (para mi sorpresa) del hombre, la soledad y el corazón humano. En aquella conversación se hizo palpable, evidente y concreto, que nosotros somos portadores del Misterio. Yendo al despacho de mi profesor yo llevo a Cristo. Para él, de una forma muy real, llega esa mirada constructiva y regeneradora que permite valorarlo todo. De alguna manera, yo era Cristo sentado ante él, maravillándome por su existencia y pidiendo por su destino.
Miriam, Miraflores

Propuestas arquitectónicas
Hemos empezado con algunos amigos un trabajo de investigación sobre la arquitectura de A. Gaudí, con la colaboración de un profesor de nuestra facultad de arquitectura. Habíamos elegido un tema y comenzamos a trabajar con la idea de realizar una pequeña exposición. Enseguida nació la exigencia de recoger material fotográfico sobre algunas de las obras del artista, y así, hicimos una petición de financiación. El Decano, dirigiéndose a todos los docentes de la Facultad y respondiendo negativamente a nuestra petición, concluyó diciendo: «No me volváis a mandar a ningún estudiante a pedir cosas que (lo sabéis perfectamente) no les podemos dar». El profesor que nos está ayudando gratuitamente en el trabajo le respondió: «Los estudiantes creían - evidentemente de un modo erróneo - que una propuesta que nacía directamente de ellos podía suscitar aprecio. Hasta el día de hoy, no me parece que su propuesta se haya desautorizado por motivos de mérito; más bien se ha enterrado bajo una avalancha de formularios. Puedo declarar por tanto que no soy un iluso y no te he enviado los estudiantes a pedir algo imposible. Al contrario, espero que me perdones si me permito seguir haciéndolo en el futuro, porque un estudiante que tiene una brillante idea y que toma una iniciativa con pasión, debe poder someterla a su Decano. Y entiendo esto como un servicio que hago a mi Facultad».
Gabriele