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Huellas N.11, Diciembre 1999

ISLAM

Viaje al mundo islámico

Giorgio Paolucci

Huellas empieza un trabajo de investigación sobre el complejo mundo del Islam. Los problemas, las contradicciones y las posibilidades de una convivencia pacífica dentro de un ecumenismo real. Se trata para nosotros de una profundización necesaria en la conciencia histórica cuya finalidad es la gloria de Cristo


El Islam es la religión que más se ha extendido en este siglo. Un ritmo de crecimiento motivado tanto por el fuerte incremento demográfico que se registra en los países islámicos y entre las comunidades musulmanas de emigrantes, como por el éxito de la dawa, la misión para la difusión de la fe que «genera» numerosas conversiones y es una de las características relevantes de esta religión. Pero el Islam es también una cultura, una sociedad y un estado, y se propone en el escenario internacional como un actor capaz de realizar una síntesis entre estos elementos y de desafiar a la modernidad y a la secularización. La relación con las diferentes realidades del mundo musulmán es uno de los aspectos más controvertidos y al mismo tiempo más fascinantes con los cuales se encuentran los cristianos en muchas zonas del mundo, empezando por Oriente Medio, donde nacieron históricamente las tres grandes religiones monoteístas. A partir de este número de Huellas se propone un viaje para descubrir sus desafíos y sus problemas, pero también algunas experiencias significativas de convivencia entre musulmanes y cristianos. La primera cita está dedicada a Europa, donde a los asentamientos con siglos de historia se han añadido otros, fruto de los flujos migratorios hacia el viejo continente a partir de la segunda posguerra. ¿Qué clase de integración existe para los seguidores de Mahoma en la Europa secularizada? ¿Qué significa dialogar para los cristianos? Hablamos con dos estudiosos que nos introducen en la comprensión de estos problemas: el profesor Andrea Pacini y el jesuita Samir Khalil Samir

Andrea Pacini
Fundación Agnelli

El profesor Andrea Pacini es responsable científico del Laboratorio de investigación y relaciones culturales de la Fundación Agnelli de Turín. Es autor de Comunidades cristianas en el Islam árabe, el desafío del futuro y de El Islam y el debate sobre los derechos del hombre, editados por la Fundación Agnelli en 1996 y 1998
Once millones de musulmanes en la Unión Europea, alrededor de 700.000 en Italia, casi todos inmigrantes. El Islam es nuestro vecino de casa, aunque con frecuencia se considera como un cuerpo extraño. ¿Qué podemos hacer para prevenir conflictos y favorecer su inserción en la sociedad?
La receta no es fácil, pero se llama integración. Los estados europeos deben promover una educación de los ciudadanos que impida la creación de guetos étnico-religiosos y que contribuya a la creación de una sociedad abierta, en la cual las culturas puedan expresarse en el respeto de las normas comunes. Respecto a las jóvenes generaciones es fundamental el papel de la escuela, que es el primer factor de integración desde el punto de vista lingüístico y cultural; pero más en general, es necesario incentivar medidas que acerquen a los inmigrantes a la sociedad civil, a sus servicios, a su mentalidad, porque no basta tener una casa o un trabajo, no es suficiente «estar» en Italia para formar parte de ella. Por otro lado, hay que evitar fáciles demagogias: la concesión de la ciudadanía incluso en el plano jurídico (algunos la consideran como la panacea de todos los males) es sólo la conclusión de un itinerario de integración y no puede convertirse en una etiqueta que se le cuelga a las personas para «declararlas» integradas a efectos de la ley.

