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Huellas N.9, Octubre 1999

ARGENTINA

A pesar del azar

A cargo de Ricardo Rey

A lo largo de toda su producción, fundamentalmente narrativa, Borges creó un mundo fantástico, metafísico y totalmente subjetivo. Su obra, exigente con el lector y de no fácil comprensión, debido a la simbología personal del autor, ha despertado la admiración de numerosos escritores y críticos literarios de todo el mundo. Describiendo su producción literaria, dijo: "No soy ni un pensador ni un moralista, sino sencillamente un hombre de letras que refleja en sus escritos su propia confusión y el respetado sistema de confusiones que llamamos filosofía, en forma de literatura". Ficciones (que compila sus dos primeros libros de cuentos, El jardín de senderos que se bifurcan, 1941, y Artificios, 1944) está considerado como un hito en el relato corto y un ejemplo perfecto de la obra borgiana. La mayoría de los cuentos de Ficciones tiene forma de ensayo crítico sobre obras supuestamente ya escritas (como Pierre Menard, autor del Quijote); se trata pues de una ficción presentada con forma de cuento en el que Borges trata de crear mundos alternativos al real. Cada uno de los cuentos de Ficciones está considerado por la crítica como una diminuta obra maestra. Otros libros importantes del mismo género son El Aleph (1949), El libro de Arena (1970) y El informe de Brodie (1974). El hacedor (1960), en el que se mezclan brevísimos relatos y poemas, corresponde a la época más existencial de Borges.
Otras dos vertientes de la vasta producción del argentino son la poética y la ensayística. A parte de los tres poemarios de su juventud, cuenta con otros como Elogio de la sombra (1969) y Para seis cuerdas (1964), libro de letras para "milongas" que muestra la pasión de Borges por la literatura popular argentina. Entre los ensayos, fundamentales para comprender las preocupaciones filosóficas y estéticas del autor, se encuentran Inquisiciones (1925), Historia de la eternidad (1935) y Nuevas Inquisiciones (1937-1952).



Por qué la poesía de Borges? Porque este poeta si bien se revela agnóstico y cae en la negación en gran parte de su obra, en muchas de sus poesías se abre ese punto de fuga que cualquier hombre, si es serio con su vida, no puede evitar. Preguntas inextirpables, desde la herida que la realidad provoca en el corazón de cada hombre.
Veamos este surgir de las preguntas en algunas de sus poesías.

De que nada se sabe
(La rosa profunda, 1975)

La luna ignora que es tranquila y clara
Y ni siquiera sabe que es la luna;
La arena, que es la arena. No habrá una
Cosa que sepa, que su forma es rara.
Las piezas de marfil son tan ajenas
Al abstracto ajedrez como la mano
Que las rige. Quizá el destino humano
De breves dichas y largas penas
Es instrumento de otro. Lo ignoramos;
Darle nombre de Dios no nos ayuda.
Vanos también son el temor, la duda
Y la trunca plegaria que iniciamos.
¿Qué arco habrá arrojado esta saeta
Que soy? ¿Qué cumbre puede ser la meta?

Sólo el hombre, entre toda la naturaleza, es consciente de su existencia y de la existencia de lo que le rodea (la luna ni siquiera sabe que es la luna); esta conciencia de las cosas culmina en la conciencia de la necesidad de un destino para todo lo que existe. Borges refleja esta conmovedora intuición con la imagen del ajedrez, que le es particularmente grata, como signo del destino humano: el mundo es el perfecto juego de ajedrez, hecho de bellas piezas (la luna tranquila y clara, la arena con su forma infinita), que ignoran el orden al que pertenecen y la mano que las gobierna: "Las piezas de marfil son tan ajenas / al abstracto ajedrez como la mano / que las rige". Aparece la negación, es imposible conocer nuestro destino; Dios, si existe, es un ser ajeno a lo humano. A pesar de que el destino no se puede conocer, las preguntas sobre él, inevitablemente, aparecen, y si bien la plegaria es "trunca" y vana, implica la posibilidad de que alguien pueda responder.

Final de año
(Fervor de Buenos Aires, 1923)

Ni el pormenor simbólico
De remplazar un tres por dos
Ni esa metáfora baldía
Que convoca un lapso que muere y otro que surge
Ni el cumplimiento de un proceso astronómico
Aturden y socavan
La altiplanicie de esta noche
Y nos obligan a esperar
Las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
Es la sospecha general y borrosa
Del enigma del Tiempo;
Es el asombro ante el milagro
De que a despecho de infinitos azares,
De que a despecho de que somos
Las gotas del río de Heráclito,
Perdure algo en nosotros:
Inmóvil,
Algo que no encontró lo que buscaba.

El final de año se convierte en una metáfora de la vida, el correr del tiempo y el agua igualados en la vieja imagen del río de Heráclito. La razón de la espera del fin de año no se agota en el cambio del número 1922 por el 1923, o en que un año muera y otro nazca... nada de eso puede socavar la grandeza misteriosa de la espera, "la altiplanicie de esta noche". "La verdadera causa es la sospecha... del enigma del Tiempo", es la sospecha de que a pesar del azar, a pesar de un Tiempo que fluye cambiante y enigmático, no se puede evitar el "asombro ante el milagro (...) de que perdure algo en nosotros inmóvil que no encontró lo que buscaba". Ese algo perdurable es el yo, que no puede renunciar a sus exigencias de belleza, justicia y verdad. Por eso espera, anhelante, el nuevo año en Buenos Aires.

