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Huellas N.11, Diciembre 1999

COLOMBIA

Necesito todo

Isabel Almería

La fidelidad al corazón y el drama de una vida sedienta de respuestas. Un recorrido por las páginas del corazón del poeta colombiano

El corazón del hombre es una fuente incesante de deseos, un motor imparable lanzado a la búsqueda de un significado que abrace la totalidad de la vida. En esto consiste el ser hombre, en este anhelo infinito que María Bashkirtseff expresa de este modo en una carta recogida en el diario de José Fernández: «Me parece que nadie adora todo como yo; lo adoro todo. [...] Todo toma a mis ojos interesantes y sublimes aspectos, querría verlo, tenerlo, abrazarlo, besarlo todo y, confundida con todo, morir, no importa cuando, dentro de dos o dentro de treinta años, morir en un éxtasis para sentir el último misterio, el fin de todo o ese principio de una vida nueva. Para ser feliz necesito todo, el resto no me basta!».
La lectura del diario de José Fernández en la novela De sobremesa, de José Asunción Silva (Ed. Hiperión) nos muestra a un poeta joven, rico y famoso que consagra su vida a un único fin: ser hombre, en una sociedad (la de finales del s. XIX) deshumanizada; ser feliz en un mundo donde reina la apariencia de felicidad proporcionada por la fama y el dinero. José Fernández es también hijo de su tiempo, de una época cosmopolita y decadente que se mece en un continuo vaivén entre las ideas más sublimes y los más bajos instintos, pero él sabe que su vida está hecha para algo que ni los placeres amorosos, ni el dinero, ni siquiera su profunda intelectualidad pueden proporcionarle.

Un ideal por el que vivir
Inconformista con todo, José decide concebir un plan que lo ponga en movimiento, un ideal grande al que poder entregar sus fuerzas: «El plan que reclamaba el fin único a que consagrar mi vida me ha aparecido, claro y preciso como una fórmula matemática». Un plan económico y político verdaderamente grande, pero cómo sostenerlo si, como él mismo afirma: «Para realizarlo necesito un esfuerzo de cada minuto por años enteros, una voluntad de hierro que no ceda un instante».
¿Existe algún ser humano capaz de cumplir semejante utopía? No es difícil suponer que este impulso tarda poco en extinguirse, siendo sustituido por un ideal más acorde con el corazón del poeta, más verdadero en tanto que inesperado. La vida de José, constantemente arrastrada por la debilidad, el tedio y el cansancio, vuelve a ponerse en movimiento a partir del encuentro con Helena de Scilly Dancourt, una joven en cuya mirada, José se siente completamente desarmado a la vez que abrazado y acogido: «Con la mirada que le dirigí habría querido pedirle perdón por haberla contemplado con mis ojos, que han visto la maldad humana y se han deleitado en su espectáculo [...] Aquella mirada derramó en mi espíritu una paz profunda y humilde, llena de agradecimiento por la piedad divina que leía en sus ojos».
La nueva tarea que moverá a Fernández será la búsqueda de Helena, por la que sería capaz de recorrer el mundo y a quien encomienda su salvación.

Dos realidades
El nuevo ideal perseguido por el protagonista pondrá, una vez más, de claro manifiesto las dos dimensiones que caracterizan al ser humano: la material y la espiritual. José llega a ser definido por su médico como un crápula ascético, una definición que si bien revela una polaridad tal vez excesiva en la vida del joven poeta, es también una clara oposición a la reducción materialista a la que la sociedad intenta someterle: tras conocer a Helena, José decide en su interior vivir un celibato que le permita cambiar y, de algún modo, purificarse hasta el reencuentro con su amada; esta decisión, quizá demasiado voluntarista, pero nacida de una intuición verdadera, es criticada duramente por el doctor Rivington, que no admite ninguna diferencia entre las dos realidades humanas: «Triunfe usted de sí mismo, regularice su vida, dele usted en ella el mismo campo a las necesidades físicas que a las morales, que llama usted, a los placeres de los sentidos que a los estudios, cuide el estómago y cuide el cerebro y yo le garantizo la curación [...] Devuélvale a las necesidades sexuales su papel de necesidades». Pero estos consejos no apagan el ansia de José, que sumido en una constante lucha, no deja de afirmar la dimensión de un alma que necesita ser ayudada: «Lo que queda de bueno en mi alma te reclama para vivir. Estoy harto de la lujuria y quiero el amor; estoy cansado de la carne y quiero el espíritu».