¿Cuáles son los puntos críticos en los que se advierte una distancia cultural y de mentalidad?
Admitiendo que las legislaciones de los países islámicos presentan notables diferencias, creo que las dificultades mayores se encuentran en el modo de concebir el matrimonio y la familia, así como la relación entre el hombre y la mujer, que no se entiende en un plano de igualdad, sino asignando un papel dominante al marido, al cual se le reconoce la posibilidad del repudio unilateral; lo mismo sucede con los aspectos legales de la herencia, que favorece a los hombres respecto a las mujeres. Pero la cuestión de fondo es otra: mientras los códigos jurídicos europeos afirman derechos y deberes cuyo titular es el individuo, los musulmanes, inspirándose en el derecho islámico, exigen reconocimientos de base comunitaria. Existe el peligro de que la sociedad se construya sobre la base de identidades religiosas o étnicas, en vez de partir de los derechos reconocidos de la persona en cuanto tal. Pero la libertad no puede depender de la profesión religiosa, pues o es para todos o no es libertad. Pongo un ejemplo significativo: la llamada «marcha por el chador» que tuvo lugar en Turín a finales de octubre. El objetivo real de esa iniciativa no era conseguir que las mujeres se pudieran fotografiar con el velo en los documentos de identidad (posibilidad que desde hace años está reconocida por una circular del ministerio del Interior con la condición de que las facciones del rostro se puedan reconocer), sino la petición de una elasticidad mayor en la concesión de los permisos de residencia. Esto es una cuestión civil, regulada por leyes específicas y que prescinde de consideraciones de carácter religioso. Y sin embargo la manifestación de Turín acabó bajo las ventanas del Gobierno Civil con la oración islámica y al grito de «Alá es grande». ¿Qué pensaría usted si los filipinos organizarán una manifestación para solicitar los permisos de residencia llevando en andas una estatua de la Virgen? Es necesario que los musulmanes afronten el punto aún no resuelto de la laicidad, que no significa relegar la fe a una dimensión privada, sino evitar que ésta determine el comportamiento de las instituciones hasta llegar a superponer religión, sociedad y Estado, como sucede en los países islámicos, factor que está en el origen de tantos errores.
En una fase histórica en la que los estados europeos reconocen los derechos de millones de inmigrantes que provienen de los países islámicos (o se preparan para hacerlo), ¿no sería deseable un compromiso político y diplomático para promover la libertad religiosa en estos países, apelando al principio de reciprocidad? ¿Qué papel puede jugar en este sentido la Unión Europea?
Más que de reciprocidad en sentido estricto prefiero hablar de reconocimiento de los derechos fundamentales del hombre, entre los cuales se encuentra la libertad religiosa. Creo que es muy pobre la postura de los que proponen hacer depender el reconocimiento de los derechos a los inmigrantes musulmanes de un trato análogo para los cristianos en los países islámicos y que se traduce en expresiones del tipo: «si quieres construir una mezquita en esta ciudad italiana, permite construir una iglesia en tu país». Hay que tener el valor de ir hasta la raíz del problema, exigiendo el respeto a la Declaración de los derechos del hombre de la ONU y de las sucesivas convenciones firmadas por muchos países islámicos, pero desatendidas en la práctica. En nombre de esto se debe exigir no la reciprocidad sino la igualdad de trato para todos. Voy a poner un ejemplo cercano: la Conferencia Euromediterránea de Barcelona de 1995 obliga a los estados firmantes (entre los cuales se encuentran los 12 que se asoman a la orilla Sur) a promover la democracia y los derechos del hombre en sus respectivas legislaciones. Otra baza que hay que jugar es que los acuerdos de cooperación económica que se están ultimando en estos meses estén ligados a garantías de evolución democrática y de libertad (incluida la dimensión religiosa) de los países que se benefician de las ayudas económicas. También la Unión Europea y el Parlamento Europeo deberían ser más exigentes en este sentido, por ejemplo, vinculando los programas de desarrollo en favor de ciertos países a la promoción de los derechos civiles y religiosos para todos los que viven en ellos. En cambio, sobre estos temas tengo que poner de manifiesto una total pasividad, también por parte de los exponentes políticos que en Europa afirman ideales cristianos. El Papa es uno de los pocos que sigue pidiendo la libertad para todos.

