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Huellas N.10, Noviembre 1999

EDITORIAL

Libertad para todos

El grito que se alzó desde la multitud reunida con el Papa en la plaza de San Pedro el 30 de octubre es el emblema más significativo de nuestra época.
Libertad. En este final de siglo no ha habido una palabra más pronunciada y amada. Y al mismo tiempo tan malentendida y traicionada. Con estas palabras, el gesto público a favor de la libertad de enseñanza que ha llevado a Roma a doscientas mil personas, ha expresado su significado más profundo: una manifestación por el bien de todos.
1. No estaban reunidas allí tantas personas para pedir algún tipo de ventaja o concesión al Estado: la libertad, en efecto, no es una concesión que los poderosos de turno otorgan, sino la energía que hace que exista un hombre y un pueblo, la energía que les conduce, por diferentes caminos y circunstancias, a la búsqueda de la verdad en su existencia. Es la fuerza que los hace constructores de la historia e indomables respecto a cualquier intento de homologación. Libertad, por tanto, para existir y para poder construir. Esta es la primera lección del 30 de octubre.
2. La auténtica libertad combate por la propia autorrealización en cualquier nivel de la existencia, personal y social. Su realización establece los términos de una lucha contra el dominio de los prejuicios, de las apariencias y de los sueños de hegemonía cultural y política.
¡Libertad! Es el grito de alguien que existe y comprende qué aventura irrepetible y qué responsabilidad histórica encierra la condición humana. El nacimiento libre de propuestas educativas es por esto el bien más querido para quien desea realizar concretamente el ideal de la libertad.
3. Para nosotros esta batalla hunde sus raíces y razones en la fidelidad - que significa capacidad de confiarse - a la historia de un movimiento, en acción desde hace cincuenta años, que ha retomado la larga tradición educativa de la Iglesia y al cual nunca le ha extrañado la apelación del profeta Jeremías: «Así dice el Señor: Paraos en los caminos y mirad, y preguntad por los senderos antiguos, cuál es el camino bueno y andad por él, y encontraréis sosiego para vuestras almas» (Jr 6,16). Se trata de un movimiento de cristianos que debe su vitalidad (para muchos “incomprensible”) precisamente al riesgo de educar que ha asumido su fundador. De forma que hace cuarenta años se podía ya escuchar en los pasillos de un liceo milanés la misma frase que se leía en una pancarta en la plaza de San Pedro: «Dejadnos desnudos, pero no nos neguéis la libertad de educar». A través del Meeting, del encuentro en el Palavobis de Milán y de las peticiones populares, nunca se ha dejado de defender esta tradición, coesencial a la naturaleza misma del movimiento.
4. Hoy día está más extendida la conciencia de que esta batalla puede unir, y no dividir, a católicos y no católicos. Lo demuestran las intervenciones autorizadas de laicos precisamente con ocasión de la manifestación del 30 de octubre. Es el signo de una tolerancia laica que reconoce y valora con lealtad las razones de los demás y encuentra en el término “subsidiariedad”, es decir, en la valoración de la sociedad que construye desde el tejido social - en colaboración y no compitiendo con el Estado -, la clave de la batalla en favor de la escuela libre. Una batalla para mejorar la calidad de toda enseñanza, la estatal y la no estatal.
Y, sin embargo, por prejuicios caducos y siniestros cálculos de poder, hay quien es sordo a ese grito. Pero ese: «¡Libertad, libertad!» ha resonado en público, ante un Papa que lo ha suscitado con sus palabras y que se ha parado durante un buen rato a escucharlo.