Composición escrita en un ejemplar de la gesta de Beowulf
(El otro, el mismo, 1964)

A veces me pregunto qué razones
Me mueven a estudiar sin esperanza
De precisión, mientras mi noche avanza,
La lengua de los ásperos sajones.
Gastada por los años la memoria
Deja caer la en vano repetida
Palabra y es así como mi vida
Teje y desteje su cansada historia.
Será (me digo entonces) que de un modo
Secreto y suficiente el alma sabe
Que es inmortal y que su vasto y grave
Círculo abarca todo y puede todo.
Más allá de este afán y de este verso
Me queda inagotable el universo.

Nos encontramos con un Borges viejo y cansado, casi completamente ciego ("mientras mi noche avanza") que, no obstante, se ha lanzado a la ardua tarea del estudio del antiguo sajón, movido por el deseo de leer en lengua original las antiguas gestas germánicas (este atractivo quedó reflejado en cuentos como Ulrrika, en el Libro de arena, fantasía amorosa que se desarrolla en una recreación de los mitos nórdicos). Este Borges, que "teje y desteje su cansada historia" se pregunta por qué permanece en él la pasión por la literatura y el estudio. Se pregunta qué mueve su vida.
La respuesta es sencilla: "El alma sabe que es inmortal y que su vasto y grave Círculo abarca todo y puede todo". El yo es desiderium nature, relación con el infinito, con el "inagotable universo".
El problema de dar una respuesta cabal a las preguntas del hombre, problema estructural (las preguntas son parte del hombre mismo), introduce en la experiencia una desproporción. "La imposibilidad de agotar esas preguntas exalta la contradicción que hay entre el ardor de la exigencia y la limitación de la capacidad humana para buscar, es una contradicción insoluble". Veamos en la siguiente poesía como está expresada esta contradicción

El fin
(La moneda de hierro, 1976)

El hijo viejo, el hombre sin historia,
El huérfano que pudo ser el muerto,
Agota en vano el caserón desierto
(Fue de los dos y es hoy de la memoria.
Es de los dos). Bajo la dura suerte
Busca perdido el hombre doloroso
La voz que fue su voz. Lo milagroso
No sería más raro que la muerte
Lo acosarán interminablemente
Los recuerdos sagrados y triviales
Que son nuestro destino, esas mortales
Memorias vastas como un continente.
Dios o Tal vez o Nadie, yo te pido
Su inagotable imagen, no el olvido.

En esta poesía Borges se asombra ante su soledad y su falta de consistencia ("el hombre sin historia") visitando la vieja casa de los Borges; él es "el hijo viejo" que vuelve a casa buscando el origen (los padres en la literatura tienen toda la carga de lo que es original en el hombre). "Busca perdido el hombre doloroso la voz que fue su voz..." y lo acosan esas memorias del origen que, al mismo tiempo, es nuestro destino.
El poema, de sesgo universal (obsérvese el uso de la tercera persona a pesar de partir de una experiencia personal), deja la puerta abierta al milagro: "Lo milagroso no sería más raro que la muerte". Y así llegamos a la tensión, el punto de fuga y la contradicción de los dos últimos versos: reconoce que él no puede dar una respuesta a su búsqueda del origen, no tiene más remedio que reconocer algo misterioso, que no se puede conocer, "Dios o Tal vez o Nadie", pero al que le tiene que pedir la inagotable imagen del origen. Borges padece la dramática incapacidad de nombrar a Dios y de tener certeza en que le escuche.

Breve semblanza biográfica
Jorge Luis Borges nació el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires. Estudió en Ginebra y vivió entre 1919 y 1921 en España, relacionándose con escritores ultraístas como el sevillano Rafael Cansinos Asséns, del que escribió: "El mayor acontecimiento para mí fue su amistad". En 1921 regresó a Argentina, donde participó en la fundación de varias publicaciones literarias y filosóficas como Prisma (1921-1922) y Proa (1922-1926), que tenían como finalidad difundir la experiencia ultraísta. En los dos últimos años de Proa y con sus colaboraciones en Martín Fierro (1926-1927), Borges inicia el retorno a temas nacionales argentinos, sin renunciar a la vanguardia. Escribe poesía lírica centrada en temas históricos del país, que quedó recopilada en volúmenes como Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929). De esta época datan sus relaciones con literatos argentinos como Ricardo Güiraldes, Macedonio Fernández, Alfonso Reyes y Oliverio Girondo.
En 1927 se somete a la primera de ocho operaciones para detener el avance progresivo de su ceguera. A pesar de su escasa visión, trabajaría en la Biblioteca Nacional (1938-1947) de la que llegaría a convertirse en director (1955-1973). En 1930 conoce al novelista Adolfo Bioy Casares, con el que inicia una larga relación de amistad y colaboración, que tiene como fruto, entre otros, la publicación de una Antología de la literatura fantástica, en 1940. A partir de 1955 fue profesor de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires. Durante estos años, fue abandonando la poesía a favor de los relatos breves por los que ha pasado a la historia. En 1955 fue nombrado académico de su país y en 1960 su obra era valorada universalmente como una de las más originales de América latina. A partir de entonces se suceden los premios y las consideraciones. En 1961 comparte el Premio Formentor (Mallorca) con Samuel Beckett, y en 1980 el Cervantes con Gerardo Diego.
Su postura política evolucionó desde el izquierdismo juvenil al nacionalismo y, después, a un liberalismo escéptico desde el que se opuso al fascismo y al peronismo. Fue censurado por permanecer en Argentina durante las dictaduras militares de la década de 1970, aunque jamás apoyó a la Junta militar. La restauración democrática de 1983 encuentra a un Borges políticamente escéptico.
Muere en Ginebra el 14 de junio de 1986.