Samir Khalil Samir
Jesuita

Samir Khalil Samir enseña en la Université Saint-Joseph de Beirut y en el Instituto Pontificio Oriental de Roma. Es uno de los mayores conocedores del mundo de la cultura árabe cristiana. Estudia las relaciones entre el Islam y el cristianismo desde hace más de 40 años y dirige la colección "Patrimonio cultural árabe cristiano" de la editorial Jaca Book.
Diálogo es una palabra muy importante pero de la que se abusa o se utiliza de forma equívoca. ¿Cuáles son las condiciones que deben darse para que entre cristianos y musulmanes se realice un diálogo fructífero?
El diálogo, más que un hobby para unos pocos intelectuales, es una necesidad dictada por la historia que cada día hace que se encuentren millones de seguidores de ambas creencias en todo el mundo, pero creo que debe ser "exigente" y respetar algunas condiciones sin las cuales será anónimo e infructuoso. Las sopas insípidas no gustan a nadie; es necesario, en cambio, una fuerte carga de autenticidad por ambas partes: presentar sólo una parte de la propia fe o reducir su profundidad por miedo a ofender, desilusionar o dividir - como hacen algunos cristianos que tienen en el fondo un complejo de inferioridad - es como decir una mentira, y puede confirmar al interlocutor musulmán en su convicción (muy difundida en los países islámicos) de que el cristiano es un creyente que no ha completado todavía el camino para alcanzar la verdad plena, revelada sólo en el Corán. Por parte de los cristianos es importante dar testimonio de que la fe y la modernidad no son enemigas; que no se puede asociar la Iglesia con una imagen de occidente enemigo del mundo árabe o del Islam; que la democracia no se opone a la religión; que el principio de ciudadanía reconocido a los individuos implica también la defensa de las minorías, sin llegar, sin embargo, a un multiculturalismo anónimo e indiferenciado donde las identidades se anulan. Estoy convencido de que si todo esto se convierte en patrimonio de los musulmanes que han echado raíces en Europa, con el tiempo producirá cambios importantes en la mentalidad y en la organización social de los países de los que provienen. Pero en los cristianos no deben darse actitudes equívocas o malentendidos, como ha sucedido en estos años - tal vez de buena fe - incluso en Italia.

¿A qué se refiere?
Pongo sólo un ejemplo, pero muy significativo. En nombre de la hermandad o de la acogida se han concedido locales parroquiales o incluso algunas zonas de iglesias a las comunidades musulmanas, olvidando que la mezquita no es una iglesia musulmana; para los seguidores de Mahoma es mucho más que un lugar de culto: es un ámbito de relación social, de afianzamiento de la identidad común, de juicio sobre la sociedad y de revisión de lo que sucede a la luz del Corán, y con frecuencia también de transmisión de consignas de tipo político. No olvidemos que según el pensamiento islámico un lugar sagrado no se puede ya desconsagrar: en Egipto grupos fundamentalistas fueron de madrugada a algunos terrenos de propiedad de la Iglesia copta, extendieron el tapete y se pusieron a rezar, sacralizando para el Islam esa zona y haciendo de hecho imposible la edificación de una iglesia. Existe el riesgo de que todo se convierta peligrosamente en equívocos, hasta deducir que poner a disposición zonas para la oración equivale a renunciar a la propia fe reconociendo implícitamente la superioridad del Islam.
¿A qué se debe la fascinación que el Islam ejerce en las sociedades occidentales y que va más allá de las conversiones (cuantificables en pocos miles de personas) que también se han registrado en Italia?
Hace tiempo, un autorizado cheikh musulmán, Fadlallah, hablando en la televisión de Beirut en un encuentro con los cristianos, dijo que el sistema democrático vigente Europa representa la mejor oportunidad para la difusión del Islam en el continente. La libertad es una oportunidad que es posible utilizar, pero hay que tener un proyecto: parece que los musulmanes tienen un proyecto sociopolítico y los cristianos no. En Europa está creciendo la demanda de propuestas fuertes que trasmitan a la vez certezas y novedad, mientras crece la indiferencia hacia un modo de vivir el cristianismo dispuesto a mil compromisos, que no tiene ya valor para decir qué está bien y qué está mal, que no comunica certezas (como parecen hacer los musulmanes a veces incluso ostentando más de lo que tienen) a un mundo donde la norma es el escepticismo. El principio de la libertad religiosa, y más en general la libertad de conciencia que es una conquista del mundo occidental, ha degenerado en una mal entendida "tolerancia" que puede convertirse en indiferencia religiosa y se traduce en actitudes para las cuales todas las opiniones son iguales, negando desde la raíz la capacidad de la mente de valorar y de emitir un juicio. Para los cristianos europeos es el momento de un doble desafío que llega desde el Islam (sobre todo de sus versiones radicales) y de la secularización: los musulmanes gritan «fe» como si fuera una fórmula mágica y señalan a la modernidad como el demonio que corrompe la pureza religiosa; los laicistas responden que la fe es un obstáculo a la modernidad, un freno al uso de la razón según todas sus capacidades. El cristiano que vive la fe según todas sus dimensiones es a la vez laico y creyente, y puede dar testimonio de que la fe y la razón van de la mano, que el creyente no debe renunciar a nada de la modernidad excepto a la pretensión de eliminar a Dios y que para ser creyente no tiene necesidad de un Estado confesional.