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Huellas N.10, Noviembre 1999

ROMA

Ir al colegio en Estados Unidos

Maurizio Crippa

Dad un salto mortal. La única forma de entender la escuela en América es mirar el mundo al revés. Un país - hablamos de la forma - donde está mejor considerada la enseñanza privada que la estatal; donde la estatal generalmente es mejor en las provincias que en las grandes ciudades, aunque basta desplazarse un poco para pasar de la excelencia al desastre, ya que las escuelas estatales están financiadas localmente dependiendo de la recaudación fiscal, y a mayor riqueza corresponde más gasto educativo.
Un país casi obsesionado por su “religiosidad”, pero donde desde hace 37 años, observando la Primera Enmienda de la Constitución, está prohibido rezar en las escuelas estatales. Y donde, por el principio de separación entre Estado y religión está prohibida la financiación directa (la indirecta no) de las escuelas confesionales de las cuales más de la mitad son católicas.
América está lejos, pero también aquí está creciendo desde hace años un movimiento a favor de los cheques escolares - aquí les llaman “voucher”- porque las familias quieren libertad de elección y, sobre todo, calidad de enseñanza y «justicia social». El fenómeno parte de las grandes metrópolis. Allí la escuela estatal, de hecho, no es capaz de hacer frente a situaciones tan graves como la inmigración, la inexistencia de la familia y la violencia, que minan desde los cimientos la posibilidad de cualquier trabajo educativo que no sea mera “asistencia social”. Los datos federales sobre los modelos educativos confirman el desastre. Las escuelas privadas son mejores, pero cuestan más. Sólo las pueden frecuentar los ricos. El resultado: una discriminación. Pero en Estados Unidos a nadie se le ocurre imputarla a los ricos o a las escuelas privadas. Aquí se piensa sólo cómo hacer que también los pobres puedan elegir libremente, igual que lo hacen los más afortunados.
El ejemplo que ponen los partidarios del “voucher” es el siguiente: una chica de Los Ángeles estudia en una escuela católica toda la enseñanza obligatoria. Después perderá la bolsa de estudio y la escuela parroquial superior cuesta 3.500 dólares al año, un tercio menos de los 5.400 dólares que Los Ángeles gastaría manteniéndola en una escuela estatal, donde los muros están llenos de pintadas y las bandas andan liándose a tiros. La familia no tiene dinero y tiene que resignarse a llevarla a una escuela estatal. Pero si el Estado de California (o el gobierno federal) le diera directamente por lo menos una parte del coste de su educación podría elegir escuela.
Actualmente sólo dos ciudades de Estados Unidos han comenzado a poner a prueba los “voucher”: en Milwaukee, Wisconsin, donde el año pasado fue presentada una ley piloto invalidando las indicaciones federales, unos 6.000 de los 107.000 estudiantes reciben un cheque escolar; en Cleveland (Ohio) han sido 4.000 de 77.000. También en Florida ha sido aprobado un programa por el que los estudiantes más pobres podrán disfrutar de los “voucher”. Esto supone menos del 1% de los estudiantes, pero otros Estados se están moviendo en la misma dirección y en el Congreso se amontonan propuestas de ley a favor de los “voucher”.
Partidarias de los cheques escolares son muchas organizaciones religiosas y algunos sectores del Partido Republicano, fieles estos últimos al credo liberal incluso en las cuestiones sociales. Un profeta del movimiento “pro-voucher” es Milton Friedman, que en un libro del año 95, El papel del Estado en la educación, sostiene que cada familia debe recibir “voucher” para gastarlos en la escuela que quiera; y el Estado debe limitarse a controlar que las escuelas “autorizadas” sigan programas estándar, un poco como se asegura de que los restaurantes cumplan las normas higiénicas. Firmemente contrarios son, en cambio, los sindicatos de profesores de las escuelas estatales, que consideran los cheques escolares como «un abandono radical de las escuelas estatales y de la enseñanza estatal» y su uso por parte de los institutos religiosos una violación de la Constitución. En el fondo se defienden sólo a sí mismos, igual que en el resto del mundo. Pero, afortunadamente, en América cuentan menos que aquí en Italia.
Sin embargo también se muestran radicalmente contrarios el presidente Bill Clinton y su administración. En este caso el problema es menos banal: son los demócratas, y no los republicanos, los que han promovido y desarrollado en las décadas anteriores la enseñanza estatal, contribuyendo a crear también en la educación la “Big Society”, esa “sociedad abierta” más allá de las desigualdades económicas y raciales, que es un valor indiscutible para los americanos. Para Clinton y los suyos, sostener e invertir en la escuela estatal es la decisión más natural.
Aquí hay que dar otro salto mortal. Porque si alguna cualidad tienen los americanos, es el pragmatismo. En USA a nadie se le ocurre pensar que la tarea del estado sea “educar”, y menos aún “dirigir” la educación. Simplemente, está claro para todos que el estado debe garantizar el derecho y la libertad de educación y que debe hacerlo de la mejor forma y al menor coste posibles. Por eso la cuestión que se debate en los Estados Unidos es si los “voucher” pueden funcionar mejor que las escuelas estatales o no. Nada de dogmatismo, se puede cambiar de idea.
Existe en Estados Unidos, y está creciendo, una “izquierda del voucher”. Entre sus abanderados se encuentra John E. Coons, un profesor universitario que desde hace treinta años se ocupa de la enseñanza. En sus estudios, Coons ha reconocido que el punto flaco - más aún, «inconstitucional» - de la escuela está en las diferencias económicas y en las distribución de las subvenciones. Ha tratado de remediarlo proponiendo un sistema de financiación de las escuelas estatales más justo. Pero también ha sido uno de los primeros en proponer los “voucher” como una posible solución “de izquierdas” al problema: el Estado ofrece a las familias pobres dinero para que puedan mandar a sus hijos a colegios de los barrios ricos. ¿Puede haber algo más “democrático”?
Ciertamente esta aventura requiere un acto de fe. Pero los partidarios de los cheques escolares recuerdan que en el siglo XIX en América se jugaron a los dados las concesiones de terrenos para construir las universidades, y hoy son las más famosas del mundo. Entonces, el salto mortal lo debería dar la izquierda del gobierno italiano. O bien esos post-comunistas a los que les gusta presumir de estar emparentados con los demócratas americanos y con los ideales “kennedianos”. Entre los que estaba también una escuela de calidad accesible para todos. No la escuela estatal.