Desproporción
Fernández vive una lucha difícilmente sostenible por el esfuerzo humano, la lucha de seguir un ideal que parece alejarse de nuestro alcance, la experiencia de necesitar todo y descubrirse con las manos vacías, una desproporción inevitable entre el deseo y las propias fuerzas que el poeta acabará admitiendo con una lealtad conmovedora después de haber «triunfado» entre sus amigos al haber seducido a «las tres reinas de la fiesta»: «¿Y qué me importan esas ideas sobre el amor, ni qué me importa nada, si lo que siento dentro de mí es el cansancio y el desprecio por todo, el mortal dejo, el spleen horrible, el tedium vitae que, como un monstruo interior cuya hambre no alcanzara a saciarse con el universo, comienza a devorarme el alma? [...] Es esa hambre de certidumbres, esa sed de lo absoluto y de lo supremo, esa tendencia de mi espíritu hacia lo alto lo que he venido engañando con mis aventuras amorosas, como engañaba mi sed de éstas con las jugarretas de las últimas noches de castidad».

Misterio... y signo
Ante esto, ¿quién salvará al hombre de caer en la desesperación? Llegados a este punto es necesario hablar del sentimiento del Misterio en la vida de José Fernández. Si bien, como hijo de su sociedad, está alejado de la fe cristiana, ésta no le es desconocida gracias a su abuela y, en el fondo, a pesar de su aparente lejanía, José está traspasado por un grito de necesidad: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Dios de mi infancia, si existes, sálvame!». Las palabras de la abuela en su lecho de muerte, se cumplen de un modo casi profético en la figura de Helena y esto no pasará inadvertido al poeta, que desde el principio, percibe en la muchacha el brillo misterioso de aquel Dios desconocido al que dirige su incesante súplica: «¿Conque el misterio puede adquirir así forma material, mezclarse a nuestra vida, codearnos a la luz del sol?», o más directamente: «Lo que ellos llaman así [realidad], es sólo una máscara oscura tras de la cual se asoman y miran los ojos en sombra del misterio, y tú eres el Misterio mismo».

El milagro eterno
José Asunción Silva, el hombre escondido entre las páginas del diario de José Fernández, fue llamado por sus contemporáneos José Presunción y quizás, lo más presuntuoso de su vida fue este deseo desbordante de ser un hombre verdadero, cuya respuesta, desgraciadamente a juzgar por su obra, no pasó de ser una intuición que no pudo ser alimentada; este deseo expresado así por José Fernández a sus amigos: «El deseo de sentir la vida, de saber la vida, de poseerla, no como se posee a una mujer de quien nos hacen dueños unos instantes de desfallecimiento suyo y de audacia nuestra, sino como a una mujer adorada, que convencida de nuestro amor se nos confía y nos entrega sus más deliciosos secretos. ¿Tú crees que yo me acostumbro a vivir?... No, cada día tiene para mí un sabor más extraño y me sorprende más el milagro eterno que es el Universo». l

Breve semblanza biográfica
José Asunción Silva nació en Santafé de Bogotá, el 26 de noviembre de 1865 y acabó con su vida en la misma ciudad, el 24 de mayo de 1896. No publicó ningún libro en vida, pero dejó inédita una importante Obra poética, que, a pesar de su brevedad, es considerada la más valiosa de la poesía colombiana.
Un año antes de su muerte, al naufragar el vapor “Amérique”, en el que el poeta volvía de Caracas a Bogotá, Silva perdió los manuscritos de varios libros en prosa en los que había estado trabajando en los últimos años. Pese a todo, fue capaz de reconstruir el más importante de ellos, la novela De sobremesa, aunque no sería publicada hasta años después de su muerte, en 1925. Esta novela transcurre en Europa, principalmente en París, donde Silva había viajado a los diecinueve años, y tiene mucho de autobiográfica.