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Huellas N.4, Abril 2000

ISLAM

Estado, ley y Corán

Rodolfo Casadei

Un país dividido entre el norte musulmán y el sur cristiano. La colonización inglesa de 1900 y los conflictos actuales. La sharia como norma de las relaciones civiles


Habían jurado que introducirían el Corán en las aguas del Océano Atlántico y faltó poco para conseguir la inimaginable empresa. Los caballeros fulani que bajaron desde Sahel, conquistaron en nombre de Alá la mitad septentrional de la actual Nigeria hasta las puertas de Ibadán, entre 1804 y 1817; no pudieron cumplir hasta el final su juramento, pero esta conquista tuvo dos consecuencias históricas duraderas: la hegemonía político-religiosa musulmana sobre los territorios situados al norte de los ríos Níger y Benue y la implacable desconfianza de la población del sur no islamizada respecto a los señores del norte. Estos dos factores siguen modelando el rostro de Nigeria hoy: los trágicos acontecimientos sucedidos en la ciudad septentrional de Kaduna y en el Estado meridional de Abia entre finales de febrero y principios de marzo, que han provocado la muerte violenta de unas mil personas y la destrucción de decenas de casas, tiendas, iglesias y mezquitas, manifiestan una vez más la voluntad hegemónica de las poblaciones musulmanas del norte y el síndrome de asedio que atenaza a los nigerianos no musulmanes, casi todos del sur. Las masacres de Kaduna se han desencadenado después de una manifestación de protesta de los cristianos de la ciudad contra la introducción de la sharia, la ley islámica, en el Estado homónimo (Nigeria es una federación de 36 Estados). La ley de Mahoma, que prevé la separación absoluta entre los sexos en la vida pública (separación por sexos en transportes y escuelas, clausura de los cines y supresión de los equipos de fútbol femenino), fustigación a los que beben alcohol o tienen relaciones sexuales fuera del matrimonio, cortar las manos a los ladrones, lapidación a los adúlteros, decapitación para los homicidas y crucifixión para los apóstatas, ha sido ya introducida en tres estados de la federación y muchos de los otros 19 estados del norte tienen intención de promulgarla próximamente. En octubre del año pasado, el Estado de Zamfara ha abierto el camino, y en febrero le ha tocado el turno a Níger y Sokoto. Este último es la sede de la máxima autoridad religiosa islámica de Nigeria, descendiente del califa Usman dan Fodio, que proclamó la famosa yihad (la “guerra santa”) de 1804.

Ley para unos pocos...
En Kaduna el proyecto de introducir la ley islámica, aunque esté reservada solamente para los musulmanes, como ha sido establecido en los tres estados que ya la han aprobado, ha levantado una auténtica revuelta, porque la mayoría de los habitantes de la ciudad son cristianos inmigrados desde las regiones meridionales. Cuando algunos medios de transporte cargados de decenas de cadáveres de cristianos asesinados en Kaduna y sus alrededores llegaron al Estado de Abia, al sureste habitado por los ibo y otras etnias afines, algunas bandas de jóvenes desencadenaron como represalia una sangrienta cacería humana que dejó centenares de víctimas entre los inmigrantes hausa y fulani, las dos etnias más islamizadas. El presidente Olusegun Obasanjo (cristiano baptista del suroeste), que durante los meses anteriores había seguido una política tolerante sobre la cuestión de la sharia (declarando que la consideraba inconstitucional, pero que no creía oportuno intervenir porque la cosa debería «morir de muerte natural»), consiguió obtener la suspensión de la entrada en vigor de la ley islámica en todos los Estados que la habían adoptado después de Zamfara. Pero los líderes políticos y religiosos del norte, y entre ellos también tres ex presidentes, formaron un amplio frente para obtener el reconocimiento de la sharia como derecho de todos los musulmanes y su inserción en la constitución, que en su texto actual precisa que ninguna institución Nigeriana, ni el gobierno federal ni los gobiernos de cada Estado, pueden proclamar una religión como religión de Estado. La obstinación de los norteños produce reacciones muy duras en el sur cristiano, a pesar de que los musulmanes afirmen que la nueva legislación no será aplicada a los no islámicos. Los gobernadores de los cinco Estados con mayoría ibo del sur han amenazado con pedir la secesión de la federación si sus emigrantes del norte siguen siendo objeto de violencias o discriminaciones. En el Guardian, el periódico más difundido de tendencia cristiana aparecen comentarios durísimos. Algunos editorialistas escriben que «esta segunda generación de defensores de la yihad de etnia hausa y fulani es fiel al proyecto de sus antepasados, es decir, al proyecto de transformación de Nigeria en un Estado islámico, la imposición de la sharia a todos y el resquebrajamiento del fundamento mismo del Estado nigeriano». Efectivamente, es difícil imaginar un Estado, organizado federalmente, en cuyo territorio se aplican dos códigos de procedimiento penal radicalmente diferentes como el islámico y el inspirado en la common law de los antiguos colonizadores británicos (que conquistaron los territorios de la actual Nigeria entre 1857 y 1906 y los gobernaron hasta 1960), alternándolos según la religión a la que pertenecen los ciudadanos.

... o para todos
Es evidente que procedimientos como la punición por el consumo de alcohol, la separación sexual en las escuelas públicas y otros, afectan indirectamente también a los no musulmanes. Un doble sistema jurídico y judicial parece indudablemente un peligroso callejón sin salida para cualquier país, pero más para Nigeria, donde no existe ni siquiera un censo oficial de la población, estimada entre los 115 y los 125 millones de habitantes, y de su afiliación religiosa: los musulmanes afirman que representan más del 50% de la población total, los cristianos de todas las denominaciones (reunidos ecuménicamente en la CAN, Christian Association of Nigeria) replican que los cristianos y los musulmanes representan cada uno el 45% de los habitantes, mientras que el 10% restante estaría formado por seguidores de las religiones tradicionales. La mayor parte de los musulmanes, como ya hemos dicho, se encuentra en el norte, pero también allí un 30% de habitantes no son musulmanes; muchos de ellos son cristianos evangelizados por los protestantes o católicos ibo emigrados en los tiempos de la colonización británica hasta hoy. En el suroeste habitado por los yobura (donde se encuentran las dos ciudades más habitadas de Nigeria, Lagos e Ibadán) los musulmanes son el 30%, pero muy diferentes de los del norte: entre los yobura el Islam no se propagó con la “guerra santa”, sino a través del comercio y los matrimonios; se ha mezclado con las religiones tradicionales y ningún yobura pediría nunca la introducción de la sharia. En el sureste, por fin, el Islam está representado sólo por los inmigrantes hausa y fulani habiendo sido la población local casi enteramente cristianizada por católicos (cerca de la mitad), protestantes históricos y nuevas corrientes pentecostales. Para entender el significado profundo de la radicalización y de la contraposición actuales hay que volver la mirada a la historia. Antes de la yihad de 1804 el Islam nigeriano, tanto en el norte hausa como en el suroeste yobura, era poco más que una solemne formalidad que permitía a la corte sentirse más importante.

Guerra santa
El movimiento de reforma rigorista de la Qadirya, que había empezado hacía tres siglos más al norte, llega a Nigeria sólo a principios del siglo XIX a través de algunas tribus nómadas fulani. A una de ellas pertenecía Dan Fodio, el intelectual guerrero que desencadena la “guerra santa”, porque considera herético el blando Islam de los reinos hausa. A su muerte, los guerrilleros fulani (apoyados por combatientes hausa y tuareg) crearon un imperio de 180.000 millas cuadradas habitado por al menos 10 millones de personas, compuesto por 15 emiratos que reforman completamente la vida política y administrativa según el modelo del califato Abasí. Entre 1900 y 1906 Frederick Lugard, con 200 oficiales ingleses y 3000 soldados africanos, somete todo el imperio a la corona británica, que ya se había anexionado el suroeste yoruba y estaba sometiendo el sureste ibo. El “imperio” musulmán centrado en el califato de Sokoto se somete en poco tiempo a los ingleses para evitar desastres peores (expediciones militares más belicosas que la de Lugard) y porque el nuevo gobernador propone un negocio a primera vista ventajoso: la concesión del autogobierno local a cambio de la sumisión. En Nigeria septentrional, en efecto, se puso en práctica el famoso sistema del indirect rule británico, el “gobierno indirecto” de los ingleses sobre sus colonias que Lugard había ya experimentado con los baganda en Uganda. El sistema político y administrativo introducido por la yihad de los fulani permanece intacto y los musulmanes del norte se convirtieron en los mejores colaboradores de los ingleses, que en 1960 les cedieron el poder.
La hegemonía del norte fue desafiada dos veces por los ibo del sureste: la primera vez en enero de 1966, con un intento de golpe de Estado en el que los militares ibo asesinaron a dos líderes norteños de la época, Tafara Balewa y Ahmadu Bello, que había evocado el proyecto de una nueva marcha por la conquista del sur; en las persecuciones que siguieron, 30.000 ibo pagaron con su vida el fallido golpe. En 1967-70 los ibo intentaron la secesión y pagaron con un millón de muertos su desafío en la llamada “guerra del Biafra”. Hoy que el presidente de Nigeria es de nuevo un cristiano, del suroeste y elegido gracias a muchos votos del norte, los musulmanes quieren reafirmar su propia identidad pidiendo la reactivación de la sharia, practicada en los tiempos de Usman dan Fodio y confinada al derecho familiar desde la colonización británica hasta hoy. Pero Nigeria no parece capaz de soportar un estrés como éste.